Stravaganza - Capítulo 3

 – ¡Oh, lo siento mucho señor! Lo confundí con otra persona.

– ¿Señor? ¡Ja, ja, ja! – Aquella risa era estruendosa, exagerada, y con un enorme complejo de superioridad. Sus bruscos movimientos despejaban la niebla a su alrededor, ahora podía observarlo mejor. El largo y oscuro cabello que jalaba en un gesto de displicencia, la nariz afilada y esa barbilla extremadamente masculina, eran rasgos que resultaban intimidantes, pero al mismo tiempo hipnotizaban a quien lo contemplara. Aquel sujeto era extraño, pero más extraño le resultó a Candy cuando al observar con mayor atención su rostro, descubrió dos marcados surcos húmedos que atravesaban sus mejillas. Parecía que aquel chico, que continuaba desternillándose de risa debido a su inocente confusión, hubiese estado llorando escasos segundos antes de su llegada. ¿Cómo era posible que alguien pasara del llanto a un ataque de risa de un instante a otro? Seguramente estaba loco, loco u alcoholizado; en cualquier caso era mejor alejarse de inmediato, que tratar de descubrir el motivo de su extraño comportamiento – Es comprensible que yo te parezca un "señor", –la tomó del antebrazo cuando ella intentaba marcharse – no eres más que una niña, una niña con la nariz respingada y cubierta de pecas. –sonrió, con el rostro demasiado cerca del de Candy. Esto le permitió confirmar que había cometido otro error, aunque seguía sin comprender la hilaridad de la situación; no se trataba de ningún señor, era solo un chico, unos dos o tres años mayor que ella, un chico increíblemente apuesto– La niña pecas.

– Mi nombre, no es niña pecas – ¡qué tipo tan engreído! Pensó mientras se soltaba indignada del desvergonzado agarre de aquel muchacho.

– Entonces dímelo, de otra forma te seguiré llamando así.

– Mi nombre es Candice, Candice White, que diga, Candice White Andrew.

– Y dime, Candice White Andrew, ¿buscas diversión?

– ¿Perdón?

– Una chica que abandona su habitación a media noche está buscando divertirse, cosa que me alegra, ya empezaba aburrirme en este barco. Dime, qué buscas, ¿cigarrillos? ¿Alcohol? O algo un poco más estimulante.

– ¿Una chica? Creí que para ti no era más que una niña.

–Y tú creíste que yo era un tal Anthony. ¡Terrible nombre! Suena tan débil, tan falto de carácter– agregó esbozando una burlona sonrisa– insípido Pero no nos desviemos del tema, –y acercándose hasta que la distancia entre ambos prácticamente desapareció, preguntó– ¿viajas sola?

–Por supuesto que la señorita no viaja sola, y te agradeceré que de ahora en adelante respetes eso, así como su espacio personal.

–Adivino – utilizó un tono de voz más entonado de lo necesario – ¡Anthony! ¿Ves?, a él si le queda ese nombre.

– ¿Y eso qué significa?

– Que me gusta más el mío – dirigió la mirada de nuevo a Candy – por cierto, pecas, soy Terrence. Para que la próxima vez que quieras hablarme, no tengas que fingir que me confundes con alguien más. – Y después de hacer un guiño bastante descarado, se marchó como si fuese devorado por la niebla.

– ¿Quién se cree ese tipo? – El enojo de Anthony era evidente– ¿Candy, te estaba molestando?

– Supongo que es natural a él molestar a quien tenga enfrente.

– ¿Por qué lo dices?

– No lo sé, me dio la impresión de que ese chico está en guerra con todo el mundo.

– Supongo que pasajeros molestos hay en todos los barcos. Lo bueno es que jamás volveremos a verlo, puedes olvidarte de él. Deseaba tanto verte – cuando estaba a punto de tomar su mano, un oficial del barco los interrumpió.

– ¿Está todo bien aquí? – el oficial apuntaba la poderosa luz de la lámpara que llevaba en la mano directo a la cara de Candy y Anthony, motivo por el que ambos se vieron forzados a cubrir sus rostros con las manos.

