Añoranza - Capítulo 24

 

Al abrir los ojos la primera persona que Candy vio, fue al médico del pueblo tomándole el pulso, eso nunca era una buena señal. Se encontraba acostada en una cama extraña, en medio de una habitación extraña. Al girar la mirada descubrió que tres rostros conocidos la observaban  con expresiones de idéntica y sincera preocupación: el ranchero Steve y la hermana María la miraban con expectativa y aparentando tener miedo hasta de respirar. Gruesas gotas de sudor rodaban por la frente de Tom y su rostro extremadamente pálido indicaba que él también se hallaba al borde del desmayo. Entonces lo recordó todo.

-¡Mi bebé! ¿Dónde está mi bebé?

-¡Por favor Candy tranquilízate, no debes levantarte!

Por más que la hermana María intentaba hacer que Candy volviera a recostarse ella no hacía caso. Lo último que escuchó antes de desmayarse fue a Tom gritando: “¡Ya nació, es un varón!”, o eso creía. Cuál era el sexo del bebé era algo que no le importaba, solo quería saber que estaba bien. Pero el parto había sido difícil y antes de tiempo; seguramente algo iba mal pero nadie se atrevía a decirle. Lloraba mientras tocaba su vientre sintiendo un enorme y doloroso vacío en su ser, deseaba fervientemente volver a tener al bebé dentro de su cuerpo, solo así podía protegerlo realmente. Sus nervios estaban destrozados y volvería a desmayarse en cualquier momento, pero antes de que eso ocurriese, una voz calmada y serena vino a tranquilizar su alma.

-Aquí está, Candy. Perdón por llevármelo pero tenía que asearlo, ¿te gustaría conocer a tu hijo?

La señorita Pony estaba parada en el umbral de la puerta sosteniendo un pequeño bulto blanco entre sus brazos. Sin decir una palabra, Candy extendió los brazos en un reflejo inconsciente, y su amorosa madre y guía le ayudó a colocar al pequeño sobre su regazo.

En medio de aquella maraña de sábanas blancas, unos ojos oscuros la miraban detrás de los parpados hinchados. Esa su hijo; por primera vez tenía frente a frente a su hijo y deseaba observar cada detalle.

-¡No Candy, no lo descubras hace demasiado frío!

-Quiero verlo, hermana María.

Y despojó al pequeño de toda prenda hasta tenerlo completamente desnudo. Era perfecto. Sencillamente perfecto, una bella reproducción en miniatura de un ser humano. Sus extremidades un poco retraídas, su pielecita arrugada e increíblemente delicada. Los dedos se sus pies parecían pequeñas bolitas de arcilla pegadas una junto a la otra. Sus diminutas manos con dedos tan frágiles y uñas como de papel asieron inesperadamente un dedo de su madre. Candy le colocó una mano sobre el pecho abarcando el torso casi en su totalidad. Pudo sentir el pequeño corazón latiendo como un loco. Observó su vientre infantil hinchándose y hundiéndose al compás de su respiración. Era increíble, respiraba. A ella le costaba trabajo comprender la idea de que apenas unas cuantas horas antes, aquel ser se encontraba dentro de ella, creciendo y alimentándose en su interior; y ahora lo tenía en sus brazos, maravillándose al ver como su hijo se aferraba a la vida cada vez que respiraba. Y aunque aún era muy pronto para especular si el pequeño había heredado alguno de los finos rasgos de su padre o abuelo, a Candy le pareció la visión más hermosa que hubiera visto jamás. “Aún no lo conoces, pero pronto llegará y cuando lo conozcas entenderás el significado del verdadero amor”. Eso era su hijo, la representación pura del amor, del más grande y sincero amor. El dolor físico era inmenso, pero la alegría era mucho mayor que funcionaba como una especie de poderoso analgésico. Abrazó a su hijo contra su pecho sonriendo ampliamente mientras gruesas lágrimas de felicidad surcaban su rostro. En ese momento el pequeño comenzó a pegar gritos a todo pulmón. Candy lo retiró asustada, temiendo haberlo lastimado con su efusivo abrazo.

-Tiene hambre Candy, debes alimentarlo. – Le indicó la señorita Pony.

Apenas el pequeño sintió que le era acercado su alimento, comenzó a succionar vorazmente el dulce líquido que brotaba del seno de su madre.

-Doctor, ¿mi hijo está bien?

