Añoranza - Capítulo 32

 

Querida Candy

                ¿Cómo estás? ¿Cómo está Alex? Paty me ha contado que Alex es un niño hermoso, alegre y bondadoso como su madre y que a ti cada vez te va mejor en tu trabajo. Me alegra que sepan reconocer tu talento y vocación, en verdad te lo mereces. Aquí en el campo militar hay muchas enfermeras, pero ninguna tan linda como tú.

Te escribo porque necesito desahogarme y tú eres en la única persona en quien puedo confiar. No me mal entiendas, es solo que cada vez que le escribo a Paty o a mi hermano, intento tranquilizarlos restándole importancia a las cosas que ocurren por aquí. Me dan pena. Ya tienen demasiado preocupándose por mí. Sé que Paty no duerme por las noches rezando durante horas para que no me pase nada y que Archie va cada semana a ver la lista de soldados caídos en batalla con el temor de ver mi nombre entre ellos y preguntándose cómo decírselo a la tía abuela. Nunca me detuve a pensar en que mi decisión pudiera causarles tanto sufrimiento.

Candy la guerra es horrible. Todos los días vuelo sobre campos y pueblos desolados, destrozados; donde antes hubo casas solo quedan los escombros, donde antes fue un campo cubierto de flores o cultivo, hoy solo puede verse las huellas de los tanques de guerra. Existe un silencio mortal, roto únicamente por el estruendo de las armas detonando. Por las noches es imposible dormir, la posibilidad de un ataque sorpresa nos mantiene permanentemente alerta, además, los intermitentes quejidos y lamentos de los soldados heridos te erizan la piel, algunos de ellos mutilados, otros imposibilitados para toda la vida. Pero resulta peor voltear y ver las camas vacías de tus compañeros que nunca regresaran. A veces creo que esto es el infierno.

Aunque últimamente ya no sé ni en que creer. Mi fe se está viendo quebrantada, Candy. He visto a mis enemigos antes de ser fusilados, levantar la vista al cielo y suplicar a Dios por su alma, al mismo Dios al que yo le pido que me mantenga con vida un día más. Sé que ellos antes de salir a batalla elevan una plegaria pidiéndole al Señor que les conceda la victoria, al igual que lo hacemos nosotros, porque al igual que nosotros, ellos también creen que están peleando por una causa justa. Eso me hace preguntarme ¿si en verdad estoy peleando en el bando de los buenos?, o sí existe algún bando correcto.

Curiosamente aquí mis inventos sí funcionan y me tienen en gran estima por esa habilidad. Pero yo no puedo sentirme orgulloso al saber que mis inventos llevan el objetivo de volver nuestras armas y aviones más mortales, más certeros. Y cuando pienso en que cada una de esas balas va destinada a acabar con soldados enemigos, que aunque no conozco, sé que ellos también son hijos, hermanos, esposos de alguien, y que como pasa conmigo, sus familiares tienen la esperanza de que algún día regresen con bien a sus hogares, y que probablemente yo impida que eso pase… he pensado en decirle a Paty que deje de rezar por mí, no creo que mi alma encuentre perdón algún día. Pero no puedo desertar, sería una deshonra muy grande para la familia; además no sabría cómo volver, siento que ya no soy el mismo, que estoy perdiendo lo humano que queda en  mí.

Recuerdo con nostalgia los días de colegio, los días en que vivíamos todos juntos en Lakewood, cuando podía verte sonreír. Me haces falta Candy, siempre te he admirado porque eres tan fuerte y has sabido salir delante de situaciones muy adversas. Sé que tú y solo tú podrías hallar, aun en medio de todo este horror, una razón para estar feliz, para sonreír, para seguir luchando, ya no por un país, sino por mí, por mi alma.

