Stravaganza - Capítulo 2

 -Anthony... - Anthony me hablaba, trataba de sonreírme, "¡Dios mío por favor! Que esto no sea una alucinación", me abalancé a revisarlo para estar segura, era él. Había vuelto. -¡Doctor!, ¡Doctor Morrison!

-Temí, temí que me hubieses abandonado – dijo y volvió a cerrar los ojos. Se había ido otra vez.

-¿Candice, qué son esos gritos? – preguntó furiosa la tía Elroy.

– ¡Anthony! ¡Anthony despertó!

–Señorita Candy – dijo el doctor Morrison en tono condescendiente– sé que todos deseamos que el joven Anthony vuelva a estar conviviendo con nosotros, pero como he comentado antes, las probabilidades de que el paciente se recupere son muy remotas.

– ¡Cof, cof!– el violento acceso de tos que Anthony sufría en aquel instante le dejó muy en claro al Doctor Morrison que las probabilidades podían cambiar de un momento a otro.

– ¡Santo cielo! ¡Enfermera, enfermera! – médico y enfermera se dieron a la tarea de verificar lo que ambos calificaban, como uno de los más extraños casos de recuperación que habían presenciado en toda su carrera. Bombardeaban a Anthony con cualquier cantidad de preguntas que iban desde decir su nombre hasta saber si recordaba el accidente. Él recordaba todo.

Aquel intenso interrogatorio era intercalado con un sinfín de revisiones físicas, sensibilidad a la luz, al ruido, rapidez de sus reflejos. Las pruebas físicas no resultaban tan alentadoras, pero Anthony no se dejaría vencer, de eso estaba segura.

Me obligaron a abandonar la habitación. Permanecí pendiente afuera de su cuarto, pero solo alcancé a ver al Dr. Morrison salir un par de veces para ordenar y recibir distintos tipos de medicamentos. Al caer la tarde la tía abuela Elroy salió de la habitación.

– ¿Cómo está Anthony? – me apresuré a preguntar.

– Lo están revisando – me contestó sin siquiera dignarse a mirarme.

– Quiero verlo.

– No es posible, está cansado.

– ¿Cansado de qué? ¿De estar en cama todo este tiempo? Quiero hablar con él.

– ¡He dicho que no!

Generalmente nuestras escasas conversaciones terminaban con un grito exasperado por parte de la matriarca de la familia, en teoría debía estar acostumbrada, pero no pude evitar sentirme devastada ante la imposibilidad de ver a Anthony aunque sea por un momento.

¿Por qué me fijaba en esos absurdos detalles? Debía estar agradecida, ¡mucho! Anthony no solo había sobrevivido en un sentido físico de la palabra, había vuelto de un mundo de sombras y silencio en el que hasta los expertos en la materia lo había confinado. Recé por horas agradeciendo a Dios nuestro señor por su infinita misericordia, prometiéndole que dedicaría mi vida entera a cuidar la de Anthony en gratitud a esta oportunidad que nos había brindado a ambos.

- ¡Levántate, floja! – fue la versión de "buenos días" que la tía Elroy me obsequiara la mañana siguiente mientras abría con violencia las cortinas de mi habitación. – Debo salir a la ciudad en media hora y todavía no está listo el desayuno de Anthony. El doctor dijo que una adecuada alimentación será primordial para su pronta recuperación. La lista de sus medicinas está en la mesa junto a su cama, el horario es estricto, así que te pido seas atenta con los horarios y por una vez en tu vida hagas algo de provecho.

- Pensé que usted no quería que me acercara a él – alegué un tanto adormilada.

-Él lo pidió – contestó sin dirigirme la mirada – y siendo honesta a las finanzas de la familia Andrew no le caería nada mal ahorrarse el sueldo de una enfermera. Así qué, ¿ayudarás?