– ¿A qué se refiere, oficial? – preguntó Anthony tratando de luchar contra aquella cegadora luz.

–Un pasajero nos dijo que había un chico aquí molestando a una jovencita, así que vine a revisar si todo está en orden y a acompañar a la señorita de vuelta a su camarote. ¡Usted no joven!– colocó un brazo frente a Anthony impidiendo su avance, al intuir las intenciones de acompañar a Candy – con usted hablaremos en un momento en la sala de interrogaciones.

Un solo pensamiento cruzaba por la mente de Candy, que podría explicar aquella extraña situación: "Terrence".

Londres se levantaba imponente aquella hermosa mañana. El sol brillaba potente en el cielo y las gaviotas revoloteaban alegres en el muelle, en espera de conseguir algún alimento del océano o de los alegres familiares que esperaban en la orilla, daba igual. Dos chicos saludaban desde el muelle, emitiendo gritos a todo pulmón y dando saltos que casi los hacían perder el equilibrio. En cuanto el puente que ayudaría a los pasajeros a descender del barco tocó la madera hinchada del muelle, Stear y Archie corrieron para colgar los brazos alrededor del cuello de su amado primo.

– ¡Anthony!– fue Stear el primero en dejar correr las lágrimas al abrazarlo– tuvimos tanto miedo, no queríamos perderte y...

–Shhh, Stear. Yo también los extrañé.

Abordaron juntos el automóvil de la familia Andrew, George se disculpó por tener que atender algunos asuntos y enviar un reporte de la llegada de Candy al abuelo Williams, asegurándoles que todos los arreglos necesarios para su ingreso al colegio estaban en orden.

– ¿Y la tía abuela, Anthony? –Preguntó Stear cuando el automóvil comenzó su trayecto. –Pensamos que viajaría con ustedes.

–Tenía que atender algunos asuntos que exigían su presencia. Parece que mi convalecencia sacudió las arcas familiares más de lo debido. Aún hay muchas cuentas por pagar y varios negocios que concretar para estabilizar las finanzas de la familia.

–Pero no lo digas como si fuera tu culpa, Anthony.

–Es mi culpa, Stear.

–Se trató de un simple accidente, un nefasto e inesperado accidente en el cual tú no tuviste control de que ocurriera ni de las consecuencias monetarias que eso acarreó.

–Mi hermano tiene razón Anthony. Además, estoy seguro de que la tía abuela Elroy habría sido capaz de dejarnos a todos sin herencia si con esos recursos se asegurara tu recuperación. Y nosotros gustosos de renunciar a ella por tenerte de nueva cuenta con nosotros, primo.

–Lo sé. Y se los agradezco, Archie, pero no por eso dejo de sentirme culpable.

–Pues deberías, hombre. ¡Finalmente estamos todos juntos! Como en los viejos tiempos. Tú, yo, Stear y Candy, nadie nos podrá parar. Por cierto Candy, estás muy linda. Dejamos de verte unos cuantos meses y pareces otra persona. ¿Quién es esa señorita tan hermosa que acompaña a nuestro primo? Nos preguntábamos Stear y yo cuando te vimos descender.

–Yo también los extrañé chicos – y se lanzó los brazos de sus dos grandes amigos. El automóvil pasó por un trayecto de carretera un tanto accidentado provocando que Candy perdiera su precario equilibrio y cayera encima del asiento de Stear y Archie.

–Suficientes abrazos de bienvenida – expresó Anthony ayudando a Candy a regresar a su asiento – ahora, muéstrenos la alocada y extravagante vida Londinense.

–No es que hayamos conocido gran cosa.

–Llevan casi tres meses aquí, ¿cómo es posible que no hayan conocido nada aún?

–Anthony, el colegio es más bien una cárcel con pupitres en lugar de celdas.

