Añoranza - Capítulo 23
Un pequeño, pero intenso golpe proveniente del interior de su vientre, generado por un brusco movimiento del bebé, fue lo que despertó a Candy esa mañana. Descubrió su prominente estómago de embarazada y comenzó a masajearlo con el propósito de tranquilizar al bebé, pero pronto comenzó a notar pequeñas elevaciones en la piel de su vientre, en los puntos donde seguramente se hallaban las extremidades del feto. Pareciera que él también acabara de despertar e intentaba desperezarse estirando todo su pequeño cuerpo en aquel espacio tan reducido.
--¡Auch, eso duele! – Expresó Candy tras recibir otro poderoso
golpe interno - ¿Estás muy incómodo allá adentro? Supongo que sí. Debe de ser
un sitio muy oscuro, yo también estaría ansiosa por salir de un sitio así, pero
el doctor dijo que todavía tendrás que estar ahí otras cuatro a seis semanas
más, aunque, siéndote honesta, -se incorporó con dificultad dada sus
voluminosas dimensiones - yo también muero de ganas por conocerte, solo espero
que para cuando nazcas el clima ya haya mejorado.
Aquel invierno había sido particularmente crudo y cualquiera podía
pensar que la primavera jamás llegaría. Nevaba durante varios días seguidos sin
dar tregua, situación que llegó a preocupar mucho a la señorita Pony y la
hermana María, ya que cada vez que había tormenta de nieve, el viejo Hogar de
Pony quedaba prácticamente incomunicado y aislado de los pueblos más cercanos,
haciendo imposible tener al alcance atención médica en el caso de que Candy la
necesitase. Pero aquello jamás fue necesario. Si Candy padeció algún malestar durante
aquel invierno, nunca nadie lo notó; su desbordante alegría y excelente ánimo
opacaban cualquier síntoma o incomodidad. En la víspera de navidad ella se
vistió con un traje rojo y colocándose una barba falsa, logró que los pequeños
del orfanato se desternillaran de risa asegurando que Candy era idéntica al
viejo Santa, especialmente por su enorme barriga.
-¿Qué pasa contigo bebé? – Candy seguía masajeando su vientre -
¿Por qué estás tan inquieto hoy?
Por más que Candy intentó cambiar de posición sobre la cama el
bebé seguía moviéndose con mucha fuerza. Decidió que no tenía otra opción más
que levantarse; generalmente cuando comenzaba a caminar el bebé se
tranquilizaba. Todavía no nacía y ya su futuro hijo o hija gobernaba su tiempo
a voluntad. Apenas estaba amaneciendo y la mañana era fría, con un cielo cubierto
de nubes, pero eran nubes blancas, de esas que poseen la particularidad de dejar
pasar a través de ellas, la leve resolana que emite el sol detrás suyo. Aunque
el panorama no era del todo alentador, se trataba del mejor clima que habían
tenido en semanas y considerando la enorme pila de ropa y sábanas sucias
acumuladas durante el invierno, Candy pensó que era una excelente oportunidad
para hacer la lavandería. Sin pensarlo dos veces se dispuso a comenzar su tarea
teniendo fe en que el clima no empeorara y que con la ayuda del viento la ropa
estuviera seca esa misma tarde. Para cuando la hermana María y la señorita Pony
despertaron, en el patio ya había cerca de diez tendederos repletos de ropa
recién lavada.
-No deberíamos permitir que se esforzara tanto. Tiene muy próxima
la fecha de parto.
-Haga entender a Candy, hermana María, le es casi imposible
estarse quieta. Además ella lo hace por sentirse útil. Considera que su
presencia aquí es una carga demasiado grande para el limitado presupuesto del
hogar y colaborar en las labores domésticas la ayuda a sentirse mejor.
-En eso tiene razón. La verdad señorita Pony, yo también he estado
pensando en lo difícil que será mantener a Candy y a su bebé aquí, apenas y
podemos con los niños que ya tenemos.
-Dios proveerá hermana, siempre lo hace.
-Tiene razón señorita Pony- la hermana María lanzó un enorme
suspiro de esperanza mientras observaba como Candy frotaba la parte baja de su
espalda, mientras se recargaba contra la
pared de la casa, era evidente que el esfuerzo había sido demasiado para su
condición- Pero aun así desde ahora le voy a prohibir a Candy que haga
cualquier quehacer y si no quiere obedecerme pues… entonces tendré que
amarrarla a la cama. ¡Candy! ¡Candy!
