Añoranza - Capítulo 34

 

-¡Qué asco! ¡Éste lugar es inmundo!

Neal llevaba tres días internado en el hospital Sant Joseph, aunque la primera noche la había pasado en la completa inconsciencia. Pero tan pronto como despertó de la anestesia, salió a flote su personalidad peculiar e imposible de sobrellevar. Innumerables quejas, gritos y un menosprecio general hacia todo el personal del hospital, y sobre todo, una evidente cobardía ante los procedimientos médicos por igual, sin importar si se trataba de una intervención quirúrgica o un simple cambio de vendaje. No le importaba cuántas veces le recordaran que aquel era el mejor hospital de Chicago y que él se encontraba en el pabellón de primera clase, aquel lugar no era más que un sucio refugio para indigentes, según su muy desagradable opinión.

Habría preferido pasar todo aquel penoso proceso de recuperación en la comodidad de su casa, que le contrataran una enferma a la cual pudiera maltratar a sus anchas. Ahí tenía que controlarse aunque sea un poco; todas esas brujas vestidas de blanco lo despreciaban y Neal sospechaba que disfrutaban atormentándolo mientras le realizaban las respectivas curaciones. En el hospital Sant Joseph todo era de segunda clase,  comenzando por el personal.

-¡Buenos días Neal!, ¿cómo amaneciste hoy?- y para coronar el mal gusto de aquel lugar, acababa de aparecer en la habitación Candy, aquella maldita huérfana cuidadora de caballos.

-¿Cómo puedo amanecer?, asqueado y harto de este mugriento hospital donde no me tratan como me merezco

-Neal no seas tan pesimista, este es uno de los mejores hospitales de todo Chicago.

-Ustedes pueden seguir repitiendo eso todo lo que quieran, no lo convierte en verdad. – Candy no pudo evitar una sonrisa de resignación al comprobar que Neal seguía siendo aquel niño mimado y berrinchudo que conoció hacía ya muchos años.

 -Pues – prosiguió - tu madre y hermana estuvieron de acuerdo en que estarías mejor atendido aquí que en tu casa. Ahora quítate el pijama por favor.

-¿Qué?

-Desvístete para que pueda bañarte. –Neal tardó varios segundos en asimilar lo que Candy decía.

-Estás loca, no pienso desvestirme en frente de ti.

-Entonces cómo pretendes que te bañe. Vamos deja de comportarte como un niño y date prisa que tengo muchos otros pacientes que atender. No me mires así, Neal, en tu estado sería muy peligroso que te levantaras a ducharte, a los pacientes como tú se les da un baño de esponja y creí que te sentirías más cómodo si lo hacía yo a cualquier otra de las enfermeras, además de que ninguna de las otras chicas te soporta – puntualizó Candy guiñándole un ojo.

¡Qué humillación! Pero, Candy tenía razón. Varias costillas rotas, cadera lastimada y una pierna enyesada dificultaban gravemente la movilidad de Neal, incluso permanecer acostado en el cama le causaba un inmenso dolor, no imaginaba lo que le dolería tener que caminar o arriesgarse a una caída en la ducha.  De mala gana comenzó a quitarse la camisa, pero resultó contraproducente ya que no midió sus movimientos y el fuerte dolor en el costado lo hizo gritar.

-A ver, te ayudaré – Candy se apresuró a auxiliarlo al percatarse de las dificultades que presentaba Neal para valerse por sí mismo.

Ella había traído consigo una vasija con agua caliente y una esponja; después de despojar a Neal de la camisa, comenzó a asearlo con sumo cuidado, empezando por su brazo derecho. A Neal eso le parecía tan denigrante, que intentó distraer su mente enfocándola en algún objeto de la habitación, pero su búsqueda no arrojó frutos, al final, cuando Candy le tomó el otro brazo para continuar su aseo, dejó caer la vista sobre ella.

Realmente era la primera vez que Neal observaba a Candy con detenimiento, siempre la había considerado tan inferior que nunca logró caer en la cuenta que ella tenía unas facciones realmente lindas. Buscó en su memoria intentando recordar a aquella chiquilla que había llegado años atrás a su casa, quien terminó trabajando como mucama y durmiendo en el establo, era linda desde entonces. Después la adolescente de sonrisa coqueta correteando entre los terrenos del San Pablo, una joven bastante atractiva,  a la que él tantas veces insultó, pero ahora, la mujer que tenía enfrente, era en verdad hermosa. Justo en ese momento Candy levantó la mirada dedicándole una amplia sonrisa, gesto que sobresaltó a Neal temiendo que hubiera adivinado sus pensamientos.