–Estamos encerrados tomando clase tras clase desde el amanecer hasta la puesta del sol – continuó Stear–, los sábados apenas y te alcanza el día con la cantidad de deberes acumulados en la semana. El domingo es el único día en que podemos salir del colegio, claro, después de asistir a misa a primera hora.

–Pero solo con la autorización y vigilancia permanente de algún miembro de tu familia. Y como la tía abuela no está, Stear y yo quedamos bajo el cuidado de la siempre encantadora señora Leagan. Comprenderán que pasar nuestro único día libre en compañía de Neal y Eliza no era el plan más apetecible, pero después del primer mes de encierro, íbamos a volvernos locos si continuábamos viendo los muros del colegio. Así que los domingos son una larga caminata de la muerte entre aparadores donde Eliza nos utiliza como mulas de carga de sus absurdas compras para después soportar la actitud infantil y melosa que Neal adopta cuando está con su madre ante los empalagosos mimos de la señora Leagan.

-Suena a un terrible plan. Entonces, ¡hagámoslo ahora!

-¿Qué cosa?

-Conocer Londres. Vamos, tenemos este automóvil a nuestra disposición y la única instrucción que George le dio al chófer del vehículo fue: "llévalos a donde ellos necesiten". Me parece que conocer Londres y aprovechar esta oportunidad irrepetible es justo lo que necesitamos.

-¿Quién eres y qué has hecho con mi primo Anthony?

-Stear, no me veas así. Es solo que, el haber estado tan cerca de la muerte hace que te cuestiones todo, como el hecho de no desperdiciar ninguna oportunidad de vivir una bella experiencia, al lado de las personas que amas.

-No sé tú, hermano, pero a mí me agrada mucho más esta versión de Anthony que estoy conociendo – agregó Archie – y coincido con su filosofía de "aprovechar el momento". ¿Candy, qué dices?

Las calles de Londres eran enormes e impresionantes. Candy nunca había escuchado el ruido que provocaban tantos automóviles transitando al mismo tiempo. Las mujeres que paseaban por las calles parecían saltar directamente de los aparadores de las tiendas luciendo vestidos bellísimos, elaborados con las más finas telas, sombreros con plumas y adornos brillantes y portando joyas estrafalarias.

Los caballeros de sombrero de copa se detenían a su lado para otorgarle un gentil saludo levantando el sombrero. Las aceras estaban repletas de puestos que contenían flores, comida y demás enseres completamente desconocidos para una humilde chica de campo.

Cada cierto tiempo, sin que existiera un patrón específico para hacerlo, Anthony se detenía, la miraba en silencio y sonreía. Candy sabía que en los más profundo de su ser, su corazón rebosaba de gratitud por tener la oportunidad de vivir y conocer cada una de esas maravillas al lado de ella. Y ella estaba segura porque los mismos sentimientos habitaban en su corazón, el único temor que opacaba su dicha aquella hermosa tarde, era imaginar cuál sería la reacción de Stear y Archie al enterarse de que durante la ausencia de ambos en Lakewood, Anthony ella se habían convertido en "novios". Seguía sonrojándose tan solo de pensarlo. Pero Anthony insistía en que ella no tenía nada de qué preocuparse, él mismo le informaría a sus primos de su nueva situación sentimental, ya encontraría la oportunidad y mejor forma de hacerlo.

Oscurecía cuando cruzaron la enorme reja que custodiaba la entrada al colegio San Pablo. Una mal encarada religiosa los esperaba en la puerta alumbrando el camino con una vieja lámpara de mano. Tétrica presentación.

-¡Llegan tarde!

-Lo lamentamos mucho, hermana Circe. Pero mis primos tuvieron algunos contratiempos con su equipaje y luego el conductor de nuestro automóvil no conocía muy bien la ciudad, nos perdimos, y por eso que nos demoramos tanto.

-¡Ahórrate tus excusas, Archiebald! Recuerda que mentir es un pecado, mañana te espero en la capilla para rezar tres padres nuestros y dos aves maría antes de que inicien tus clases como penitencia por decir mentiras. Ahora, ambos, a su habitación. Ya han acompañado a sus familiares por demasiado tiempo, de ahora en adelante me encargaré yo, así evitaremos que puedan volverse a perder de camino a la oficina de la rectora.

