Añoranza - Capítulo 12

 

-Candice. Despierta tienes visita. –La hermana Margaret dejó caer las llaves al piso a causa de la impresión- ¿Pero qué es esto? ¿Annie…Brither? ¿Cómo es posible que  estés aquí?

 -¡Hermana Margaret! Yo…

-¿Visita ha dicho? – A Candy la posible reprimenda de la hermana Margaret no le importaba en lo absoluto - ¿De quién se trata?

-No puedes hacer preguntas Candice. Arréglate enseguida y recoge tus pertenencias…te irás.- la turbación y el dejo de melancolía en la voz de la hermana Margaret infundió ciertos temores en el corazón de Candy- Annie debes regresar de inmediato a tu respectivo cuarto antes de que la hermana Grey se entere si no quieres aumentar más días a tu castigo.

-Debe de ser Terry, Candy-susurró con alegría Annie

-Silencio Annie, vámonos en este momento. Regreso en seguida Candy.

Al abandonar la habitación, Annie dedicó una última mirada y una tímida sonrisa a su amiga como despedida. Ninguna sabía cuándo se volverían a ver. “Siempre estarás en mi corazón, Candy” las palabras que Annie le dedicó la noche del festejo de su boda volvían a su mente una y otro vez. “Y tú siempre estarás en el mío, Annie”

-¿Me iré? –pensaba Candy mientras su corazón parecía querer salirse de su pecho - Dios mío, ¿quién podrá ser?... ¿Terry?...eso piensa Annie, Terry, que sea Terry por Dios que sea Terry. Claro si no es él, ¿quién mas podría ser? Y si el que vino es… ¡el abuelo William! –de nuevo esa sensación de vértigo la atacaba -  la hermana Grey debió que haberle escrito contándole lo sucedido y estará furioso. Debí de habérselo contado yo misma, pero estaba tan feliz, que no pensaba en nadie. ¡Dios mío ayúdame por favor!

Caminaban en silencio por los corredores del San Pablo, Candy se sentía como el primer día que puso un pie en esa escuela, callada, temerosa, con el deseo de estar a la altura, pero sabiendo que jamás encontraría su lugar en aquel sitio. Parecía que todos los estudiantes estaban en clases, para fortuna de Candy, no se encontraron con ningún alumno en los corredores.

La hermana Margaret dirigía la camita de Candy hacia la oficina de la directora, a la religioso se le notaba muy molesta, pero aún bajo la máscara del enojo, no podía ocultar la bondad natural en su ser, de la única persona que había demostrado brindarle un trato justo e imparcial en aquel horrible lugar.

-Hermana Margaret, ¿usted también está enfadada conmigo?

-Silencio Candy, no puedes hablar.-Pero Candy pensaba que si la iban a echar del colegio, una infracción más a las reglas no cambiaría mucho su situación y continuó hablando.

-Hermana usted ha sido la única maestra de este colegio que no opinó que yo era una mala persona y una pésima influencia para el resto del alumnado desde el primer día que puse un pie en éste lugar, al contrario,  siempre fue justa y buena conmigo y honestamente la única maestra de ésta escuela cuya opinión me importa. –la hermana Margaret se detuvo y tras echar un rápido vistazo a su alrededor, giró para quedar frente a Candy.

-Candy no estoy enojada. ¡Estoy muy decepcionada! Tienes razón, las demás hermanas del colegio, comenzando por la rectora siempre opinaron que eras una chica problemática y por lo tanto una mala influencia para el resto del alumnado. Pero yo siempre te defendía, siempre les decía que eras una buena chica, con un gran corazón y que simplemente te costaba trabajo acostumbrarte a este ambiente que no era el tuyo. Pero ahora haces esto Candy dime ¿cómo puedo seguir defendiéndote?

-Siento mucho haber fallado,  hermana Margaret. Pero si usted me permitiera explicarle. Desde que llegué nadie me ha permitido decir ni media palabra.

-¿Explicar qué Candy? Lo que hiciste no tiene justificación alguna. Transgrediste mas reglas del colegio que cualquier otro alumno en la historia de esta institución. ¡Te fugaste para…para irte con Terry! Fuiste egoísta, irracional. Y todo por… por dejarte arrastrar por tus deseos.

-Hermana Margaret no fue así permítame explicarle…

-Hermana Margaret, -La hermana Circe apareció en la esquina del pasillo que conducía a la oficina de la directora - la hermana Grey me ha enviado a buscarla, se encuentra muy contrariada por la demora. ¿Está Candy ocasionándole problemas?

-No hermana Circe,  ya íbamos. Vamos Candy.

-No se preocupe hermana. De aquí en adelante yo escoltaré a Candy. – y se marcharon quitándole a Candy la oportunidad de despedirse de la hermana Margaret.

-Adelante –gritó la hermana Grey como respuesta a los ligeros golpes que Candy había dado a la puerta de su despacho.

