Añoranza - Capítulo 22

 

La primera nevada de invierno amenazaba con llegar ese mismo día, motivo por el cual el anciano jardinero y en los últimos años, también guardián de aquella vieja casona arrastraba con premura sus cansados pies dispuesto a terminar lo más pronto posible  de podar los árboles y rosales, con el propósito de que la siguiente primavera volvieran a florecer. El invierno sería duro, así se lo indicaban sus doloridos huesos. Algunos de sus conocidos acostumbraban decirle que ya estaba demasiado viejo para seguir ejerciendo ese oficio, y parecía más descabellado el que lo hiciera con tanto esmero en una casa que llevaba tanto tiempo desocupada.

 Tal vez fuera cierto. Pero no tenía otro lugar a donde ir, ni nadie quien lo esperara. La realidad era que  continuaba al cuidado de los jardines de la casa Andrew por una razón más sentimental, y por lo consiguiente, mayormente incomprensible para los demás. Al viejo señor Whitman le gustaba mantener aquel jardín como en los buenos tiempos de la casa Andrew, cuando al caminar por el patio se podían escuchar las risas y gritos juveniles de los tres nietos de la señora Elroy. Cuando todo el ambiente estaba impregnado del potente y dulce olor de los rosales que el joven Anthony tan magistralmente cultivaba, y cuando al toparte con la señorita Candy, ella era capaz de alegrar tu día al contagiarte con su mágica sonrisa.

De eso ya había sido mucho tiempo. Desde el desafortunado accidente del joven Anthony, el ambiente en el lugar nunca volvió a ser el mismo, a la señorita Candy ya no se le veía reír tan a menudo. Después partieron a Londres, al igual que los jóvenes Archie y Allastor, dejando aquella casa en completo abandono. Mismo destino que sufrió la casa de los Leagan al marcharse ambos hijos, aunque a los muchachos Leagan parecía poco probable que alguien llegara a extrañarlos. Ambas casas y sus alrededores lucían lúgubres e incluso tenebrosas.

El joven Anthony ya no regresaría, destruir todos los rosales. Fue la orden expresa que llegó desde Londres, sin mayor explicación.  A pesar de eso, el anciano jardinero Whitman se esforzaba en mantener los jardines como si aún existiera por esos lares alguien que pudiera apreciarlos. Lo hacía por estúpido sentimentalismo probablemente, pero sentía que era una forma de conservar el recuerdo de la nobleza de espíritu y pureza de sentimientos que el joven Anthony había logrado transmitir a sus rosales.

Ya nadie jamás pasaba por esos lugares, mucho menos en aquella época del año. Por eso el señor Whitman se extrañó tanto cuando vislumbró, parado en el portal de las rosas, al joven de cabellos oscuros que tenía la mirada fija en la antigua propiedad.  Se trataba de un muchacho realmente joven, pero su expresión preocupada y afligida, por instantes lo hacía parecer mayor.

-Buenas tardes caballero.

-Buenas tardes.- Contestó aquel extraño muchacho- Dígame algo señor, ¿es esta la casa de los Andrew?

-Al menos es la que solían habitar.

-Entiendo. Y supongo que este es el rosal que cultivaba Anthony Andrew.

-Así es, joven. Parece estar muy bien informado sobre esta familia, ¿es usted amigo del joven Anthony?

-De cierta manera. Digamos que su destreza para cultivar rosas es famosa incluso en Europa.

-El joven Anthony era muy virtuoso cultivando rosas. ¿Ha venido usted a buscarlo por esa habilidad? De ser así, me apena mucho ser yo el que deba informarle que el joven, al igual que sus primos Stear y Archie, partieron a Europa hace más de un año, y según las últimas noticias que tuve de ellos, no planean regresar.

-Eso también lo sé. En realidad, estoy buscando a otro miembro de la familia Andrew, un miembro bastante peculiar y espero que usted pueda ayudarme. Busco a la señorita Candice White Andrew, ¿la conoce?

-Si la conozco. La señorita Candy, una chica dulce en demasía. Ella vivió aquí una temporada, de hecho esas rosas el joven Anthony las nombró Dulce Candy en su honor. Debería verlas en primavera, son igual de hermosas que ella.

-Apuesto que sí. ¿Ella no ha regresado a esta casa?

-No señor. Lamentablemente no la he vuelto a ver, supongo que debe de seguir en esa escuela en Londres. Me apena no poder ayudarlo.

