Añoranza - Capítulo 17
La noche anterior había sido
húmeda y fría, una típica noche londinense. La niebla cubría todas las calles y
callejones dándole a las luces que alumbraban el camino, un aspecto fantasmal.
A pesar de haber presenciado durante toda su vida muchas noches como esas Terry
sentía que un profundo sentimiento de melancolía y pérdida bajaba junto con la
niebla sobrecogiendo la ciudad y a sus habitantes, quienes parecían almas en
pena vagando en la oscuridad, o tal vez se trataba solo de su propio sentir.
Abandonó furioso el que había
sido su hogar, mejor dicho, su cárcel, después de escuchar el torrente desbocado de
mentiras que le dijo su padre. Echó un vistazo a la antigua propiedad y lanzó
la firme promesa de jamás volver a poner un pie en ese odioso castillo lleno de
lujos, de normas, de reglas, de poses, de cualquier cosa menos de amor. Al
mirar por la ventana de la que en otros tiempos fuera su habitación, por un
instante creyó ver su propia silueta infantil aprisionada en ese calabozo de
indiferencia. Su instinto destructivo volvió a surgir y pensó que un último
acto de vandalismo irracional contra el castillo Grandchester sería una digna
despedida del lugar. Comenzó a buscar alguna roca u otro objeto con el que
llevar a cabo su propósito cuando una voz lo tomó desprevenido provocándole dar
un salto.
-Señor…- era el chófer de la
familia Grandchester, Terry lo había visto pocas veces como a la mayoría de los
sirvientes del castillo de Londres, aunque parecía que el hombre a él si lo
tenía bien identificado, Terry pensó que el empleado había adivinado sus
intenciones destructivas y planeaba confrontarlo “no te aconsejo que intentes
detenerme en estos momentos”, pensó, pero lo que el hombre le dijo lo dejó
totalmente perplejo.
-Yo la llevé al puerto ayer por
la tarde.-al ver que Terry no reaccionaba prosiguió- A la señorita que usted
busca, ¿Candy, no es así? Su padre hizo que lo llevara al colegio, y me ordenó
esperar en una de las puertas que dan acceso a la calle. Me dijo que no me
moviera hasta que esa chica saliera, que él la obligaría a como diera lugar, y
que si ella se resistía a ir al puerto, debería hacer lo que fuera necesario ya
que mi misión no terminaba hasta asegurarme de que estuviera a bordo del barco,
y que si no la cumplía, él se encargaría de que me arrepintiera el resto de mi
vida.
Yo no sabía de quién se trataba,
joven, se lo juro. Y usted sabe, que las amenazas del Duque nunca se deben de
tomar a la ligera. Pero no hizo falta que yo obligara a la señorita Candy a
nada, ella estaba, muy mal. No se parecía en nada a la joven parlanchina y
alegre que una vez llevé al colegio, pensé que si ella me reconocía tal vez se
atreviera a contarme algo, pero dudo que siquiera me haya visto, solo lloraba,
con mucho dolor.
No estoy del todo seguro pero me pareció que
el barco se dirigía a América. Lo siento, Joven Terrence, pero alcancé a
escuchar parte de la conversación que usted sostuvo con su padre y consideré
necesario decirle lo que había ocurrido, discúlpeme si ha sido mucho mi
atrevimiento señor.
Cinco minutos de conversación con
aquel empleado resultaron más provechosos que las horas perdidas esperando a su
padre, y en aquella breve charla, ese sujeto le demostró más empatía y
consideración que la recibida por parte de su progenitor en toda su vida.
-No me importa si fue un
atrevimiento o no, pero te lo agradezco de corazón.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo
y sin un solo centavo en el bolsillo sintiendo el frío viento quemar sus
mejillas y la fina llovizna cayendo sobre su capa. Recorrió los callejones de
mala muerte donde se encontraban los bares en los que se embriagaba cuando se
fugaba del colegio, y terminó recordando aquella noche, en la cual tras salir a
buscar adormecer su dolor o encontrar la muerte, halló el amor en las
atenciones Candy.