-¿Deseaba hablar conmigo, directora?

La hermana Grey dirigió una severa mirada a Candy, cargada de odio, coraje, y algo que Candy solo pudo identificar como asco. Volvió a clavar la vista en los papeles que tenía sobre su escritorio y como si el hecho de dirigirle la mirada a Candy le requiriera un enorme esfuerzo, dijo-Te esperan en la habitación contigua, date prisa.

-Hermana Gray. Sé que le debo una disculpa, pero únicamente por haberme saltado los protocolos y normas escolares, no estoy arrepentida de mis acciones porque no fueron como a usted se las contaron. Creo que tengo derecho a explicarme y…

-Ni si quiera una sola orden, ¡una última orden! Eres capaz de seguir. ¡TE ESPERAN EN LA HABITACIÓN CONTINÚA, ASÍ QUE DATE PRISA!

-Hola, Candy

Un solo hombre la esperaba en la habitación contigua. Esos ojos, ese porte, esa voz solo podía ser un Grandchester…mas no el que Candy deseaba ver.

-¿Puedo llamarte así, verdad? – Preguntó el Duque – simple y llanamente, Candy White.

-¿Dónde está Terry? ¿Cómo se encuentra?

-¿Dónde está? Seguramente en algún bar de su predilección y lo más probable es que a estas alturas se encuentre ebrio.

-En un hospital es donde debe de estar. Usted lo hirió de gravedad esa noche.

-¿Herirlo? No comencemos con exageraciones, Candy. Verás, mi hijo es comparable a un águila o un halcón, esas majestuosas aves de las que te enorgulleces de tenerlas cerca, pero sabes que tarde o temprano, sus instintos de volar lejos de ti, emergerán. Así que si quieres que regresen, solo debes de recortarles un poco las alas, pero nunca lastimarlos.

-Terry no es su mascota, ni tampoco es de su propiedad. Es su hijo, y por mucho que le moleste, él se irá de su lado.

-¿Contigo? – Ahora sabía Candy de quién había heredado Terry esa sonrisa, que desafiaba a cualquiera que quisiera llevarle la contraria. – Dejémonos ya de tonterías Candy. He venido a tratar de remediar el desastre que hizo Terrence, una vez más.

-¿Remediar? ¿Acaso no le parece suficiente el daño que nos ha hecho? No sé cuáles sean sus intenciones Duque, pero le advierto que no pienso ir a ninguna parte, ni con usted ni con nadie. Esperaré aquí hasta que Terry venga por mí.

-Él no vendrá Candy.

-Por supuesto que Terry…

-¿De verdad crees que es la primera vez que mi hijo hace algo así?

-¿A qué se refiere?

-Candy, si en realidad piensas que llegaste a conocer a Terry, aunque sea un poco, sabrás que es arrogante, egoísta, sin ningún respeto por nada ni por nadie, pero, que también puede ser encantador y educado, finalmente es hijo de un noble, y posee cierto, atractivo natural, muy poderoso.

De vez en vez, generalmente cuando está aburrido, Terrence decide enfilar todos sus encantos y tácticas de seducción hacia alguna ingenua jovencita; digamos que lo toma como un reto personal, una especie de cacería. Hasta el día de hoy no ha habido una sola chica que se le resista. Debo confesar que jamás había llegado tan lejos, haciendo el teatro de casarse, tal vez  porque tú resultaste ser un objetivo un poco más difícil de alcanzar, o por lo menos eso parecía. Al poco tiempo, inevitablemente, Terrence se aburre, pierde el interés, disfruta solo de enamorarlas y de conseguir…lo que puedan ofrecerle, y por supuesto, de sacarme de quicio por un buen rato.

Pero éste aposté a una táctica diferente. Le dije que sí, que aceptaba su relación contigo, pero que de ninguna forma los pensaba mantener, que, si ya se creía un hombre, debería empezar a actuar como tal. Le ofrecí varios empleos, claro, ninguno de ellos de renombre ni con una paga con la que pudiera seguir manteniendo sus vicios. ¿Y adivina qué? De inmediato perdió el interés en todo éste asunto.

-No es cierto.

-¿Cómo dices?

-¡Qué no es cierto! Todo lo que me ha dicho es una cruel mentira suya. Terry me ama. Me lo juró frente a un altar.

-Y dime algo Candy, ¿alguna vez viste a Terry siquiera asistir a misa?, ¿confesarse?, ¡o al menos rezar! ¿Qué puede significar para una persona que muestra nulo apego ni respeto hacia la religión, jurar frente un altar?- A su mente acudió el recuerdo de Terry entrando a la capilla a mitad de la misa, burlándose de todos los asistentes. Era cierto, Terry nunca mostró afecto hacia la religión.

-Si Terrence se tomara en serio los juramentos, para empezar, hubiese respetado la promesa de matrimonio de Sir Hopkins, aunque no dudo que regrese a ella. Sé que te duele, pero de conformarse con trabajos mediocres para estar contigo a dirigir las empresas tabacaleras de su futuro suegro, no hay punto de comparación.

