Añoranza - Capítulo 21

 

La primera de las cartas estaba lista; y Candy decidió tomar un descanso en medio de la habitación llena de hojas de papel arrugadas que enumeraban los muchos intentos fallidos durante su redacción. Y es que, las palabras resultaban insuficientes para explicar lo delicado de su situación. Imposible describir, usando tinta y papel, el enorme remordimiento que sentía por lo precipitado de sus actos, pero al mismo tiempo, compartir la dicha tan grande de saber que pronto se convertiría en madre. Pedir que no se preocuparan por ella sonaba… ingenuo. Sabía que se preocuparían y mucho, y aquello la hacía sentir demasiado culpable. Pero creía haber hecho su mejor esfuerzo al redactar dicha carta, y ese esfuerzo la había agotado considerablemente. Sabía que la siguiente carta sería mucho más difícil de escribir, pero estaba decidida a no postergar más el asunto. Era una de las pocas condiciones que la señorita Pony le hubo impuesto para permitirle permanecer en el hogar, en la reunión que sostuvieron junto con la hermana María al siguiente día de su llegada.

 -¿Cómo sabían que yo regresaría?- Candy habría deseado no iniciar la conversación de esa manera, pero fue desconcertante el hecho de que pareciera que la noche anterior ambas mujeres la estuvieran esperando.

-Creo que es a nosotras a quien nos corresponde hacer las preguntas ¿no crees?- la hermana María lucía simplemente furiosa. Imprimía una fuerza exagerada a su tejido, provocando un fuerte tintineo de las agujas al chocar una contra la otra.

 -Hermana María, por favor. Candy toma asiento.  –La instó la señorita Pony - Hace unas cuantas semanas recibimos una carta de Annie dirigida hacia ti. Como comprenderás, nos resultó bastante desconcertarte el hecho que Annie hiciera algo semejante, pero supusimos que lo hizo por hallarse desesperada de no saber tu paradero y pensó que regresarías aquí tarde o temprano. Te reitero que no podíamos hacer otra cosa más que especular dado que nunca abrimos la carta; y esperar, a que aparecieras, como lo hiciste anoche. Te aconsejo que contestes pronto ya que Annie debe de estar muy preocupada, como lo estuvimos nosotras. Pero antes quiero que nos digas, ¿qué fue lo que pasó?, ¿por qué estás aquí de vuelta?

 -Pasó que…-tragó saliva en busca de valor - que fui expulsada del Colegio San Pablo.

 -¿Qué? –al escuchar esto la hermana María no pudo seguir sosteniendo su fingido desinterés en lo que Candy tuviera que decir, arrojó su tejido y se puso de pie de un salto para colocarse frente a ella- ¿Pero qué fue lo que hiciste Candy?

 -Transgredí las reglas del colegio, hermana.

 -¡Eso es evidente! ¿Pero qué fue exactamente lo que hiciste? –Candy seguía mirando al piso- ¿No piensas contestar? ¿Señorita Pony?

 -Candy…- volvió a insistirle su amorosa madre.

 -Me fugué del colegio de verano para…- al tragar el nudo en su garganta generó un ruido que seguramente fue audible para las demás mujeres en la habitación- para casarme con otro alumno del colegio.

 -¡¿Qué?! – La hermana María se llevó la mano al pecho e inconscientemente buscaba tocar su crucifijo para encontrar fuerzas.

 -¿Cuál alumno Candy? ¿Acaso fue de ese tal Terry del que tanto nos contabas en tus cartas?

 -Sí señorita Pony. Ese Terry, del cual yo me enamoré, pero, tardé poco en descubrir que para él simplemente había sido un juego.

 -¡Pero claro! ¡Era de esperarse! Lo que fácil se consigue, fácil se desecha Candy. Y tú le facilitaste  las cosas demasiado a ese muchacho y le demostraste de paso que no tenías ningún respeto por la moral ni temor de Dios.

 -Eso no es cierto, hermana María. Yo me casé. Un sacerdote bendijo mi unión y  juré ante Dios con todo el corazón.  Solo que jamás imaginé que un ser humano pudiera ser tan infame, impío, sacrílego, tener las entrañas de pararse frente a un altar y jurar amor eterno cuando para él solo se trataba de una farsa.