-Él está perfectamente Candy, no te preocupes. Un poco bajo de peso y talla, pero eso es normal dado que nació prematuro. Me preocupabas más tú, perdiste mucha sangre y entraste en shock; pero éste joven actuó prontamente y fue muy valiente –colocó una mano sobre el hombro derecho de Tom - ¿nunca ha pensado en dejar de ser vaquero y dedicarse a la noble profesión de la medicina?

-No. –Contestó Tom de forma tajante.- Y espero jamás tener que pasar por algo así otra vez en mi vida. ¿Candy en verdad estás bien? Me asusté mucho cuando no reaccionabas.

-Estoy bien Tom, en verdad.  Muchas gracias. Te debo mi vida y la de mi hijo. Gracias  a usted también doctor, gracias a todos, pero sobre todo gracias Dios mío. Señorita Pony, hermana María, ¡Me siento tan feliz!

La hermana María se limpió discretamente una lágrima que rodaba por su mejilla derecha, la felicidad de Candy en esos momentos era demasiado para contenerse en un solo corazón.

-Deberán darle estos medicamentos como aquí lo indica, pero sobre todo tienen que alimentarla muy bien y procurar que descanse, eso la ayudará a recuperarse pronto y por consiguiente a que el bebé se fortalezca. Vendré a verla en una semana, pero si se presenta algún inconveniente antes, no duden en enviar por mí. Y felicidades nuevamente Candy, todos sabemos que serás una gran madre.

Lejos, muy lejos de ahí, Terry gritaba y maldecía, mientras lloraba solo en medio de una oscura habitación, ignorando el feliz acontecimiento recién ocurrido, ignorando que acababa de convertirse en padre y que para él también esa debería de ser una de las noches más felices de su vida. Pero aquella noche, como todas las anteriores, sus sueños se vieron interrumpidos por la imagen de Candy.  Aunque esta vez era distinto, sentía que ella estaba en peligro, que lo necesitaba y las ganas por salir corriendo a buscarla estaban a punto de volverlo loco; el problema era, que ya no tenía idea de dónde seguir buscando. En la casa de los Andrew en Chicago lo sirvientes negaron siquiera conocerla, y aunque los empleados le parecieron sinceros, la negativa de la presidenta de la familia en recibirlo reavivaron sus temores. ¿Dónde estaba Candy? ¿Con quién? ¿Qué habían hecho con ella?

Desde entonces vagaba sin rumbo fijo por los pueblos cercanos volteando cada vez que escuchaba el sonido de una risa alegre o al vislumbrar una espesa cabellera rubia; corría desesperado buscando su rostro entre la gente, pero lamentablemente, nunca era ella. Ni siquiera había querido regresar a pasar las festividades con su madre, tenía miedo de lo que ella pudiera decirle: que ya era tiempo de dejar de buscar.

-¡No! Tengo que encontrarla, necesito encontrarte Candy.

La modesta habitación de hotel únicamente estaba ocupada por una cama y un viejo mueble que fungía como una improvisada mesa de noche sobre la cual, la escaza luz proveniente de la calle proyectaba la lánguida sombra de una botella de whiskey. Tenía varios días que la había comprado, aunque ignoraba realmente el por qué. No quería volver a beber, no como antes.

Recordó la primera vez que probó licor. Era apenas un niño, pero lo suficientemente mayor para darse cuenta de que vivía con una familia en la que no  lo querían. Su madrastra y su padre discutían en el salón mientras él observaba la escena desde lo alto de las escaleras. El tema favorito para discutir: él. Su primer medio hermano había nacido, aunque Terry nunca pudo sentir afecto por el niño. Cada vez que intentó acercársele, su madrastra le gritaba que se alejara, que no le hiciera daño. El jamás le haría daño, solo quería saber qué se sentía tener un hermano. Al final de cuentas tener un hermano significó para él, quedar más relegado dentro de aquella extraña familia. .

-¡Al fin tienes un legítimo heredero! ¿Por qué insistes en tener a Terrence viviendo aquí? –Gritaba la Duquesa Grandchester en medio del salón, sosteniendo a su pequeño hijo en los brazos, con el fin de darle mayor impacto a sus palabras. Terry los observaba desde el borde de las escaleras en el piso superior del Castillo.

-Terrence es mi primogénito.- El Duque Grandchester contestaba sin dignarse a apartar la vista de su libro.

-Pero no es un Grandchester auténtico, ¡es un bastardo!, ¡hijo de esa Americana!

-En lo que a la sociedad concierne, Terrence es hijo nuestro.

-¡Pero no lo soporto!, es burdo y ordinario, al igual que su madre. Mal portado, tonto y no quiero que esté cerca de nuestro hijo. ¿Por qué no se lo envías de vuelta a su madre?

