Añoranza - Capítulo 18

 

La taberna era un sitio rústico y humilde, pero se veía limpio y en efecto, la comida era muy buena. El lugar estaba relativamente lleno,  considerando que era temprano por la mañana y muchos de los comensales ingerían cervezas u otras bebidas más fuertes sin importarles mucho la hora del día. Algunos de los sujetos ahí presentes, todos ellos hombres de mar, miraban a Terry de soslayo con expresiones suspicaces.

-¿Qué haces aquí Terrence? –Preguntó el viejo Bogar - Perdona que te lo diga pero, no pareces un chico de por estos lares.

-Terminé aquí después de vagar un rato-dijo el aludido encogiendo los hombros.-  No tengo a dónde ir, no tengo dinero, no tengo amigos, no tengo a nadie.

-¿No tienes dinero? Eso me es muy difícil de creer; tus ropas valen más que las de todos los hombres aquí presentes.

-Las cambiaría con gusto a cualquiera de ellos, es lo único que saqué de mi casa antes de decidir que nunca regresaría a aquel maldito lugar.

-No estaba equivocado, eres hijo de buena familia. ¿Qué pasó? ¿Peleaste con papá porque no quiso comprarte un nuevo automóvil?

-No-respondió Terry sonriendo- mi padre eso lo hacía muy bien, comprar cosas, y personas. Pero nunca supo respetar la voluntad de los demás y mucho menos mi vida.

-Cuéntame. Créeme, en mi vida como marinero he escuchado de todo, nada de lo que me digas podría sorprenderme, pero, tal vez podría ayudarte.  

-Nadie puede ayudarme en estos momentos.

-Nunca subestimes a las personas.

-No es eso, es solo que estoy…desesperado. Mi padre siempre ha buscado de una forma u otra hacerme infeliz, pero esta vez no pienso quedarme con los brazos cruzados. Se trata de la mujer que amo y no permitiré que nadie la lastime. Me separó de mi esposa a la fuerza y la ha enviado lejos. Lo peor de todo es que a mi trató de engañarme contándome mentiras respecto a ella y, eso me hace suponer que a ella le mintió de la misma manera.

-¿Esposa? ¡Vaya! ¿No eres algo joven?

-¿Joven para qué? ¿O para quién?

-Para casarte, tal vez tu padre piense que te estás precipitando en una decisión como esa a tan corta edad y quiere evitar que cometas un error.

-No. El habría reaccionado igual si me casaba ahora o dentro de diez años. El problema para él es la chica que yo escogí. No considera que sea de nuestra clase social y todas esas estupideces. Pero precisamente por eso la elegí, porque ella es diferente, es sincera, es honesta, es pura, es desinteresada…me ama en verdad y yo a ella.

-Para ser tan joven, tienes bien identificada cuáles son las cualidades que debes buscar en una esposa. Y discúlpame pero tu padre debe de ser un verdadero idiota para juzgar a las personas por razones tan burdas como el dinero.

-Lo es, no tiene nada de qué disculparse.

- ¿Y qué piensas hacer, Terrence?

-Encontrarla. Aunque no sé cómo demonios voy a llegar a América en mi actual situación.  

-Terrence, te voy a decir algo que tal vez te ayude, aunque lo más probable sea que te ofenda, pero es un ofrecimiento sincero. Soy dueño de una pequeña compañía marítima de embarques, llevamos y traemos distintas mercancías a varios países. El hombre con el que discutía era parte de mi tripulación él y su equipo se encargaban de cargar y descargar el barco, pero los he despedido a todos y ahora estoy falto de personal y con toneladas de mercancía que esperan al otro lado del mar. Sé que ese no es un trabajo para alguien de tu clase, pero es la única forma en la que podría ayudarte dado que no me es permitido llevar pasajeros. Si te interesa, podrías trabajar con nosotros aunque te advierto que el trabajo es bastante pesado, se requieren cerca de dos semanas para cargar el barco y un tiempo similar para descargarlo una vez que lleguemos, más diez días navegando ya que en un barco con carga tan pesada el viaje es más lento, no tengo que decirte que el alojamiento no será en un camarote de cinco estrellas. Por supuesto además de llevarte, te pagaré como a cualquiera de mis hombres. Espero no haberte ofendido, Terrence, simplemente se me ocurrió, pero te reitero, es un ofrecimiento de corazón.  

