Añoranza - Capítulo 13

 

Después de mucha insistencia por parte de su hermano, Archie por fin aceptó el hecho de que su espera no traería ningún resultado positivo y era mejor irse a dormir. Gran parte de la noche (al igual que las noches anteriores) parecía estar ejerciendo el oficio de velador, ya que desde su balcón practicaba una vigilancia constante con la vista clavada en la habitación de Candy, manteniendo la ingenua esperanza de ver encenderse las luces de su cuarto, o mejor aún, verla a ella dirigirse hacia el dormitorio que compartían los hermanos Corndwell.

Pero desde la noche anterior su mirada también se dirigía a la habitación de Annie, quien según rumores, había sido confinada en castigo por “agredir” a Eliza. Resultaba mucho más probable pensar que Eliza hubiese estado molestando a Candy, pero él no podía ni imaginar la magnitud de la ofensa impartida por su prima,  para lograr esa reacción de parte de Annie, quien era la chica más dulce y amable de todo ese colegio.

Pasaba la media noche y en ninguna de las dos habitaciones había señales de sus habitantes. Sería mejor seguir el ejemplo de Stear, quien ya ocupaba su respectiva cama desde hacía un par de horas, aunque Archie sospechaba que él tampoco lograba conciliar el sueño. Además de escuchar los ruidos que generaba provenientes de la otra pieza de la habitación, bastaba con verlo ojeroso, distraído, nervioso. Su atención en las clases dejaba mucho que desear y ninguna de sus brillantes ideas para crear inventos fallidos había hecho presencia.

Archie solo se botó sobre la cama, con la vista clavada en la oscuridad del techo de su habitación y al cabo de un largo rato, cayó dormido, más por fatiga mental que por sueño. Sintió que acababa de cerrar los ojos cuando una voz lo urgió a despertarse

-Archie, despierta.-Archie solo entreabrió los ojos para entre las sombras ver una figura masculina que atribuyó a su hermano.

-¡Rayos Stear!, apenas había conseguido quedarme dormido, ¿qué quieres?

-Soy yo, Terry, necesito que me digas dónde está Candy.

-¿Terry?... ¡Infelizzz!

Después de abandonar el mundo de los sueños y finalmente reconocer a Terry, para no perder la costumbre, se lanzó contra él en claro intento por golpearlo. Pero Terry ya esperaba dicha reacción, se alejó derribando una silla y varios objetos que tenía a su alcance para entorpecer el avance de Archie. Debido al ruido de gritos y objetos derrumbados, Stear despertó y apareció en pijama, con el rostro somnoliento y las gafas mal colocadas.

-Archie, ¿qué te sucede?... ¡Terry!

-Basta Archie no hay tiempo para tonterías, dime dónde está Candy, qué le han hecho.

-¿Tonterías?, bastardo mal nacido, mejor dime ¿qué fue lo que tú le hiciste?, para que la tengan encerrada como una delincuente.

-¡Te advertí que no iba a permitir que me volvieras a hablar así!

-¡Chicos, chicos! ¡Por favor tranquilícense!-Stear estaba colocado en medio de los dos para evitar el enfrentamiento, abrazaba a su hermano, quien era el que lucía más desencajado- Terry, nosotros no hemos visto a Candy, ni hablado con ella. Solo sabemos que está aquí porque las chicas la vieron cuando descendimos en la estación de Londres, y según nos contaron, Candy estaba muy mal. Ayer Annie fue a abogar por ella con la hermana Grey, para que la dejara verla, porque Candy ni siquiera comía, pero ahora Annie…

-¡Ahora Annie también está encerrada en la celda de castigo!, y nosotros sin saber nada

-Terry, ¿qué fue lo que pasó?

-¡Es obvio lo que pasó Stear, se aburrió de ella!

-Cierra la boca Archie, ¿crees que si eso fuera cierto habría venido hasta acá a buscarla?

-No lo sé, tal vez quieres asegurarte que ella no hable.

-Hermano por favor, deja que Terry nos dé su explicación.

-¡Puede explicarnos después de que le tumbe los dientes!

