Stravaganza - Capítulo 21
–Terry, aleja eso de tu rostro, por favor.
–Vete, Candy. Solo vete. Te lo ruego.
–No me voy a ir, -avanzó un par de pasos temerosa, pero no de él, por él -no hasta que desistas de lo que sea que estés pensando hacer. Terry tú no puedes...
-¿Por qué no? – El tono de su voz reflejaba una desesperanza total, y algo peor, resignación -. A nadie le extrañaría mi final. Alcohólico, pendenciero, era solo cuestión de tiempo para que en alguna pelea en esos bares de mala muerte, alguien me clavara una navaja o pusiera una bala en medio de mis ojos. Prefiero hacerlo yo, y así sentir que al menos por una vez, tuve control sobre mi vida, aunque sea en mi muerte.
-Terry, sé que estás alterado – recorrió la distancia que los separaba hasta caer de rodillas al lado suyo, tenía miedo de colocar sus manos sobre las de él, quería que sintiera su calor, y su apoyo. Pero temía que el gesto fuese demasiado atrevido como para asustarlo y ocasionar una desgracia. Al final optó por colocar su mano derecha sobre el pecho de Terry y pudo sentir su corazón latiendo a una velocidad demencial. Olía a alcohol, mucho. Pero contrario a lo que cualquier pudiese pensar, Terry parecía saber exactamente lo qué estaba haciendo, su juicio no estaba nublado por el alcohol, a lo mucho, buscaba que le diera el suficiente valor para ponerle fin a su terrible situación– pero por más difícil que sea la relación con tu padre, y aunque estés alejado tu madre, créeme, ellos no soportarían el dolor de perderte.
–Te equivocas, Candy. Sería un gran alivio para ambos. El Duque tiene razón, ¡carajo, tiene la maldita razón! Si yo no hubiese nacido les habría ahorrado muchos problemas a él y a ella. Y si ahora muero, esos problemas morirán conmigo. Mi padre dejará de preocuparse porque mi burdo comportamiento ensucie el apellido Grandchester. Eleonor podrá dormir tranquila sin el temor de que alguien descubra su vergonzoso secreto, yo. Mi madrastra dejará de sufrir su penitencia por haberse casado por un noble y finalmente será su hijo mayor, el "legítimo" quien acceda al título noble.
¡Un final feliz para todos! ¿No lo crees? Nadie me extrañará, dado que no existe una sola persona sobre la faz de la tierra que me quiera.
–Yo te quiero – la confesión a él lo tomó por sorpresa, aún en la oscuridad que se cernía sobre ellos, Candy pudo notar que la expresión de Terry era de completo asombro, mientras que Candy no dejaba de pensar que aquellas palabras le habían brotado directamente del alma, sin el menor esfuerzo – y si te haces daño yo...
– ¡No, no, no por favor! ¡Candy, no me digas eso en estos momentos!- Se limpiaba furioso, con el dorso de su mano izquierda, las lágrimas que continuaba derramando sin poderlo frenar. En la mano derecha, aquella maldita arma seguía balanceándose peligrosamente–. ¡Solo dices lo que crees que quiero escuchar, por simple lástima! ¡No sigas, Candy, por favor vete!
– ¡TE QUIERO! – Tomó su rostro con ambas manos, impregnando firmeza en sus palabras y su agarre, manteniendo la esperanza de que eso lograra sacarlo de su estupor- ¡Y prueba de ello es que estoy aquí y no me pienso ir hasta convencerte de que desistas de esta locura! Y si no puedo hacerlo, gritaré y llamaré a quien sea que logre detenerte. No me importa quien se entere de que estoy en tu habitación o que me expulsen de este horrible colegio. No dejaré que te lastimes, ¡porque te quiero!
-Dame eso – logró quitarle la pistola de su mano, Terry no opuso mucha resistencia – y quiébrate, que yo estaré aquí para sostenerte.
Se quebró. Asió con fuerza la espalda de Candy mientras hundía la cabeza en su pecho. Candy sabía que él no deseaba que lo viera llorar, pero la tela de su camisón se había humedecido por las lágrimas que Terry llevaba almacenando en su alma por muchos, muchos años. Los minutos pasaron, tal vez horas, no podía estar segura. Terry estaba exhausto, física y emocionalmente, pero su rostro reflejaba paz.
Recargó su cabeza sobre el regazo de Candy, con el rostro vuelto al techo de su habitación. Ella comenzó a acariciarle su largo y oscuro cabello, y entre cada caricia, las palabras comenzaron a fluir.
–Hay cosas que no concuerdan. –Exhaló un largo suspiro-. Mi padre dice que mi madre me rechazó desde que se supo embarazada de mí, pero yo tengo recuerdos con ella, tengo recuerdo de los tres, juntos. Estoy hablando de años. Eleonor era, cercana, amorosa, no el tipo de madre que parezca desesperada por deshacerse de su hijo. Pero entonces algo pasó, y terminé en Londres, bajo la tutela de la nueva esposa de mi padre, quien no tomó muy bien el descubrir que mientras ella esperaba dar a luz a quien consideraba sería el primogénito del Duque, mi padre había tenido un hijo con una actriz americana. Me odió desde el primer día.
