Stravaganza - Capítulo 22
– Candy, sabes que puedes confiar en mí. Es algo que he notado desde hace algún tiempo, algo que se les escapa de la mirada, a ambos. Algo difícil de negar.
Candy guardaba silencio, fingiendo estar muy interesada en mirar cada uno de las grietas de la vieja taza en la que Albert le ofreciera té. No quería verlo, y encontrarse frente a frente con esa mirada, que parecía ser capaz leerte la mente, y el alma.
-Creí que se trataba solo de un, "deslumbre juvenil" –prosiguió sin esperar su respuesta -. Terry es un chico muy apuesto, con una personalidad magnética que en ocasiones genera desconcierto. Y tú, eres una auténtica belleza, -le acomodó un rizo rubio que se negaba a permanecer dentro del listón que sostenía una de sus coletas- tu dulzura y espontaneidad llaman la atención de cualquiera. Parecía lógico que se "deslumbraran" el uno al otro.
Pero lo que vivieron anoche, va más allá de una simple atracción. Terry no confía en nadie, tiene sus razones para hacerlo, mucho menos suele abrirse o comentar cuestiones tan personales. Pero contigo, mostró su verdadera alma.
Y tú, arriesgas todo, y sabes que no me refiero solo a la escuela, por protegerlo de sí mismo. Si eso no es amor, Candy, entonces yo soy un pobre tonto, que no sabe absolutamente nada de la vida.
– ¡Sí, Albert, lo quiero!- Ese grito ya no podía ser guardado en su alma por más tiempo o iba a estallar. Albert tenía razón, ese amor, era demasiado difícil de negar-. ¡Y eso es algo que me está matando! Soy una persona terrible por...
– ¿Por enamorarte? ¿Por querer a un chico que es evidente que también tiene sentimientos hacia ti?
– ¡Porque yo ya di mi palabra, Albert! – Las lágrimas comenzaban a brotar, lágrimas de culpa e impotencia-. ¡Le debo a Anthony mi fidelidad de acción y de pensamiento!
– ¡Te debes tu fidelidad a ti misma! ¡Te enamoraste Candy, no es ningún pecado! Primero debes de estar bien tú, y después puedes preocuparte por los demás.
-No puedo Albert, no debo – se envolvió en su abrazo, sabía que solo en medio de aquel amplio pecho podía encontrar paz. Hubiese preferido que Albert la regañara, que le exigiera parar de inmediato con esa situación, por lo menos una mirada de desaprobación. Pero él la comprendía y no deseaba verla sufrir.
-¿Prométeme una cosa, quieres? – Tomó su cabeza en medio entre sus manos y la giró con suavidad hacia él. Era tan alto, y tan fuerte, que le inspiraba seguridad.
-¿Qué cosa?
-Que serás honesta.
-Lo sé Albert, sé que debería contarle a Anthony todo esto, pero temo su reacción y que llegue a odiarme.
-No me refiero a él. Prométeme, que serás honesta contigo misma. Con los que sientes, y con lo que quieres. Lo demás, partirá de ahí.
No podía evitar sentirse frustrada. Esperó a que Albert hiciera su ronda por los bares que él y Terry solían frecuentar, pero la búsqueda no arrojó resultados. Nada, ni rastro de Terry. ¿Eso era bueno o malo?
No quiso que Albert la acompañara de vuelta al colegio, sabía que él seguiría insistiendo en que ella debía poner en claro sus sentimientos. Albert comprendió, como siempre lo hacía, que tal vez esa larga caminata en solitario la ayudara en la difícil tarea de descubrir qué era lo que en realidad sentía, y sobre todo, qué quería.
Por un lado estaba Anthony, el chico de sus sueños. Dulce, sensible, elegante. Siempre prudente, claro, hasta que Terry apareció en sus vidas trastornándolas y logró sacarlo de sus casillas en repetidas ocasiones. Habían vivido juntos una época muy importante, la transición de niños a adolescentes. De un amor infantil, idílico, inalcanzable. A uno real, tangible, una promesa de amor y la posibilidad de una vida juntos. ¿Qué tipo de vida? Una en la que Anthony se esforzaría día a día en hacerla feliz.
En el otro extremo, Terry. ¿Por dónde empezar? Vicioso, incitador, violento, altanero. Con nulo respeto por toda clase de autoridad y una evidente incapacidad para adaptarse a cualquier sistema social. Indecente, inmoral, esa historia de la institutriz rusa seguía provocándole escalofríos; no sabía que la aterraba más, que fuera cierta, o que solo se la hubiera dicho por fastidiar.