Era una mañana maravillosa, como hacía mucho tiempo no había visto. O tal vez resultaba que lo fatídico de la situación médica de Anthony lo que no me había permitido apreciar la hermosura de mi entorno en días anteriores. Aunque ansiaba verlo, tomé un par de minutos en ir hasta el jardín y cortar una de las rosas que se alzaba altiva en medio del rosal. El otoño apremiaba, pero aquellas orgullosas rosas se negaban a ceder ante las inclemencias del tiempo decididas a mostrar su belleza hasta el último momento. La corté y coloqué en un florero que adornaría la bandeja que contenía el desayuno de Anthony, "su belleza será mejor admirada y brindará más alegría en aquella habitación", pensé mientras subía las escaleras. Una última mirada de mi estampa en el espejo del pasillo para inundarme de fuerzas y entré a su habitación.

-Hola, Dulce Candy. Me hace tan feliz verte.

Prácticamente tuvo que aprender a hacer todo de nuevo. Su cuerpo se negaba a obedecer a su mente desesperada por retomar su vida. Caminar, comer, vestirse, recuperar su propia fuerza para que sus gestos acompañaran el sentido de sus palabras. Para él resultaba lento y doloroso, aunque el doctor no parara de decir muy sorprendido que la rapidez de su recuperación era más que impresionante. "Pero tú estás aquí", repetía mientras trataba de apretar con fuerza mi mano, "y todo es mucho mejor si tu dulzura me acompaña".

Tres semanas después, con una caligrafía que según su propia interpretación parecían garabatos realizados por un demente, logró tener la coordinación suficiente para escribirle una carta a sus angustiados primos, ya que, en opinión de Anthony, Stear y Archie no estarían tranquilos hasta que él les asegurara, de su atrofiada puño y espantosa letra, que su recuperación marchaba de la mejor manera y que pronto volverían a estar juntos otra vez, muy, muy pronto.

Aunque la Tía Elroy le parecía un tanto precipitado, Anthony insistía en partir a Londres la siguiente semana. Ya habían perdido mucho tiempo de clases y se sentía terriblemente culpable por arrastrarme a dicho atraso. Ella finalmente cedió, no podía resistirse a los deseos de su nieto favorito, quien había coqueteado peligrosamente con la muerte.

Un día antes de partir, Anthony me pidió ayuda para dar un paseo, porque estar encerrado tanto tiempo en casa lo abrumaba. Todavía estaba débil y tenía que apoyarse de un bastón que utilizaba con su mano derecha para caminar. Su mano izquierda se apoyaba en mi hombro y yo guiaba su andar hasta donde él me había indicado, la vieja casa abandonada del guardabosques en las cercanías de la propiedad Andrew, a la cual innumerables ocasiones había escapado en busca de consuelo para mi alma y de la voz esperanzadora de Albert, aunque hacía mucho tiempo que no lo veía.

–Quiero sentarme un momento – me pidió escasos metros antes de llegar a nuestro destino.

–Anthony, ¿te sientes bien? Tal vez la caminata fue demasiado para ti. Debemos regresar a casa, no mejor tú espera aquí y yo iré por ayuda pero prométeme que no te moverás, si te llega a ocurrir algo otra vez yo...

–Sabes que te quiero, ¿verdad?

–Anthony... – aquella inesperada, y al mismo tiempo, ansiada confesión, me dejó sin palabras.

– Que te amo con todas mis fuerzas. Te amo Candy, y no pienso prestarle atención a los que opinan que soy demasiado joven para saber lo que es el amor. Porque sé que el amor es esto – tomó mi mano y la colocó sobre su pecho– que siento cuando estoy cerca de ti. Esa paz, esa fuerza, el creer que todo lo puedo por ti. Eso es el amor. El placer que me provoca contemplar tu belleza, y no me refiero solo a la de tu precioso rostro, la belleza de tu alma que inunda todo a su alrededor, tan potente como el sol esta mañana. Sé que te amo, y nadie nunca podrá convencerme de lo contrario, pero el haber estado tan cerca de la muerte me ha hecho recapacitar en que no tenemos el futuro asegurado. No debo de perder el tiempo en decírtelo, sin importar qué sea lo que tú sientas por mí.

