Stravaganza - Capítulo 1

 El accidente. Ese horrible accidente. Que tuvo a toda la Familia Andrew con el alma en un hilo, y a mí, al borde de la locura, es el culpable de que ingrese tres meses después de que hayan iniciado las clases al Real Colegio San Pablo.

Stear y Archie ya se encuentran allá desde el primer día de clases, los extraño, me ha hecho tanta falta hablar con ellos, reír con ellos, abrazarlos. Eliza y Neal también estudian en ese colegio, mentiría si digo que a ellos los he echado de menos, por el contrario, su ausencia me ha brindado un poco de calma en esta época terrible de mi vida.

No me sorprendió para nada saber que iríamos todos a la misma escuela, es tradición en la familia Andrew enviar a sus miembros en edad escolar a estudiar en el mejor colegio de Londres, y yo, el miembro no deseado, no tenía ni voz ni voto contra tan estricta tradición.

"Deberías estar agradecida, Candy. Te brindan la oportunidad de recibir una formación académica privilegiada, con la que ningún niño que dejan a nuestro cuidado en este hogar, ni siquiera sueña con obtener. Es tu deber aprovechar dicha oportunidad, y lo más importante es tu obligación obedecer las decisiones de tu protector, el abuelo Williams, porque sin duda, lo hace pensando en lo mejor para ti." Me escribió la señorita Pony semanas atrás.

Tenía razón, era una oportunidad inigualable, y a pesar de todavía no conocer cara a cara al enigmático abuelo William, yo también estaba convencida de que cada una de sus inexplicables, y según la tía abuela Elroy, "caprichosas y arbitrarias decisiones", habían sido motivadas por procurar mi bienestar y brindarme mejores oportunidades en la vida, aunque hasta el día de hoy, desconozco qué es lo que me ha hecho merecedora de dichas atenciones.

Pero ni la voluntad del patriarca de los Adrew, que para todos era ley, logró hacer que me apartara una sola noche de su lado, durante las ocho semanas que Anthony convaleció inconsciente en una cama.

Recuerdo entre sueños, mejor dicho, como en una pesadilla, verlo volar por los aires después de que el caballo cayera en esa trampa en la cacería de zorros. No podía moverme, tenía miedo hasta de soltar el aliento. Anthony estaba ahí, tendido en el pasto y yo no era capaz de detectar si seguía respirando. Pero cuando vi la sangre emergiendo roja y espera del costado de su cabeza, emití un grito, fuerte y desgarrador, según me cuentan quienes lo escucharon y ese fue el motivo de que acudieran en su auxilio.

-¡No lo muevan! - Gritó George al intuir las intenciones de Stear y Archie por levantar a su primo.

Por fortuna, el doctor Morrison, viejo amigo de la familia Andrew y fiel asistente a la tradicional cacería del zorro, se encontraba a corta distancia. Archie cabalgó tan rápido como pudo para encontrar al galeno, la gente seguía arremolinándose alrededor del cuerpo inerte de Anthony por más que George se esforzara por alejarlos.

-¡Asesina! – Eliza me sujetaba por lo hombros, pero ni siquiera sus fuertes sacudidas lograban sacarme de mi estupor. Me gritaba toda clase de acusaciones e improperios que yo no alcanzaba a comprender, seguía hipnotizada por el charco de sangre que se formaba alrededor de Anthony y que en ese momento llegaba hasta mis pies.

Llegó el médico. Pero a pesar de todos sus esfuerzos Anthony no reaccionaba. Miró a George y moviendo la cabeza en forma de negativa compartió un diagnóstico nada alentador. Improvisando una camilla con los materiales que tenían a la mano transportaron a Anthony con extrema precaución hasta la casa Andrew. Fue lo único que me hizo moverme aunque no dejaba de pensar que aquello parecía más un cortejo fúnebre que el traslado de un enfermo.

-Es demasiado arriesgado moverlo, señora Elroy. Temo que no resistiría el traslado al hospital.

-¡¿Entonces qué hacemos?!

-Esperar.

-¿Esperar a qué?

-Esperar un milagro.