-Ya te he dicho que no voy a permitir que mi hijo crezca entre actores y cirqueros. No te preocupes, pronto tendrá edad para asistir al colegio y lo enviaré a un buen internado, donde corrijan su conducta.

-Pero es que…

-¡Silencio! Ya estoy cansado de tener esta misma pelea absurda. Siempre supiste perfectamente cuál era la situación y aceptaste criar a Terry como hijo de ambos, velo como el precio que tuviste que pagar por llevar un título noble.

Y diciendo esto abandonó la habitación. Pero la Duquesa Grandchester no parecía satisfecha con el resultado de la pelea. Corrió detrás de su marido aun con el pequeño en brazos, para continuar con el segundo asalto de esa contienda.

Los gritos resonaban por todo el castillo. Terry no quería escuchar más, le dolía demasiado. Corrió cubriendo sus oídos por todo el pasillo hasta encerrarse en la biblioteca, y se echó a llorar. No entendía muchas cosas. No entendía por qué su madrastra lo odiaba, por qué su padre jamás lo defendía, jamás le mostraba su amor. En su corta edad no recordaba siquiera un gesto amable por parte de su madrastra, y en los últimos años, su padre nunca sonreía. No entendía ¿qué tenía de malo tener sangre americana?, ¿qué tenía de malo que su madre fuera una actriz?, por qué no podía verla, o si era ella quien no quería verlo. Pero sobre todo se preguntaba, ¿qué culpa tenía él de todo eso?

Siempre que su padre estaba tenso o enojado se encerraba en la biblioteca y bebía una copa de coñac para tranquilizarse. Tal vez a él le funcionara. Corrió detrás del escritorio y procedió a servirse una cantidad enorme de licor, regando gran parte alrededor. Presuroso, bebió el contenido y su primer instinto fue escupirlo. Aquel líquido era amargo y le quemaba la garganta. Pero decidió aguantar y beber hasta la última gota. Conforme el líquido transitaba hasta su estómago, sentía como el calor se iba expandiendo por todo su cuerpo, y parecía calentar su corazón. Sus dedos y extremidades comenzaron a adormecerse, sumiéndolo en una relajación que aparentaba disminuir el dolor en su alma.

Después de aquel primer encuentro con la bebida, comenzó a beber cada vez con mayor frecuencia. Bebía por todo. Bebía por diversión, bebía por soledad, bebía por dolor, por rabia, por rencor. Por desafiar a su padre, por desquiciar a su madrastra. Por encontrarle salida a su furia si resultaba involucrado en alguna pelea. Esas constantes peleas con ebrios desconocidos donde inconscientemente buscaba que alguien acabara con su vida y con su sufrimiento. Bebía con mucha frecuencia hasta que…

-Hasta que ella apareció…

A su mente acudió la imagen de la última vez que se embriagó al grado de casi perder la consciencia. Terminó como siempre propiciando una pelea por alguna estúpida razón. Parecía que era la última pelea, uno de los tipos sacó una navaja y el final pudo tornarse fatal si Albert no hubiese aparecido. Por equivocación terminó en la habitación de Candy. Ella tiernamente lo atendió, después de reprenderlo bastante fuerte por haber bebido tanto,  curó sus heridas y fue esa noche, cuando finalmente se cumplió el deseo que él había almacenado por demasiado tiempo en su corazón, dándole aquel primer beso.

Ese beso que lleno su alma, con el que finalmente pudo sanar las heridas de su croazón. Candy lo enseñó a perdonar, a ser feliz y agradecido con la vida, a  dejar de quejarse porque siempre habrá alguien que tenga menos que tú. A amar con todo el corazón.

Pero ahora ella no estaba, y Terry se sentía más solo que nunca. “Solo un trago para calmar esta ansiedad, para poder conciliar el sueño”, pensaba mientras miraba fijamente la botella. “No Terry. Eso sería muy cobarde. Debes de mantenerte fuerte, sobrio, concentrado. Enfocar todos tus recursos en buscarla. Además a ella no le gustaría que volvieras a beber”. Su lucha interna incrementaba con el paso de las horas, la ansiedad tomaba más fuerza. “Piensa, analiza todas las posibilidades. Recuerda cada palabra que te dijo, tal vez ahí esté la respuesta de donde podría estar. (Maldición solo un trago). No, no lo necesitas, eres más fuerte que esto”. Sin darse cuenta, ya se había servido el segundo vaso

 Capítulo 23 - Capítulo 25

 

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