Añoranza - Capítulo 30
Muy lejos de las hermosas colinas del hogar de Pony, otra madre
observaba emocionada los primeros pasos de su hijo, los primeros pasos que éste
daba sobre un escenario teatral.
-¿Vienes a espiar los ensayos de mi obra, Eleonor?
La gruesa voz de Nicolas Strauss, dueño de la compañía de teatro
Stanford, provocó en Eleonor un violento escalofrío que la hizo salir de la
ensoñación derivada por contemplar a Terry ensayar el pequeño papel asignado
dentro de la obra “La importancia de llamarse Ernesto”
-¡Nicolas, me asustaste!
-¿Qué haces escondida en este palco?
-Observo.
-¿El ensayo en general? ¿O solo a Terrence?
-Puedes imaginártelo. ¿Qué opinas?
-El chico tiene talento, de otra forma no lo tendría aquí. Claro,
tiene mucho en que trabajar. Dominio del escenario, interpretación, pero sobre
todo le convendría ser mucho más abierto en general. ¿Por qué te interesa
tanto?
-Creo en él.
-Sabes, tu comportamiento les parece extraño a muchos. Incluso en
la prensa han llegado a especular tu relación con ese muchacho. Dicen que es tu
amante.
-Que digan lo que quieran.
-Sospecho que tu relación con ese joven es mucho más cercana que
eso- sentenció Nicolas mientras tomaba asiento a su lado- Él es tu hijo,
¿verdad?- ella guardó silencio.- Eleonor, te conozco desde tus inicios en el
teatro, puedes confiar en mí.
-No sé por qué tienes esa tonta idea, Nicolas.
-Grandchester es un apellido difícil de olvidar. Recuerdo
perfectamente a aquel soberbio Duque husmeando por todo el teatro, lanzando
miradas asesinas a cualquiera que osara acercarse a ti. Tú te notabas nerviosa,
siempre tensa cuando él estaba presente; pero también era obvio que estabas
profundamente enamorada de ese hombre, tanto así que abandonaste la obra
semanas antes de su estreno para irte con él. Aquello me dolió mucho Eleonor y
juré nunca perdonarte. Cuando años después apareciste en la puerta de mi
despacho pidiendo una oportunidad para actuar, lo único que quería era darte un
portazo en las narices, pero lucías tan… devastada, justo como luce Terrence
ahora. Sabía que ya habías sufrido lo suficiente; te recibí nuevamente y nunca
intenté preguntarte qué fue lo que pasó.
-Lo que pasó fue que –Eleonor dio un gran suspiro- Richard
Grandchester consideró que yo no era lo suficientemente digna para ser madre de
su primogénito, y me quitó a Terry, destruyéndome la vida para siempre.
-¿Y ahora, tú hijo decidió volver contigo?
-Yo no diría que fue una decisión. Su padre, también le ha
destruido la vida a él.
- Eso explica su carácter osco y taciturno. Eleonor esto no cambia
nada en absoluto, si Terrence demuestra indisciplina, falta de interés o
cualquier otra actitud negativa, se va.
-No te preocupes. Terrence está hecho para esto, lo sé, lleva el
amor por el teatro en las venas. Además, tiene un motivo muy poderoso para
convertirse en un gran actor.
Ese motivo tenía nombre y apellido: Candice White. Si Eleonor alguna
vez llegó a pensar que lo que su hijo sentía por esa chica, se trataba
simplemente de una emoción pasajera, un amor de verano o una ilusión
adolescente; el haber encontrado a Terry en tal estado de desesperación y
depresión por no hallarla le despejó cualquier duda, aquello era amor
verdadero. La impresión de verlo con el rostro casi desfigurado en esa
asquerosa celda por poco le provoca el desmayo, pero era momento de ser
fuerte, enérgica, de ser la madre que no pudo ser en mucho tiempo.
-Pasa Terry, acuéstate. He mandado a traer un Doctor y vendrá a
verte al hotel en un rato.
-No necesito un Doctor, lo que necesito es un trago.
-¿Piensas que embriagándote diario encontrarás a Candy?
-Pues sobrio no lo he hecho, así que podríamos probar.
-Estoy hablando en serio Terry, no puedes seguir así. Hijo no
tienes idea de cuánto me duele verte de esta manera.
