Añoranza - Capítulo 31

 

-¡Terry! ¡Terry! ¡Te traigo el periódico, ya está la crítica del estreno! –Recargó su mano en el marco de la puerta para darse tiempo de recuperar el aliento perdido por aquella frenética carrera escaleras arriba - ¿Terry?

Pero para su sorpresa, Terry no estaba. El modesto dormitorio que el joven actor rentaba lucía vacío. A pesar de que la carrera de Terry había experimentado un ascenso que muchos calificaban como “meteórico”, y por ende, su economía mejoraba a pasos agigantados, él excéntrico actor se negaba a abandonar aquella austera vivienda; Un cuarto en el que apenas podías dar un paso sin toparte con la pared de enfrente, una cama vieja, una pequeña estufa de petróleo, un par de mesas y un espejo donde solía pasar horas ensayando su expresión ante tal o cual papel, era todo el mobiliario de aquel pequeño cuarto que no podía ser llamado departamento. De hecho, Terry, no gastaba en nada más que lo absolutamente necesario para subsistir y ahorraba la mayor parte de su sueldo, lo cual a propios y extraños, les parecía un completo absurdo.  

-¡Terry! – Volvió a llamar sin obtener respuesta, pero aquella oportunidad de husmear en una intimidad con la que siempre se topaba ante una inquebrantable barrera, no la iba  a desperdiciar. Caminó con pasos dudosos hacia su cama, al pasar la mano sobre las sábanas podía sentir su calor, no pudo más, y sin recato se dedicó a embriagarse con su aroma que permanecía en la almohada.

La melodía nostálgica de una armónica la arrancó de su ensoñación. “Terry”, y guiada por aquella triste melodía ascendió hasta la azotea. Terry se encontraba recargado en la chimenea, tocando aquel viejo y desgastado instrumento de metal. Se detuvo a contemplarlo por un momento, lucía arrebatadoramente apesto. Su estilo rebelde y desenfadado contrastaba perfectamente con sus facciones refinadas y elegantes. Llevaba una camisa de lino blanca desabotonada en la parte superior y sobre ella caía de forma despreocupada el suave cabello oscuro que él acostumbraba llevar largo. Su estampa contra la imagen del sol escondiéndose detrás de los edificios de Nueva York generaba una postal de la que cualquier chica podría fácilmente caer irremediablemente enamorada, y ella no era la excepción. Mientras pensaba y se recreaba en sus fantasías románticas, Terry dejó de tocar y ella aprovechó ese momento para abordarle.

-¡Terry! Te estaba buscando.

-Hola, Susana

Susana Marlow fue la única hija que procreo el matrimonio de Edward y Amelia Marlow. Desde recién nacida, Susana fue una niña delicada y enfermiza, acosada siempre por la constante sobreprotección de su madre. Cuando Susana tenía siete años, su padre falleció, dejando tras su muerte una herencia modesta y considerables deudas. La Sra. Marlow supo cuidar el dinero y sobrellevar a los acreedores logrando criar a su hija de acorde a las buenas costumbres, pero siempre bajo su mirada vigilante.

Susana era realmente hermosa. Su larga cabellera rubia llegaba casi a mitad de su espalda y caía lacia y tersa. Su rostro era de una palidez casi preocupante, pero eso acrecentaba el impacto de sus bellas facciones. Poseyendo semejante belleza su madre solía decirle que no tenía más que esperar para conocer al hombre que estuviera lo suficientemente loco por ella, y que obviamente, también fuera lo suficientemente rico para mantener a ambas, ya que era hora de que Susana de encargara de cuidarla de la misma forma que ella lo había hecho toda su vida.

Pero Susana tenía otros planes, mejor dicho sueños. Su pasión era el teatro. Amaba leer historias sobre heroínas valerosas, que le hacían frente a todo y a todos por defender su amor; tal vez ella pudiera vivir un amor así aunque fuera unicamente en el teatro. Deseaba ser una gran actriz, la próxima Eleonor Baker quizá. En un extraño arrebato de valor y rebeldía, Susana confrontó a su madre y decidió presentarse en las audiciones para ingresar en la compañía Standford, el mismo día en que Terry se presentó. 

