Añoranza - Capítulo 29
Era un hermoso y soleado
día de primavera, las colinas que rodeaban el lugar tenían un tono verde
intenso y el viento fresco y cálido soplaba, acariciando el frondoso rosal
esparciendo el bello aroma que emanaba la “Dulce Candy”. De repente, el
habitante más pequeño del hogar de Pony rompe el silencio con una estruendosa y
contagiosa carcajada, tan característica de los bebés, mientras juega
alegremente con sus demás compañeros, o al menos eso es lo que él cree.
El pequeño Alex cuenta apenas con un poco más de un año de nacido,
los demás niños del orfanato lo superan en edad por mucho. Aunque todos sus
compañeritos generalmente se muestran amables y comprensibles con él,
muchos en actitud paternal y protectora, esa mañana no le prestaban mucha
atención. El juego consistía en atrapar a tus compañeros; el primero de los
niños en ser atrapado en la ronda anterior representaba el papel de cazador,
mientras sus demás compañeritos huían despavoridos pero desternillándose de
risa. Todos participaban en el juego, menos Alex, por ser el más pequeño.
Aunque esto a él no parece preocuparle, menos aún importarle. Una vez que sus
compañeros emprendían la huida, él comenzaba a disfrutar. A veces solo se
quedaba en el mismo lugar, mirando de un lado a otro como sus amigos corrían en
distintas direcciones, mientras reía nervioso, aplaudiendo con sus manos
regordetas, feliz, pensando tal vez que sus amigos huían de él dándole una
sensación de importancia dentro del grupo. Pero en otras ocasiones decidía
participar. Corría tan rápido como le permitían sus cortas extremidades, con
sus pequeños brazos echados detrás del torso y la cabeza inclinada hacia
adelante en un intento por disminuir la resistencia con el viento y acelerar su
frenética carrera, pero cada cuatro o cinco pasos, el infante trastabillaba
para caer por completo al suelo sin la menor oportunidad de detener su caída,
pero, gracias instinto y la experiencia adquirida por anteriores y accidentadas
caídas, levantaba el rostro fracciones de segundo antes de caer, evitando con
esto lastimarse.
Se quedaba tendido de panza sobre el pasto por un momento, con el
rostro asustado analizando, o esperando que alguien le indicara, cuál debía de
ser su reacción. Evaluaba el dolor pensando si éste ameritaba el romper en
llanto, esto probablemente incluiría tener que dejar de jugar al menos por un
par de minutos, pero un bebé no entiende de minutos, ni de horas, solo de
instintos y de impetuosos deseos. Decidió que sus ganas de jugar eran mayores a
la reciente caída, asentó con firmeza las palmas de sus manos al piso, elevó el
trasero hasta que las piernas quedaron completamente estiradas en su corta
longitud y una vez que encontró el equilibrio suficiente, procedió a levantarse
dispuesto a continuar su loca y torpe carrera.
Tres mujeres observaban esta escena desde el umbral de la vieja
casa. Dos de ellas se hallaban sentadas en mecedoras, aparentemente sumergidas
en sus respectivas actividades, la lectura y la costura, pero en el momento
justo de la caída del pequeño, levantaron el rostro exactamente al mismo tiempo
para cerciorarse de que el niño no hubiera sufrido algún daño considerable; tal
vez una pequeña área de su vista periférica estaba destinada siempre a vigilar
a cada uno de los niños que tenían a su cargo, o tal vez, solo se trataba
del instinto protector de madre, que, sin tener hijos naturales, las dos habían
desarrollado en un grado elevadamente sorprendente durante los años dedicados a
dirigir ese orfanato.
La tercera mujer, la más joven de las tres, contemplaba la escena
completamente fascinada. Ella estaba sentada en el marco de la puerta, con las
rodillas juntas, el codo apoyado en ellas, mientras su barbilla descansaba
sobre la palma de la mano. Una sonrisa iluminaba su rostro y parecía cruzarlo literalmente
de oreja a oreja. Se trataba de la madre del pequeño.
-¡Y ahí va de nuevo! Parece que nunca se cansa- exclamó la
señorita Pony.
-Es tan pequeño, a veces temo que llegue a lastimarse por ser tan
tosco al jugar – agregó la hermana María.
-Lo dudo. Mi hijo es un niño muy fuerte, tiene que serlo- exclamó
Candy dando un hondo suspiro- Me dolió mucho no haber podido venir para estar
con él en su primer cumpleaños
-¡Oh él estuvo muy feliz! La hermana María y yo le hicimos una
tarta, los niños le cantaron feliz cumpleaños y Tom y su padre le trajeron
varios obsequios.
