Añoranza - Capítulo 36

 

Ya no más. No más misterios, engaños, verdades a medias ni mentiras. Siempre se había negado a ser quien era y a tomar las responsabilidades que le correspondían. Era como si hubiera renegado su vida, y hace un par de años estuvo a punto de perderla; y lo peor era que respecto a su salud, todavía no estaba muy seguro el panorama. Debía actuar de una vez por todas, aunque con las nuevas y trágicas noticias no estaba convencido de que fuera el momento indicado.

Los demás por el momento no importaban. Su principal preocupación era Candy, y por supuesto Alex. Deseaba que quedaran protegidos en todos los aspectos, asegurarse de que nadie nunca los volviera a molestar y que no tuvieran que pasar ninguna penuria más. Ahora que finalmente arreglara las cosas con Terry y se reconciliaran (porque estaba seguro de que así sería) la felicidad estaría finalmente completa. Candy, Terry y Alex a formar la familia que realmente eran… y él se quedaría solo, una vez más. No había cabida para egoísmos en esos momentos. Candy era la persona más linda y dadivosa que había conocido en toda su vida, se merecía ser feliz más que cualquier otro, y su felicidad era Terry, de eso no había duda alguna. ¿Cuándo regresaría? ¿En uno, dos días? O quizá nunca. ¿Por qué separarse ahora que volvían a estar juntos? Sí, probablemente ella ya no regresaría, quizá solo enviaran por Alex y nunca más volvería verla. A lo mejor las cosas serían más fáciles de esa manera; le informaría de sus planes por medio de una carta y así evitaría la  triste despedida. Y el dolor, de aceptar el hecho de ya no verla todos los días, de no despertar con el sonido de su risa. Ya comenzaba a extrañar su presencia.

Fuertes golpes en la puerta interrumpieron los pensamientos noctámbulos de Albert.

-¿Quién es? – extraña hora para hacer una visita, pensó.  

Nadie contestó, solo sollozos del otro lado de la puerta. Decidió abrir. Él era un hombre grande y corpulento, si se trataba de un ladrón no podría sorprenderlo y menos si se trataba de un ladrón que lloraba.

Pero resultó sorprendido cuando al abrir la puerta una enorme maraña de cabello rubio y desarreglado se abalanzó sobre él dando violentas sacudidas.

-¡Candy! ¿Candy qué te ha pasado? ¡Mira en qué estado vienes!-Pero Candy solo lloraba y temblaba de pies a cabeza, estaba fría, pálida y terriblemente afectada- ¡Candy por el amor de Dios contéstame me estás asustando! ¿Qué fue lo que pasó?

-Se casó…-las palabras fueron apenas audibles y completamente incomprensibles.

-¿Qué?

-¡Qué se casó! ¡Jamás le importé! ¡Nunca fue sincero conmigo! Y ahora…Terry se casó.

-¿Él te lo dijo? ¿Hablaste con él?

-No. Vi la obra y lo esperé afuera del teatro. Pero cuando salió los periodistas comenzaron a abalanzarse sobre él preguntándole cómo se sentía de ser recién casado y cómo estaba su esposa. No contestó, pero tampoco lo negó. Había muchas admiradoras esperándolo también y ellas comentaron que se había casado con una antigua compañera de teatro. Susana Marlow, o algo así. No quise saber más, regresé inmediatamente.

-Pero Candy se suponía que tú ibas a decirle que ustedes tienen un hijo.

-Si no le importo yo, ¿crees que le importará saber que Alex existe? Además soy yo la que no quiero volver a saber nada más de él, no quiero volver a verlo. ¡No lo necesito! Solo necesito a mi hijo y a ti en mi vida- y se abrazó a él con más fuerza, hundiendo el rostro en su ancho pecho buscando consuelo- Prométeme que nunca nos abandonarás Albert, promételo.