Lamento si al leer esta carta llegaras a sentirte triste u horrorizada por lo que te he relatado. Discúlpame, nunca fue esa mi intención. Solo te pido que me ayudes a encontrar mi camino, el camino de vuelta a mi hogar, a no dejar de ser yo; a recordarme que existen cosas buenas en esta vida y que vale la pena alcanzar tus sueños, y nunca dejarse vencer, así como tú lo haces. Esperaré con ansías tu respuesta, deseando volver únicamente por encontrar tu carta y poder sentir a través de ella, la vivacidad y alegría tan característica en ti.

Cuídate Candy, y cuida mucho a Alex.

                                                                                              Con cariño, Allastor Corndwald

 

P.D. Pienso mucho en ti….

Hacía ya un año que Stear había partido a la guerra, dejando a todos tan sorprendidos como devastados por su abrupta partida. “Debí haberlo notado”, pensó Candy refiriéndose a la última vez que vio al inquieto inventor, aquel chico de gafas y rostro bondadoso. Fue en las vacaciones del año pasado cuando Annie, Patty, Stear y Archie fueron a despedirla a la estación del ferrocarril. Ahora que volteaba la vista al pasado resultaba muy obvio que esa mañana Stear estuvo distinto, distante, y con una férrea decisión en su mirada. Pero aquel día ella no se percataba de nada. Estaba sencillamente feliz, finalmente iría en busca de su hijo para nunca más separarse de él.

-Salúdame mucho a Alex, Candy.

-Lo podrás hacer tú mismo en un par de días, Stear.

-¿Te sientes muy feliz, verdad?

-Inmensamente Stear. Al fin todo se está arreglando, tengo un trabajo que amo, amigos maravillosos y finalmente podré tener a Alex conmigo, siento que todo es…perfecto.

-Prometo…prometo que haré hasta lo imposible, porque todo permanezca perfecto para ti, y para todos.

-¿De qué hablas Stear?

-Nada Candy, no me hagas caso. Solo, procura ser muy feliz.

Aquella confusa respuesta no dejó tranquila a Candy, por un momento pensó en continuar interrogándolo hasta obligarlo a confesarle el motivo de su extraña actitud. Pero en ese mismo instante el  tren anunciaba su salida y de nueva cuenta la idea de encontrarse prontamente con su hijo le inundó la mente por completo.

Y ahora Stear le escribía en busca de consuelo y fortaleza para sobrellevar una situación que debía de ser insoportable. Stear, el amable, el cariñoso, el pacífico. En medio de una sangrienta guerra, luchando con su instinto de propio de supervivencia y la responsabilidad de proteger a los suyos, a su país. ¿Qué podía decirle? ¿Regresa a pesar de que te sentirías fracasado? ¿Continúa en una guerra que nadie sabe cuándo ni cómo acabará? ¿Decirle que todos están orgullosos de él, o que todos están preocupados? Tenía que meditarlo muy bien antes de comenzar a escribir esa carta que podría marcar una diferencia en el ánimo de su amado amigo.

En medio de aquella tétrica misiva, a Candy le alegraba el hecho de que su amigo se alegrara por ella. Tenía razón, las cosas en su vida pintaban de maravilla. El hospital era su segunda casa, había ganado buena reputación como enfermera y una planta de trabajo estable; aunque el resto del personal estaba algo nervioso dado que la próxima semana llegaría el nuevo director del hospital sustituyendo al anterior que finalmente se jubilaba, y, según rumores, dentro de poco Mary-Jane haría lo mismo, y ese tipo de cambios en la administración siempre representan un riesgo considerable en la sustitución del resto del personal. Pero Candy no se preocupaba, nunca había tenido una falta o una queja por parte de los pacientes. Confiaba en que su buen desempeño le aseguraría continuar laborando en aquella institución, y de no ser así, su experiencia le permitiría encontrar empleo en algún otro nosocomio. Además Albert también había conseguido trabajo, confiando en lo que Candy le había relatado sobre su vida antes de accidente, creyó que no estaba mintiendo al solicitar empleo en el Zoológico de Chicago argumentando tener experiencia. Candy pensó que era una maravillosa idea, probablemente lograra recordar algo realizando actividades que hacía en el pasado. Juntos llegaron a administrarse para cuidar a Alex quien cada día era más listo y parlanchín, y cada día también incrementaba el parecido con su padre.

