Añoranza - Capítulo 33
El Doctor Erick Mathews era un erudito en materia de salud,
específicamente el área dedicada al estudio del cerebro humano. Considerado por
sus colegas como un hombre adelantado a su época, dado que sus investigaciones en un campo
sumamente desconocido hasta el momento, le habían ganado el respeto de toda la
comunidad médica. Poseedor de un intelecto privilegiado, alma de filántropo y
un profundo amor hacia su profesión lo convertían en el rival y modelo a seguir
del resto de galenos; pero él se sentía el ser humano más desdichado sobre la
faz de la tierra.
Desde muy corta edad mostró indicios de una inteligencia superior,
amigos y familiares le auguraban un futuro lleno de éxitos y riquezas. Pero era
Alice, la única que conocía el corazón caritativo del hombre que, después de
ser amigos desde la infancia, terminó convirtiéndose en su prometido. Ella no
se sorprendió cuando él optó por estudiar medicina, tampoco cuando en vez de
ejercer en alguno de los caros y prestigiosos hospitales que se disputaban por
reclutarlo, Erick decidiera ejercer su profesión en los pueblos más necesitados,
obteniendo, en muchas ocasiones, como único pago a sus servicios, la gratitud
de sus habitantes. Su espíritu altruista lo llevó muy lejos de su hogar,
incluso hasta el continente africano. Parecía que para Erick Mathews nunca
sería suficiente ayuda la que él brindara y eso era algo que la gente constantemente
le hacía hincapié a Alice. “Es un soñador”, “nunca va a regresar”, “se está
acabando la poca herencia que sus padres le dejaron”, “seguramente se habrá
enamorado de alguien más”. De alguien más no, pero de su profesión eso sí era
cierto. Después de mucho meditarlo, ella decidió confrontar a su prometido y
éste recapacitó en que su novia había sido comprensiva hasta el límite de sus
posibilidades.
Finalmente se casaron y
establecieron. Todo iba de maravilla, hasta que la guerra comenzó. Él no
lo mencionaba, pero Alice sabía que su esposo estaba pendiente de las noticias.
Sufría y se horrorizaba al imaginar la cantidad de personas sufriendo
NECESITABA AYUDAR, sin importarle la nacionalidad de quien necesitara la ayuda.
Una vez más Alice mostró solidaridad para con su esposo y lo instó a marcharse,
pero poco tiempo después de que lo hiciera, Alice descubrió que estaba
embarazada. La guerra lo complica todo, especialmente la felicidad. Para cuando
Erick recibió la carta donde su esposa le informaba del dichoso acontecimiento,
ya habían pasado varios meses. Intentó regresar tan pronto como le fue posible,
aunque el viaje resultó complicado; cuando llegó a su hogar ya era demasiado
tarde.
Su mundo se vino abajo. Madre e hijo habían muerto, la causa,
problemas durante el alumbramiento. Un bebé prematuro y un parto difícil
acabaron con la vida de su única familia, paradójicamente, los doctores no
pudieron hacer nada. Tanto conocimiento, tanto talento, todo ese altruismo
cuando no pudo ayudar a los que amaba. Comenzó a culparse, sintiéndose el mayor
hipócrita que pudiera existir sobre la faz de la tierra. Decidió abandonarlo
todo, sus escasas posesiones, sus amistades y sobre todo su carrera, ya no le
servía de nada. Fue hasta que, por casualidad, se encontró con un antiguo
profesor de medicina, éste lo animó a retomar el rumbo. Todo su esfuerzo y
sacrificio, incluido la muerte de su esposa, habría sido en vano si decidía
claudicar ahora. Estaba claro que el Doctor Mathews tenía un propósito en esta
vida, pero tendría que seguir luchando para descubrirlo y le propuso algo que
tal vez lo ayudaría. Resultaba que su antiguo profesor era el director del
Hospital Sant Joseph; quien pronto se retiraría y aunque había varios
candidatos detrás de dicha vacante, el no dudaría en proponer a su antiguo
discípulo, ya que estaba seguro, haría un buen trabajo y traería mejoras a
dicha institución.
Así fue como Erick Mathews terminó dirigiendo el hospital Sant
Joseph. Su llegada causó revuelo en todo el personal; entre los demás doctores,
porque alegaban que su nombramiento era debido exclusivamente a influencias y
no a mérito propio, y por su parte, muchas de las enfermeras estaban
deslumbradas por el joven viudo y atractivo doctor. Él no prestaba atención a
ningún comentario, negativo o positivo. Su reciente pérdida lo había insensibilizado
por completo. Ya no soñaba con cambiar al mundo, simplemente se dedicaría a
hacer su trabajo, no más, no menos. Sin interesarse ni involucrarse con ningún
paciente o personal del hospital.