Archie logró escaparse del abrazo de Stear, lanzándose de nueva cuenta en contra de Terry, pero esta vez Terry no se alejó, también salió al encuentro de Archie y ambos terminaron cayendo sobre la mesa de centro volviéndola mil pedazos. Rodaban por el piso lanzándose puñetazos y patadas, Stear seguía intentando inútilmente separarlos, pero acabó recibiendo dos fuertes puñetazos en el rostro sin saber a ciencia cierta de dónde o de quién, provenían esos golpes. Ya estaba amaneciendo, y el escándalo causado por la riña era de tal magnitud que los inquilinos de las demás habitaciones salieron al pasillo. Dos de las hermanas encargadas de los rondines nocturnos llegaron guiadas por los gritos y maldiciones, entraron a la habitación de los hermanos sin Corndwald sin avisar pero la impresión que les causó la escena fue muy grande.

-¿Pero qué está pasando aquí?...¡Terrence Grandchester! ¿Qué haces aquí?

La interrupción de las hermanas fue lo único que logró detener la pelea. De inmediato Terry se levantó para encontrarse con las religiosas, no sin antes hundir una última vez el rostro de Archie contra el piso.

-Vengo por Candy, ¡Exijo verla!

-Ella ya no está aquí

-¿¿Qué??-exclamaron Archie y Stear al unísono.

-¿Dónde está?, ¿qué le han hecho?

-No estoy autorizada para dar ninguna información, eso es algo que solo le corresponde a la madre superiora.

-Entonces llévenme con ella, no me iré de aquí hasta saber dónde está Candy. ****

Candy caminaba sola por la cubierta del barco esa noche. Buscando algo o a alguien, aunque no estaba segura de qué era lo que buscaba. La niebla era densa, llegaba en seguidos cúmulos que imposibilitaban la visión más allá de medio metro de distancia; acompañada de un intenso frío que por alguna extraña razón invadió el corazón de Candy de un terrible temor.

De repente, una ráfaga de viento más fuerte que las anteriores disipó un poco la niebla y  finalmente pudo verlo. Ahí estaba. Era Terry, de espaldas a ella, parado en la orilla del barco con la mirada perdida en la oscuridad de la noche, igual que la primera vez que se vieron. El corazón de Candy dio un vuelco por la emoción y corrió al encuentro con su amor gritando su nombre, aunque por alguna extraña razón, por más que corría la distancia entre los dos no parecía disminuir en la misma proporción.

Pero antes que ella pudiera alcanzarlo Terry giró y para tristeza de Candy, no era el Terry tierno y alegre de los últimos días vividos en Escocia, era el Terry de mirada fría y rostro enfadado, que la miraba cruzando los brazos y esbozando una sonrisa burlona. Esa hostil bienvenida la hizo detener  su carrera.

-Terry…

-¿Qué quieres?-la voz de Terry producía un eco extraño, casi fantasmal.

-Terry…yo…

-¡Aléjate de mi pobre huérfana! ¿No entiendes que todo fue mentira?

Y al decir esto, un banco de niebla especialmente denso lo cubrió por completo hasta hacerlo desaparecer. Candy se quedó sola en la cubierta del barco, completamente devastada, sintiendo como el peso de esas palabras se clavaba en su corazón haciéndolo mil añicos. Sus piernas no aguantaron más y cayó con extrema lentitud hasta quedar con el rostro clavado en el suelo llorando amargamente. Pero ahora una voz muy diferente ahogó sus sollozos.

-¿Por qué lloras “Pecosa”?

Esa voz….no podía ser verdad. Esa voz que hacía tanto tiempo no escuchaba, que era imposible volver a escuchar, pero estaba segura a quien pertenecía. Dejó de llorar y al levantar la vista ya no se hallaba en la cubierta del barco. Parecía un jardín…si un jardín de rosas, y era de día. El sol brillaba con potencia, de una forma antinatural, parecía que las rosas flotaban entre en un mar de luz blanca casi cegadora. La voz volvió a escucharse a sus espaldas.

-¿Por qué lloras Candy?

 Al girar, por segunda vez su corazón casi se sale por la boca. Era imposible, era irreal, pero era él…

-¡Anthony!- Anthony admiraba distraídamente los pétalos semi abiertos de un pequeño capullo de rosa. Cuando al fin dirigió su atención a ella, lo hizo acompañado de una cálida mirada y la tierna sonrisa, tan características de tiempos que ahora parecían muy, muy lejanos.

-No llores, Candy. Recuerda que eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras.

-Anthony, nunca más podré volver a reír, me han destrozado el corazón. Ahora sé, ahora comprendo, todo el daño que te hice. Y lo siento, en verdad lo siento. Quisiera que estuvieras aquí conmigo.

-Sabes que no puedo Candy, pero estar contigo siempre fue mi mayor deseo.

-Entonces llévame contigo Anthony, por favor, llévame ya no quiero seguir aquí, ya no quiero seguir sufriendo más.