Y Terry incrementaba su fama. Candy por poco desvanece cuando un día al regresar a casa encontró a Albert hojeando el periódico en busca de empleo y en la página siguiente había una foto que abarcaba un cuarto de la página con una reseña del novato de Broadway que estaba causando sensación entre propios y extraños. Actor, su sueño. Así que viajó hasta América para convertirse en actor, pero nunca pudo tomarse el tiempo para indagar por ella. Otra razón más para confirmar que ella jamás le interesó realmente.

Había cosas más importantes en su vida, y muchas personas que se preocupaban por ella y por su hijo, entre ellas, Stear; sabía que uno de los motivos que lo habían orillado a tomar esa decisión era lograr que América siguiera siendo un país libre de conflictos para que niños como Alex tuvieran una vida plena y feliz. Amigos como él valían la pena y era el momento de ayudarlo. ¿Debería comentarle a Paty cuál era el verdadero sentir de Stear? No. Pobre Paty ya sufría bastante, y muchas veces, el ignorar la verdad puede hacerte menos infeliz que el conocimiento de ésta. Era mejor no decirle. Lo que Candy ignoraba es que hacía un año que sus amigas habían decidido ocultarle de igual manera a ella, un acontecimiento desagradable, argumentando los mismos piadosos motivos.

-Annie, Candy nos va a matar cuando se entere de lo que hicimos. ¿No crees que deberíamos consultarlo primero con ella?

-No hay tiempo Patty. Terry vino justo el fin de semana que Candy no está en la ciudad y solo darán función esta noche, no podemos esperar a que ella regrese.- Al abandonar la estación de ferrocarril después de despedir a Candy, Annie observó un periódico donde se anunciaba que la compañía Stanford daría una única y exclusiva función esa misma noche contando entres sus estrellas principales a Terry Grandchester. Annie cayó en la cuenta de que Eliza había venido mostrándose muy entusiasmada por asistir al teatro, pero prudentemente, había guardado la información de que era debido a que Terry actuaba.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Lo que sea necesario. Insistiremos hasta que nos dejen hablar con él o haremos guardia en el hotel hasta que aparezca.

-Annie, tu sabes lo que Candy piensa respecto a él.

-Y tú al igual que yo opinas que hay muchas cosas que no concuerdan; y sea como sea la situación creo que lo mínimo que Terry tendría que hacer es decirle las cosas de frente. Además él ignora que tuvieron un hijo y eso podría cambiar las cosas y más ahora que Candy regresará trayendo a Alex consigo. Terry tiene que saber. –Llegaron casi sin aliento a la recepción del lujoso hotel donde la compañía Stanford se hospedaba y preguntaron al joven encargado de la recepción, pero antes de que el despistado dependiente pudiera encontrar el nombre de Terry en la lista de huéspedes, una melodiosa voz se lo impidió

-No se moleste joven, yo atiendo a las señoritas.

-¿Y usted es?-dijo Annie sorprendida dirigiéndose a la hermosa joven rubia que les dedicaba una amplia y bien ensayada sonrisa.

-¡Oh disculpen! Mi nombre es Susana Marlow, soy actriz de la compañía Stanford y, soy la prometida de Terry.

-¿Prometida?-dijeron Annie y Patty al unísono.

-Es un placer conocerlas. Supongo que son amigas de Terry, las amigas de Terry también son amigas mías y estaré gustosa de ayudarlas en lo que necesiten. ¿Son sus amigas o me equivoco?

-Fuimos compañeros de colegio.

-¡Oh ya veo! ¿Y quieren saludar a su ex compañero que se ha convertido en un actor famoso?