-Me habría encantado estar aquí, pero, era…
-No pienses en eso. Lo importante es que ahora estás aquí;
nosotras comprendemos, al igual que Alex algún día lo hará, que todo lo que
estás haciendo incluyendo el sacrificio de estar separados por el momento, es
por buscarle un mejor porvenir. No te sientas mal, por ahora solo concéntrate
en salir adelante.
-Por cierto Candy- agregó la hermana María- ¿Cómo te va en tu
nueva escuela? ¿Es muy difícil estudiar enfermería en la escuela de Marie-Jane?
-¡Bien! Todo va bien. La escuela es algo estricta y exigente, no
tanto como en el San Pablo, o tal vez sí, pero, distinta – y deseó agregar que
bajo su punto de vista lo aprendido ahí le resultaba mucho más interesante.
Todavía recordaba con lujo de detalle su ingreso a dicha institución, pero
sobre todo, las razones que la llevaron a tomar esa importante decisión.
-¿Qué piensas hacer ahora?-Le preguntó la señora Rose cuando fue a
verla el día siguiente del altercado en el Circo, al viejo hotel donde Candy se
quedaba. Le había llevado sus cosas y la poca paga de los días laborados.
-Buscar otro empleo.
-¿Lavando platos? ¿Fregando pisos?
-Es lo único que sé hacer
-Lo dudo mucho Candy. Eres una chica lista, bella, y sobre todo
honesta y con un buen corazón. Esas son cualidades difíciles de encontrar hoy
en día. No tienes por qué desperdiciar tu vida de esta manera.
-No se trata de mi vida, si no del bienestar de mi hijo.
-Precisamente. ¿Qué vida piensas ofrecerle, arrastrándolo de un
sitio a otro, sin un hogar estable? Sin poder cubrir siquiera sus necesidades
básicas de alimentación y salud. En ese caso, sería mejor que dejarás que su
padre se lo llevara, estás siendo muy egoísta Candy.
-¡Eso nunca!
-Entonces busca la manera de salir adelante. Tu vida no se ha
acabado por que te convertiste en madre, al contrario, es un nuevo inicio con
un empuje mucho más valioso y fuerte. Retoma tus sueños, tus metas, tus
anhelos, y sobre todo, acepta la ayuda de los que te quieren. Candy, aceptar
que te ayuden no significa que seas débil, significa que tienes amigos de
verdad.
A pesar de que el horrendo empleado del hotel le había ofrecido
pasar un par de noches a cambio de su anillo de bodas, esa misma tarde Candy se
marchó con dirección al hogar de Pony para dejar a Alex al cuidado de quienes
la habían criado a ella. La despedida fue dura. Creyó estar convencida de que
era lo mejor para Alex, que estaría bien, rodeado de amor, de otros niños, que
sería solo temporal. Pero aún así seguía sintiéndose terriblemente culpable.
Partió de la casa, sin mirar atrás, escuchando el llanto de su pequeño que le
desgarraba el alma.
Regresó a Chicago y siguió trabajando, generalmente tenía dos o
hasta tres trabajos al mismo tiempo, la mayor parte de ese dinero lo enviaba al
hogar. Candy tenía bien en claro tres cosas: la primera, que Alex era su
responsabilidad, suya y de nadie más. La señorita Pony y la hermana María
únicamente le hacían un favor al cuidarlo, pero todos los gastos que el pequeño
generaba tenían que cubrirlos ella; los recursos en el orfanato siempre habían
sido limitados y no pretendía que estos escasearan aún más al tener a su hijo
ahí, aunque claro, esto no implicaba que las maestras del orfanato tuvieran
preferencias o hicieran distinciones en el trato que le daban a su hijo con
respecto a los otros niños, por tal motivo siempre que Candy acompañaba su
carta con algo de dinero, se aseguraba de escribir que era destinado para “que
le compren algo lindo a todos los niños del orfanato”. Solo mucho tiempo
después se enteraría de que Annie periódicamente también enviaba todo el dinero
posible que podía sacar de su asignación para la manutención de Alex, y que Tom
frecuentemente llevaba leche, quesos y otros comestibles de su rancho con el
mismo propósito.
La segunda cosa que Candy se recordaba frecuentemente era que su
hijo no era huérfano. Y no es que ser huérfano fuera algo malo o un crimen como
robar, ella misma era una huérfana. Lo hacía con el propósito de recordarse que
esa situación sería pasajera, al no ser un huérfano, lo correcto sería que
estuviera al lado de su madre, es decir, de ella. Por lo tanto debería de
esforzarse al máximo por lograr estabilizarse y brindarle a su hijo techo,
comida y cuidados necesarios lo más pronto posible, antes de que Alex tuviera
la edad suficiente para llegar a sentirse solo y abandonado como un huérfano.