-Lo prometo Candy- dijo mientras colocaba un tierno beso en su frente, con el que deseaba expresarle que sacrificaría lo que fuera necesario con tal de verla feliz. Los planes podían esperar- Pequeña mía, me apena tanto ser yo el que deba de darte una noticia aún peor.

-¿Qué ocurre? ¿Le pasó algo malo a mi hijo?

-No, Alex está bien. Se trata de Stear…

Un ataúd vacío con la bandera de los Estados Unidos cubriéndolo fue lo único con lo que pudieron rendir tributo a Allastor Corndwald. El avión en el que viajaba había caído al mar y su cuerpo jamás sería recuperado. El sonido de las gaitas le traía dolorosos recuerdos. La tía abuela Elroy llorando de forma desgarradora. Primero Anthony, de él, solo obtuvieron los restos de un barco hecho pedazos, ahora Stear, ambos se habían perdido en el mar. La señora Elroy rogaba desconsolada a Neal y Archie que tuvieron cuidado, no quería perderlos a ellos también, no lo soportaría. Candy no pudo evitar sentir lástima por ella, aunque no le hubiera permitido asistir al funeral y al final tuvo que conformarse con verlo desde la reja del panteón.

Después de aquel simbólico y triste entierro,  había acordado reunirse con sus amigos, pero el ambiente en aquella casa era terrible. Paty estaba ausente, completamente devastada, con la vista perdida en la nada y las lágrimas no dejaban de caer por su rostro. Annie lloraba preocupada porque desde que regresaron Archie se había encerrado en su habitación negándose a hablar con nadie. Temía que pudiera cometer una locura y rogó a Candy que fuera a hablar con él.

-Archie. –No hubo respuesta- Archie, ¿puedo hablar contigo? Allá abajo todos están muy preocupados por ti. Deberías acompañarlos; sé que estás muy triste, pero los demás también lo estamos y tenemos que apoyarnos en este momento.

-¿Te digo algo Candy? – Comenzó a hablar sin voltear a verla, seguía sentado en su escritorio con la vista a la ventana- Stear te amaba, siempre te amo. Solo que muy a su…estilo. En silencio. Conformándose simplemente con verte y alegrándose de saberte feliz.

-¿Por qué me dices eso ahora, Archie?

-Porque conociéndote probablemente jamás te diste cuenta. Pero es la verdad. Si él nunca te lo dijo fue porque sabía que no tenía caso y porque simplemente no importaba. Él te amaba y ya. Y creo que de todos los que alguna vez estuvimos enamorados de ti, fue él, el que te amó de una forma más honesta, más pura, desinteresada, sin egoísmos. Porque así era Stear, bondadoso. Nunca le importaba si yo acaparaba los mejores obsequios que mis padres enviaban, nunca me echó en cara mi estúpida vanidad ni las innumerables veces que me burlé de sus inventos. ¡Y eran brillantes! Sí, nunca funcionaban pero las ideas eran brillantes. Jamás se lo dije; nunca le dije que era un genio, que era un gran hermano y mi mejor amigo. Qué lo admiraba y que quería ser como él. ¡Nunca le dije cuanto lo quería! ¿Por qué? ¿Por qué no he muerto yo? – Ver a Archie en ese estado, tan distinto al chico pulcro e inmaculado que generalmente era. Estaba tirado en piso, llorando. Parecía un niño pequeño haciendo una rabieta, si, una rabieta donde suplicaba que le regresaran a su hermano.

-Archie, no pienses eso ni por un momento. –Candy se abalanzó al piso tratando de brindarle consuelo a su amigo - Tú estás vivo por una razón y tendrás que descubrir cuál es esa razón. Sé que ahora el dolor te ciega y no puedes pensar claramente, pero tienes que ser fuerte y hallar la resignación comprendiendo que por muy doloroso que sea, Stear se ha ido sencillamente porque era su tiempo.

-Yo lo amaba Candy, era mi hermano.