-No me ofendes, al contrario, te estaré eternamente agradecido por darme esta oportunidad – ambos hombres se dieron la mano para sellar aquel significativo trato.  

-La amas mucho, ¿cierto?

-Más que a nadie en este mundo.

En el barco el pánico había hecho presa de todos los tripulantes. Más y más personas presentaban síntomas y era imposible identificar si estos eran reales o psicológicos dado al elevado número de nuevos enfermos.

Los pacientes que convalecían con anterioridad tampoco facilitaban la situación. Su malestar había aumentado, presumiblemente, debido a los nervios generados al saber que el medicamento no alcanzaría para todos ellos y que su esperanza de vida disminuía alarmantemente. Al llegar la noche el asunto iba adquiriendo tintes de motín. Cuando fue hora de suministrarles la dosis nocturna, varios de los enfermos comenzaron a jalar a la enfermera Queen exigiéndoles ser los primeros en recibir, lo que bien podría ser la última dosis. Entre aquel frenético forcejeo, lo único que lograron fue hacerla tropezar al suelo, como consecuencia derramar el preciado y escaso antibiótico. El espectáculo que se dio a continuación fue lastimero y deplorable. Varios de los pacientes curiosamente los que lucían más repuestos, se botaron al piso lamiendo el líquido de la duela cual animales, otros simplemente estaban recostados en su camastro, cubriéndose los ojos llorando y elevando al cielo lo que estaban seguros serían sus últimas plegarias.

Algunos pacientes y los familiares que los acompañaban habían acorralado a Queen contra la pared; unos no dejaban de reclamarle “su estupidez”, mientras que otros la defendían pidiéndoles que la dejaran hacer su trabajo. Aquella acalorada discusión, rapidamente llegó a los puños, y varios marinos tuvieron que intervenir para calmar la trifulca.

Una sola dosis quedaba. Y esa Candy la guardaba celosamente escondiéndola entre sus manos sin saber qué hacer. El sonido de quejidos era lo único que se escuchaba en la habitación y un olor a muerte estaba presente en el ambiente. Todos lucían muy mal, todos excepto Doris. Una vez vestida y arreglada era, posible vislumbrar los vestigios de la alguna vez despampanante belleza de la que Bruce Remintong tanto hablaba y que lo había enamorado. Su semblante era tranquilo y sereno, algo que resultaba sumamente reconfortante en aquella situación. Incluso parecía que se estaba reccuperando. Por otro lado, el pequeño al que Doris anteriormente había señalado la gran similitud con su bisnieto, no corría con la misma suerte. Ya no lloraba ni vomitaba. Tan solo se hallaba recostado en las piernas de su madre, con los ojos cerrados, respirando rápido y con dificultad. Su rostro en extremo pálido era iluminado únicamente por fuertes manchas rojas en las mejillas del pequeño,  causadas por la fiebre alta que coronaba su frente con gruesas gotas de sudor. La madre lloraba apretándose los labios para no perturbar el sueño de su hijo, sueño del cual, el niño podría nunca despertar.

Con un gesto de asentimiento y una sonrisa de complicidad, Doris le indico a Candy que debía llevar a cabo lo acordado. Acercándose sigilosamente y casi de contrabando, Candy aplicó al pequeño el medicamento recibiendo como agradecimiento una leve pero sincera sonrisa por parte de la madre, sonrisa que era apenas visible en medio de un rostro bañado en lágrimas,  pero que incluía toda la gratitud de la tierra.

Era lo único que podía hacer. Y la impotencia de sentirse sobrepasada en sus fuerzas, provocó que le faltara el aire. Tenía que salir de ahí, de inmediato. Corrió hasta la cubierta del barco; el aire estaba frío y no había ni luna ni estrellas visibles en el cielo, solo una inmensa oscuridad que la hizo llorar. Pero no lloraba de tristeza, ni siquiera de desesperación. Lloraba de rabia y enojo consigo misma, reclamándose una y otra vez lo imbécil que había sido al siquiera pensar en acabar con su vida simplemente por creer que su sufrimiento era más grande que el de cualquier otra persona.