-Pues no me veas. Imagina que sigo en Londres, lejos, muy lejos de
ti. En Londres también me embriagaba y me metía en peleas y eso nunca te
afectó.
-Te equivocas, me afectaba mas no saber nada de ti, pero ahora…
-Pero ahora quieres recuperar el tiempo perdido ¿no? ¿Convertirte
en la madre ejemplar? ¿Reprenderme, aconsejarme? Creo que ya es un poco tarde
para eso, Eleonor.
-Terry sé que estás sufriendo mucho, pero esta no es la forma de
buscar a Candy.
-¡Entonces ilumíname! ¿Según tú cuál es la manera correcta? ¡Estoy
desesperado! ¡Ya no sé dónde buscarla, a quién preguntarle! Pero sobre todo no
tengo idea de cómo estará, y eso es realmente lo que me está matando…quisiera
solo saber si está bien.
-Si ya agotaste todos tus recursos, esa es una razón más para
probar algo distinto.
-¿Cómo qué?
-Voltear la estrategia, hacer que ella te encuentre.
-No te entiendo.
-Piénsalo bien Terry. Candy seguramente también debe de estar
buscándote pero sin saber dónde; esa es la información que tú tendrás que
proporcionarle.
-¿Y cómo se supone que haré tal cosa? ¿Pongo un anuncio en
los periódicos que diga “hey Candy, estoy aquí ven a buscarme”? Tendría que
tener a toda la prensa del país de mi lado.
- A toda no. –Agregó Eleonor sentándose a su lado, al mismo tiempo
que con un pañuelo húmedo comenzó a limpiarle con ternura la sangre coagulada
en la comisura de a boca.- Únicamente a la prensa de espectáculo, y créeme, Terry,
puede ser mucho más efectiva para hacer circular la información.
-Sigo sin entenderte – respondió un Terry que se sentía bastante
perdido.
-Contéstame algo, hijo, ¿sigues amando el teatro?
Fue así como Eleonor convenció a Terry de asistir con la
entrevista que ella le había conseguido con la leyenda del teatro, Nicolas
Strauss, y después de pasar una rigurosa audición, Terry logró ingresar a la
compañía Standfford, y ella seguía alimentándole la esperanza de que si lograba
convertirse en un gran actor su nombre aparecería en los periódicos y entonces,
seguramente Candy lo encontraría. Además estaba decidida a hacer de su hijo en
un hombre de bien y con esto frenar su autodestrucción. “Debes de pensar en qué
futuro quieres brindarle a Candy cuando al fin vuelvan a estar juntos”; qué
futuro quiere brindarle a ella y a su… no, no valía la pena mencionarlo, eso
solo era una simple suposición y no le diría nada a Terry hasta estar
completamente segura, decirle solo lo pondría peor. Candy nunca le mencionó
nada al respecto, tendría que haberlo sabido a menos que… no, no le diría nada,
aquella idea no la dejaba conciliar el sueño a ella, no quería mi imaginar lo
que provocaría en Terry.
El asunto era que cuando Eleonor llegó a Chicago buscando a Terry,
decidió alojarse en un pequeño y modesto hotel a las afueras de la ciudad, evitando
contacto con la prensa o cualquier otra persona que pudiera reconocerla. Cuál
fue su sorpresa al ver que el desagradable sujeto que administraba el hotel
portara el anillo de zafiro azul que había pertenecido a ella y que ahora
pertenecía a Candy. Después de interrogar al enjuto hombrecillo hasta el punto
de intimidarlo, valiéndose de la presencia de su fornido chófer, le confesó que
aquel anillo lo había tomado como pago para dejar pasar un par de noches en el
hotel a una jovencita rubia (“Candy”), linda (“si seguramente es Candy”) y que
traía a su pequeño hijo en brazos (“¿Qué?”).
Cómo se llamaba la joven, de dónde venía o hacía dónde se dirigía
fue algo que aquel hombre no le pudo decir. A pesar de la enorme insistencia de
Eleonor, “Por Dios estaba dispuesta a torturarlo de ser necesario con tal de
confirmar la sospecha”, pero no había nada más que decir; la misteriosa
jovencita (“¿Candy?”) se había marchado aquella misma mañana sin decir una sola
palabra.
