Añoranza - Capítulo 37

 

Y bien, ahí estaba. El afamado Terrence Grandchester, el novato revelación de la temporada, la estrella más brillante del universo teatral, sentado en un compartimiento de primera clase del ferrocarril que lo llevaría con destino a unas merecidas vacaciones en Florida, acompañado de su bella y siempre comprensiva esposa Susana Marlow. ¡Basura! Últimamente Terry sentía que era ajeno a su propia vida, más bien le parecía estar permanentemente inmerso en un guion teatral mal escrito o alguna aduladora reseña en el periódico.

Aunque era cierto. Su carrera actoral no podía ir mejor, Romeo  y Julieta, su primer gran protagónico había sido un rotundo éxito. Tuvieron que alargar la temporada varias veces que pasó casi un año completo sobre el escenario.

-¡Extraordinario! ¡Simplemente extraordinario! –Gritaba alegremente Nicolas Strauss, el dueño de la compañía Stanford- Estoy seguro de que el público habría continuado viniendo de haber alargado la temporada una vez más. Pero es mejor así, dejarlos con ganas de más, dejarlos con ganas de ti.

Terry sonreía al ver los ademanes exageradamente teatrales con los que “Sir Nicolas”, como le apodaban dentro de la compañía, imprimía mayor énfasis a sus palabras en la reunión que sostuvieron unos días antes de partir.

-Pero ahora debes concentrarte en lo que sigue, toma- y arrojó a Terry un grueso libreto, una sola palabra aparecía en la portada: “Otelo”

-¡Te quiero en el protagónico! Sé que estás listo. El director vuelve a ser el mismo, y aunque no le simpatizas, está de acuerdo en que serías el mejor candidato. Pero aun así insiste en que deberás de hacer audición y que las oportunidades sean iguales para todos. Bah, tonterías. Tómalo como una simple formalidad. Pero quiero que tengas el papel bien estudiado para cuando te llame a audicionar. ¿Qué te parece? Qué gran personaje es Otelo, ¿no?

-Otelo…-al pasar los dedos sobre la portada del libreto,  inevitablemente, una oleada de recuerdos acudió a su mente- Otelo es un deschavetado

-¿Pero qué tonterías dices Terry?

-Nada. No me hagas caso. Y no te preocupes, comenzaré a estudiarlo de inmediato.

-No hombre, tampoco es para tanto. Te quiero listo, pero también te quiero descansado. ¿No piensas salir de vacaciones a algún sitio?

-No lo sé. Susana insiste…bueno en realidad es su madre la que insiste más, en que deberíamos de realizar un viaje, solo Susana y yo, aunque la verdad es que no tengo muchos ánimos.

-Vele el lado positivo. Al menos te librarías de tu suegra unos cuantos días.

-¡Ja! Tienes razón, no había pensado en eso.

-¿Las cosas siguen mal entre ustedes?

-Tan mal como siempre han estado.

Pero la verdad es que las cosas en su matrimonio estaban peor. Al principio Terry intentó poner de su parte para al menos lograr encariñarse con Susana. Procuró estar pendiente de su salud, atenderla. Pero su suegra, la señora Marlow jamás lo permitió.

La madre de Susana era una persona en verdad asfixiante. Nunca parecía cansarse de repetir el hecho de que su hija siempre había padecido una salud muy frágil , las terribles noches en vela que pasó con la incertidumbre de saber si Susana viviría al otro día o no, y recalcar que ella era la única capacitada para cuidarla. Pero la sobreprotección de la señora Marlow llegaba a tal punto de atentar contra la felicidad de su propia hija.

Cuando Susana por fin abandonó el hospital, después de la operación donde su pierna fue amputada y pasar varias semanas en recuperación, las recomendaciones de los doctores incluían, además de dieta y curaciones especiales, tratar de mantenerla en un ambiente tan estéril como fuera posible, con el fin de evitar el brote de alguna infección dado que sus heridas aun no cicatrizaban por completo. Estas instrucciones la señora Marlow las tomó demasiado enserio, instaurando una serie de drásticas medidas, la primera de ellas, y aún contra las protestas y llanto de la propia Susana, era que “No le parecía prudente que Terry compartiera el mismo cuarto con Susana durante su convalecencia”; ella debía de ser quien acompañara a su hija todas las noches para estar al pendiente de cualquier necesidad que esta pudiera tener, aunque ello significara pasar interminables noches sin dormir.