 -¿Y pretendes entonces que te consideremos? –El parpado izquierdo de la hermana María no dejaba de temblar.- Sí, quizá ese chico sea un monstruo pero tú eres… ¡una tonta! ¿No te parece lo que te estoy diciendo, Candy? ¿Qué esperabas? ¿Qué te consoláramos? ¿Qué te justificáramos diciendo “pobrecilla fue una víctima de las situaciones”? No. Tú sabías lo que hacías; planeaste, mentiste y urgiste todo un plan para salirte con la tuya. Te creíste lo suficientemente mujer como para casarte pues ahora enfrenta las consecuencias como tal.

 -Créame hermana María, que nunca hubiera querido regresar aquí en esta situación y no he venido en busca de su condescendencia, más bien he venido buscando su ayuda y no precisamente para mí sino para… en el barco de regreso a América descubrí, que estoy esperando un bebé.

 -¿Qué? Santo Dios no…- Candy esperaba que ante tal información la hermana María reaccionara de la misma forma explosiva e iracunda como lo había estado haciendo, pero su reacción tan distinta, fue más dolorosa para Candy. La religiosa no pudo más y se desplomó en su mecedora, llorando con total desconsuelo, mordía con rabia el dorso de su mano en un intento por ahogar sus sollozos. Miraba a Candy con una mirada llena de decepción, pero sobre todo de profundo y sincero dolor. Como una verdadera madre al enfrentarse a los errores de sus hijos llora porque desea impedir a toda costa cualquier sufrimiento a ellos pero la impotencia la consume. Eso la hacía lucir tan vieja y cansada. Candy jamás la había visto así y es que comparada con la señorita Pony siempre lucía joven y radiante. Pero en esos momentos parecía que el peso de todos esos años dedicados al servicio de los demás, le acababan de pasar factura.

 Candy no pudo contenerse y también comenzó a llorar.

 -Lo siento mucho, en verdad lo siento mucho, sé que nada de lo que diga compondrá las cosas. Sé también que no tengo perdón de ustedes ni de Dios…

 -Candy, respóndeme algo- Era la señorita Pony la que hablaba y hasta ahora Candy caía en cuenta de que ella llevaba tiempo sin pronunciar palabra alguna- ¿tú realmente estabas enamorada?

 -Mucho.

 -¿Y cuándo juraste ante Dios amar y respetar  a ese joven, lo hiciste sinceramente?

 -Desde lo más profundo de mi alma.

 -Entonces puedes estar tranquila, no cometiste pecado alguno. Puedes dejar a Dios fuera de esto.

 -¡Señorita Pony no puede ser tan condescendiente con su forma de actuar!

 -Permítame terminar, hermana María. Candy no cometiste ningún pecado, dado que actuaste siguiendo tu corazón, pero sí has cometido infinidad de errores. Actuaste apresurada e impulsivamente. Confiaste en una persona que realmente no conocías, no respetaste ninguna norma moral ni conductual y sobre todo olvidaste lo aquí te habíamos enseñado. Tus actos, como prontamente te has dado cuenta, tienen consecuencias. Pero ahora lo más importante es asegurarnos que tu bebé llegue con bien.  Y no me imagino ningún lugar donde puedas estar mejor que aquí. Así que permitiré que te quedes.

-Pero Señorita…

-Hermana, antes de que objete quiero recordarle que esto es un orfanato y que nosotras rara vez sabemos algo respecto al origen de los niños que aquí recibimos. Es comprensible suponer que muchos de esos niños son hijos de madres cuyas situaciones pueden ser similares a las de Candy. Debemos actuar pensando en el bebé que viene en camino y de ninguna manera dejaría a Candy a su suerte, ese no sería el actuar de un buen cristiano. Así que ella se quedará. ¿Tiene alguna otra objeción?

-Ninguna, señorita.

-Y respecto a ti Candy, habrá un par de condiciones que deberás acatar.

Y entre esas condiciones estaba el hecho de escribir esas dos cartas. La primera de ellas debía ser dirigida a Annie, ya que según la opinión de la señorita Pony, Annie debía de estar muy intranquila e incluso hasta enferma por no saber el paradero de su amiga y era fácil suponer que el resto de sus amigos estarían igual de intranquilos.