-¡Buenos días hermana María! ¡Señorita Pony! Parece que hoy será
un buen día.
-¿Candy por qué has hecho eso?
-¿Qué cosa hermana?
-¡Esto! Lavar esta cantidad tan grande de ropa.
-¡Ahh! Es que no podíamos dormir, además los niños necesitan ropa
limpia.
-¿No podían dormir? ¿A quienes te refieres?
-Al bebé y a mí, en realidad fue el bebé quien me despertó, estaba
muy inquieto.
-¿Inquieto? ¡Santo Dios!
¿Candy te sientes mal? ¿Te duele algo?
-No hermana, me siento perfectamente.
-Pero estás sobándote la cadera, si te sientes mal necesito que me
digas la verdad.
-¡No! Quiero decir, me molesta un poco pero…
-¡Candy esto no es un juego! Estás esperando un hijo y eso
conlleva actuar prudentemente además…
-¡Buenos días a todas!
-¡Tom! –Candy saludó con alegría a Tom, agradeciéndole mentalmente
porque su oportuna llegada la librara de la reprimenda de la hermana María - ¿Qué
haces por aquí tan temprano?
-Vengo por ti, Candy. ¿Recuerdas a Rosenda?
-¿Rosenda?- Preguntaron la Señorita Pony y la hermana María al
unísono.
-Es una vaca que vive en el rancho de Tom. ¿Qué pasa con ella?
- En la mañana que revisé a los animales en el establo la noté
bastante inquieta, estoy seguro de que hoy parirá a su becerrito, y como tú me
habías dicho que te gustaría ver cuando eso ocurriera he venido por ti para que
me acompañes.
- ¡Qué emoción! ¡Démonos prisa!
-¡Candy! ¿No has entendido que debes descansar!
-Lo sé hermana y le prometo que en cuanto regrese no me volveré a
levantar de la cama.
-¡Candy!, ¡Candy!- Pero Candy ya estaba arriba de la carreta que
Tom conducía con dirección al rancho Steve, antes de que la hermana María
pudiera objetar nuevamente- ¡Candy vuelve aquí! ¡Eres una irresponsable!
-Deje de insistir hermana, ya se han marchado. Cuando regrese
hablaré con ella. Trate de entenderla, debe de estar muy nerviosa y el
nacimiento de un becerrito supone que es lo más cercano a entender por lo que
tendrá que pasar dentro de muy poco. Venga conmigo, preparemos el desayuno para
los niños y confiemos en que nada malo le ocurra.
-¡Ouch! ¿Tom, podrías manejar con más cuidado?- Al pasar por un
desnivel de la accidentada vereda que conducía al rancho Steve, la vieja calesa
se hundió, haciendo que Candy rebotara en su asiento, provocando que el dolor
que sentía en la cadera por lavar esa gran cantidad de ropa. aumentara. ¿Tendría
razón la hermana María en preocuparse? Según lo que el Doctor le había
explicado, los dolores que indicaban que la hora de dar a luz había llegado irían incrementando en intensidad a la par de
que el lapso de tiempo en el que se presentaba uno y otro disminuyeran; y el
dolor que ella sentía era latente y tolerable. Seguramente había sido el exceso
de esfuerzo, aunado al gran peso de su vientre. Además faltaba tiempo para que
llegara a sentir una verdadera contracción, o eso pensaba.
-Lo siento Candy, pero si no nos damos prisa no podrás ver cuando
nazca el becerrito. No te preocupes ya falta poco.
Cuando llegaron al rancho, el padre de Tom, el ranchero Steve los
estaba esperando en la entrada. Le dijo a Tom que necesitaba la carreta porque
quería hacer unas diligencias en el pueblo antes de que nevara.
-¿Nevar? ¿Estás loco? Hoy tenemos el mejor clima de toda la
temporada.
-Créeme, mi rodilla siempre me duele cuando va a nevar y el día de
hoy me ha estado doliendo mucho.
-¡Vaya que método más confiable para pronosticar el tiempo!