"¡Valió la pena!" exclamó Archie apenas en un susurro a espaldas de la hermana Circe, y junto a Stear se perdieron en la oscuridad con rumbo a los dormitorios. Candy y Anthony seguían en silencio los apurados pasos de la guardiana que les alumbraba el camino, la religiosa estaba furiosa, pero tomando en cuenta la advertencia de Stear, de quien en verdad deberían preocuparse era de la directora, cuya fama de dura e intransigente la precedía, la eterna hermana Grey.

-Espera aquí, Candice White. La hermana Grey quiere hablar contigo al final.

Anthony entró a la oficina para abandonarla cinco minutos después, no le permitieron despedirse de ella, solo alcanzó a dedicarle una última y tierna mirada antes de girar a la derecha con rumbo a los dormitorios de los chicos.

-Llegas tarde – parecía haber eco en aquel lugar, las dos únicas personas con las que habían tenido contacto desde que puso un pie en el colegio le hicieron el mismo y obvio reclamo.

-Lo que pasa es que...

-¡Silencio! La primera regla que deberás respetar en esta institución es a no abrir la boca hasta que se te ordene hacerlo – muerte a la libertad de expresar, y de pensar – quería hablar contigo en persona por ser el primer caso tan particular que recibimos en esta prestigiosa escuela. – Candy escuchaba las palabras, pero no las entendía del todo. Estaba demasiado concentrada en la expresión tan dura del rostro de la directora del colegio. Nunca había visto tantas arrugas en la cara de una persona, más que arrugas, parecían grietas hechas en piedra. Junto a ella, la tía abuela Elroy parecería un tierno corderito - El colegio San Pablo se rige bajos unos estándares de disciplina muy altos, - prosiguió -que buscan conservar y transmitir a las nuevas generaciones los valores, usos y costumbres que permiten construir y sostener una sociedad funcional y recta; pero, trabajábamos bajo el supuesto de que dichos estudiantes que ingresaban a nuestras aulas traían las bases morales y académicas que el seno de una familia respetable les podía brindar. Nunca, habíamos recibido a alguien con tus antecedentes.

-¿A qué se refiere con mis antecedentes?

- ¡Silencio! ¡Santo Dios! Creí que eras tonta pero no al extremo de que no puedas entender una simple instrucción. –Inhalo con fuerza para volver a concentrarse - Tu crianza en un orfanato de poca monta y tu posterior adopción por una encumbrada familia en extrañas circunstancias me hicieron cuestionarme si te aceptaba en el colegio que he dirigido con amor y devoción desde hace más de dos décadas. Las demás hermanas me aconsejaron no predisponerme a tu comportamiento antes de conocerte, además de que tu padre adoptivo, el señor Adrew, no es un hombre que esté dispuesto a escuchar objeciones cuando su decisión está tomada, insistía en que o te aceptábamos a ti, o ningún miembro de la familia ingresaría al colegio.

Pero lo que hiciste hoy, Candice, confirma mis mayores temores. Convencer a tus primos de vagabundear por la ciudad en lugar de venir directamente al colegio como era la instrucción de la familia, sería motivo suficiente para expulsarte – una severa mirada silenció el intento de Candy por defenderse de tan terrible acusación, además, ¿qué decir? ¿Qué fue idea de Anthony y provocar que lo expulsaran a él? – pero, como teóricamente, tu inscripción a esta institución no estaba completa hasta que te presentarás a mi oficina, no puedo hacer nada, lo cual es una verdadera desgracia ya que con eso podría evitarme muchos disgustos futuros. Pero sí recibirás una sanción por hacerme perder el tiempo esperándote, así como la advertencia de que no permitiré que una situación así vuelva a repetirse.

¿Quedó claro? Ahora sí, puedes contestar.

-Sí, hermana Gray.