Desde entonces compartían mucho tiempo juntos, ensayos, giras y el escenario. Susana se desvivía en atenciones y en propiciar circunstancias en las cuales demostrarle a Terry el interés, o desde su punto de vista, el amor que sentía por él. Pero Terry era excesivamente hermético, inclusive huraño. Decía que en su experiencia de vida no tenía motivos para confiar ni esperar nada bueno de nadie. Tenía una única meta fija y pondría todo su empeño en alcanzarla lo más pronto posible. Susana seguía insistiendo en que podía verla como a una amiga (por algo tenía que empezar) y confiar en ella. Un día Terry cedió, contándole su historia, y con esto, destrozándole el corazón a Susana, pero ella no estaba dispuesta a perder toda esperanza.

-Terry, mira. Es el periódico de hoy –Terry tomó el periódico solo un par de segundos, para luego hacerlo a un lado -¿No la vas a leer? – Preguntó Susana extrañada- Alaban la obra y de ti hablan maravillas.

-Solo me interesa asegurarme de que mi nombre esté bien escrito.

-¡Oh sí! Para que “ella” pueda encontrarte, ¿no?

-Exacto. Es lo único que me interesa, la razón por la cual me convertí en actor y por la que me esfuerzo día a día por ser mejor. Para que Candy sepa dónde encontrarme.

-Creí que ya la habías olvidado. Ha pasado tanto tiempo, y cualquiera pensaría que…

-¿Olvidarla? Imposible. Jamás olvidaría su dulce rostro, su cabellera alborotada, esa risa contagiosa…su voz, diciéndome que me ama.

-Te escuchas igual al Quijote hablando de su Dulcinea.

-Ja,ja,ja. No. El viejo Quijote vivía perdidamente enamorado de una ilusión. Candy es real, y es mía. Su corazón me pertenece. Soy más como un Romeo hablando de su Julieta, su eterna Julieta.

-Qué curioso, justo venía a avisarte que la nueva obra de teatro que se montará en la compañía es justamente esa, Romeo y Julieta.

-Explícate.

-He estado averiguando. Después de que acabe la gira, serán las audiciones para montar Romeo y Julieta. Y tú te perfilas como el favorito para interpretar a Romeo.  

-Romeo y Julieta- dijo Terry mientras en el rostro se le dibujaba una sonrisa tan resplandeciente que Susana jamás había visto- Esa es, esa es la señal. Tengo que conseguir esa obra.

Terry parecía más bien estar hablando consigo mismo, y Susana creyó prudente recordarle que ella seguía ahí.

-Estaba pensando que podríamos ensayar juntos, antes de la audición, llevar el papel bien preparado. A mí me encantaría ser Julieta y tú serías un Romeo maravillos. Tal vez podríamos vernos todas las tardes aquí en tu departamento y….

-Me voy Susana, tengo muchas cosas por hacer.

-Pero Terry…

-Gracias por el periódico Susana.

-Terry…

-Me siento como un completo inútil, solo te estorbo aquí.

-No digas eso.

-Candy, podré no recordar quién fui en el pasado, pero estoy seguro de que no era un tipo que permitía que una jovencita lo mantuviera de pies a cabeza. ¿Por qué haces esto, si no te sirvo para absolutamente nada?

-Me sirves de compañía Albert, y no tienes idea de lo mucho que eso significa para mí. Además ya te he dicho tú me has ayudado demasiado en incontables ocasiones. Y ya no quiero que sigas pensando esas cosas. Tú no llegaste justamente al hospital donde yo trabajo por mera casualidad. Llegaste ahí porque Dios me está brindando la oportunidad de recompensarte por todo lo que has hecho por mí en el pasado, créelo.

El delincuente desmemoriado de la habitación “0” para asombro de Candy resultó ser Albert, pero a diferencia de las anteriores ocasiones en las que Albert aparecía cuando Candy más lo necesitaba, esta vez era Albert quien necesitó su auxilio. Fue trasladado desde un hospital en Italia en un estado muy delicado porque lo único que repetía una y otra vez era “Chicago”. Su salud física era lamentable, pero la mental preocupaba aún más. No recordaba absolutamente nada, quién era, qué hacía en Italia y porqué insistía en regresar a Chicago. Cuando Candy expresó con que ella lo conocía,  los médicos la bombardearon con preguntas acerca de la identidad del sujeto y si tenía familiares a quienes informarles (y pasarles la factura del hospital por supuesto) Obviamente Candy no pudo responder, lo único que podía informarles era que se llamaba Albert (sin apellido) y que contrario a los rumores no se trataba de ningún delincuente sino de una increíble persona, pero eso al personal del hospital San Joseph no le importó. La cuestión era simple, si el tipo no tenía dinero (o no sabía si lo tenía) ni tampoco tenía familia que corriera con los gastos lo urgente era que se marchara de ahí tan pronto como fuera posible.