-Por supuesto que lo amabas Archie, y él a ti también. No te sientas culpable ahora por alguna pequeña pelea o discusión entre ustedes o porque constantemente lo embromabas a causa de sus inventos, porque eso es algo que hacen los hermanos. Stear sabía que lo querías y que podías burlarte de él diez veces al día pero que jamás permitirías que alguien más lo molestara o lo lastimara.

-¡Morir así! Jamás voy a entender por qué se fue. Él era una persona tan noble, bondadosa. El conflictivo siempre fui yo. Él era el que detenía mis peleas y me hacía entrar en razón. Nunca fui capaz de imaginármelo en medio de la guerra. Me pregunto si, ¿se habrá arrepentido alguna vez? ¿Habrá querido regresar a casa? Y si fue así ¿por qué no lo hizo? ¿Por qué no volvió? Las cosas serían tan distintas.

Las palabras de la carta de Stear retumbaban en su cabeza. ¿Pero para qué atormentarlos más? Nadie se enteraría de lo que Stear le había confesado, era momento de buscar la paz, no las culpas. –Stear sentía que estaba cumpliendo con su deber, y debemos de respetar su decisión, aunque no podamos comprenderla.

Aquellas habían sido por mucho las peores vacaciones que había tenido. Pensó que regresar al trabajo lograría distraerla y despejar su mente. Realmente ansiaba comenzar a atender enfermos y sentirse útil. Pero descubrió que su primera actividad debía ser pasar a la oficina del Dr Mathews en calidad de urgente. ¿Qué querría el director? Esperaba que fueran buenas noticias, para variar un poco la situación.

Pero lo que Erick Mathews tenía que hablar con ella era que debía despedirla. No lo deseaba, porque le parecía que Candy era una excelente enfermera y una gran persona, pero la conversación sostenida poco después de que Candy saliera de vacaciones le hizo dudar de esa opinión.

-A sus órdenes, Señorita Leagan.

-Doctor, quería preguntarle ¿usted sabe realmente quién es Candy?

-No sé a qué se refiera exactamente señorita Leagan, pero para mí Candy es sencillamente una de las mejores enfermeras que tenemos en este hospital.

-Ya veo. Me refiero a qué tanto sabe de sus orígenes, de su pasado.

-Supongo que no tanto como usted, y me atrevo a pensar que ha venido a decírmelo. Así que le agradecería si dejáramos de lado los rodeos.

- ¡Vaya! Detecto en usted algo de hostilidad; bastante grosero de su parte considerando que he venido a hacerle un gran favor.

-Honestamente no veo cómo.

-Tengo entendido que usted es nuevo en el cargo, está aquí para implementar mejoras en este hospital.

-Está usted muy bien informada.

-Yo siempre lo estoy, a diferencia de usted. No creo que esas mejoras incluyan tener entre su personal a una enfermera que es una ladrona y de moral corrompida.

-No entiendo. ¿Se refiere a Candy?

-Precisamente. Permítame contarle un poco acerca de ella. Para empezar Candy es huérfana, abandonada desde recién nacida en un orfanato donde la educación recibida solo les sirve para convertirlos en delincuentes, y Candy no fue la excepción. Cuando tenía doce años llegó a mi casa para trabajar como sirvienta, desde el inicio dio problemas. Constantemente nos agredía a mi hermano y a mí; era revoltosa, mentirosa, grosera, en pocas palabras vulgar. Fueron en verdad unos años terribles. Mis padres se negaban a echarla a la calle, usted entenderá, por lástima, pero Candy siempre tuvo mucha envidia hacia mí, pero la situación se volvió intolerable cuando comenzó a robarme a mí y a mi madre. Tardamos en darnos cuenta, al principio eran cosas simples, muchas de ellas yo ya no las utilizaba, pero cuando comenzaron a desaparecer joyas valiosas no tuvimos dudas sobre quién era la culpable.