-Inclínate un poco adelante, tengo que lavarte la espalda.

Esta ocasión Neal recordó moverse  cuidadosamente, aunque solo logró inclinarse un poco. Candy tuvo que maniobrar para continuar con sus deberes hasta que la distancia entre ellos desapareció por completo. Neal no sabía si todos los pacientes disfrutaban tanto un baño de esponja, aún con el dolor de todas sus lesiones, pero Candy hacía su trabajo con tanta delicadeza que se sentía como  un masaje. Poco a poco disfrutaba más la situación y es que el conjunto de elementos sensoriales lo habían sumido en una grata relajación. Las manos de Candy frotándole la espalda, la cercanía de su cuerpo, su cabello rozándole la mejilla y una fragancia dulce que brotaba de aquella alborotada cabellera rubia. Neal cerró los ojos decidido a dejarse consentir, pero solo consiguió que su imaginación volara a una velocidad proporcional al incremento en los latidos de su corazón. Se imaginó propinándole a Candy las mismas atenciones, y pensó que las sensaciones producidas por frotarle la espalda desnuda a ella debían de ser diez veces más placenteras que lo que él sentía en esos momentos. “Momento. Se trata de Candy, ¡DE CANDY!,  la huérfana, la chica de tu establo, a la que siempre humillaste. No puedes estar sintiendo esto Neal”.

-¡Basta!-Neal alejó violentamente a Candy derramándole toda el agua que ella había traído consigo

-¿Neal qué te ocurre?

-Lárgate, quiero estar solo.

-Nunca dejarás de ser un malcriado. – Y salió de la habitación dando un fuerte portazo.

¿Qué le estaba ocurriendo? No, no podía permitírselo. No de aquella huérfana, no de esa cualquiera.

-¡Excelente muchachos, muy buen trabajo! Todo está quedando de maravilla. Tomen un receso de diez minutos y regresamos con la escena en el balcón, así que Terry te necesito concentrado.

Lo estaba; más que nunca. Ésta era la obra, ese era el papel, con el cual se daría a conocer a todo lo largo y ancho de la nación. Pero el resto de las personas le importaba un bledo, lo único que le importaba era que gracias a aquel papel seguramente Candy lo encontraría. Romeo y Julieta, cuántos recuerdos. El festival de mayo, aquel baile, aquel beso. Todas las tardes lluviosas pasadas en Escocia, cuando solía leerle al lado de la chimenea, cuando, la tuvo en sus brazos…todos esos recuerdos parecían tan lejanos. Pero pronto estarían juntos nuevamente y eso lo motivaba a dar lo mejor de sí sobre el escenario.

Lo que Terry nunca se detuvo a pensar, es que con el incremento de su fama, también se convertía en un blanco mucho más fácil de localizar para sus enemigos.

-Hola, Terrence.- Aquella odiosa voz.

-Eliza…Leagan…- Ingresó al teatro en compañía de otra chica a la cual Terry vagamente creía recordar como otra de las alumnas del San Pablo - Mentiría si te digo que es un placer verte. ¿Qué demonios haces aquí?

-¿Tan pronto comenzarás con las agresiones, Terry? Lamento contradecirte, pero en ésta ocasión debería darte gusto verme. Te tengo noticias y son sobre Candy.

-Discúlpame si desconfío de ti, pero mis razones tengo para no creer tan buena voluntad de tu parte de haber venido hasta aquí solo para traerme saludos de Candy. Seguramente es otra de tus burlas o intrigas, las cuales me parecen sumamente infantiles y aburridas.

-No vine especialmente a verte, no te des tanta importancia. Vinimos por un regalo para la tía abuela Elroy, ella es fanática del teatro y mamá piensa obsequiarle las entradas para toda la temporada. Y ya que estaba aquí pensé que sería adecuado mencionarte lo que sé acerca de Candy, aunque me ofende sobremanera tu falta de confianza en mí,  no importa, de todos modos te diré. La vi hace poco y hasta crucé un par de palabras con ella.

-¿En verdad la viste? ¿Dónde?

-Lo interesante no es dónde, Terry, sino cómo la vi. Está demasiado cambiada. Podría decir que incluso “bonita”. La maternidad le ha sentado de maravilla.

-¿La...? – Terry no comprendía - ¿De qué estás hablando, Eliza?

-Que nuestra pequeña Candy se ha convertido en madre.

-No es cierto.