- ¡Estúpida! – Se gritaba una y otra vez. Sufrir es ver la vida de tus seres queridos escaparse entre tus manos sin poder hacer nada. Creía haber sido valiente por decidir poner fin a su dolor, pero ahora le parecía la actitud más cobarde del mundo. Valiente, valiente es aquel que se aferra con uñas y dientes a la vida aun sabiendo que probablemente la vida te depare más dolor en un futuro. Y ahora que el peligro de muerte acechaba a todos, incluyéndola a ella, ahora, ahora solo sentía miedo.

-¡Candy! – Los gritos del Capitán solo lograron incrementar sus temores.

-¡Capitán! – El hombre corría hacia ella en medio de la oscuridad, con una sonrisa de oreja a oreja, Candy temió que el hombre también hubiese perdido el juicio.

-¡Tengo una excelente noticia pequeña! – La tomó por los hombros y Candy pudo sentir como sus manos seguían temblando - Pude comunicarme con un barco de la armada estadounidense que viaja rumbo a Londres. Hace tiempo pertenecí a la marina americana y les recordé a esos valientes soldados que su principal misión es salvaguardar la integridad de los ciudadanos americanos y que bueno, aquí teníamos a varios de ellos corriendo un gran peligro. Han aceptado ayudarnos dándonos agua y medicamentos de los que ellos llevan. Tendremos que desviarnos de nuestro rumbo y viajar toda la noche para encontrarnos con ellos, pero será mucho mas rápido que lo que tardaremos en llegar a América o regresar a Inglaterra.

-¡Eso es una excelente noticia, Capitán! – Finalmente una luz de esperanza en medio de todo ese horror - Iré a informársela a los enfermos de inmediato.

-¡Espera Candy! ¿No crees que sería más prudente no decirles nada hasta que nos acerquemos al barco?

-Capitán, en estos momentos y en el estado de ánimo en el que ellos se encuentran, esta noticia resultará igual de beneficiosa que la medicina misma.

Y antes de terminar la frase ya había salido corriendo rumbo al consultorio con una gran sonrisa en su rostro, pero por desgracia aquella sonrisa no le duró mucho. Al llegar a la puerta, lo que vio hizo que desapareciera de inmediato.

Más de una decena de personas estaban congregadas alrededor de un camastro con rostros solemnes y de compasión. En medio de ellas, un hombre lloraba de forma desconsolada, un hombre que se parecía mucho a  Bruce Remintong.

-No – expresó Candy en voz baja, mientras luchaba por abrirse paso entre la multitud,  para ver como el anciano se convulsionaba debido al llanto que derramaba sobre el cuerpo de su amada Doris, quien parecía hallarse sumida en un profundo sueño.

-No – volvió a repetirse. No entendía nada, aquello le resultaba incomprensible, ¿por qué Bruce lloraba? ¿Por qué Doris no despertaba? Volteó a ver a la enfermera Queen en busca de una respuesta, pero esta solo movió el rostro de un lado a otro con una expresión que decía “No pudimos hacer nada”.

-¡Nooo! – el grito de horror finalmente emergió de su garganta, y resonó por toda la embarcación.

-¡Candy!

Queen trataba de detenerla, pero Candy huyó de su contacto, como si al sentir la piel de esa mujer aquella horrible pesadilla se convirtiera en una realidad con la que no podrá lidiar. Comenzó a caminar de espaldas hasta que chocó con la pared. Apenas tuvo tiempo de doblar su cuerpo para comenzar a vomitar todo lo que contenían sus intestinos, aunque no podía recordar cuándo había sido la última vez que había probado alimento. Un intenso dolor de cabeza apareció de repente haciéndola sentir como si su cerebro fuera a estallar en mil pedazos. Su vista se comentó a nublar, y al levantar el rostro, solo pudo ver como a  través de una espesa bruma que Queen y un par de personas más corrían en su ayuda, antes de que ella cayera al suelo desmayada.

 Capítulo 17 - Capítulo 19

 

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