Aunque tampoco podía ser un completo desadaptado social, y menos
cuando una de sus primeras acciones como director era presentarse
individualmente con todo el personal. En sus manos tenía un curioso archivo.
Había el mismo número de notas reprobando la conducta de aquella enferma como
alabando su trato para con los pacientes. Candice White Andrew. Parecía un caso
muy particular. En el expediente también aparecía una carta aun dentro de su sobre, la cual suponía se
trataba de una referencia personal. Estaba a punto de leerla cuando llamaron a
la puerta.
-Buenas tardes Doctor Mathews, mi nombre es Candice, pero puede
llamarme Candy- dijo la guapa enfermara al entrar en su oficina, esbozando una
encantadora sonrisa que fue capaz de despertar mecanismos hacía mucho tiempo
olvidados en su atormentado corazón
-Espero haber causado una buena impresión.
Pensaba Candy mientras se dirigía a cambiarse para regresar a casa
después de un pesado turno, el cual había terminado manteniendo una entrevista
con el nuevo director del hospital. Se había sentido igual o más nerviosa que cuando
solicitó entrar a estudiar. Y es que según muchas de sus compañeras y
compañeros, el nuevo director tenía total libertad de despedir o contratar
nuevo personal si así lo consideraba necesario.
Pero ella no creía tener que preocuparse por nada. La entrevista
había transcurrido sin ninguna anomalía y además, el Doctor Mathews parecía ser
una persona amable y comprometida con su trabajo. Era mucho más joven de lo que
se podría esperar para alguien en su cargo, pero sobresalía a simple vista que
era un hombre extremadamente listo, y muy guapo también. El único detalle que
no cuadraba con aquel derroche de virtudes es que lucía triste, decepcionado,
muy cansado para su edad. Pero aquello debía de ser algo lógico, dado que era
viudo o al menos eso es lo que rumoraban.
Sumergida en tales reflexiones, Candy por poco es arrollada por la
camilla que los paramédicos acababan de bajar de la ambulancia.
-¡Rápido! Accidente automovilístico grave. Paciente masculino de
poco más de 20 años, inconsciente. Dos costillas fracturadas y múltiples
heridas en todo el cuerpo. Posible hemorragia interna, necesita una transfusión
de inmediato.
Con sus años de experiencia como enfermera, Candy ya no solía
impresionarse al ver personas heridas o cubiertas de sangre. Pero verlo en
aquella situación tan delicada le provocó un impulsivo deseo de ayudarlo,
dejando de lado viejos rencores.
Albert estaba hecho un manojo de nervios. Ya era de noche y desde
hacía tres o cuatro horas que Candy debía haber llegado a casa. Cuando trabajaba
turnos dobles o se demoraba por cualquier eventualidad, siempre avisaba. Pero
generalmente salía disparada por aquí su turno terminaba por el deseo de ver y
estar con Alex.
¿Y si le ha pasado algo? No, no, eso ni pensarlo. En todo ese
tiempo que llevaba compartiendo con Candy había llegado a desarrollar
sentimientos profundos y sinceros por ella, aunque no tenía muy claro qué tipo
de sentimientos eran. Primero gratitud por ser la única persona que le tendió
la mano y con sus tiernos cuidados ayudó a sobrellevar su enfermedad; después
admiración por su total entrega tanto en el rol de madre como de enfermera. En
una total sinceridad, resultaba lógico sentir atracción por su personalidad
magnética, alegre y una inminente belleza, ¿pero sentir amor por ella?
Lo que estaba seguro era que Candy le generaba un profundo deseo
de protegerla, ayudarla y procurar su bienestar. Y eso era lo único que le
preocupaba en esos momentos, saber si estaba bien. Aunque ir a buscarla al
hospital era algo impensable; los problemas que le ocasionarían el que sus
compañeros se enterasen que ella vivía con un hombre con el que no estaba unida
por ningún lazo civil o familiar y que además ella tenía un hijo… podrían poner
en entredicho su calidad moral y ética, aunque nada distaba más de la realidad.
Conforme pasaban las horas incrementaba su preocupación. Era casi
media noche, Alex dormía pero él no podría hacer lo mismo hasta saber que Candy
se encontraba sana y salva. Ir al hospital supondría un grave peligro, pero no
tanto como el que correría Candy sola en la calle a esas horas de la noche. Sin
detenerse a pensar, tomó a Alex dormido entre sus brazos y salió a buscarla.