Una pésima influencia, y un verdadero peligro para todos, incluso para él mismo.
La irritaba, desestabilizaba y la metía en problemas todo el tiempo. Era grosero, burlón, engreído... y estaba roto por dentro. Con el alma hecha pedazos y la autoestima por los suelos. "Primero lo primero", pensó, "asegurarme de que él esté bien". ¿Cómo hacerlo? ¿Volver a ir a su habitación? ¿Y si esta vez no corría con tanta suerte?
-La directora la espera en su oficina – el velador de la puerta principal del colegio interrumpió sus pensamientos con ese extraño recibimiento – dijo que era urgente que fuera a verla.
Corrección, lo primero era conseguir que no la echaran de la escuela.
-¿Puedo pasar hermana Grey?
-Date prisa, te estaba esperando. ¡Y por el amor de Dios, Candice, deja de morderte las uñas! Temo decirte, que no nos has dejado otra opción.
Sabía que su suerte no podía ser tan buena, alguien la había visto, y ahora la hermana Grey le pediría que empacara sus cosas y se marchara para siempre. Cerró los ojos, preparándose mentalmente para lo inevitable.
- De diez a doce de la noche.
- ¿Qué?
- Es el único horario que la hermana Circe tiene disponible para poderte asesorar con tus problemas académicos.
El alma le volvió al cuerpo. - ¡Es perfecto, hermana Grey! – temía que si comenzaba a reír, levantara sospechas en la directora. Mordió con fuerza su labio tratando de ocultar el alivio que sentía por salir bien librada una vez más.
-Eso no te exime de tus otras responsabilidades conmigo, deberes escolares, ¡y por supuesto! No es justificación válida para asistir tarde a clases ni una sola vez, Candice.
-Lo sé, madre superiora, y créame, la agradezco profundamente esta nueva oportunidad que me da.
Aquello significaba aumentar sus responsabilidades y reducir considerablemente su tiempo, pero a pesar de todo estaba feliz. Solicitó a la hermana Gray permiso para no asistir a la cena, deseaba tener todo el material que la hermana Circe le había pedido listo para su primera asesoría. Debía enfocarse, en lo que era realmente importante. Entró a su habitación y arrojó sus zapatos sin mucho cuidado. Estaba tan cansada, la noche anterior no había dormido casi nada, y con su nueva rutina escolar, podía suponer que las horas libres que le quedarían para dormir no serían suficientes de ahora en adelante. Tal vez era mejor idea levantarse más temprano y arreglar todas sus cosas, con la mente exhausta, no creía ser capaz de enfocarse en nada. Solo deseaba dormir, descansar y dejar de pensar un rato en toda aquella locura, ni siquiera se tomó la molestia de encender la luz de su cuarto, iría directo a la cama. Comenzó a desabotonar su vestido, pero cuando estaba a punto de deshacerse de él, una voz la sorprendió.
–Temí que nunca regresaras.
– ¡Terry! – Volvió a colocarse el vestido sobre sus hombros que lucían desnudos y a abotonarlo tan rápido como los nervios que le generaban el hecho de que él estuviera en su habitación se lo permitían. Terry estaba sentado en el piso, a un lado de la cama de Candy, jugando con una pequeña y gastada muñeca de trapo que ella solía abrazar para dormir, recuerdo de una infancia que ahora parecía tan lejana.
– Lamento asustarte, no era mi intención. – Sonreía. Pero había algo extraño en su sonrisa, vergüenza o tristeza, o una cruel mezcla de ambos sentimientos.
-No es eso, es que... te busqué todo el día, Terry. Incluso fui a ver a Albert, con la esperanza de que tú estuvieras ahí. Me tenía muy preocupada el no saber nada de ti.
-Y supongo que ahora él está igual de preocupado – se puso de pie y caminó hacia ella – iré a verlo más tarde, para tranquilizarlo. Pero antes necesito hablar contigo. – Tomó aire, parecía necesitarlo mucho -. He venido a pedirte una disculpa, Candy. El espectáculo que protagonicé anoche fue: grotesco, patético y sobrado. Lamento mucho que lo hayas presenciado y que resultaras expuesta a terribles consecuencias, que por fortuna no llegaste a sufrir, solo porque yo no soy capaz de manejar mis propias emociones. En verdad lo siento. Y también quería decirte que, agradecería mucho, que lo ocurrido anoche, no lo comentaras con nadie, por favor.
