Añoranza - Capítulo 35
¿Qué hago aquí? ¿Qué es lo que pretendo conseguir?, pero sobre
todo, ¿cómo fue que me dejé convencer? Esas eran las interrogantes que Candy se
formulaba mientras esperaba sentada, mirando por la ventanilla, aguardando a
que el tren iniciara la marcha. Su destino, Nueva York, su objetivo…hablar con
Terry, el solo pensarlo la hacía estremecer, su principal instigador, Albert.
Desde aquel desafortunado encuentro en el hospital con Eliza
Leagan, Albert había comenzado a comportarse de forma un tanto extraña. Candy
lo sentía frío, distante. Solía encerrarse en su habitación por horas,
argumentando sufrir los dolores de cabeza que venía padeciendo desde el
accidente. Ella no sabía si se trataba de simples excusas por evitarla o si su
salud comenzaba a menguar nuevamente, cualquier de las dos opciones le
preocupaban.
Pero después vinieron las cartas. Escribía muchas y a todas horas.
Aunque siempre que ella intentaba acercarse, Albert tenía buen cuidado de que
ella no pudiera leer el contenido ni destinatarios de dichas cartas, o
simplemente se marchaba. Aquella situación era por demás extraña. Entre ellos
jamás habían existido los secretos, al menos no en el tiempo que llevaban
viviendo juntos.
-Albert, ¿puedo hablar contigo?- finalmente se había decidido a
enfrentarlo.
-Por supuesto, pequeña.
-Has estado algo raro últimamente. ¿Hice algo que te molestara? De
ser así, te ruego que me disculpes.
-Por supuesto que no Candy; además yo jamás podría enfadarme
contigo.
-De todos modos quiero disculparme contigo; lo que Eliza dijo ese
día fue… molesto y desagradable. A mí sus comentarios ya no me afectan, pero no
debí permitir que te hablara de esa manera.
-No, no Candy. Quien debe disculparse soy yo. Te causé problemas
al ir a buscarte al hospital y lo sabía de antemano, pero, lo hice porque
estaba preocupado. Y lo que dijo esa chica no me molestó, es solo que…
-¿Qué?
-Esa chica, me hizo recordar a personas que conocí en mi vida
anterior. Personas crueles, interesadas, falsas. Y las razones por las que
decidí alejarme de esa vida.
-Albert… ¡Eso quiere decir que al fin has recuperado la memoria!
-No lo sé Candy. No sé si en realidad son cosas que recuerdo o que
simplemente creo recordar, pero sobre todo, no sé si quiero regresar a esa
vida. Este tiempo contigo y con Alex ha sido maravilloso Candy. Aunque, si hay
una cosa entre toda la sarta de atrocidades que Eliza dijo, que es muy cierta.
Yo no soy nadie en la vida de Alex.
-¡Albert, cómo puedes decir
eso! Tú lo has cuidado, lo has alimentando, y sobre todo, mi hijo te adora.
- Pero no soy nadie en su vida, Candy, al menos no formalmente,
por eso, quiero pedirte un enorme favor. –Candy abrió mucho los ojos debido al
desconcierto, pero Albert tomó sus manos para tranquilizarla – Quiero que me
permitas el honor de ser el padrino de Alex.
-Albert…-Candy estaba completamente segura de que no podía existir
mejor candidato al cual confiar el bienestar físico y espiritual de su hijo,
que Albert- por supuesto que sí, eso me haría inmensamente feliz, y a Alex
también.
-Perfecto. Ahora solo falta la autorización de Terry.
-¡¿Qué?!
-Esta no es una decisión que deba ser tomada de forma unilateral, Candy,
ambos padres deben de estar de acuerdo y es completamente necesario que lo consultes
con Terry.
-Debes estar bromeando. En vez de recuperar la memoria creo que la
has vuelto a perder por completo, has olvidado todo lo que Terry me hizo.
-Estoy hablando muy en serio Candy. Y no he olvidado nada de lo
que me relataste, pero siéndote honesto hay muchas cosas que no concuerdan.
