Añoranza - Capítulo 14
-¿Cómo que no puede decirme a dónde
llevaron a Candy? ¡No me venga con estupideces hermana Grey!
Terry azotó las manos sobre el
escritorio de la rectora. Había tenido que esperar un par de horas para que la
religiosa se dignara a recibirlo, pero ante la negativa de esta a
proporcionarle información, su frustración parecía haber superado cualquier
límite racional.
-¡Terrence Grandchester no tienes
derecho de hablarme de esa manera! Te recuerdo que soy la directora de ésta
institución, institución que se rige por altísimas normas morales y reglas que
deben de ser cumplidas por todos los alumnos, incluyéndote a ti.
-¿Reglas?, por favor no me haga
reír. Cuando fui alumno de esta, “distinguida institución”, jamás acaté ninguna
regla. Y ahora no vengo como un alumno, vengo como un hombre que exige que le
digan el paradero de su esposa.
-¿Esposa?
-¿Por qué esa expresión hermana
Grey?, parece que Eliza Leagan no le dio la información completa. Candy y yo
nos casamos, ante la ley de Dios. ¿Y sabe qué fue lo que dijo el padre al
darnos la bendición? “Que lo que Dios acaba de unir, no lo separe el hombre”, o
mujer. Resulta irónico que una mujer, que juró servir toda su vida a los
mandatos divinos, sea la responsable de dicha separación. Se irá al infierno
hermana Grey.
-Yo….yo no…
-¿Usted no sabía? ¿Quiere decir
que únicamente actúo, prejuzgó y dedujo el peor escenario posible, sin siquiera
molestarse por saber toda la versión de la historia? Candy estuve varios días
aquí, cualquiera pensaría que eso sería tiempo suficiente para que toda ésta
“confusión” se hubiese aclarado. Bastaba con preguntarle, hermana Grey, o
simplemente, con escucharla. ¿Por qué prestó sus oídos a las mentiras y artimañas de Eliza
Leagan, y decidió que Candy no merecía una oportunidad?
-Ah…- las palabras se negaban a
salir de la garganta de la directora- De
todos modos estuvo mal lo que ustedes dos hicieron, Candice merecía ser
expulsada de éste colegio.
-Eso no se lo discuto, lo único
que necesito de usted es que me diga a dónde enviaron a Candy.
-No lo sé.
-¡No me mienta! – Los papeles del
escritorio de la directora saliendo volando por los aires.
-¡En verdad no lo sé!
-Júrelo por Dios.
-¡Lo juro! Yo solo seguí órdenes.
-¿De quién?
-No…
-¿De quién hermana Grey?
-De…de tu padre. El Duque Richard
Grandchester nos la entregó y nos ordenó tenerla bajo resguardo. Pero ayer vino
a hablar por ella, no sé de qué hablaron y no sé a dónde la llevó. Lo juro por
Dios, Terrence.
-Mi padre, claro. Se me adelantó.
El maldito sabía que yo vendría por ella y se me adelantó. Hermana Grey, lamento
informar que usted ha estado trabajando para el mismísimo Diablo.
-¡Por favor necesito que alguien
atienda a esta mujer!
Candy llegó a la enfermería casi
cargando a la joven que le había solicitado mientras ella caminaba por la
embarcación. La chica se llamaba Whitney. Cuando Candy se acercó a ella, notó
que la mujer estaba en un muy mal estado de salud. Sus ojos y mejillas lucían hundidos,
gruesas gotas de sudor rodaba por su frente y al tocarla, Candy confirmó que la
joven tenía fiebre muy alta, además de resultaba evidente que había estado
vomitando.
Al principio Candy pensó que dado
a su delicado estado, Whitney deliraba, pero luego comprendió que entre
sollozos y arcadas, Whitney trataba de explicarle que quién realmente se
encontraba mal era su esposo, Samuel, y era urgente que Candy acudiera a
ayudarlo. Ambos viajaban a América para conocer a la familia de Samuel, pero
desde la noche anterior Samuel presentaba síntomas extraños, ella había salido
en busca de ayuda e insistía en que Candy fuera al camarote donde él se
encontraba. “Lo haré”- le prometió Candy- pero hasta después de que te haya dejado en la
enfermería”. La pequeña enfermería del barco era atendida por el Doctor Robbinson
y una única enfermera, la señorita Queen, y para asombro de Candy, el lugar se
encontraba más ocupado de lo que ella hubiera imaginado.
Apenas entraron, el Dr. Robbinson se acercó preocupado:
-¿Qué es lo que le pasa?