Candy, ¿a dónde precisamente se
dirigiría Candy? Si como había dicho Eliza, había sido repudiada de la familia
Andrew podía descartarse la posibilidad de que Candy regresara a vivir con
ellos, a menos claro que el patriarca de la familia Andrew se hubiese puesto de
acuerdo con su padre y la estuvieran esperando a su llegada para enviarla a
algún otro internado o un convento, esas cosas que había escuchado que las familias
adineradas suelen hacer para ocultar “la deshonra de algún miembro de la
familia”. Esa opción sonaba demasiado fatalista y al no haber sido aceptada
nunca como un miembro auténtico de la familia lo más conveniente para los
Andrew sería hacer de cuenta que Candy nunca existió, que nada de eso había
pasado y dar por olvidado el asunto. Aunque sería una terrible forma de
tratarla, Candy rogaba porque el padre adoptivo de Candy optara por esa opción.
Entonces, lo siguiente sería
pensar que Candy regresaría al Hogar de Pony, lugar donde según sus propias
palabras, era el único sitio en el cual realmente se sentía en casa. ¿Pero
dónde quedaba ese hogar? ¿En Michigan? ¿Minnesota? estaba seguro que Candy se
lo había dicho en algún momento pero no podía recordarlo. Su Duque de
Grandchester tenía razón al menos en una cosa: sabía muy poco de ella. ¿Pero
realmente es necesario saber todos los detalles del pasado de una persona
cuando conoces a la perfección algo mucho más importante, como su alma? ¿Qué importancia tiene el pasado cuando la
posibilidad de un futuro juntos se puede divisar en el horizonte?
Ahora le parecí bastante
importante. El conoció a una Candy hija de una encumbrada familia, vestida con
ropas elegantes, alegre, risueña, gloriosamente bella. Nunca pasó por su mente
la imagen de aquella pequeña huérfana que trabajaba y dormía en el establo de
la casa de los Leagan. Y es que Candy lo contaba así, tan a la ligera, con una
hermosa sonrisa iluminando su rostro, pero haber vivido a merced de la maldad
de Eliza y Neal debió de tratarse de un verdadero infierno.
“Candy…mi dulce Candy. Me enfurece pensar que
la vida haya sido tan injusta contigo, que hayas sufrido tanto desde el día en
que llegaste a éste mundo, pero ahora, ahora estás sufriendo por mi culpa; y
eso me hace sentir como un verdadero canalla”.
Golpeó con coraje la reja de un
edificio junto al que iba pasando, cuando finalmente la estructura de hierro
dejó de vibrar, pudo darse cuenta que se trataba del zoológico Blue River donde
Albert solía trabajar. Pensó que tal vez si Albert todavía estuviera en
Londres, las cosas serían distintas, él siempre parecía poder ingeniárselas
para encontrar a Candy en los momentos más importantes, pero a los pocos
segundos terminó aceptando el hecho de que tampoco sabía gran cosa del que
consideraba su único amigo. Siguió caminando hasta que el sol de la mañana lo
alcanzó parado en el muelle, pensando que lo realmente importante era conseguir
la forma de llegar a América, allá por lo menos estaba su madre y sabía que
ella no se negaría a ayudarlo para encontrar a Candy.
Se encontraba ensimismado en sus
pensamientos observando como el sol luchaba por brillar detrás de la capa de
niebla que aún permanecía cubriendo gran parte del cielo londinense cuando una
acalorada pelea llamó su atención. En la rampa que unía el muelle con un enorme
buque de carga dos hombres discutían; uno de ellos era un sujeto de edad
avanzada apoyado en un bastón pero cuyo aspecto y fortaleza denotaban que era
un recio hombre de mar. El otro tipo, el que se hallaba más alterado, era un
fulano de mediana edad cuya complexión también era fuerte, pero menos saludable
que la del anciano. Los músculos de sus
brazos lucían bofos y decaídos, un abultado vientre era visible bajo los
faldones de su camisa mal abrochada. Poseía un rostro con facciones confusas y
desencajadas propias de aquellos que presentan una avanzada degeneración debido
al alcohol. Pero aun así la edad y la presumible discapacidad física del
anciano quien utilizaba un bastón lo ponían en desventaja frente al bravucón,
además, Terry sabía por experiencia propia, que un hombre intoxicado por el alcohol,
no me medía el peligro, ni al que se exponía, ni el que pudiera provocar. El
muelle estaba desierto por ser demasiado temprano, así que Terry intuyendo
problemas, decidió acercarse al barco.