-A mí también… verá señor, yo soy amigo de la familia Andrew, en especial de Candy. Estoy al tanto de sus orígenes, sé que ella creció en un orfanato, “EL hogar de Pony”. ¿Tiene alguna idea de dónde se encuentra ese hogar? Le agradecería mucho si pudiera darme información al respecto.

-No conozco el sitio exacto, pero tengo una idea aproximada del lugar. La señorita Candy hablaba de ese hogar todo el tiempo. Pero discúlpeme en verdad, he sido muy poco atento. ¿Desea acompañarme a mi cabaña? Ahí podré explicarle cómo llegar a ese sitio tanto como me sea posible, y si lo acepta, ofrecerle una bebida caliente.

-Es usted muy amable.

-Solo una pregunta joven, no lo sé, por si acaso la señorita Candy llegará a aparecer por este lugar, ¿cuál es su nombre?

-Mi nombre es…

-Terrence… Greum… Grandchester. Con qué así se llama ese maldito. ¡Pero Candy no entiendo cómo pudiste ser tan tonta!

Tom estaba furioso. Cuando había recibido la noticia de que Candy, su hermana de crianza, estaba de regreso en el hogar de Pony, Tom montó su caballo y cabalgó de inmediato deseoso de saludarla; pero al verla, su atención se distrajo por completo observando el vientre extrañamente abultado que Candy lucía en esos momentos. Se sentía confundido, incapaz de comprender lo que ocurría., su boca hacía gestos exagerados pero no lograba emitir ningún sonido.

Su perplejidad había dibujado una sonrisa en el rostro de Candy, quien con ternura lo tomó de la mano y lo condujo hasta la sombra del padre árbol para relatarle la serie de acontecimientos que la habían traído de vuelta al hogar. Conforme avanzaba su relato, Tom insistía en saber todos los detalles respecto al hombre que se había burlado de la que amaba como su hermana y al saberse informado de toda la historia estalló por la rabia.

-Ya sé que fui una tonta, Tom, no hace falta que me lo repitas.

-Lo siento, perdón Candy, no quise ofenderte. Pero es que estoy…tan enojado. Ese canalla mal nacido es un verdadero idiota si cree que por ser rico y noble, tiene derecho a hacerte lo que te hizo, a burlarse de ti. Pero dime algo, ¿entonces ese tal Terrence no sabe que tú estás embarazada?

-No. –Contestó Candy - Yo me enteré de mi embarazo hasta que me encontraba en el barco de vuelta a América. La señorita Pony insiste en que tengo que informarle, aunque yo no creo que le interese. Además no tengo idea de a dónde escribirle, su padre solo me dijo que se marchó a Francia, pero desconozco el lugar exacto. Supongo que mis amigos podrían investigarme alguna dirección,  aunque no tengo muchos deseos de escribirle.

-¡No, no lo hagas! ¡Nunca, óyeme bien, nunca ese tipo debe de saber que tienen un hijo!

-¿Por qué te preocupa? –Candy no entendía la acalorada negativa de Tom - Ya te he dicho que dudo mucho a él le importe.

-Te equivocas, ¡parece que no conoces a los ricos Candy! No le importas tú, pero ese tipo es un aristócrata, jamás permitiría que alguien que lleve su sangre “noble” viva aquí, en la pobreza, entre un montón de niños huérfanos sin apellidos. Te lo quitaría Candy, tenlo puedes estar segura de que te quietaría a tu bebé. ¿Es eso lo que quieres?

Aquellas palabras infundieron un terrible temor en el corazón de Candy, y es que aunque Tom lo desconocía,  su argumento tenía bases lógicas que él ni siquiera imaginaba. El Duque Richard Garndchester nunca estuvo de acuerdo en que Terry creciera al lado de su madre por el  simple hecho de ser actriz, ella no tendría la más mínima posibilidad de conservar a su hijo con ella si los Grandchester se enteraban. Se lo quitarían apenas saliera de su vientre.

-No…yo quiero a mi hijo conmigo.

-Entonces debes evitar a toda costa que él se entere. – Tom la tomó por los hombros.-  Y no te preocupes, confío en que Dios me dará algún día la oportunidad poner a ese sujeto en su lugar, hacerlo pagar por lo que te hizo. Tranquila Candy, yo estoy aquí para protegerte.