Desafortunadamente, ella siempre tiene un plan B. Antes de que pudiéramos despedirla, nos topamos con la sorpresa de que inexplicablemente había sido adoptada por la familia Andrew.

-Entonces, ¿Candy pertenece a su familia?

-¡Ella jamás pertenecerá a nuestra familia! Todavía muchos de los miembros nos preguntamos qué asquerosa treta utilizó para lograr ser adoptada. Conoció a Anthony Brown y lo acosaba como desesperada, aunque él nunca la tomó en serio.  Anthony, tuvo un final muy trágico, y todo fue culpa de Candy.

Candy fue a Londres, a estudiar en el mismo colegio donde yo lo hacía. Y ahí su nueva víctima, o al menos la principal, fue el hijo de un importante Duque. Se fugaba del colegio para verse en las noches con él y con otros chicos. Me ahorraré los detalles, son muy vulgares. Pero como resultado de ese comportamiento terminó embarazada, aunque, no logró comprometer al hijo del duque como ella planeaba desde el principio. Supongo que no pudo convencerlo de la paternidad de ese bebé. Regresó a América expulsada del colegio y repudiada por los Andrew.

-¡Vaya! Desconocía esa historia…aun así, ella parece haberse reformado. Es una persona de bien.

-No. Hay hábitos que nunca cambian. Ahora vive con otro hombre. Un delincuente, mucho mayor que ella. Doctor le digo esto porque es urgente que tome cartas en el asunto. Candy está completamente corrompida, no tiene escrúpulos. Y el sujeto que es su nuevo amante tampoco es un tipo de fiar. Podrían estar tramando algo contra algún compañero, o paciente o incluso usted corre peligro.

Lo más lógico sería hacer eso, despedirla. Pero no sin antes escuchar su versión de los hechos, tal vez todo se tratara de una mentira de la antipática señorita Leagan.

-Es cierto.

-¿Qué dices Candy?

-Que es cierto, Doctor. Pero solo lo referente a que tengo un hijo y vivo con una persona.

-¿Por qué mentiste?

-Yo jamás he mentido, Doctor Mathews. Lo de mi hijo estaba explicado en una carta en mi expediente  y respecto a con quien vivo, considero que mi vida privada no afecta en absoluto mi desempeño en éste lugar.

-¿Él es el padre de tu hijo?

-No. El padre de Alex es una persona que no vale la pena mencionar. Pero no me malentienda, mi hijo es producto del amor, de un amor en el cual yo no fui correspondida, pero no por eso menos puro. Alex es lo mejor que me ha pasado y no cambiaría tenerlo ni por un segundo.

Respecto a Albert, es solo un amigo. Un gran amigo que me ayudado innumerables veces en el pasado, y ahora que el me necesita lo menos que puedo hacer es brindarle la mano. Está enfermo, pero no tiene dinero y por eso lo echaron de este hospital sin importar que fuera de él. Continúa recuperándose aunque los dolores de cabeza persisten y su memoria sigue mal desde el accidente.

-Candy yo… te comprendo pero, debes tener en cuenta que este un hospital muy prestigiado y no podemos…

-Doctor, yo amo mi trabajo, amo ser enfermera y ayudar a los demás. Y soy consciente de que este es un gran hospital, pero ningún trabajo, por excelente que sea me hará negar a mi hijo o darle la espalda a un amigo. Y no se preocupe Doctor Mathews, entiendo su posición. Si tengo irme, lo haré, pero saldré adelante ya antes lo he hecho.

-Candy. No quiero que pienses que soy un insensible, créeme, sé que no se cambiaría nada por la posibilidad de tener un hijo, y yo tampoco creo que debas ocultarlo, tu hijo puede venir al hospital cuando quiera.

-¿En verdad?

-Bueno, no digo que lo traigas mientras realizas tus turnos, sencillamente que, no hay necesidad de que seas tan discreta. Tener un hijo no es un pecado, es una bendición. Pero quien que sí me gustaría que viniera pronto es tu amigo, creo que su caso representa un reto interesante medicamente hablando y pudiera ayudarlo. Sin cobrarle por supuesto.