-Eso no puede ser. Aun no es tu tiempo. Y además, alguien te necesita.

-¿Quién?

-Todavía no lo conoces, pero pronto llegará. Y cuando lo conozcas, comprenderás el significado del verdadero amor.

-El amor ya no existe para mí.

-Tranquila Candy, no desesperes.-El viento volvió a soplar cada vez más fuerte, tirando los pétalos de rosas que parecían llorar, Anthony desaparecía detrás de esa lluvia de flores- Sé fuerte, pero sobre todo sé feliz. Y recuerda, que aunque no puedas verme, yo siempre voy a estar aquí, en tu corazón. Ten fe Candy y sé fuerte.  

-No Anthony, espera, no te vayas, llévame contigo Anthony… ¡ANTHONYYYYY!

Había sido un sueño. El despertarse agitada en medio del vacío camarote la regresó a su cruel realidad. Era el segundo día de viaje de vuelta a América. El camarote en el cual viajaba distaba por mucho del lujoso cuarto que había habitado cuando viajó al lado de Georges hacía casi un año,  para ingresar al colegio San Pablo. Era obvio que al Duque Richard Grandchester no le preocupaba tanto su comodidad como el hecho de que saliera de Londres lo más pronto posible, pero al menos era un cuarto privado, posiblemente para evitar que pudiera comentar lo ocurrido con alguien más. Llevaba encerrada en ese sitio desde el momento en que puso un pie en el barco, ni siquiera tuvo ánimos para asistir a la cena de bienvenida, y a juzgar por los rayos del sol que se colaban a través de la escotilla había perdido el desayuno también. Poco le importaba.

No le importaba ya nada. Ni comer, ni dormir, solo dejar de sufrir. “Anthony…” Anthony ya no sufría, había decidido perderse en la inmensidad del mar. Un sombrío pensamiento acudió a su mente y su primer instinto fue desecharlo de inmediato, pero una voz que parecía surgir más de su corazón que de su mente atacó diciendo que no era tan mala idea.

Ella era huérfana, no tenía padres ni hermanos que pudieran necesitar o extrañar su presencia. Tenía amigos, y muy buenos, pero cada uno de ellos con su vida ya encaminada y eran felices, Annie y Archie, Stear y Patty, Albert y su alma libre, la Señorita Pony y la hermana María tenían a los demás niños del orfanato. Además nadie sabía que ella estaba viajando en el barco, solo el Duque de Grandchester, y, probablemente Terry…aunque estaba segura de que a ninguno de los dos le importaba en absoluto. En resumidas cuentas, nadie la despidió, ni nadie la esperaba a su llegada. Simplemente desaparecería, sería solo como si se la hubiera tragado la tierra….o el mar.

Se asomó a la ventana y contempló el océano, parecía tan tranquilo, tan sereno. Ahí estaba la serenidad que su corazón necesitaba, no había más que pensar. “Dios mío perdóname, perdóname sé que estoy pecando, pero ya no tengo fuerzas para seguir, perdón a todos”.

Aun llevaba puesto el camisón de dormir, pero pensó que no importaba como fuera vestida para la “ocasión”. Salió de la habitación y comenzó a caminar por los pasillos, ya no lloraba, ni siquiera sentía, todo le parecía ajeno, distante, como si ya no perteneciera a éste mundo; estaba resignada. “Perdón a todos, perdón, perdón Annie por abandonarte, perdón amigos, pero ninguno puede entender cómo me siento”.

Veía sus recuerdos pasar con celeridad, su linda infancia en la colina de Pony, ya no volvería a ver nunca más aquel amado paisaje. Los amargos momentos que pasó en Lakewood mientras vivió con los Leagan y como siempre aparecía…”Albert. Albert por qué te fuiste, si estuvieras aquí, conmigo. Siempre te podía pedir un consejo, siempre pude gritar a ti por…”

-¡Auxiliooo!

Su pie ya estaba colocado sobre el primer peldaño de la escalera que la dirigiría por fin a cubierta cuando un grito de ayuda la hizo volver a su realidad. Una joven mujer se hallaba tirada a escasos metros de ella, por lo poco que podía apreciar estaba en problemas.

-¡Auxilio señorita, por favor, ayúdeme!

Aunque le tomó algunos instantes reaccionar, acudió en auxilio de la mujer. Pero al llegar junto a ella y darse cuenta de su estado, Candy quedó paralizada.

-¡Dios mío!

 Capítulo 12 - Capítulo 14

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