Aquella promesa Tom la había hecho muy enserio. Habían pasado varias semanas desde que sostuvo dicha conversación con Candy, y no pasaba un solo día sin que fuera a visitarla al Hogar de Pony, para llevarle los mejores quesos, leche y fruta fresca de su granja, quería cuidarla y verla feliz, aunque sabía que aquella tristeza en la mirada de su hermana, no desaparecería jamás, así como no desaparecería de su mente el deseo de vengarse de ese tal Terrence.

Tom nunca había sido un tipo de problemas, mucho menos de odio ni de rencores, pero ante esta situación reaccionaba como lo haría cualquier hermano natural al saber traicionado el honor, pero sobre toda la inocencia y la pureza de corazón de su hermana. Imaginaba todos los  posibles escenarios para cobrarle a ese tal Grandchester su afrenta, pero su instinto natural de tratar de proteger a Candy le recordaba constantemente que lo principal era evitar que aquel sujeto se volviera a acercar a ella con el fin de provocarle más daño.

Hubiera preferido no hacer ese viaje al pueblo, hacía frío y estaba oscuro, pero el viejo granjero Steve era necio, y su hijo, quien lo conocía mejor que nadie, sabía que no acompañarlo, el viejo era capaz de largarse solo y exponerse a un gran peligro. Era un camino que ya conocían, así que Tom dirigía la carreta como un autómata, sumido en sus propias reflexiones, que por poco sigue su camino sin percatarse de joven que le hacía señas para obligarlo a detenerse.

Estaba perdido. Definitivamente se había perdido. Las indicaciones dadas por el anciano jardinero de los Andrew le hicieron pensar que el sitio no estaba tan lejos, que no era necesario tener que alquilar transporte y mucho menos perder otro día buscando algún alojamiento. Así que decidió ir hasta allá de inmediato valiéndose de sus propios pies. Pero las cosas jamás salen como uno las planea. Llevaba horas caminando, la noche, como suele pasar en el invierno, llegó antes de lo esperado, acompañada de la primera nevada de la temporada. El frío era intenso y la nieve comenzaba a borrar el precario camino de tierra que era el único indicio de civilización en aquel lugar. Hacía rato que ya no veía casas cerca del camino, únicamente extensos campos de lo que suponía eran pastizales para el ganado, pero que lucían abandonados y cubiertos de nieve. Cuando creyó que sus esperanzas se extinguían, en medio del camino apareció una carreta guiada por dos hombres

-¡Deténganse! ¡Deténganse por favor, necesito ayuda!

-Buenas noches amigo, ¿qué le ocurre, acaso está perdido? – el que habló fue el más joven de los hombres,  el otro sujeto que lo acompañaba parecía estar entumido debido al frío.

-Temo estarlo, y le agradecería mucho si pudiera darme indicaciones. Estoy buscando un sitio, el hogar de Pony. ¿Lo conoce? ¿De ser así, podría indicarme si voy en la dirección correcta?

-El hogar de Pony. ¿Sabe que eso es un orfelinato? ¿No me diga que pretende adoptar un hijo? Es usted muy joven. Disculpe usted la desconfianza, pero no solemos tener muchos visitantes por aquí, así que antes de darle cualquier información, dígame ¿cuál es su nombre?

-Por supuesto. Me llamo Terrence Grandchester y en realidad a quien busco es a una chica que creció en ese lugar.

-¡Grandchester! ¡Vaya! Ese es un gran apellido- el joven había descendido de la carreta y caminaba hacia Terry con los pulgares dentro de los vaqueros, en una postura que parecía un tanto hostil. Terry no se extrañó, era común que los lugareños, especialmente si se trataba de gente de campo como ese chico, se mostraran desconfiados y suspicaces ante la presencia de un forastero- Y dígame, Señor Grandchester, ¿a quién busca? Porque permítame decirle algo: yo conozco a todos los chicos y chicas que han vivido ahí, dado que yo también crecí en ese lugar.  Me llamo Tom- y le extendió la mano a Terry estrechándosela con una fuerza innecesaria.

-¿En serio? Entonces debes de conocer a Candice White, es a ella a quien busco.

-¿Candy? Por supuesto que la conozco, nos criamos juntos ahí siendo niños, ambos huérfanos. ¿Pero dígame algo, usted cómo la conoce?

Terry pensó que resultaría demasiado complicado explicarle toda su situación a ese desconocido que se mostraba tan desconfiado, no creyó necesario causar más animadversión en aquel rudo muchacho y optó por dar una limitada respuesta.