“Queridos Annie, Patty, Stear y Archie

                                                               Perdón por marcharme sin despedirme, pero simplemente me fue imposible hacerlo, aunque, desconozco si de haber podido, habría tenido el valor para decirles adiós. Los extraño mucho mis queridos amigos, y lamento todos los problemas que les causé al hacerlos participes de mis tonterías. Lo siento en verdad.

Pero eso ya ha quedado atrás. Estoy de vuelta en el hogar de Pony y sobra decirles que me siento feliz nuevamente y quisiera contarles que tengo un motivo muy especial que hace incrementar dicha felicidad, a la par que deseo que los días pasen a mayor velocidad.

Con la llegada de la primavera me convertiré en madre. Sí sé que suena increíble, a veces yo misma no lo creo, pero día a día al verme en el espejo, noto como mi vientre comienza a crecer. Si no saben cómo sentirse ante esta noticia, les ruego siéntanse muy felices y así podrán compartir la gran alegría que existe hoy en mi corazón.

Solo les pido una cosa más, por favor no comenten con absolutamente nadie esto que les acabo de confiar. Deseo sinceramente que mi fugaz paso por el colegio San Pablo sea olvidado lo más pronto posible y que mi nombre jamás vuelva a ser mencionado en los pasillos de ese espantoso lugar por ningún motivo. Pero ustedes nunca me olviden, por favor, y espero que algún día podamos reunirnos todos juntos otra vez.

Los quiere, su amiga Candy”

Candy pensaba si los aludidos serían capaces de leer la carta en su totalidad, o si las chicas se desmayarían por la impresión de la noticia de su embarazo, o si acaso Archie rompería la carta en mil pedazos vociferando que él ya sabía que algo así pasaría repitiendo una y otra vez que Terry era una basura. Lo segundo parecía altamente probable.

La siguiente carta resultaría más dolorosa de escribir, pero según la opinión de la señorita Pony, era todavía más necesaria. Iba dirigida al abuelo William. Candy estaba convencida de que a esas alturas, el patriarca de la familia Andrew debía ya de estar al tanto de lo ocurrido por vía de la propia hermana Grey.  Parecía infructífero, además de cínico, cualquier intento de justificación a las acciones cometidas, sencillamente le escribiría para pedirle disculpas y de paso, despedirse.

“Muy querido abuelo William

                                                               Espero que se encuentre muy bien. Todos los días rezo a Dios por su salud y porque lo guarde muchos años más.

Supongo que ya debe de estar enterado de que fui expulsada del colegio al cual usted me envió y las razones de mi salida. No pretendo justificarme, simplemente le escribo para pedirle perdón por no haber sabido corresponder de forma al menos equitativa, a todas las atenciones que usted siempre tuvo para conmigo, aunque tampoco aspiro  que me perdone.

Pienso que por ser usted un hombre tan ocupado no ha tenido el tiempo necesario para hacer oficial mi salida de la familia Andrew. No hace falta. Desde estos momentos vuelvo a ser simplemente Candy White con el fin de no ensuciar más su apellido.  Le agradezco infinitamente todo lo que hizo usted por mí y solo le pido a Dios que algún día me dé la oportunidad de retribuirle a usted dichas atenciones de algún modo. Tengo fe en que así será.

De ahora en adelante no volverá a tener noticias de mí. Me dedicaré en cuerpo y alma al bienestar del hijo que estoy esperando esforzándome por ser la mejor madre que pueda tener mi bebé.

 Jamás lo olvidaré señor Andrew, a pesar de nunca pude conocerlo frente a frente, puede estar completamente seguro de que lo querré por siempre.

Candice White”

 “No vuelvas jamás. Me avergüenza tanto que seas mi hijo. Richard D. Grandchester”

 El telegrama que había recibido de su padre era corto, pero bastante explícito.

 -No quiere volver a verme, ja, ¡qué tristeza! Bueno, será la primera orden suya que obedezca al pie de la letra, mi estimado Duque.