-¡Yo no te debo nada Hogan! –Gritaba
el anciano con el bastón - Te apareces muy rara vez y cuando lo haces siempre
vienes ebrio como ahora; a la menor distracción vas y te duermes en el almacén
hasta que el ruido de tus ronquidos nos hace encontrarte. Además, estoy seguro
que tus hombres y tú me han estado robando mercancía. Será mejor que te largues
de aquí si no quieres que de aviso a las autoridades.
-¡Viejo asqueroso tacaño
miserable- el tal Hogan se balanceaba y escupía al hablar- tienes montones de
dinero y aun así inventas que te robo con tal de no pagarme!
-Yo no estoy inventando nada, y
si tengo o no tengo dinero es que porque a diferencia de ti, sé lo que es
partirme la espalda trabajando cada uno de los días de mi vida para sacar
adelante mi negocio en vez de gastarme hasta el último centavo en alcohol y
mujerzuelas.
-Pues todo tu dinero no te
servirá de nada en el fondo del mar porque es ahí donde voy a enviarte en este
momento.
El enajenado Hogan lanzó una
patada al bastón del anciano, lanzándolo directamente hacia el muelle, sin
percatarse de que fue a dar a los pies de un chico que estaba parado a la
orilla del barco observando todo la escena. Golpeó con fuerza la pierna derecha
del que fuera su jefe conociendo de antemano que sufría de una vieja herida que
le causaba cojera. El hombre cayó al piso a causa del dolor y de que Hogan se
le había colocado encima apretando su cuello con ambas manos.
-¡Muere de una vez infeliz!
¡Agghhh!
Hogan nunca se enteró de dónde
había salido aquel joven que embistió contra su costado izquierdo con todas sus
fuerzas derribándolo por completo.
-¡Déjalo en paz! – Gritó Terry
-¿Qué? ¿Y tú quién eres, mocoso?
¿El defensor de los ancianos o qué? Lárgate o también a ti te daré tu merecido.
Y se levantó con la intención de
golpear a Terry, pero dado a su exagerada intoxicación no le fue fácil mantener
el equilibrio corriendo de bajada. Terry solo tuvo que hacerse a un lado un
segundo antes de que Hogan pudiera alcanzarlo y asestarle una fuerte patada en
el trasero una vez que lo hubo rebasado, haciendo que el otrora marinero
saliera disparado para aterrizar de bruces en el muelle rompiéndose la boca y
perdiendo varios dientes. Una vez en el suelo, Terry utilizó el mismo bastón
del anciano para abrazar a Hogan inmovilizándole los brazos y lo condujo hasta
un callejón donde debido a los estragos de la pelea y el elevado grado de
alcohol en su cuerpo, provocaron que el hombre se quedara dormido en medio de
los desperdicios del muelle.
-¿Se encuentra bien?-Terry volvió
a subir al barco, para asegurarse de que la saña de Hogan no hubiese dejado al
anciano en un estado de gravedad.
-Gracias a ti sí, hijo.
-Me alegra. ¿Cree que ese sujeto
regresará?
-Después de la golpiza que le
diste lo dudo mucho.
-De acuerdo. Tengo que marcharme,
cuídese mucho.
-Espera chico, ¿cuál es tu
nombre?
-Soy Terrence.
-Jonathan Hotch, pero todos me
dicen “Bogar”. ¿Ya desayunaste Terrence?, quisiera agradecerte de alguna manera
tu ayuda. Hay una taberna aquí cerca y sirven los mejores huevos revueltos que
probarás en tu vida, además de buena cerveza que en estos momentos me caería
muy bien. ¿Qué dices, Terrence? ¿Harías el honor de acompañarme o tienes prisa
por ir a algún lugar?
-Ahora que lo pienso, realmente
no tengo a dónde ir.
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