-Apuesta lo que quieras – retó a su hijo mientras batallaba por
subir a la carreta -verás que no me equivocaré, pero bueno no puedo
entretenerme más. Regresaré pronto para llevar a Candy de vuelta al hogar, nos
vemos chicos.
En el establo un hombre los esperaba. Se trataba de un peón del
rancho, quien por instrucción de Tom, se
había quedado vigilando a la pobre “Rosenda”, quien estaba recostada mugiendo
lastimeramente y respirando de forma pesada. Después de saludar a Candy, el
peón le dijo a Tom que se quedaría por si necesitaba ayuda, aunque, según Tom
había confesado a Candy, él había atendido la mayoría de los partos de los
animales del rancho y era todo un
experto. Eso quedó demostrado, ya que al poco rato un pequeño becerrito color
café suave intentaba temblorosamente ponerse de pie dando pasos trastabillados
hacia su madre.
-Es un macho. –Exclamó Tom lleno de orgullo.- ¿Cómo te gustaría nombrarlo Candy?
-Mmm- Canyd meditó un rato, observando el color y la ternura de la
mirada del tierno animal- ¿Qué te parece “Caramelo”?
-¿Caramelo? Jaja. De acuerdo, como tú digas. ¡Vaya pero qué
tormenta de ha desatado! Qué bueno que no aposté con papá, tenía razón. Aunque, técnicamente, se trata de aguanieve,
así que habría tenido oportunidad de ganar la apuesta. – En la escasa hora que
había pasado desde que su padre se marchara, el clima había cambiado
drásticamente. Las nubes en el cielo se habían tornado completamente oscuras,
el viento soplaba a gran velocidad y agua prácticamente congelada caía del
cielo. – Candy, tengo que cambiarme de ropa. Además está haciendo mucho frío.
Iré a la casa a cambiarme y por un paraguas y un abrigo para que llevarte a la
casa y que puedas esperar ahí hasta que pase la tormenta y regrese mi padre, mientras,
tomaremos chocolate caliente, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
-Te quedarás sola, pero solo un momento. -Le hizo señales al peón
para que se acercara dándole instrucciones para que fuera al cobertizo por unos
impermeables- Regresamos en seguida.
Candy estaba sentada sobre una paca de paja, observando embelesada
al pequeño “Caramelo” alimentarse de su madre. La escena la enterneció y no
creyó que fuera una tontería pensar que Rosenda lucía cansada, pero contenta.
-¿Cómo te sientes Rosenda? –Acariciaba el lomo de la flamante
madre- ¿Estás feliz con tu bebé? Apuesto que sí. ¿Te gustaría un poco de agua?
En un rincón del establo había una enorme pileta con agua. Candy
esperó que no estuviera congelada y procedió a llenar un balde con el vital
líquido. Aunque no lo llenó en su totalidad, el balde era grande y tuvo que
sostenerlo en alto para no golpearse el vientre, pero al hacerlo su visión
quedó obstaculizada en gran parte, impidiéndole ver, lo que provocó que después
de dar apenas un par de pasos, sus pies tropezaran con una enorme pala para
nieve recargada contra la pared. Intentó mantener el equilibrio para evitar
caer de frente contra su estómago, pero finalmente terminó cayendo sobre su
costado izquierdo derramando el agua helada sobre sí.
Sintió como si algo estallara en su interior. Intentó ponerse de
pie, pero un intenso dolor aguijoneó su espalda arrancándole un grito
desesperado. No podía levantarse. Se apoyó sobre sus manos y rodillas y gateó,
pero solo logró avanzar una corta distancia cuando el dolor nuevamente la
atacó. Al principio no lo notó, por estar empapada de agua y por el terror que
se apoderaba de ella, pero un líquido viscoso y caliente escurría por entre sus
piernas. Se había roto la fuente. Ya no
cabía la menor duda, lo que sentía eran contracciones. El bebé nacería. Otra
punzada de dolor, esta vez más intensa. El bebé nacería de un momento a otro.
-No por favor, aquí no. –Suplicaba al cielo - Todavía no.
Giró hasta quedar sentada y recargada contra la pared. Trató de
respirar lentamente con la ingenua esperanza de que el dolor desapareciera.