¿Un hijo? ¿De Terry? ¿Rodando por ahí, sufriendo penurias? El
simple hecho de pensarlo hacía que se le encogiera el corazón; mil veces peor
sería el dolor de Terry si se enteraba. ¿Si se enteraba de qué? No había nada
seguro, confirmado, como para mortificarlo. Seguramente recaería en el
alcoholismo. No. Era necesario que se concentrara en trabajar, en salir
adelante, y, si sus sospechas fueran ciertas, si Terry tenía un hijo, era un
motivo más para instarlo a lograr su objetivo.
Eleonor pensaba, mientras veía a su hijo ensayar, que ella también
daría lo que fuera por saber dónde estaba Candy.
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-Has llegado tarde Candy, tenías que estar aquí desde anoche.
-Lo sé Mary-Jane, y lo siento mucho créame. Tenía pensado viajar
en el último tren, pero resulta que ese viaje se canceló y tuve que esperar
hasta hoy. Le pido disculpas es solo que, bueno yo…quería provechar hasta el
último minuto al lado de mi hijo, pasará mucho tiempo antes de que lo vuelva a
ver.
-Tus compañeras no saben que tienes un hijo, y de saberlo dudo
mucho que les importase como para justificar tu ausencia. Sabes que esta
escuela tiene reglas muy estrictas y tienes que recibir una sanción. Trabajarás
este turno, pero no será remunerado. Además, trabajarás en una asignación que a
tus compañeras no les agrada, así que supongo que con eso se les pasará el
enojo por tu ausencia.
-De acuerdo Mary-Jane.
-Ve con Alfred, a recepción. El te indicará tu asignación y los
ajustes en tus turnos.
-De inmediato.
-Y Candy…
-Si Mary-Jane
-Me alegra que hayas disfrutado las vacaciones al lado de tu hijo.
-¡Vaya! ¡Su majestad se ha dignado a aparecer! ¿Descansó
suficiente la señorita? ¿O piensa tomarse un día mas mientras las mortales
hacemos sus funciones?
-Yo también te extrañé Flamy- Flamy era la compañera de cuarto de
Candy, la hija mayor de una numerosa familia. Una joven bastante amargada para
su edad, delgada de cabello oscuro y rostro que sería lindo si no tuviera una
expresión permanentemente enojada. Siempre era hosca y sarcástica, pero a pesar
de eso Candy la apreciaba. A veces pensaba en Flamy como esa pequeña vocecita
chillona de su conciencia a la que Candy rara vez escuchaba anteriormente. Pero
ahora estaba Flamy para recordarle que debía estudiar, comportarse y esforzarse
constantemente. Después de esa fría bienvenida, Flamy se dio la vuelta sin
decir una palabra.
-¿A mí también me extrañaste? – dijo una voz proveniente del
escritorio de recepción. Ese era Alfred, hijo de un prestigiado médico de Chicago;
pero hay cosas que no se heredan, y el éxito y el amor por la medicina fueron
dos cosas que Alfred no heredó de su famoso padre. Sus parrandas, nulo interés
por los demás, combinados con su bajo intelecto, tuvieron como consecuencia que
fuera expulsado de la escuela de medicina. Su padre, furioso, dijo que él no
iba a mantener a aquel parásito toda su vida, y le consiguió trabajo en el
hospital Sant Joseph donde fungía como recepcionista, camillero o lo que
hiciera falta. Alfred odiaba estar ahí y no tenía reparo en disimularlo. Su
único entretenimiento era cortejar a Candy, aunque ella creía que lo hacía más
como reto personal que por interés auténtico. Alfred era grosero y antipático,
le recordaba un poco a Neal, aunque no tan soberbio.
-Hola Alfred. Mary-Jane me dijo que tenías una tarea para mí.
-Así es, una que nadie quiere llevar a cabo. Sabes, podrías
librarte de esta, si aceptas salir conmigo a tomar un trago.
-Alfred yo amo mi trabajo y mi profesión, así que ninguna tarea
que me pongan me parece desagradable o insufrible, al menos no tanto como tener
que salir contigo.
-Te crees demasiado superior, por eso todas las demás te odian.
-No me siento superior, y me tiene sin cuidado lo que las demás opinen
de mí. Déjate de rodeos y dime cuál es esa tarea ¡tan terrible!
-Bueno, pues se trata de que…tienes que cuidar al delincuente
desmemoriado de la habitación “0”.
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