Eliza y la tía Elroy no dejaban de culparme. "De haberse ido a cabalgar conmigo, esto nunca habría pasado, yo jamás hubiese permitido que Anthony se expusiera a algún peligro". Pero mi mente no lograba procesar gran cosa. Fue una noche eterna, nadie en la casa durmió. Stear, Archie y yo permanecimos sentados afuera la habitación de Anthony, recargados en la pared, sin emitir una sola palabra. Aún vestíamos los trajes de gala, pero ninguno de los tres quería alejarse ni por un segundo de él, aunque no nos permitieran verlo.

Cuando los primeros rayos de sol se colaban por la ventana, el doctor salió a buscar a la tía Elroy.

-Sobrevivió, pero su estado físico sigue siendo crítico.

La muerte o secuelas permanentes, eran los únicos pronósticos. Secuelas. ¿De qué tipo? Sufría al imaginarme a un Anthony incapacitado, inmóvil de por vida. O encerrado en su propia mente incapaz de comunicarse, de sonreír una vez más. Eso sería terrible para él, pero perderlo, significaría la muerte para mí.

A las dos semanas hubo una gran pelea. Stear y Archie se negaban a partir hacia Londres e ingresar a la escuela hasta que Anthony mejorara, "¿qué puede importar algo tan estúpido como una tonta escuela cuando mi primo sigue así?" Pero sus objeciones no fueron escuchadas, Anthony podía seguir así por días, semanas o tal vez nunca despertaría. Ellos por su parte, debían continuar con sus vidas.

En cuanto a mí, la señora Elroy no puso ninguna objeción ante mi negativa a partir al colegio junto con Stear y Archie. Supongo que en parte, porque seguía convencida de que enviarme a tan distinguida institución educativa era una completa pérdida de tiempo y dinero, y también porque ella debía ocuparse de todos los asuntos familiares y yo le representaba una gran ayuda al encargarme casi por completo de los cuidados que Anthony requería.

Durante cuatro semanas más Anthony luchó contra la fiebre y alucinaciones, su cerebro no lograba desinflamarse, pero yo sabía, que en el fondo, muy en el fondo de aquella mente sacudida y alterada, él seguía ahí, que me escuchaba, que me sentía, y que quería comunicarse conmigo. Por eso le hablaba todo el tiempo. Cada mañana, cuando entraba a su habitación abría las ventanas de par en par y le describía el día hermoso que había afuera, los cuidados que había procurado la tarde anterior a sus bellos rosales, aunque sabía que nunca la haría tan bien como él, y cualquier otro detalle trivial que se me ocurriera. A media mañana llegaba la enfermera que el médico de la familia había asignado dado que la delicada situación de Anthony impedía trasladarlo a un hospital. Revisaba sus signos vitales, le cambiaba el suero y aplicaba los medicamentos necesarios. Todos esos procedimientos me fascinaban; la enfermera era una mujer amable y educada quien me explicaba con mucha paciencia hasta el más mínimo detalle, incluso me enseñó la forma correcta de cambiar los vendajes. En varias ocasiones le expresé mi admiración por dedicar su vida a tan hermosa labor y ella a su vez compartía conmigo sus más gratificantes experiencias en tantos años de servicio.

La fiebre había cedido, pero algo peor aguardaba. Parecía no haber actividad cerebral, Anthony permanecería así, dormido, hasta que inevitablemente algún día, su cuerpo estuviese tan cansado hasta para respirar. Me negaba a creerlo, no quería creerlo, pero los días pasaban, semanas, haciendo que la realidad me aplastara de forma inevitable. Todos en el hogar parecían haber retomado su vida cotidiana confinando a Anthony al papel de un mobiliario más de la casa. Stear y Archie me escribían casi todos los días, pero a mí se me estaban acabando los adjetivos con los cuales suavizar el horrible panorama, pero sobre todo, se me estaba acabando la esperanza.

Esa mañana entré a su cuarto pero no tuve fuerzas para abrir las ventanas, ni contarle lo maravilloso que pintaba ese día, o las nimiedades del día anterior. Solo me senté en la silla que tenía frente a él, y sin poderlo evitar, me solté a llorar.

No sé cuánto tiempo estuve llorando, solo recuerdo que en algún momento escuché al Doctor Morrison entrar a la casa y se detuvo a conversar con la tía abuela Elroy, debía marcharme de ahí, no podría soportar permanecer en la misma habitación cuando realizara el chequeo semanal y dijera que todo seguía y seguiría igual.

Cuando mi mano estaba sobre el pomo de la puerta, una débil voz me reclamó.

-Hoy no me has hablado, Candy. 

Capítulo 2

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