-Me parece perfecto. Este es tu horario y la lista de libros que utilizarás este año, te recomiendo ampliamente que los comiences a estudiar de inmediato. Inicias el curso tarde, el primer periodo de evaluaciones ya ha terminado. Nos han informado de las situaciones que retrasaron tu llegada, pero lo único que podemos hacer por ti es duplicarte las calificaciones que obtengas el siguiente periodo en el parcial que te perdiste, así que deberás esforzarte el doble.

En tu habitación encontrarás los uniformes que deberás portar todos los días que asistas a clase, así como a misa. Horarios de comidas y toda la información necesaria. Ahora sal de mi oficina, una de tus compañeras te esperará afuera para guiarte hasta tu habitación. Te quiero mañana puntual en clase, y, Candice, te estaré vigilando.

¡Menuda primera impresión! Pensaba Candy mientras se recargaba en la pared, cansada del viaje, pero sobre todo del hosco recibimiento de la directora. Qué manía tan horrible tenían todas las personas que la conocían de juzgarla y etiquetarla como una mala influencia tan solo por sus orígenes. "Hay cosas que nunca cambian", pensó.

- ¡Vaya! ¿Tú por aquí, Candy? – Eliza Leagan. Si de clasismo y discriminación hablábamos, ella se llevaba el primer lugar - ¡Claro! En el colegio necesitaban a alguien que limpiara el estiércol de los establos y por eso mandaron a traerte; no te preocupes, yo puedo indicarte por donde es la salida del personal de servicio. Pero antes, ¿podrías pasar a arreglar mi alcoba? Ya sabes, como en los viejos tiempos.

–Eliza, supongo que trajiste a tus amigas para tener público al brindarme tan cálido recibimiento – murmullos de auténtica conmoción eran generados por un grupo de tres o cuatro jovencitas que acompañaban a Eliza.

–Cierto, disculpa mis modales, pero, bueno ¿tú qué sabes de eso? Señoritas, les presento a Candice White, huérfana abandonada en un orfanato que parecía más bien una pocilga. Llegó a mi casa para ser sirvienta, hasta que la despedimos por robarnos a mi madre y a mí.

–Yo nunca les robé, ni a tu madre ni a ti.

– ¡Claro!, nuestras joyas solo aparecían por arte de magia en el establo donde dormías.

–No aparecían por arte de magia, llegaban ahí gracias a tu hermano y a ti.

–Tal vez esa mentira te la creyó el abuelo Williams, pero yo no. Así como nunca he creído que lo de Anthony haya sido un simple accidente. Además de ladrona, homicida en potencia.

–Estaremos mucho tiempo en la misma escuela, Eliza. Tendrás cientos de oportunidades para molestarme, así que no agotes tus recursos el primer día.

–Si es solo una sirvienta no entiendo qué hace aquí – preguntó Loise, la mejor amiga de Eliza.

–Contéstales Eliza, ¿qué hago aquí?

–Desconozco qué sucia treta utilizó, para ser adoptada por el patriarca de los Andrew.

– ¿Entonces es de tu familia?

– ¡Ella nunca será de mi familia!

- ¿Candice? ¿Candice White Andrew? – preguntó una simpática jovencita de cabello castaño y enormes gafas redondas.

-Soy yo – contestó la aludida devolviéndole la sonrisa que la chica le ofrecía, primera y única señal de amabilidad en aquel horrendo sitio.

-Mi nombre es Patricia O'Brien, la hermana Gray me pidió que te acompañara hasta tu habitación.

- Ten cuidado, Paty – agregó Eliza – los establos deben de ser un lugar oscuro y peligroso a estas horas.

-¿Los establos? No te entiendo, Eliza.

-Supongo que es ahí donde Candy dormirá.

–No podrías estar más equivocada. Su habitación es la 101, ¿me acompañas, Candice?

Antes de partir con dirección a su habitación, Candy pudo observar como el rostro de Eliza se tornaba rojo a causa de la rabia. 

Capítulo 2 - Capítulo 4


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