Añoranza - Capítulo 2
Terry había tenido razón en dos cosas.
La primera, que era cierto que se podía besar cada pequeña
parte del cuerpo de la persona amada, partes inimaginables y que ella jamás en
la vida se había atrevido siquiera a pronunciar en voz alta.
Y la segunda, que aquella noche él estaba comprometido a
demostrárselo, y así fue. Con excesiva calma y ternura, Terry fue recorriendo
centímetro a centímetro la superficie de su cuerpo, con tiernos besos y alguna
que otra traviesa mordida.
Tan solo recordarlo hacía que se le erizara la piel. Si esas
eran el tipo de cosas que te condenaban al infierno, ¿entonces por qué había
sentido que tocaba las puertas del cielo cuando Terry le dio aquel beso tan
especial? ¿Era ese el auténtico pecado? ¿A lo que no debías aspirar? ¿A llegar
al cielo, no por la vía del dolor y el sufrimiento, sino mediante el amor y el
placer que te otorgaba esa danza cuerpo a cuerpo?
En honor a la verdad, Terry también había cumplido con su
promesa de cuidarla y tratarla con toda la delicadeza que le fue posible en
dicha situación, aunque eso no evitó que sintiera aquel dolor que la tomó por
sorpresa, como si fuera un rayo que la partía en dos, cuando finalmente Terry imprimió toda su
fuerza para lograr que sus cuerpos se fundieron en uno solo. Pero fue solo un
instante, después de que dicho portal fuese atravesado, su cuerpo pareció
liberar conocimientos antiguos, casi primitivos, de vidas anteriores tal vez,
porque la destreza de su desempeño en aquella área aparentemente desconocida,
lo tomó por sorpresa a él e incluso a
ella misma. De todas formas, lo agradecía, ya que a medida que fue
descubriendo, o recordando, la verdad absoluta seguía siendo un misterio, aquel
suave bamboleo fue reemplazando cualquier vestigio de dolor o incomodidad, por
enormes oleadas de placer cuyas crestas se hacían cada vez más y más altas.
Sin estar muy consciente de en qué momento, y mucho menos en
el cómo, se descubrió en una perspectiva mucho más dominante, ahora era él
quien se encontraba a su merced, con su amplia cabellara negra esparcida sobre
el césped donde su espalda descansaba, en su rostro se dibujaban tantos gestos
y emociones, de momento abría mucho los ojos, sorprendido y extasiado ante la
hermosa estampa de Candy fundiéndose con el cielo, para segundos después cerrar
los ojos y morderse el labio inferior con la misma fuerza que imprimía en los
dedos que se hundían en las caderas de ella, un espectro muy amplio de
emociones y sensaciones, pero todas de absoluto placer.
-Tus pechos – susurró Terry después de lanzar por los aires el
camisón de Candy, mientras se deleitaba observando como sus dulces pechos caían
son suavidad por encima de su corsé – son mucho más hermosos de lo que había
soñado, en cientos de noches. – Para de inmediato brindarles las atenciones que
había deseado otorgarles en cada una de aquellas noches.
“Tú también eres mucho, mucho más hermoso de lo que imaginé,
Terry”. Pensó Candy cuando poco antes de despuntar el alba, lo descubrió
durmiendo plácidamente a su lado, en la cima de esa colina que fuera único
testigo de su amor. Se tomó un par de minutos para deleitarse con aquella
oscura línea que delineaba los párpados cerrados de Terry, sus dulces labios,
cuyas huellas de sus besos todavía sentía vivas en cada parte de su cuerpo, y
la hermosura general de su ser.
Se liberó con mucho cuidado de su abrazo, Terry seguía
profundamente dormido, asó lo indicaba su respiración profunda y tranquila. Se
quitó la camisa de Terry, única prenda que ocultaba su desnudez, sintió mucha
vergüenza y se apresuró a vestirse, aunque tuvo que ir recogiendo su ropa que se
encontraba distribuida por varios metros alrededor. Pero mientras se vestía, no
podía dejar de pensar que su cuerpo se sentía diferente, olía diferente, olía a
hierba, y a él.