 Exclamó Terry en medio de la habitación de la casa de su madre. Llevaba ahí más días de los que hubiera deseado, pero el motivo se le escapaba de las manos. Tal parecía que había abusado de su propio cuerpo exigiéndole demasiado en muy poco tiempo, por lo cual, la primera noche en que le dio descanso a su desgastado físico, éste salió de su entumecimiento y pudo por fin reclamar atención.

 Fiebre, dolor muscular y de huesos, además de una fuerte tos lo habían tenido en cama varios días. Su madre lucía muy preocupada; había permanecido junto a su cama casi todas las noches y él se sentía un tanto culpable de disfrutar tanto dichas atenciones maternales, pero no podía evitarlo. Era la primera vez que tenía a su madre al lado suyo mientras convalecía de una enfermedad. Pero a los pocos días aquel esmerado cuidado maternal resultó un tanto contraproducentes. Él insistía en sentirse mejor, no del todo bien, pero con las fuerzas suficientes para comenzar su viaje. Su madre por su parte, alegaba que debía de estar completamente recuperado para evitar una recaída peor en el camino. Además el clima no ayudaba. Llovía mucho y el frío se hacía cada vez más intenso. El invierno amenazaba con llegar demasiado pronto y Terry sentía que su tiempo se acababa.  Al final aceptó quedarse un par de días más hasta que el doctor lo diera de alta oficialmente, según el galeno, lo que realmente necesitaba era descansar. Aunque eso le resultaba bastante difícil.

 En el día, en lo único que pensaba era en encontrar a Candy, y en la noche, en la noche era peor. La soñaba siempre, generalmente llorando. Pero esa noche su sueño lo había desconcertado demasiado.

Soñó con él mismo, siendo pequeño. Corría por una colina hasta que una piedra lo hizo tropezar. Al caer se raspó la rodilla haciéndola sangrar e irremediablemente comenzó a llorar. Su madre había salido de alguna parte y   fue a auxiliarlo. Pero al ver su rostro no se trataba de su madre, sino de Candy. Y de repente el niño que atendía no era él, era otro niño. Porque él en ese momento podía ver a ambos desde cierta distancia. Veía como Candy curaba la herida del pequeño y besaba su frente. Terry quiso acercase pero en ese momento la distancia se volvió cada vez más grande hasta que las figuras de Candy y el pequeño se perdieron de vista.

Sintió miedo y despertó sobresaltado. Al encontrarse con el telegrama de su padre creyó haberse olvidado del sueño pero ahora volvía a recordarlo vívidamente, preguntándose por qué había soñado eso tan extraño.

Tal vez era que en su mente todos los pensamientos vagaban de forma revuelta. Las atenciones recibidas últimamente por parte de su madre y su intermitente desesperación por encontrar a Candy lo habían hecho soñar de forma inconexa.  O quizá había tenido uno de esos sueños premonitorios, que algunos charlatanes de la adivinación dicen tener y que los hacen capaces de vislumbrar el futuro.

Lo absurdo de la idea lo hizo sonreír. Lo más probable fuera que la fiebre sufrida los días anteriores había afectado su cerebro más de lo imaginado. O, quizá, se trataba de un deseo albergado en su subconsciente. Nunca había pasado por su mente la idea de ser padre, pero que no pasara por su mente no significaba que la idea no estuviera en su corazón.

No consideraba que fuera bueno con los niños, en realidad, no era muy bueno con nadie. Pero Candy, ella seguro sería una gran madre, algo regañona por supuesto, pero una excelente mamá. Ellos eran muy jóvenes y nunca habían hablado al respecto, pero finalmente estaban casados y era lógico pensar que al pasar del tiempo nacería en ella el instinto maternal. Desbordaría en el hijo de ambos, el amor de madre que a ella se le había negado. Y Terry por su parte evitaría cometer todos los errores y malos tratos que su padre tuvo para con él. Tener hijos con Candy no parecía una idea tan descabellada, todo lo contrario.

Tal vez ese sueño significaba sus deseos reprimidos. Tal vez era porque cuando finalmente la encontrara  revaloraría lo importante que es vivir cada momento con la persona amada porque nunca se sabe si tendrán que separarse nuevamente.

-Tal vez solo es eso, simplemente un deseo, tal vez…

 Capítulo 20 - Capítulo 22

 

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