Además no te estoy diciendo que vayas a rogarle a Terry que regrese contigo,
simplemente es tu deber informarle la existencia de Alex y mi intención de ser
su padrino.
-Eso jamás. Me lo quitaría, además él no tiene ningún derecho…
-¿Y Alex no tiene derecho de saber quién es su padre? ¿No te duele
cuando tu hijo observa a las familias paseando en el zoológico y te pregunta
dónde está su padre? ¿Piensas seguir dándole evasivas toda su vida?
-Yo…
-¿A qué le tienes miedo Candy? Tú misma me has dicho que ya no
amas a Terry, que no te interesa ni lo necesitas, ¿qué es lo peor que puede
pasar?
Que le confirmara que él jamás le amo. Porque por más que
intentara convencer a Albert (y a ella misma) de que Terry ya no significaba
nada en su vida, la verdad era que lo seguía amando y que jamás dejaría de
hacerlo. El simple hecho de leer su nombre o ver alguna fotografía suya en los
periódicos provocaba que su ritmo cardíaco se acelerara y su respiración se
cortara. Tenerlo enfrente, hablar con él, enfrentar la realidad era
sencillamente inconcebible. Pero Albert era muy insistente y a Candy se le
agotaron las excusas cuando la fecha del estreno de Romeo y Julieta se cambió para
dos semanas después, coincidiendo con las vacaciones de ella. Albert apareció
una noche con un boleto en palco preferencial para la premier y asegurándole
haber hecho los arreglos necesarios para encargarse de Alex para qué ella
pudiera ir tranquila ¿qué excusa le ponía a eso?; y ahora se encontraba ahí, en
el tren que la llevaría a Nueva York. Pensó en escribirle a Terry antes de ir,
pero le faltó valor. Comenzó más de veinte veces una carta que nunca pudo
terminar. Pero bueno, como bien decía Albert,
éste era un asunto que debía ser tratado en persona, no tenía caso dar
tantos rodeos.
Debía tranquilizarse. Albert tenía razón, todo se estaba
acomodando como señal de que debían verse, incluso el hecho del retraso en la
obra. Lo que Candy ignoraba era que el
retardo en el estreno se debía a una tragedia que trastornaría su vida para
siempre.
-No puedo dejar que hagas esto Terry. ¡Vas a cometer un gravísimo
error!
-El único error que cometí,
madre, fue aferrarme a la idea de que
ella me quería.
-Sigo pensando en que deberías buscarla, necesitas hablar con
Candy.
-¡Se burló de mí, mamá! ¡Me olvidó! Y por eso la aborrezco. Para
lo único que quisiera verla sería para matar con mis propias manos al sujeto
con quien me traicionó…y a ella también.
-Terry eso es horrible, -Eleonor había comenzado a llorar por el
miedo que le provocaba el rostro trastornado de su hijo - no puedes estar
hablando en serio.
-Sabes que es cierto.
-Pero aún así Terry, ¿casarte con Susana, por despecho?
-No lo hago por despecho, Eleonor, lo hago porque se lo debo.
-Hijo, estás arruinando tu vida.
-Yo ya no tengo vida madre; ni sueños, ni esperanzas…y gracias a
mí, Susana tampoco.
“Terry yo… yo te amo”. Fueron las últimas palabras que Susana le
dijo el día que fue a buscarlo para suplicarle que recapacitara y retomara los
ensayos de la obra, si no quería perder su papel protagónico. Aquella confesión
de amor llevaba mucho tiempo gestándose en el corazón de la joven actriz, pero
en ninguno de los escenarios románticos planteados en sus fantasías, incluía el
llevarla a cabo en aquel agujero de mala muerte en el que Terry llevaba
embriagándose por dos días; ni tampoco la gélida respuesta de su parte “JA,JA,JA,JA,JA
. ¿Y de qué demonios me sirve que tú me ames Susana? ¡Dímelo! Porque yo no le
encuentro ningún beneficio ni me interesa hacerlo. No, no, no. Mejor ni te
esfuerces, ve y díselo a algún otro idiota que te lo crea, porque yo jamás
volveré a creer en la mentira más asquerosa que pueda decir una mujer…un te
amo. ¡Lárgate de aquí!”