Candy no quería llorar, no enfrente de aquel hombre que despreciaba el sufrimiento ajeno.

-Generalmente cuando esto ocurre, después tengo que aparecer yo. A componer todo el desastre, dar la cara a los padres de la chica, llegar a un acuerdo y solicitar absoluta discreción. Siendo honesto he perdido la cuenta de las veces que Terry ha cometido tal bajeza, ahora entiendes el porqué de mi reacción tan violenta la otra noche, ya estoy harto. Sé que tú no tienes padres pero eso no significa que no merezcas algún tipo de consideración.

Le supliqué a la hermana Grey que no te echara del colegio hasta que yo viniera a hablar contigo era la única razón por la que seguías aquí, Candy, pero no tienes nada ni nadie a quien esperar. Terrence no vendrá. Supongo que su nuevo capricho piensa encontrarlo en Paris, porque allá a donde me pidió irse. Así que aquí tienes. Es un boleto para que regreses a América. El barco sale esta misma tarde así que deberías darte prisa.

Candy ya no pudo seguir fingiendo, estaba devastada. Terry se había marchado a París. No quería creerlo, pero si su padre estaba él, ¿por qué él no? El Duque Richard Grandchester logró percatarse de que sus palabras habían generado el efecto esperado, y tomando a Candy por los hombros en una falsa actitud paternal continuó-Aquí las únicas mentiras las dijo Terry, y por desgracia tú le creíste. No dudo que en algún momento mi hijo haya sentido alguna especie de cariño por ti, pero jamás va a querer a nadie más de lo que se quiere él mismo. Te soy honesto cuando te digo que me apena mucho esta situación y lo único que deseo es que…

-¡Suélteme! ¡No necesito de su consideración!

-Como gustes. Pero lo que sí necesitas es esto-le extendió el pase a de abordaje al barco que la llevaría de regreso a América- La hermana Grey no piensa permitir que permanezcas un día más en el colegio. No tendrás a dónde ir. Te ofrezco este pasaje y un automóvil te está esperando en la entrada para llevarte al puerto. Es tu mejor y única oferta, así que te recomiendo tomarla.

Le arrancó el boleto de las manos y salió de la habitación sin dirigirle una sola palabra más al Duque.

Caminando por los terrenos del colegio Candy sentía que se dirigía hacia su ejecución. Ni siquiera se le permitió salir por la entrada principal, sino por la puerta que daba al lado oeste. Dos de las hermanas custodiaban su salida, pero iban frente a ella, sin dirigirle la mirada. Por mucho que le doliera reconocerlo, el Duque tenía razón. Esa era su única opción. En el colegio no le permitirían permanecer un día más, acudir por ayuda con la familia Andrew era un absurdo, no con la tía abuela Elroy culpándola por la ausencia de Anthony y por haber deshonrado el apellido. Ni siquiera podía buscar a Albert y lo único que quería era abandonar para siempre aquel maldito lugar. Esperar que Terry fuera por ella… una ilusión que había muerto en su corazón.

Era la última vez que caminaba por esos terrenos, y los recuerdos acudían a ella atormentando su alma. “¿Qué te pasa pequeña?, ¿por qué me miras así? ¿Acaso piensas declararme tu amor?”, Terry…”Princesa Julieta, ¿me haría el honor de concederme esta pieza?”….Terry podía ser encantador...”Te amo Candy”.

-Mentira.

-Silencio. Sal ahora mismo, ese automóvil te espera.

Apenas Candy hubo abandonado oficialmente los terrenos del San Pablo, las religiosas cerraron la pesada reja detrás suyo. Candy subió al asiento trasero del vehículo dejándose caer sobre el fino tapiz del asiento y comenzó a llorar. El conductor no esperó ninguna instrucción, pero partió al instante con rumbo al puerto. No quería ver la ciudad, todo le recordaba a Terry. Llegaron al muelle y descendió sin cruzar palabra alguna con el chofer. Abordó inmediatamente el barco, muchas personas despedían a sus familiares, algunas alegres, otras con lágrimas, a ella nadie la despedía.

Cuando el barco comenzó a navegar la tarde caía y ella ya estaba dentro de su camarote incapaz de contener el llanto. Atrás quedaba Londres, atrás quedaban sus amigos, su amor, su fe, su inocencia. El ruido generado por el barco, el chocar de las olas y su propio llanto no le permitieron escuchar el silbato del ferrocarril anunciando que llegaba a la ciudad.

En uno de los vagones vacíos de ese tren, un grupo de vagabundos, indigentes y trotamundos viajaban sentados alrededor de una fogata improvisada dentro del vagón. En una esquina, un joven tocaba una triste melodía en su armónica, pero sonrió al observar que había llegado a Londres, al encuentro con su amor.

 Capítulo 11 - Capítulo 13

 

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