-De hecho, queríamos hablar con él de un asunto un poco más…trascendente – enfatizó Annie.

-Pueden decírmelo a mí con toda confianza, Terry y yo no nos tenemos secretos, en ninguna relación de pareja deben existir los secretos.

-Preferiríamos hablarlo con él personalmente.

-Comprendo. Pero temo informarles que es muy probable que Terry regrese hasta altas horas de la madrugada, le encantan las fiestas y estar rodeado de admiradoras. A mí no me molesta, ya que pronto seré su esposa. Pero no creo que sea prudente que dos señoritas como ustedes anden solas exponiéndose hasta tan tarde.

-Es usted muy considerada. ¿Podría al menos hacernos un favor?

-Estaré encantada, ya les he dicho que las amigas de Terry también son mis amigas.

-¿Puede decirle que Annie Brither y Patricia O’Brien vinieron a buscarlo? Tenemos algo sumamente importante que decirle, puede hallarnos en esta dirección- le entregó una pequeña nota con su dirección.- En verdad es urgente.

-Se lo haré saber en cuanto lo vea. Ha sido un placer conocerlas, pero insisto, deberían marcharse antes de que oscurezca más.

Y dedicándoles una última y empalagosa sonrisa Susana dio por terminada la reunión, y antes de que Paty y Annie abandonaran por completo el vestíbulo del hotel, ella ya había arrojado la nota que contenía la dirección de Annie, a la basura.

-¿Qué piensas Annie? ¿Crees que es verdad lo que nos dijo?

-No lo sé, Patty. Pero esa mujer no me inspiró confianza alguna.

-¿Y ahora qué hacemos?

-Esperar. Si Terry no se presenta mañana en mi casa, quiere decir que tanto lo que Susana dijo, como lo que Candy nos contó anteriormente ha sido verdad y que a Terry no le interesa saber nada de ella, y si es así, entonces Candy nunca sabrá que venimos a buscarlo ni de lo que nos hemos enterado.

Solo había habido dos verdades en el discurso de Susana. La primera era que efectivamente, después de la función había habido una fiesta, de la cual, Terry se había machado al poco rato, pero en la que como ave de mal agüero había aparecido Eliza Leagan. Con su habitual habilidad para enterarse de los rumores y tramar intrigas; prontamente se informó del interés que Susana sentía por Terry y decidió convertirse en su aliada. Sin ningún rodeo le informó que Candy (sí esa Candy) residía en Chicago y ue debía de evitar a toda costa que Terry y ella se vieran, que tal vez no se atreviera a aparecer ella directamente, pero que podría enviar a cualquiera de sus amigas en su representación y ella debía estar atenta, por lo cual Susana inmediatamente se marchó a hacer guardia en la recepción del hotel mientras formulaba la historia que contaría a Candy o a quien sea que apareciera por ahí. Al fin de cuentas actriz, confiaba en que su actuación hubiera sido lo suficientemente convincente para desanimarlas.

La segunda verdad fue que esa noche Terry no regresó a su hotel hasta que casi amanecía, pero la razón no tenía nada que ver con la juerga.

-¡Por Dios que no te entiendo Terry! –exclamó Nicolas Strauss, el dueño de la compañía Stanford cuando se enteró de las intenciones de Terry. Él joven actor le había pedido abandonar aquella insulsa fiesta dado que quería su opinión respecto a una “adquisición” que estaba interesado en hacer. Nicolas pensaba que con una adquisición Terry se refería a un cuadro, una escultura o alguna joya, nunca sospechó que su verdadera intención fuera adquirir una residencia de ocho habitaciones- ¡En Nueva York vives en un cuarto de azotea y ahora quieres comprar esta casa que no piensas habitar!

-No por el momento, pero sé que la habitaré algún día…cuando finalmente la encuentre.

 Capítulo 31 - Capítulo 33

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