-Es cierto. Trabaja como enfermera en un hospital al cual Neal por desgracia llegó por las lesiones sufridas en un accidente. Debes de comprender que tanto mi madre como yo estábamos muy alteradas en aquel momento por el accidente de mi hermano, así que cuando al principio la vi, pensé que llevaba a aquel bebé a un cunero o algo así. Pero ella misma se encargó de confirmarme que aquel niño era su hijo.

-¿Cuántos años tiene el niño?- Preguntó Terry con desesperación, cabía la posibilidad…

-¿Años?, no, no, Terry, te digo que se trata de un bebé, apenas de brazos. Tres o cuatro meses a lo mucho, sin ninguna gracia en particular si me lo preguntas. Insípido, como su madre.

-No te creo.

-¿No?, Louise también la vió.

-Es cierto – agregó la aludida.

-Y Neal y mamá también, puedes preguntar. Curioseando en el hospital, corre el rumor de que el padre del bebé es un Doctor muy prestigiado, pero desafortunadamente casado, por eso es que nadie sabe con certeza quién es el padre del niño.

-Mentira-Pero en el  corazón de Terry ya estaba sembrada la duda, lacerándolo con un dolor indescriptible; cerró sus ojos tratando de alejar ese horrible pensamiento de su mente, pero solo logró que se escaparan las lágrimas que con tanto esfuerzo intentaba contener frente a Eliza.

-¿Lo del padre? No lo sé. Es solo un rumor, aunque es altamente probable. Pero que tiene un hijo eso si es verdad.

-¡Atención! ¡El descanso ha terminado reiniciaremos el ensayo de inmediato!

Que el ensayo y todo se fueran al demonio. Su mundo acababa de derrumbarse y lo único que quería era salir de ahí, desaparecer. Dio la vuelta sin decirle una sola palabra más a Eliza dirigiéndose a su camerino. Era mejor que nadie se atravesara en su camino sino quería ser embestido por la avasalladora locomotora de celos, dolor y rabia que era en aquellos momentos.

-Eliza creo que te has extralimitado- comentó Loise una vez que Terry se hubo marchado-  Terry lucía muy afectado, debiste haberle dicho la verdad sobre la edad del niño.

-¡Cállate, Loise! Todo salió como lo esperaba. Te dije que algún día me las pagarías, Terry Grandchester, sin importarme cuánto tiempo tuviera que esperar.

-¡Ahhhhhhhh!- apenas entra al camerino Terry comienzó a destruirlo todo, carteles de la obra, mobiliario, incluso comenzó a desgarrar su propia ropa, que es parte del vestuario de la obra. Deseaba arrancarse la piel y el corazón también- ¡No! ¡No nonono NOOOOOO! – Golpeó el enorme espejo que tenía enfrente con ambas manos, observando el reflejo desfigurado de su propio rostro enardecido en los pocos pedazos que no cayeron al piso. Sus manos sangraban, pero es incapaz de prestar atención al dolor físico-  No puede ser cierto, Candy no puede tener un hijo…Candy es mía, solo mía, de nadie más. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste olvidarme…olvidar lo que nos prometimos...y entregarte a otro hombre? Y yo buscándote todo este tiempo, ¡como un idiota!, esforzándome porque el día que nos volviéramos a ver tener algo que ofrecerte, esforzándome por ti, todo esto es por ti, y tú…

-¡Terry! ¡Terry tienes que salir, no podemos empezar sin ti!

El asistente de director llamaba a la puerta, evidentemente desesperado. ¿Pero qué podía importar una estúpida obra en esos momentos? A Terry ya no le importaba ni su vida misma-No…estoy...para nadie. – Las palabras apenas y salían entre sus apretados dientes.

-Que tonterías dices Terry. Tienes que salir en este momento si no el director…

-¡NO ESTOY PARA NADIEEEE!- El sonido de un objeto de cristal estrellándose a la altura de sus narices al otro lado de la puerta hizo que el joven asistente de director desistiera de su intento por entrar.

-¿Por Dios qué fue eso?

-Susana será mejor que te alejes, Terry está ahí adentro como enloquecido.

En ese momento la puerta se abrió y Terry salió vuelto una fiera, su mirada echaba chispas, suficiente para intimidar y alejar a cualquiera. Pero aun así, al intuir Susana sus intenciones de abandonar el lugar, buscó interponerse en su camino-Terry… Recibió como única respuesta un fuerte empujón. -Apártate.

No le interesaba nada, ni nadie. Salvo tal vez…vengarse.

 Capítulo 33 - Capítulo 35

 

 

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