-No lo sé. –Contestó Candy - La
encontré a punto del desmayo en la cubierta del barco. Creo que tiene fiebre y
ha vomitado. Dice que su esposo está peor.
-Es la onceava paciente, -
exclamó el Doctor Robbindon con preocupación- doce si contamos al esposo.
Enfermera por favor recuéstela y tómele los signos vítales. ¿Usted cómo se
siente señorita?
-¿Yo? Me siento bien.
-¿Asistió a la cena de anoche?
-No… no tuve ánimos ¿Qué es lo
que ocurre, Doctor?
-Al parecer alguno alimento de
los ingeridos en la cena provocó que varias personas se enfermaran. Puede
tratarse de una simple molestia estomacal, pero siéndole completamente honesto,
señorita, los síntomas, pero sobre todo,
la velocidad con la que llegan los pacientes, nos hace temer que se trate de
algo mucho peor.
-¡Eso es terrible!
-Le diré algo, la enfermera Queen
y yo no nos damos abasto atendiendo a tantas personas, necesitamos toda la
ayuda posible, así que agradecería mucho si pudiera darnos una mano, de
inmediato.
-¿Yo? Pero, pero ni siquiera me
he cambiado.
-Le aseguro que luce estupenda,
con un cubreboca y delantal nadie notará su atuendo. Señorita sé que no debería
presionarla para que nos ayude, además de no ser ético, pero créame estamos
desesperados y esto es por el bien de todos.
-Por supuesto que ayudaré, Doctor,
solo dígame qué puedo hacer.
-Vaya con la enfermera Queen,
ella le indicará que hacer. Puede ayudarla en bajar la fiebre de los enfermos o
darle sus medicamentos, pero por favor se lo ruego, tenga sumo cuidado con los
remedios, contamos con muy poco medicamento en existencia y con el número de
enfermos aumentando de esta forma temo que pronto comenzaran a escasear.
El sonido producido al cerrar con
violencia la puerta del despacho de la rectora retumbó por todo el corredor.
Terry estaba más que furioso, estaba rabioso, a punto de perder los estribos a
causa de la indignación y el enojo. Enojo con su padre y su maldita habilidad
para adelantarse a las reacciones de los demás, enojo con la hermana Grey y su
estúpido clasismo y discriminación que siempre la hicieron escuchar a todos menos
a Candy, pero sobre todo consigo mismo por no haber llegado a tiempo.
Golpeaba a puño cerrado la pared
deseando derribar la antigua construcción, aplastando de paso a todos sus
ocupantes, pero ante su impotencia, terminó de rodillas al piso, y aunque trató
de evitarlo, una lágrima comenzó a rodar por su mejilla derecha.
-Maldita sea. ¡Maldita seaaa!
Se sentó en el frío piso del
corredor, necesita un minuto para sosegar su alma y planear cuál sería su
siguiente movimiento; pero inevitablemente su mirada terminó dirigiéndose al
enorme edificio que se erguía en la parte norte de la propiedad. El dormitorio
de las chicas.
El dormitorio de Candy, justo enfrente del que
él solía habitar, y los recuerdos de las noches que permanecía con la vista
clavada en esa habitación, acariciando el recuerdo que quedaba en sus labios de
aquellos besos robados, de su aroma, de su sonrisa…Candy. No. Dolía demasiado. Debía marcharse de ahí lo
antes posible, lamentarse de su desgracia no servía de nada.
Pero el momento que decidió salir del colegio
no pudo ser más inoportuno. Cruzaba por enfrente de la capilla en el preciso
instante en que los alumnos comenzaban a salir de la misa y su presencia causó
revuelo de inmediato.
-¡Ese es Terrence! ¿Terrence
Grandchester? ¿Habrá vuelto al colegio?
No tenía ánimos de soportar a esa
bola de imbéciles engreídos murmurar. Giró sobre sus pasos con el propósito de
alejarse y buscar otra salida cuando una chillona y odiosa voz taladró sus
oídos.
-¡Hola, Terry! Es un verdadero
placer tenerte de vuelta en el colegio - Eliza Leagan. Orquestadora de su
desgracia, junto con el Duque, era la
culpable de que Candy y él estuvieran sufriendo separados, Pero al menos tenía
una razón, clasista y ambiciosa, pero existía un por qué. A Eliza no la movía
otra cosa que ver sufrir a Candy. Le era la persona menos gratas en esos
momentos. Pero ahí estaba parada enfrente de él, luciendo una enorme sonrisa
producto del regocijo que le causaba la desdicha de ambos. Candy siempre
minimizó la crueldad y envida que Eliza sentía por ella, y la maldad innata de
su ser.