Candy no podía permitir que echaran a Albert a la calle. Después de mucho insistirle, prácticamente rogarle, contarle lo poco que sabía de él, traer a sus amigos, Archie, Stear, Patty y Annie, para que secundaran su historia,  y hasta suplicarle que no la dejara sola y le permitiera cuidarlo, Albert finalmente aceptó. Ella tenía algún dinero ahorrado, destinado a la posibilidad de que con ese dinero finalmente pudiera traer a Alex consigo, brindarle un techo y el cuidado necesario, pero no le costó trabajo decidir que ese dinero lo ocuparía para alquilar un pequeño departamento con dos habitaciones, argumentando ante el casero que ellos eran hermanos, ambos huérfanos. Era un  gasto muy grande para sus limitados ingresos, y gatos que implicaba enviar menos dinero para la manutención de Alex, y eso era lo que más mortificaba a Albert.

 -¿Cuándo irás a visitar a tu hijo? – le preguntó aquella noche.

-Dentro de dos semanas. Tendré que trabajar turnos extras para tener tres días libres, pero la verdad es que lo extraño demasiado y no creo poder soportar más tiempo sin verlo.

-Lo sé. Te he escuchado llorar por las noches, supongo que es porque te duele estar separada de él, ¿o me equivoco?

-Tienes razón, en parte.

-Eso quiere decir que, ¿también lloras porque extrañas a su padre?, ¿quiero decir, a Terry?

-Albert, - expresó Candy con tristeza mientras luchaba por no dejar caer los platos a medio enjabonar en el fregadero - sabes que no me gusta hablar de eso. Si te conté de Terry, bueno fue porque él también formaba parte de tu pasado y no sé, tal vez algo de eso te ayudara a recuperar la memoria, pero te pido por favor que no lo vuelvas a mencionar porque es algo que…

-Que te duele, entiendo.-por un momento Albert se quedó pensativo con la vista perdida a través de la ventana- Me gustaría mucho conocer a Alex, ¿qué edad me dijiste que tiene?

-En unos meses cumplirá dos años. A mí también me gustaría que lo conocieras, - expresó con nostalgia Candy después de secarse las manos en el delantal y batallar para quitárselo dado que se había enredado en su cabelo- pero es imposible viajar los dos en estos momentos, no tengo dinero.

-Lo sé y es mi culpa.

-Albert, no vuelvas con eso, no solo es el dinero, también se trata de tu salud.  

-Pero el hecho de que yo no pueda viajar en estos momentos,  no debería de ser un impedimento para que lo conozca. Tú podrías traerlo, y yo podría cuidarlo.

-Albert, ¿qué quieres decir?

-Que ya es tiempo de que vuelvan a estar nuevamente juntos, madre e hijo. Candy tu no podías tener a Alex contigo porque no tenías dinero y no tenías quien cuidara de él. Ahora yo te genero un gasto extra, aunque tú insistas en que no es la gran cosa, pero la única forma en que puedo retribuirte parte de ese gasto, pues se me ocurre que es cuidando yo de tu hijo. Sé que aún no estoy del todo recuperado, pero me creo lo suficientemente capaz de atender a un niño de dos años. ¿Qué te parece la idea? ¿Me aceptas como el niñero de Alex?

-¡Oh Albert!

Candy no pudo contener más las lágrimas y se lanzó a los brazos de Albert totalmente conmovida. Era como en los viejos tiempos, llorar siendo abrigada por esos grandes y poderosos brazos era llorar a plenitud, liberarse de la carga y de las preocupaciones que pudieras tener, porque sabía que de alguna forma u otra Albert haría que todo estuviera bien. Y esta vez sentía que Albert le acababa de devolver el alma al cuerpo, ya que gracias a él podría tener nuevamente a Alex a su lado.

Solo deseaba que aquello no fuera un sueño y el tiempo transcurriera con mucha velocidad.

Capítulo 30 - Capítulo 32

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