Pensó en marcharse de ahí corriendo antes de que Terry
despertara, no se sentía capaz de soportarle la mirada y mucho menos de emitir
palabra alguna respecto a lo ocurrido la noche anterior. ¿Pero qué diría al
llegar al colegio? ¿Qué explicación daría cuando las hermanas la cuestionaran
respecto a su ausencia la noche anterior? Pero aún, ¿qué le diría a sus amigas,
a Annie, a Paty, cuando la interrogaran dónde estuvo y haciendo qué?
Lo terrible de esa perspectiva hizo que su cuerpo se
dirigiera a la tierra con más fuerza de la que ella hubiese deseado para
sentarse en la orilla de la colina con la vista pérdida en la inmensidad del
lago. Algo crujió bajo su mano, era la carta de Albert que Terry y ella habían
estado leyendo la tarde anterior.
Albert… ¿qué pensaría Albert de ti? Se auto interrogaba con
demasiada dureza. Albert la quería y la protegía, como… como a una niña, y
ahora más que nunca estaba segura de que ya no lo era más.
Del colegio, ¿la expulsarían? ¡En cuanto pusiera un pie ahí!
Pero antes llamarían al abuelo Williams, al hombre que la había adoptado sin
que nadie, ni siquiera ella misma, comprendiera las razones, le había dado su
elegante apellido y brindado una educación con la que ella jamás hubiese podido
acceder.
“Se fugó del colegio para pasar la noche con el hijo del
Duque”. Tenía ganas de vomitar solo de imaginar aquella hipotética llamada
telefónica donde la directora del colegio le informara a su padre adoptivo el
motivo de su expulsión.
Pero no le informarían solo a él,
también a quienes Candy consideraba sus verdaderas madres, la señorita Pony y
la hermana María. Ellas siempre la habían amado, aconsejado y se mostraban
orgullosas de ella, ¿se sentirían orgullosas ahora? Creció en un hogar pequeño,
humilde, lleno de carencias, pero donde nunca le faltó el amor y los principios.
¿Entonces por qué había traicionado todas las enseñanzas que le habrían
brindado los únicos seres que la amaron sinceramente? Imaginó el dolor y decepción en los rostros
de ambas mujeres y esa imagen fue más fuerte que ella, no lo pudo evitar y
comenzó a llorar.
-¿Por qué lloras, Candy? – Candy
nunca se percató cuando Terry tomó asiento junto a ella, pero seguramente fue
su llanto lo que lo despertó-
-Terry – su voz apenas y era un
susurro- lo que hicimos estuvo muy mal- las lágrimas seguían brotando y su
mirada ahora estaba clavada en la hierba.
-¿Por qué estuvo mal, Candy?
-Porque no es correcto, por lo
menos no para personas de nuestra edad, porque me educaron con principios no
para que me comportara así.
-Te educaron para amar Candy. Y
tú me amas, o por lo menos eso fue lo que me dijiste anoche – le besó un mechón
de cabello – era difícil escuchar tu voz, mi cielo, pero eso fue lo que sentí.
Que me amas tanto, como yo a ti.
-Por supuesto que te amo, pero
eso… eso no justifica que... No estamos casados y esto es solo algo que las
personas casadas bajo la bendición de Dios, pueden hacer para tener bebés y…
-¿Y ese es el problema? Pensé que
estaba claro.
-¿Qué cosa?
-Que yo deseo casarme contigo –
pero la media sonrisa que se dibujaba en el rostro de Terry mientras
pronunciaba dichas palabras la hicieron dudar.
-¿Estás…estás hablando en serio?
¡Terry deja de reírte! Si esto se trata de una broma, déjame decirte que es de
pésimo gusto.
-Perdón pero no me puedo enojar
contigo por desconfiar de mis intenciones, por eso prefiero reírme. Sí Pecas,
lo que más deseo en éste mundo, es convertirte en mi esposa.
-Pero, tu padre… él tenía
planeado para ti…
-Mi padre puede ir al infierno,
junto con sus arreglos matrimoniales. Esto solo se trata de ti y de mí, de lo
que deseamos para nuestras vidas. ¿Tú no deseas casarte conmigo? – Candy
enmudeció.
-Creo que esa no es la forma
correcta de hacerlo. ¡Levántate! Así está bien párate aquí. Mmm no traigo un anillo
en este momento así que tendremos que improvisar, ¡ya sé!, espero que esta flor
pueda servir mientras tanto.