Te escuchaba Candy, cuando mi mente se hallada perdida, te escuchaba todo el tiempo. Me aterraba pensar que moriría sin verte otra vez y sin decirte lo que siento por ti. Ahora que sabes de mi amor, mi alma está tranquila, y el día que Dios decida llevarme a su lado, me iré en paz, te lo aseguro. Pero mi corazón suplica conocer qué lugar ocupo yo en el tuyo, así que sin más rodeos y prometiéndote de antemano que respetaré tu decisión sin objetar, quiero preguntarte: ¿me amas, Candy?

Sus manos temblaban, se notaba desesperación por parecer fuerte. La forma dulce de sus ojos azules, su hermoso cabello rubio pegándose a su cráneo por el sudor resultado del enorme esfuerzo que le representó haber caminado hasta aquí, lucía tan bello. Limpié su frente y mirando dentro de esos intensos ojos azules le confesé mis sentimientos

–Yo también te amo, Anthony, te amo con todo mi ser – le regresó el alma al cuerpo. Exhaló el aire que por fracciones de segundo, que le habían parecido eternas, había soportado en su pecho por el temor y la ansiedad que le causaba esperar la respuesta, y sonrió, de una forma tan hermosa como solo él sabía hacerlo.

–Cuando llegaste a la casa de los Leagan, pensé que eras la niña más linda que había visto en toda mi vida. Si bien ya no eres aquella misma niña a la que conocí hace un par de años, en lo único que otorgo la razón a la abuela Elroy y a los demás miembros de la familia Andrew, es en que somos demasiado jóvenes para intentar ser algo más. Me muero de ganas por pedir tu mano al abuelo Williams, pero estoy consciente de que la negativa por parte del patriarca de la familia sería rotunda, ya que por el momento, no puedo ofrecerte una vida mejor que la que él te provee, y temo que prefieran alejarte de mí. Estaremos tres años juntos en el colegio San Pablo y cuando terminemos nuestra educación las cosas serán muy distintas. La corta edad ya no podrá ser un motivo para objetar nuestro amor, y sobre todo, contaré con el patrimonio que me heredó mi madre, y la preparación académica necesaria para poder administrarlo y ser el esposo y proveedor que tú te mereces.

Yo jamás me atrevería a hacer nada que pudiera ofenderte o predisponerte, aprovechándome de tu inocencia y juventud. Por eso aunque me muera de ganas de estrecharte entre mis brazos y demostrarte mi afecto de una forma más cercana. Esperaré, no me importa cuánto, ni me importa nada, solo me importa saber que soy feliz como nunca lo había podido ser desde que mi madre vivía, porque sé que tú me amas.

No te pido nada, solo una promesa. Que el día que pongamos un pie fuera del colegio, iré directamente a ver al abuelo Williams y le pediré tu mano, solo prométeme, ¡júrame! Que tu respuesta seguirá siendo positiva como este día.

–Te lo prometo, Anthony.

– ¿Pase lo que pase?

–Pase lo que pase, mi corazón solo será tuyo, eso nadie lo podrá cambiar, nunca – y colocando un casto beso en mi mano, sellamos aquella tierna promesa.

Aunque su recuperación fue lenta y dolorosa, debo confesar que esos tres meses que pasamos a solas fueron maravillosos. Ahora viajamos juntos a Londres, bueno, juntos es solo un tecnicismo. George no se despega de mí ni un solo momento; los pocos instantes que compartimos juntos son durante el desayuno en nuestro camarote, miradas y sonrisas comunican todo el amor que albergan nuestros jóvenes corazones.

Me siento inmensamente feliz, lo amo tanto y estoy segura de que siempre será así.

Esta tarde uno de los marineros me entregó una nota aprovechando una ligera distracción por parte de George. Es de Anthony, "Me muero por verte, amor mío, te espero en la cubierta de estribor a media noche. Con amor, Anthony".

La niebla es densa, apenas y puedo ver por donde camino, una figura alta y oscura empieza a formarse al pie del barandal, con la vista pérdida en el océano, aunque dudo que pueda ver algo con este clima. Estiro la mano para tocar su hombro y el júbilo que invade mi ser me hace gritar su hermoso nombre.

– ¡Anthony!

– ¿Anthony? – Aquella figura volteó – Lamento informarte que te equivocaste de chico, pecosa.


Capítulo 1 - Capítulo 3

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