-No regresaría a éste infierno ni
por todo el oro del mundo.
-Deberías. Ahora que la escuela
ha sido limpiada de personas…indeseables para la institución, las cosas
volverán a su curso original, con las personas que siempre pertenecimos a éste
lugar.
-¿Limpiada?
-Sí, limpiada. ¿No esperabas
encontrar a Candy aquí verdad? Te informo que ha sido expulsada del colegio. En
mi opinión, tardaron demasiado; gente
como ella no deberían ser aceptadas en este lugar. Y lo más probable es que
también sea repudiada como miembro de la familia Andrew, familia a la que nunca
debió de ingresar. Aunque dudo que so a ella le afecte, ya sabrá cómo
arreglárselas. Seguramente en estos momentos debe de estar ofreciéndosele a
algún otro noble con el fin de mejorar su…¡Ahhh!
Pero el resto del asqueroso
discurso de Eliza nunca fue escuchado. Terry no pudo soportar más el asco y la
rabia que le causaban las palabras de Eliza y lanzó un gran escupitajo justo en
el rostro de la joven. Era una ofensa demasiado grande, y Terry estaba
consciente que esa no era la forma de tratar a una mujer. Pero esa no era una
mujer, era una vil serpiente. Una verdadera mujer jamás debería expresarse así
ni denigrar a las de su mismo género. Desde ese momento, Terry comenzó a odiar
a Eliza Leagan.
-¡¿Eliza estás bien?!-los
murmullos de los espectadores aumentaron- ¿Vieron eso?, ¡La escupió!, ¡Justo en
el rostro!, ¡Que patán!, Creo que ella se lo merecía, ¡Pobrecita! – Eran los
rumores que se escuchaban de los estudiantes exaltados, prácticamente todo el
cuerpo estudiantil del colegio había presenciado semejante escándalo, y las
opiniones se dividían entre los defensores y detractores de la primogénita de
los Leagan.
-¡Jamás vuelvas a expresarte así
de mi esposa! –Aquella declaración terminó de encender los ánimos entre el
alumnado – Sé muy bien que fuiste tú quien le llenó la cabeza a la directora de
calumnias y mentiras, omitiendo el hecho de que Candy y yo nos habíamos casado
porque nos amamos. Pero no te voy a permitir que sigas esparciendo tu veneno a
quien sea tan imbécil de prestarte atención. Nunca vuelvas a interferir en
nuestras vidas, o tendrás que atenerte a las consecuencias.
-¿Eliza estás bien?
-¡Suéltame! – La preocupación de
su única amiga, Loise, no fue bien recibida. Terry le había dado la espalda y
eso enfureció más a Eliza - ¡Me las pagarás Terrence Grandchester, no importa
cuánto tiempo me tarde, pero juro por mi vida que te arrepentirás de lo que me
has hecho!
Neal Leagan hizo un débil intento
por salir a defender a su hermana, pero un grito de reclamo se ahogó en su
garganta al toparse con la mirada de Terry, quien parecía tener deseos de
aniquilarlo con los ojos, y Neal concluyó, que con él no se limitaría, así que
se alejó.
Terry de nuevo intentó marcharse,
pero al fondo de la multitud una débil y dulce voz, lo llamó.
-Terry…
-Patty. ¿Estás sola?
-Sí –Patricia mordía sus uñas al
hablar, y lloraba de forma nerviosa- Todos los demás están castigados, Annie
sigue en el cuarto de meditación y escuché algo sobre que Stear y Archie habían
peleado contigo. Terry no entiendo nada, ¿qué pasó?, ¿dónde está Candy?
-No lo sé. – Jaló su cabello con
desesperación – Y es lo único que desearía saber en estos momentos. Pero lo voy
a averiguar y puedes estar segura de que no pararé hasta encontrarla.
-Cuando la encuentres, por favor,
dile que se comunique con nosotros, te lo suplico, todos estamos muy
preocupados.
-Lo haré, te lo prometo. Yo mismo
me encargaré de que ella se comunique con ustedes. Pero yo también quiero pedirte un favor,
Patty. Si – un nudo comenzaba a formarse en su garganta – si por alguna razón,
que ruego al cielo no sea así, tú la ves antes que yo, por favor, dile… solo
dile que la amo, y que nunca lo olvide.
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