-Fuimos compañeros en el colegio.

-¿Compañeros? ¿Nada más?- aquella verdad a medias enfureció más a Tom-  Bueno entonces cómo su compañero del colegio no entiendo porqué la busca aquí. Candy tiene años que no viene por acá, desde que fue adoptada por los Andrew.

-¿Años? ¿Está seguro? Candy… Candy ya no asiste más al colegio, pensé que regresaría aquí, o quizá es que aún no ha llegado.

-¿Regresar? No joven eso es imposible. Candy ya no puede regresar porque…el hogar de Pony ya no existe.

-¿Cómo dice?

-Fueron desalojados este verano. El señor Cartwirght, dueño de todas estas tierras, reclamó dicha propiedad. Compró más ganado y necesitaba un terreno más amplio donde pastaran sus animales, los niños fueron reubicados y las directoras enviadas a algún convento supongo. La verdad es que todo fue tan rápido que ni siquiera yo, que vivo a unas cuantas millas de aquí,  tuve tiempo de despedirme de ellas.

-No puede ser- Terry de nueva cuenta se sentía devastado- ¿Y ese tal señor Cartwirght, dónde vive? Quiero verlo y preguntarle si puede darme alguna información sobre el paradero de las directoras.

-Para verlo tendría que esperar hasta la primavera. El señor Cartwirght pasa cada inviernocon su familia en Florida, parece que el clima frío de estos lugares no le sienta bien a sus dolencias.

-¡Maldita sea! Quiero decir, agradezco mucho la información, de todas maneras me gustaría ver el lugar donde creció Candy. ¿Dime si es éste el camino correcto, por favor?

-No, no se lo diré. Y tampoco permitiré que vaya hasta allá.- la hostilidad de ese joven comenzaba a resultarle bastante molesta a Terry.

-¿Ah no? ¿Y cómo piensas impedírmelo?

-A la fuerza de ser necesario- aquello ya sonaba a amenaza, pero, inmediatamente el tal Tom pareció rectificar- No me mal entienda Señor Grandchester, y discúlpeme por mis toscos modales de vaquero. Lo que quiero decirle es que me resultaría inhumano dejarlo marchar por ese camino en medio de la oscuridad, con la nieve cayendo, durante horas; sabiendo yo de antemano que lo único que encontrará cuando al fin llegue  a su destino será las ruinas de lo que en otro tiempo fue un orfanato. Podría usted perderse, enfermarse, quedarse varado por la tormenta sin nadie que lo ayude en los alrededores y mi conciencia no me dejaría en paz. Por favor, mi padre y yo vamos rumbo a un pueblo cercano, permítanos llevarlo. Ahí hay una estación de ferrocarril supongo que todavía alcanza los últimos trenes que parten ésta noche. Siga mi consejo, regrese en primavera y probablemente su búsqueda arroje mejores resultados. Si yo me entero de algo en ese tiempo con gusto se lo informaré, pregunte por Tom del rancho Steve. Y créame, si Candy llega a venir por estos rumbos, seguramente pasaría a saludarme, somos muy amigos.

Terry no estaba muy seguro de marcharse. Le parecía una derrota enorme haber llegado hasta ahí para nada.

¿E ir a dónde? No tenía ninguna otra pista que seguir. Pero Tom pareció leer su mente y lo que le dijo a continuación le regresó la esperanza.

-Ahora que recuerdo, me parece que Candy alguna vez me mencionó que los Andrew tenían una casa en Chicago ¿Ya preguntó por ella ahí?

-No… pero me parece una buena idea.

-Entonces, ¿qué me dice? , ¿Acepta que lo llevemos al pueblo?

-Sí, se los agradecería mucho.

-No tiene por qué – Tom sonrió.

-¡Candy! ¿Candy qué haces aquí afuera?- preguntó la hermana María al encontrar a Candy parada en el umbral de la casa con la vista pérdida en la oscuridad de la tormenta- Está nevando y hace un frío terrible, podrías enfermar y poner en riesgo a tu bebé.

-Lo sé hermana María, disculpe, es solo que…estaba viendo el camino.

-¿Viendo el camino?- La hermana María miraba extrañada la oscuridad-  ¿Esperas a alguien acaso?

-No, hermana.  No tengo a nadie a quién esperar.

Capítulo 21 - Capítulo 23

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