Pero ahí estaba otra vez esa punzada de dolor. Ya no era una punzada, parecía
como si le enterraran un enorme cincel en la cadera partiendo su cuerpo en dos.
Necesitaba ayuda, pero llegar a la casa parecía imposible y no dejaba de
llover. Solo esperaba que Tom regresara pronto.
-Candy ya estamos de vuelta, te hemos traído un impermeable y el
chocolate ya está… ¡Candy qué te sucede!
-Tom- Candy estaba temblando, empapada en sudor, con el pecho
elevándose violentamente al ritmo acelerado de su respiración- Tom, mi bebé ya
va a nacer.
-¿Qué? ¿Ahora? ¡No puede ser!
-Ahora, créeme. Tienes que ayudarme.
-Sí, sí. No hay otra carreta para llevarte al pueblo, pero no te
preocupes, iré por el doctor. Tú espera aquí ¡No! Quiero decir, te llevaremos a
la casa.
-¡No!- antes de que Tom se levantara ella ya lo había tomado del
brazo- ¡No te puedes ir! Tienes que ayudarme ¿entiendes? ¡Tienes que ayudarme a
dar a luz!
-¡¿Qué?! ¿Estás loca Candy? ¡Yo no puedo hacer eso!
-¡Sí puedes! Lo acabas de hacer con el becerrito.
-¡Candy tú no eres un animal! ¡Necesitas un doctor!
-¡No hay tiempo! El bebé nacerá en cualquier…. ¡AHHHHH! –Otra
contracción, fortísima, insoportable. Candy hundió las uñas en el brazo de Tom
en un intento por transmitirle algo de su dolor y que él pudiera compadecerse-
No hay tiempo, me está golpeando por dentro, necesita salir, ahora. Hazlo por
mi hijo, Tom, te lo suplico.
Candy lloraba. Pero Tom sabía que no lloraba a causa del dolor.
Lloraba por miedo, por miedo a que algo malo le pasara al bebé, y si él no
actuaba a tiempo, la vida de madre e hijo correrían peligro.
-Está bien- se dirigió al peón que los miraba con la boca abierta-
Ve a la casa, dile a la cocinera que me traiga agua caliente y sábanas limpias.
Después toma un caballo, cabalga al pueblo y te traes al doctor contigo a como
de lugar. Dile que es urgente y no se detengan por nada. ¡Hazlo pronto!
Bien Candy, recuéstate y mantente tranquila. Todo saldrá bien, te
lo prometo.
Pero su mirada indicaba que el panorama era más adverso de lo que
él intentaba presentar, y Candy lo sabía.
-Estás sangrando.
-No importa, lo que importa es mi bebé, hazlo Tom, te lo ruego.
-¡Por Dios! Puedo ver su cabeza. De acuerdo. Cuando cuente tres,
Candy, pujarás con todas tus fuerzas.
¿Lista? Uno…dos…tres ¡puja!
No era solo una metáfora. Literalmente su cuerpo se estaba
partiendo en dos provocando que el dolor se expandiera desde la punta de sus
pies, hasta sus cabellos, como si cada parte de su cuerpo sintiera temor de ser
separada.
-¡Puja! ¡Puja! Aquí viene, ¡no dejes de pujar, Candy! ¡Vas a
lograrlo!
Parecía como si el dolor agudizara sus sentidos. Jaló tan fuerte
la tela de su vestido que este se rompió, pero aún en medio de sus propios
gritos de dolor, pudo escuchar el ruido
provocado por el desgarrar de la tela. Mordía tan intensamente su labio
inferior que comenzó a sangrar; sintió como su sangre sumamente caliente y
espesa le escurría lentamente por la barbilla. La cabeza parecía a punto de
estallarle y su vista comenzaba a nublarse. Se iba a desmayar, pero no podía permitirse desmayarse hasta que su bebé
naciera. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse consiente en
medio de tanto dolor.
-Ya casi, ya casi.
No podía percibir casi nada. Todo a su alrededor era borroso y
confuso. Los sonidos se escuchaban distantes y su propio dolor parecía
extrañamente lejano. Pronto se iría. Un fuerte tirón desde sus entrañas la hizo
volver a su realidad solo el tiempo suficiente para escuchar que Tom gritaba.
-¡Ya nació!
¡Candy ya nació, es un varón!
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