Aunque ser huérfano no tiene nada de malo. Volvía a repetirse, pero muy dentro
de sí continuaba escuchando las burlas y el tono despectivo con el que a lo
largo de toda su vida le habían dicho esa palabra, prometiéndose que nunca
permitiría que su hijo recibiera las mismas ofensas, lo defendería con uñas y
dientes, fieramente, como a ella alguna vez Terry la había defendido…”Ella no
escogió ser huérfana”. Terry seguía apareciendo en sus pensamientos, seguía
estando en sus sueños.
La tercera cosa que decidió en aquel entonces, tal vez la más
importante dado que con esto pretendía brindarle un buen futuro a su pequeño,
era que había decidido estudiar y convertirse en enfermera. Creía tener
vocación. Se asustaba poco, mejor dicho, casi nada con la sangre y en las
situaciones de emergencia, como la epidemia experimentada en el barco, fue
capaz de mantener la calma y concentrarse en lo verdaderamente importante.
Además de que siempre había encontrado gran satisfacción atender y ayudar a las
personas. Siempre tuvo presente las palabras dichas por la enfermera Queen,
señalando los beneficios y las dificultades de dicha profesión. Pero tal vez lo
que la hizo en verdad decidirse, fue la impotencia enorme que experimentó
cuando Alex enfermó. Ella no pudo hacer nada, porque sencillamente, no supo qué
hacer. Podía tener la vocación y el deseo, pero le faltaban los conocimientos y
la experiencia. Además de verla como una carrera prometedora, pensó que todo lo
aprendido le serviría para atender mejor a su hijo y nunca más volver a
sentirse inútil mientras su pequeño sufría una enfermedad.
Esta inquietud se la expresó en una carta a la señorita Pony,
quien le contestó que debería de pensarlo bien, porque la enfermería es una las
profesiones más difíciles, pero si esa era su decisión, ella la apoyarían.
Existía una escuela para enfermeras ahí mismo en Chicago, la escuela de
Marie-Jane, una de las mejores en toda la región. La principal cualidad de esa
escuela, era que sus alumnas terminaban sus estudios muy preparadas, ya que al
poco de tiempo de empezados estos, se les integraba en prácticas atendiendo
pacientes de distintas áreas en el hospital Sant Joseph, al que pertenecía esa
escuela, y dicho de paso, este trabajo se les remuneraba. Para mejorar aún más
el panorama, resultaba que la directora del colegio, la señorita Marie-Jane,
quien también era jefa de enfermeras en el hospital Sant Joseph, había sido amiga
de la infancia de la señorita Pony, y ella creía poder persuadirla de que la
aceptara y le permitiera trabajar desde su ingreso.
Así que a inicio de año, emocionada ante un futuro muy alentador,
con bastantes nervios dentro de su corazón, y una carpeta que contenía la carta
de recomendación de la señorita Pony, y por insistencia de Annie, los papeles
que ella le había traído que acreditaban su breve paso por el colegio San
Pablo, Candy se preparaba nerviosa para su entrevista.
-¡Llévalos Candy! El colegio San Pablo es reconocido en muchos
lados, podría servirte. Dudo que las demás enfermeras puedan decir que
estudiaron en una de las mejores escuelas de toda Europa.
-No lo sé, no estoy segura.
-¡Vamos confía en mí! Mira, tú me has dicho que tu intención es
terminar los estudios de enfermera en el menor tiempo posible ¿no es así? Tal
vez algo de lo estudiado en el San Pablo te pueda ayudar a conseguir mejores
notas, o que los maestros consideren que exista algo que ya estudiaste y no sea
necesario que lo vuelvas a cursar en esta escuela.
-En el San Pablo solo te enseñaban a ser una buena dama, algo que
yo nunca aprendí.
-Tú solo llévalos, no tienes nada que perder.
Cuando la Señorita Pony se refirió que la directora de la escuela
de enfermeras era una “vieja amiga”, Candy nunca imaginó que con vieja se
refería a “estuvo presente desde la creación de la tierra”. Marie-Jane era en
realidad vieja, mucho más que la señorita Pony, según Candy calculaba. Además
era excesivamente flaca, su rostro anguloso, casi como el de un ave (de rapiña)
surcado por incontables arrugas y unos ojos pequeños, negros y sagaces que parecían
observar todo y cada detalle al mismo tiempo, haciendo sentir, cuando entraba a
cualquier habitación, un terrible temor a quien se encontrara en ella de cometer
el menor error, porque indudablemente, Marie Jane lo notaría.