–Tienes que saber qué ocurrió, Terry, no puedes seguir atormentándote con suposiciones. Tú mismo lo dijiste, solo conoces la versión de tu padre, pero no la de tu madre. Debes hablar con ella.
–Eso intenté. Hace medio año me envío la fotografía que descubriste. Nunca le contesté, pero tampoco tuve el valor de romperla, lucía tan hermosa. Además, tenía su dirección, así que decidí conservarla. Cuando supe que mi padre había manipulado las cosas para que yo permaneciera otro año en este colegio, me enfadé. Tardé meses en decidirme pero al final me armé de valor y viajé a América con la esperanza de hablar con ella, de finalmente saber qué ocurrió y, si las cosas se daban, tal vez ya no tendría que volver a Londres nunca más.
– ¿Qué ocurrió?
– Llegué a su casa cerca de media noche, sin avisarle. Su rostro reflejaba sorpresa, pero también pánico. Había mucha gente que la acompañaba, gente del teatro. Estaban firmando un contrato o algo parecido, para ella era "inoportuno" tenerme ahí, me suplicó que me fuera, que pasara la noche en un hotel cercano y al día siguiente ella me buscaría. Monté en cólera ante semejante recibimiento y comprendí que hacía mucho tiempo ella me había sacado de su vida y ya no tenía cabida de vuelta. Me marché, ella trató de decir algo, pero, la rabia me tenía trastornado. Regresé al puerto, abordé el primer barco con destino a Londres y entonces...
– ¿Entonces qué? – se levantó hasta quedar frente a ella.
– Te conocí. –Hundió sus manos en su espesa cabellera rubia-. Te conocí, Candy. Y quiero pensar que todo lo demás valió la pena, si me llevó a conocerte.
Se quedó dormido poco antes del amanecer. Candy tuvo mucho cuidado en separarse de su abrazo, aquel tibio y confortable abrazo que también a ella le brindaba paz; no quería despertarlo. Volver a su habitación utilizando las ramas de los árboles parecía demasiado arriesgado, una atmósfera de absoluto silencio reinaba en el lugar, temía que algún inquilino de los dormitorios continuos ya estuviese despierto, o por lo menos, con el sueño suficientemente ligero como para que el ruido generado por ella al pisar las ramas lo hiciera asomarse al exterior y la descubrieran.
"Las horas en las que menos atención prestan son las más cercanas al amanecer", recordó la plática que sostuvo con Terry semanas antes, cuándo lo interrogó respecto a cómo era que él lograba salir y regresar a la escuela a placer; "las hermanas que hacen vigía la noche anterior ya tienen demasiado sueño y las que les toca reemplazarlas aún no despiertan del todo, piensan que lo peor ya pasó y puedes andar inmunemente por los pasillos del colegio". Tomó su consejo confiando en la sabiduría que le generaba su experiencia como el alumno que poseía el record de haberse escapado más veces del colegio. Simplemente abrió la puerta de la habitación 101 del bloque de los chicos y comenzó a caminar, con pasos cautelosos, pero tan rápido como la situación se lo permitía.
Con cada paso se sentía más cerca de la victoria, por lo menos ahora nadie podía asegurar a ciencia cierta de qué habitación venía. ¿Le creerían si alegaba sufrir episodios de sonambulismo? Tendría que probar su teoría con la religiosa que custodiaba la puerta de salida del edificio, que tenía la mirada fija en ella.
Era el fin, sin duda, o eso fue lo que creyó al principio. Debido a la incómoda posición en la mujer había quedado dormida, con la cabeza recargada en la pared posterior en un ángulo bastante extraño que seguramente le provocaría un severo dolor de cuello, los párpados de la religiosa estaban abiertos, dando la impresión inicial de que la guardiana cumplía con sus funciones a cabalidad, pero los fuertes ronquidos que se escuchaban a varios metros de distancia, revelaban que su espíritu de servicio y responsabilidad, había sido consumido por el sueño y el cansancio.
Pasó a su lado, abrió la puerta, agradeciendo su suerte porque la hermana no le hubiera echado llave, solo lo suficiente para que su cuerpo pasara por ella y la cerró de inmediato. Bajó de un salto el conjunto de escalones y se ocultó entre los arbustos. La puerta se abrió. La hermana vigía salió a escudriñar el jardín con la mirada, estaba segura de haber escuchado el ruido de la puerta al cerrarse, o tal vez todo había sido parte de un mal sueño.