La intervención había durado varias horas. Candy estaba exhausta,
pero satisfecha consigo misma. A pesar de todos los insultos, amenazas y malos
tratos que había recibido por parte de Neal a lo largo de los años, ella no
dudó ni un instante en atenderlo sin importarle que su turno ya hubiese
terminado. Proporcionó los datos de Neal para que pudieran avisar a su familia;
la señora Leagan tampoco se había portado nada bien con ella, pero sabía, por
experiencia propia, que no existe nada peor para una madre que ver a un hijo
sufrir, y no deseó que el sufrimiento de la señora Leagan aumentara por la
incertidumbre de desconocer el paradero de su hijo. Aun así deseaba irse antes
de que cualquiera de los Leagan llegara al hospital. En todos los años que
llevaba viviendo en Chicago, había intentado en la medida de sus posibilidades
evitar encontrarse con Eliza o Neal, aunque estaba segura de que Eliza la había
estado observando entre las cortinas de la casa Andrew las pocas veces que ella
había ido a visitar a sus amigos. Sin embargo, en esta ocasión no tuvo tanta
suerte.
-¿Dónde está mi hijo? ¡Exijo ver a mi hijo! ¡Me han dicho que está
aquí, que está mal herido! ¡Quiero verlo!- La señora Leagan irrumpió en la
recepción del hospital Sant Joseph prorrumpiendo estruendosos gritos que
sorprendieron a todo el personal que laboraba a esas horas de la noche, pero
mayor fue la sorpresa de Eliza y Loise, la antigua compañera de colegio de
Candy, cuando la vieron a ella vestida de enfermera- ¿Candy?
-Buenas noches, señora Leagan.
-¿Qué haces aquí?
-Aquí trabajo.
-¿Tú mandaste a que nos avisaran?
-Así es señora. Supongo que quieren ver a Neal, pero solo puede
pasar una persona a la vez.
-Pasaré yo. Dime la verdad, ¿cómo está?
-El accidente fue fuerte, pero ya está estable y se repondrá
pronto. Su habitación es la doscientos trece, siga a esa enfermera ella lo
llevará.
La señora Leagan partió inmediatamente, sin siquiera dar las
gracias a Candy por la información, algunas costumbres jamás cambian. Como la
costumbre de atormentar a todos con su lengua viperina que seguía bastante
vigente en Eliza.
-¡Vaya! ¿Con qué ahora eres enfermera? Mucama, enfermera, sigues
siendo la criada de los demás.
-También es un gusto verte Eliza- dijo Candy suspirando
lentamente.
-Con razón Terry se olvidó de ti, y ahora que es un actor tan
famoso, ni siquiera te ha de recordar.
-Es curioso, yo de Terry me quedé con el más bello recuerdo. – En
ese momento, aquel recuerdo de carne y hueso comenzó a llamarle a todo pulmón.
-¡Mami! – No podía creerlo; Albert acababa de entrar al hospital
cargando a Alex, quien al reconocerla esbozó una de sus hermosas sonrisas
extendiéndole los brazos para que ella lo cargara.
-Albert, ¿qué hacen aquí?- ¿por qué ahora?, ¿por qué enfrente de
Eliza?
-Candy estaba muy preocupado, pensé que te había pasado algo y no
pude más, vine a preguntar si alguien sabía algo de ti.
-¿Mami? JA,JA,JA No puede ser, ¡pero claro, por eso fue que Terry
te botó!
-¡Por favor Eliza te lo ruego no digas nada!
-¿Qué no diga nada? ¿A quién? ¿A este tipo? ¿Él es tu nueva
víctima? ¡Oh Claro! Seguramente no perdiste el tiempo y encontraste quién se
hiciera cargo de tu, “pecado”, pero señor, lamento informarle que ese niño no
es su hijo, si eso es lo que Candy le hizo creer. El parecido es increíble.
-¡Eliza detente!
-Para su información señorita, yo no soy el padre de este niño,
pero lo quiero y lo defiendo como si lo fuera así que no voy a permitirle que
lo insulte a él o a Candy.
-¡Insolente! Usted a mí no va a prohibirme nada. ¡No es más que un
pobre diablo! Un delincuente seguramente. Estas horas de la noche y llevar
gafas oscuras es de pésimo gusto, seguramente tendrá algo que esconder.
-Llevo gafas oscuras porque cuando la gente piensa que no la estás
viendo es cuando muestra su verdadera cara, exactamente como lo está haciendo
usted señorita.
-¡Vagabundo asqueroso!
-¡Albert por favor, tranquilízate, vámonos de aquí! –Albert dio la
vuelta furioso y comenzó a caminar dando enormes zancadas con dirección a la
calle, antes de seguirlo, Candy se dirigió a Eliza una vez más.
-Por favor Eliza, en verdad, te lo ruego, no digas ni una sola
palabra de esto, a nadie. Te lo suplico.- y se marchó confiando en que Eliza
comprendiera la gravedad de la situación.
-¡Santo Dios Eliza! Ese niño es… ¿será hijo de Terry?
-Eso resulta evidente, Loise.
-¿Y qué piensas?
-Pienso-exclamó Eliza luciendo una maquiavélica sonrisa que no
auguraba nada bueno- que ya es hora de que Terry se entere.
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