Cortó una pequeña flor amarilla
que crecía en el prado e hincándose frente a Candy, tomó su mano, y mirándola a
los ojos de una forma completamente solemne comenzó a decir:
-Señorita Candice White Andrew,
yo a usted la amo con locura. Es la mujer de mi vida y me honraría mucho,
además de hacerme inmensamente feliz, si aceptara compartir conmigo los días de
mis andanzas y las noches en mi lecho. Prometo gastar hasta mi último aliento
en hacerla feliz y vivir el resto de mis días a su lado. ¿Acepta ser mi esposa?
Candy seguía sin poder decir ni
media palabra. Ni las fantasías más atrevidas que se habían gestaddo en su
mente, desde la primera vez que la imagen de Terry se apareció frente a sus
ojos, se acercaban a éste hermoso desenlace. Las lágrimas seguían brotando de
sus ojos, aunque ahora eran lágrimas de sorpresa y dicha infinita. Pero su
garganta parecía incapaz de emitir sonido alguno.
-¿Y bien Candy? Ésta espera me
está poniendo nervioso. No me vayas a decir que solo usaste tus encantos para
seducirme y aprovecharte de mí, pero que no me amas, porque me partirías el
corazón en mil pedazos.
-¡Oh Terry que cosas tan
horribles dices!
-Pero logré que sonrieras- se
levantó para rodearla con sus brazos y estrecharla con fuerza contra él- y eres
mucho más linda cuando ríes que cuando lloras. Y bien señorita White, cuál es
su respuesta. ¿Aceptas casarte conmigo?
-Sí Terry, por supuesto que acepto.
Aunque no sé cómo ni cuándo podríamos…
-Hoy.
-¿Qué?
-Casémonos ésta misma tarde.
-Pero.
-El cómo déjamelo a mí, Candy. Te
prometo que arreglaré todo lo que sea necesario, confía en mí, pero no quiero
esperar ni un solo día para llamarte mi esposa. Casémonos hoy mismo, por favor.
Si te soy sincero, tengo miedo de que algo malo ocurra. Que te ataquen esos
absurdos remordimientos y cambies de opinión, o que alguien encuentre alguna
forma de impedírnoslo. Por eso no quiero esperar cariño mío, y además, ya no
podría acostumbrarme a dormir por la noche sin tener tu cuerpo a mi lado.
Ella tampoco podría, pensó.
-De acuerdo, casémonos hoy mismo,
pero necesito algo.
-Dime qué necesitas, y te prometo
que lo conseguiré.
-Que mis amigos estén presentes,
necesito que me acompañen en un momento tan importante.
-¿Tus amigos? ¿Te refieres al par
de chicos que me aborrecen desde el día que me conocieron, que me culpan de
toda la tragedia que rodea la vida de su primo y que preferirían verte casada
con cualquier hombre, menos conmigo?
-Lo sé Terry, pero es importante
para mí. Tú sabes que yo no tengo familia, pero Annie es como mi hermana, Patty
mi mejor amiga, y por más grande que sea la enemistad que tienes con Stear y
Archie, ellos me quieren y yo a ellos, sería muy significativo para mí, que me
acompañaran éste día.
-Te entiendo, aunque el problema
será convencerlos. Pero prometí conseguirte lo que necesitaras para que éste
día sea perfecto, así que, supongo que tendré que arrastrarse ante los hermanos
Cornwald para que nos honren con su presencia.
Iremos a verlos, ¡juntos! – se
adelantó a su alegato – ni creas que volverás al colegio tú sola.
-De acuerdo, entonces démonos
prisa para que…
-Espera, Pecas, espera. – La tomó
de la mano impidiendo que ella avanzara- recuerda que hoy es domingo. A ésta
hora, los estudiantes del San Pablo deben de estar acudiendo como borregos al
llamado de las campanas de la iglesia, deseosos de ser perdonados por su
pecados.
-Deberíamos seguir su ejemplo.
-No, el verdadero pecado, sería
arrepentirnos. Pero el punto al que quiero llegar es, que no podrás hablar con
tus amigos en éstos momentos, hasta que terminen de adoctrinarlos. Así que,
tenemos tiempo.
-Tiempo para qué…
Supo a qué se refería, cuando él
comenzó a devorarla a besos.
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