Por lo menos ya estaba fuera del edificio que albergaba el dormitorio de los chicos, todavía corría el peligro de ser descubierta, pero a cada paso que daba, la gravedad del posible castigo disminuía. La hermana encargada de realizar la guardia nocturna en el dormitorio de las chicas estaba de pie en la puerta principal, miraba desesperada de un lado a otro, ¿y si había ido a su habitación y descubierto que ella no estaba? ¿La estaba esperando? ¿Desde cuándo? Trataba de hilar en su mente una excusa que sonora medianamente convincente, cuando descubrió a quien la religiosa esperaba era a su reemplazo. Al divisarla a la distancia, recorrió el camino hasta alcanzar a su compañera y ambas intercambiaron unas cuantas palabras. Ese par de minutos que la puerta del dormitorio había quedado sin vigilancia, fueron suficiente para que Candy entrara y subiera corriendo las escaleras hasta llegar a su habitación.
Aquello era increíble. Había llegado propio pie y sin utilizar ningún atajo hasta su dormitorio, y lo mejor de todo, sin ser descubierta. Se tumbó sobre su cama aliviada, deseosa de tomar un merecido descanso de aquella terrible noche y tenso amanecer. Acaba de cerrar los ojos, cuando escuchó las campanas que llamaban a misa.
Parecía un muerto viviente, arrastraba sus pies con pesadez. Escuchaba que Paty y Annie le comentaban algo referente a las burlas que Eliza diseminaba en el desayuno, pero no le importaba en absoluto. Candy apenas y podía concentrarse en que la cuchara recorriera el camino hasta su boca sin derramar el contenido de su desayuno, y evitar que el cansancio la hiciera hundir su rostro en el plato de avena.
Lo que menos se le apetecía en semejantes condiciones era soportar la tortura de un engorroso sermón que incitara al dormitar, pero deseaba verlo. Era absurdo, estaba consciente de ello, Terry nunca se presentaba a misa si no era por molestar o generar un escándalo, pero ella necesitaba verlo y estar segura de que aquellos horrendos y fatídicos pensamientos de la noche anterior habían desaparecido, y aplacado sus demonios.
Un solitario narciso atado a la puerta de la iglesia le dio la respuesta.
Mientras se llevaba a cabo la misa, sobre algo relacionado con el respeto a los padres y cosas parecidas que no lograron captar su atención, Candy no podía dejar de pensar en el pobre niño, arrancado de los brazos de su madre, o abandonado, la verdad absoluta seguía siendo un misterio, para ser impuesto a la fuerza en una familia que no lo deseaba, que lo despreciaba y que lo señalaba como principal causante de todos sus problemas. Ya antes Candy se había cuestionado, incluso llegado a comparar, el dolor de las terribles infancias que ella y Terry habían vivido y cómo dichas experiencias los marcaron para siempre. Ella, aferrándose a la idea de que tiempos mejores vendrían, y que la felicidad, era un decisión que dependía de cada quien, sin importar las adversidades.
Terry por su parte, optó por refugiarse en los caminos del odio, el rencor y la autodestrucción. Tratando de adormecer los dolores de su alma con cigarrillos y alcohol. Sabiendo perfectamente quién era su madre, pero sin poderlo decir, o siquiera, estar con ella. Poseedor de arcas llenas de riquezas, pero el corazón vacío.
Infancias distintas, almas que se reconocían.
– ¿Lo has visto hoy? – preguntó Albert cuando Candy terminó de relatarle los horribles acontecimientos de la noche anterior. Apenas el padre mencionó que la misa había acabado, Candy salió disparada del recinto. Creyó ver que Anthony intentaba hablarle, pero no se detuvo a averiguarlo. Corrió hasta el zoológico Blue River, a hablar con quien el mismo Terry llamara, su único amigo.
–No. Tenía la esperanza de encontrarlo aquí, contigo.
–Iré a buscarlo a los bares que solemos frecuentar, porque no se me ocurre otro lugar dónde pueda estar. –Albert frotaba su barbilla, lucía genuinamente preocupado-. Solo espero y ruego a Dios que no haya ido a buscar a su padre.
–Tal vez sea bueno para él, para ambos hablar si logran hablar.
–Candy, hay mucho de ésta historia que desconoces. Su padre siempre lo ha maltratado física y psicológicamente, ¿te parece poco lo que le dijo? Desear que no hubiese nacido es algo que no le dices ni a tu peor enemigo, mucho menos, a tu primogénito. En estos momentos Terry está muy alterado, un nuevo enfrentamiento podría hacerlo flaquear otra vez. Hiciste muy bien en no haberlo dejado solo anoche, Candy. Probablemente estaríamos viviendo una auténtica desgracia en estos momentos de no haberlo hecho, te lo agradezco, de corazón. Sabes que aprecio a Terry profundamente, pero creo te arriesgaste demasiado por ayudarlo, pudieron haberte expulsado, por decir poco.
Pero no te importó. Me gustaría saber, ¿por qué lo hiciste?
–Albert ya te lo dije, ¡Terry estaba muy mal! ¡Tenía un arma apostada en su frente!
– ¿Lo quieres, verdad?
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