Al tercer día, los ensayos para Romeo y Julieta habían sido
retomados. Después de intensas y acaloradas negociaciones con inversionistas y
patrocinadores para posponer el estreno. El ambiente en los ensayos era
sumamente tenso. El director de la obra pensaba que Terrence Grandchester era
un completo idiota, incumplido y poco profesional, pero endemoniadamente bueno
al momento de actuar. Su reemplazo era incapaz de transmitir la emoción y
pasión que requería una obra teatral de esa envergadura. Aquello era un caos,
gritos de director, costureros adecuando el vestuario trabajando a marchas
forzadas, tramoyistas y utileros terminando de instalar la escenografía. Por
eso nadie se percató de la presencia de Terry hasta que lo vieron plantado en
medio del escenario.
-Miren es Terry.
-¿Qué hace aquí?
-¡Por Dios qué peste! Viene completamente alcoholizado.
-Apenas y puede sostenerse en pie.
- ¿Qué haces aquí Terrence? – Preguntó el director completamente
indignado. - Tú decidiste abandonar esta obra y ya no eres bienvenido.
-Vengo a ensayar, ilustre director. Pensé que todos se alegrarían
de tenerme de vuelta.
-Ya has causado suficientes problemas Terry no nos retrases más y
lárgate de aquí antes de que pida que te saquen a rastras.
-¿Irme? ¡Pero si yo soy Romeo! ¡JAJAJA! ¡Romeo! ¡El imbécil de Romeo que se enamora
de una cara bonita! Que creyó haber encontrado el amor y ser correspondido.
Hasta que se da cuenta que su Julieta no es más que una arpía falsa y
mentirosa, y al descubrir su verdadero rostro, es peor que beber el veneno más
amargo y corrosivo.
-Solo estás diciendo incoherencias, Grandchester. Vete de aquí, no
te lo volveré a repetir.
-¡No me iré hasta que no se me de la ganaaaaaaaaaa!
El espectáculo que daban Terry y el director de la obra era
escalofriante. La pelea se tornaba cada vez más acalorada y todos los miembros
de la compañía Stanford estaban siguiéndola detalle a detalle. Cuando las
autoridades les pidieron que recrearan los hechos, nadie fue capaz de decir
quién había dejado caer la enorme viga de acero desde las alturas. Tampoco pudieron
explicar cuándo o de dónde había salido Susana Marlow, pero sobre todo, nadie
se pudo explicar de dónde había sacado Susana la fuerza y velocidad para poder quitar
a Terry justo a tiempo, logrando evitar que la viga le cayera encima,
recibiendo ella todo el impacto del accidente.
Los doctores nada pudieron hacer, y tuvieron que amputarle la
pierna.
“Si con mi mano indigna he profanado
tu
santa efigie, sólo peco en eso:
mi
boca, peregrino avergonzado,
suavizará
el contacto con un beso.”
Increíble. Era la única palabra con la que Candy medianamente
podía alcanzar a describir el virtuoso desempeño de Terry sobre el escenario. Cada diálogo, cada palabra. Expresada con
tanta pasión. Traían a la mente infinidad de recuerdos. Lo amaba, en verdad lo
amaba, ni por un momento dejó de hacerlo. Debía de existir alguna explicación lógica
para todo el dolor sufrido en el pasado. El ángel enamorado que brillaba en el
escenario no podía ser el mismo muchacho frívolo y descorazonado que el Duque
le había descrito años atrás. Deseaba pararse en ese momento y gritarle a todo
pulmón en medio del teatro pletórico de asistentes “Terry, soy Candy. Tenemos
un hijo, se llama Alex y es igual de bello que tú”. Pero no podía hacer eso por
más que lo deseara.
Decidió esperar. Más de dos horas llevaba aguardando en la puerta
trasera del teatro, entre decenas de admiradoras y miembros de la prensa que no
dejaban de empujarla de un lado a otro.
La noche era fría y los nervios no la dejaban en paz. La espera se
estaba tornando eterna y tormentosa, cuando finalmente, Terry apareció en la
puerta.
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