–No tienes que pedírmelo, Terry, a mí no me interesa que nadie se entere de nada de lo ocurrido anoche en tu habitación, ni siquiera del hecho de que yo estuve ahí.
–Claro, por tu novio, - hizo una mueca de fastidio - lo olvidaba.
– ¿Estás bien?
– Lo sobrellevo.
– Me asustaste mucho, temí lo peor. Prométeme ¡por lo que más quieras!, que nunca, nunca más intentarás atentar contra tu vida.
–No te preocupes, Candy, apuesto que al final me hubiera faltado el valor para hacerlo.
–No creo que seas un hombre cobarde, Terry. Pero sí creo que la soledad es una pésima consejera.
– Lo sé. Tal vez por eso he cometido tantas estupideces, por aconsejarme en solitario. Bueno, me marcho, no quiero importunarte más. De nueva cuenta me disculpo y agradezco mucho todo lo que hiciste. –Comenzó a caminar con dirección al balcón, la ventana estaba abierta como era costumbre de ella dejarla; Terry se encontraba a punto de pasar una pierna por el barandal para abandonar la habitación cuando pareció recordar algo importante-. ¡Ah! Y lo que dijiste anoche, no era necesario, sé que no es cierto. Aunque no puedo negar, que por un momento, me hizo sentir muy feliz.
-Tal vez para ti no era necesario, pero para mí sí.- Las primeras lágrimas ya habían caído, y de seguir hablando, temía no ser capaz de contener el llanto. Pero no podía parar, su voluntad siempre se veía debilitada cuando él estaba presente-. No sé de qué manera, ni en qué momento empecé a hacerlo. ¡Y por Dios, mucho menos entiendo el por qué! Solo sé que te quiero – su voz se quebraba – y que no debería sentir esto.
Avanzó demasiado rápido, todo aquello parecía irreal, como un sueño o una pesadilla. Estaba muy cerca de ella, le resultaba imposible soportar su presencia. Candy cerró los ojos, lo único que quería era que todo eso acabara, como fuera pero que acabara. Casi deseaba que alguien los descubriera, que la sacaran a rastras de ese colegio y escapar para siempre de él, de lo que provocaba en ella.
Pero no había forma de escapar. Terry le sostenía por el cuello con ambas manos, y besaba su rostro, centímetro a centímetro, sorbiendo las lágrimas que ella continuaba derramando.
–Yo te amo – Le susurró al oído. Dicha afirmación la hizo abrir los ojos, demasiado. No, no podía ser cierto. En cualquier momento Terry empezaría a reír, se trataba de una broma más. Pero al encontrarse con su mirada, supo que era una verdad que le brotaba del alma–. Te amo, y la única razón por la que me demoré tanto en decírtelo, fue porque... porque yo no sabía lo que era amar, Candy. Nunca nadie me explicó, nunca vi un ejemplo de cómo era el amor, el amor de verdad. No sabía cómo se sentía, y mucho menos cómo expresarlo. Pero esto que siento por ti, - tomó su mano y la puso sobre su pecho. Ella sentía su fuerte latir, acompasado con el suyo -va más allá del deseo o la necesidad de ti, porque estoy consciente de que te necesito, ¡Te necesito tanto! Pero aún sin tenerte, libre, para mí, y ante tan pocas probabilidades de que eso algún día suceda, nunca, nunca podría dejarte de amarte, Candy.
Te amo, Candy – colocó su frente sobre la de ella, la tomó por la cintura y comenzó a balancearla en una suave y privada danza – sospechaba que tú también sentías algo por mí – ahora eran sus narices las que se rozaban – deseaba que tú también me quisieras. Anoche me lo demostraste de una forma tan intensa que no dejaba lugar a dudas; te preocupaste por mí más de lo que ninguna persona nunca lo había hecho. Supe que me querías. Pero ahora – pegó su cuerpo al de ella – escucharlo, ver brotar esas ansiadas palabras de tus labios, fue más dulce que en cualquiera de mis fantasías.
Ella no sabía qué decirle, o que hacer. Solo estaba consciente de que sus labios comenzaban a separarse, y que deseaba sentir los de él.
–Candy...– un leve susurro se coló a través de la ventana. Ruidos de ramas al moverse bajo el peso de un cuerpo– ¿Candy, estás ahí? – alguien trepaba hacia su balcón.
–Anthony– el terror se apoderó de ella al reconocer la voz que la estaba llamando.
–Qué oportuno, esta conversación podría interesarle.
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