-Doctor Mathews.. en verdad…usted es…-antes de terminar la frase ya lo tenía rodeándole el cuello en un abrazo sincero y espontáneo que lo tomó por sorpresa.

-No tiene nada que agradecer Candy, solo, no hagas que me arrepienta de esta decisión.

Y a lo largo del siguiente año el Doctor Mathews no tuvo una sola queja sobre el desempeño de Candy. Mejoraba continuamente en su trabajo y se le veía mucho más feliz desde que Albert y Alex comenzaron a visitarla en el hospital.

Mary-Jane finalmente se retiraba, aunque evitaba cualquier tipo de emotiva despedida, el hospital entero le organizó una fiesta sorpresa en su honor. Al terminar el festejo el Doctor Mathews volvió a llamar a Candy a su oficina. Pero esta vez el tema de conversación fue mucho mejor. La estaba considerando, junto con otras dos enfermeras, para ocupar el lugar de Mary-Jane. Eso significaba un honor, sobre todo porque Candy era la que contaba con menos experiencia. Necesitaba evaluar  a las distintas candidatas por medio de pruebas y la suya sería ir a Florida para entregar unos documentos al director de aquel hospital y auxiliarlo en lo necesario.

Partió a dicha encomienda acompañada de su hijo. Como tenía que esperar los resultados que le enviarían de vuelta al Doctor Mathews, eso le dio mucho tiempo libre para llevar al pequeño Alex a disfrutar de aquellos hermosos y cálidos paisajes. Alex se divertía como un loco y Candy se regocijaba viendo a su amado hijo disfrutar el paisaje. Se sentía tan feliz, completa, realizada. Al fin su vida estaba tomando la estabilidad que tanto había añorado y nada podría arrebatársela.

Al término de la semana debieron regresar a casa. El director de aquel hospital le comentó que junto con los resultados incluía una carta dirigida al Doctor Mathews donde la recomendaba ampliamente. Eso le dio a Candy muchas esperanzas de lograr conseguir el puesto, aunque ella no era ambiciosa sabía que ascender a jefa de enfermeras abría un mundo de mejores oportunidades para Alex, sobre todo ahora que pronto comenzaría la escuela. Y por supuesto, ayudarle a Albert a conseguir el mejor tratamiento.

Comenzaba a formar castillos en el aire mientras esperaba el tren que la llevaría de regreso a casa. Una pareja de ancianos tomaron asiento cerca de donde se encontraban Candy y Alex. Pero el pobre anciano comenzó a sentirse mal, parecía un ataque al corazón. Candy inmediatamente acudió a auxiliarle, afortunadamente el hombre logró estabilizarse, alguien llamó a una ambulancia y lo continuarían atendiendo en un hospital cercano. Un par de minutos duró su distracción, pero cuando volteó, su hijo ya no estaba.

Un mar de personas pasaban de un lado a otro casi atropellándolo, pero nadie le prestaba atención. Había caminado en busca de una tienda de dulces, pero cuando se dio cuenta se había alejado demasiado y no veía a su madre por ningún lado. Nunca había estado tan asustado en toda su corta vida.

-Hola pequeño. ¿Te encuentras bien?-Un hombre le hablaba, eso solo incrementó su temor-¿Y bien? ¿No me vas a contestar, o es qué acaso te comieron la lengua los ratones?

-Mi mamá…..mi mamá me ha dicho que no debo de hablar con extraños.

-Mmmm ese es un buen consejo. Qué te parece si para dejar de ser extraños y que puedas contarme que te ocurre,  nos presentamos. ¿Cuál es tu nombre?

-Mi nombre es Terrence Alexander, señor. Pero todos me dicen Alex.

-Qué curioso, yo también me llamo así…

Capítulo 35 - Capítulo 37

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