Su cara distaba mucho del rostro regordete y bondadoso de la
señorita Pony, le recordaba más a la hermana Grey, aunque su expresión no era
tan soberbia y déspota como la de la religiosa, pero estaba segura que Marie
Jane sería igual o más severa.
Debido a su indecisión, Candy había sacado y vuelto a poner las
calificaciones del San Pablo en la carpeta, esto lo hizo en innumerables
ocasiones, y al final, el papel quedó en primer lugar, sin imaginar que esto
sería lo primero que llamaría la atención de la directora, llevando el curso de
la entrevista por un sendero que Candy no hubiera deseado.
-Veamos-dijo Marie Jane rodeando el escritorio sin dignarse a
mirar a Candy, hundiendo la ganchuda nariz en medio de los papeles, y sobre
esta descansaban unas gafas que extrañamente hacían que sus ojos lucieran
incluso más pequeños- Candy White aspira a convertirse en una enfermera ¿crees
tener lo necesario para ejercer esta noble profesión? – Esa pregunta fue
lanzada sin esperar una respuesta, ya que Marie Jane seguía sin mirar a Candy-
¡Vaya! Estudiaste en el colegio Real San Pablo de Londres, es un cambio
bastante drástico en tu educación. ¿Qué piensan tus padres acerca de esta decisión?
-Yo-aclarándose la garganta- yo no tengo padres.
-¡Oh! Quiero decir, tus parientes, la familia…-pero antes de que
Mary Jane pudiera confirmar el apellido en los papeles de Candy, ésta
contestó-Tampoco tengo parientes, y Andrew es un apellido que ya no uso.
Simplemente soy Candy White, del hogar de Pony.
-¿Del hogar de Pony?
-Si revisa la carpeta, podrá encontrar una carta de la señorita
Pony dirigida a usted.
Mary-Jane tardó menos de un minuto en leerla, pero a Candy le
pareció una eternidad. Su nerviosismo aumentaba con cada segundo. Ignoraba el
contenido de la carta de la señorita Pony y hasta qué punto informaría a
Mary-Jane sobre su situación.
-Pony es muy elogiosa en su carta respecto a ti. Y me pide que te
de empleo también, porque tienes un hijo.
-Así es. Se llama Alex y pronto cumplirá un año.
-¿Eres casada entonces?- El rostro de Mary-Jane era imposible de
leer ¿la estaba probando?
-No.-La directora continuaba mirándola en tenso silencio, si le
preguntaba si era divorciado, iba a desmayarse.
-Ya veo. Siendo honesta Candy, tu no serías una candidata
aceptable para entra a estudiar en mi escuela. Pero Pony me ha pedido darte mi
voto de confianza, y en honor a nuestra amistad lo haré. Te advierto que
el estudio será duro, y el trabajo aún más. No tengo mucha tolerancia a los
errores, pero mucho menos a las faltas a las normas. A la primera incidencia te
irás. Por ahora…Bienvenida a la escuela de enfermería Mary-Jane.
Mary-Jane no mentía. Estar ahí era duro y desgastante, pero al
mismo tiempo reconfortante. Todo el día se le iba entre clases y atender
enfermos, y por las noches tenía que estudiar para el siguiente día. Terminaba su
jornada tan cansada, que casi no tenía tiempo de llorar en las noches por la
ausencia de su hijo. Annie estaba en lo cierto, parte de lo aprendido en el San
Pablo al fin le resultó útil, presentó los exámenes y evitó re-cursar algunas
materias básicas, por lo tanto estaba con compañeras de nivel intermedio a
muchas de las cuales no les agradaba que Candy se hubiera saltado casi un año
de educación, pero eso no la detendría, por el contrario, pensaba tomar incluso
los cursos impartidos en verano con tal de adelantar materias, aunque eso
significara no ver a Alex en un largo tiempo. Por eso se decidió aprovechar las
breves vacaciones de primavera para visitarlo aunque fuera solo un par de días.
Esa noche alimentó, bañó y arropó a su hijo, no tenía sueño, pero
aun así decidió irse a acostar con él. Estar abrazada al lado de Alex era una
sensación maravillosa. Muy lejos estaba Chicago y sus calles ruidosas, el
hospital con sus interminables turnos nocturno, las clases altamente exigentes,
su antipática compañera de cuarto Flamy, Alfred el camillero que no paraba de
acosarla. Todo eso no importaba, solo dormir esa noche abrazada al pequeño ser
humano que le recordaba que todo aquel esfuerzo valía totalmente la pena.
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