A Terry el hecho de no compartir habitación con su “esposa” era algo que no le molestaba, de hecho, lo aliviaba. Desde que Susana se hallaba en el hospital, constantemente rondaba por su cabeza la interrogante respecto cómo lograr, una vez que ella estuviera en casa, demostrarle cariño, amor, ¿deseo? Pero aun así y como una forma de aliviarle la carga de trabajo a su suegra, sugirió inocentemente la posibilidad de contratar una enfermera para encargarse de Susana. Esta proposición ofendió gravemente a la Señora Marlow, dejando en claro una vez más, que según su muy particular criterio, todos los demás eran unos completos imbéciles en lo que refería a atender a su hija, incluyéndolo a él.

El resto de las medidas salubres iban desde una exagerada limpieza, no usar calzado dentro de la casa, altas medidas de higiene en la preparación de alimentos, hasta confrontar a Terry cada vez que éste decidía encender un cigarrillo, vicio que retomó desde el día en que se casó con Susana. La mayoría de los empleados de la casa sentía animadversión por la señora Marlow, debido a que los forzaba repetir sus labores inclusive dos o tres veces hasta quedar satisfecha, los regañaba frecuentemente y se quejaba de ellos sin ningún recato. Todos excepto Miriam, una joven de raza negra quien había empezado a trabajar en la casa dentro de la cocina, pero que, aunque a muchos les costaba entenderlo, rápidamente fue ganándose la confianza de Susana y de su madre convirtiéndose en la mucama personal de la joven. El resto de la servidumbre no congeniaba con Miriam, a decir verdad le temían. Murmuraban que la joven practicaba la brujería y otras artes oscuras; esto a Terry le parecían tonterías derivadas de prejuicios dado los orígenes étnicos de la chica, pero aun así tampoco confiaba en ella y evitaba ingerir cualquiera de los alimentos o bebidas que Susana ocasionalmente le invitaba a tomar a su habitación y que él estaba seguro, eran preparados por Miriam. A pesar de todo, jamás pensó en despedir a la joven, ya que ella se había convertido realmente en la única amiga de Susana. Al principio varias de las compañeras y amigas de su época en teatro iban a visitarla para estar enteradas de la evolución en su salud, pero sobre todo, por que deseaban saber cómo era la maravillosa vida de casada con Terry Grandchester. Pero Susana nunca pudo ocultar su tristeza, y pronto se le acabaron los inventos y excusas con los que sobrellevar la farsa matrimonial, hasta que optó por ya no recibir visitas. Pasaba los días encerrada en su habitación, generalmente acompañada de su madre o mucama, probablemente urgiendo algún nuevo plan para lograr acercarse a Terry. Entre ellos hablaban muy poco, solo cuestiones relacionadas a la casa o para informarle sobre otra ausencia. Las pocas veces que Terry la veía siempre estaba leyendo una vez más Romeo y Julieta, la obra que ella jamás llegó a protagonizar.

Con todo esto Terry comenzó a sentirse extraño y ajeno en su propia casa, pero además del teatro, no tenía otro lugar a donde ir. Así que frecuentemente hallaba alguna falla o una posible mejora en su actuación y, apoyado por el director de la obra quien era un tipo sumamente perfeccionista, pasaban largas jornadas de trabajo que se extendían mas allá de media noche corrigiendo los supuestos errores, no importándole si la escena en cuestión lo incluía únicamente a él o a diez de sus compañeros, aún contra las protestas de estos.

Después aparecieron las fiestas. Desde simples reuniones sociales, hasta grandes banquetes en selectos salones y restaurantes, a las que Nicolas Strauss recalcaba siempre la importancia de que Terry asistiera, afirmando que en esas fiestas encontraría, además de otros actores y directores teatrales, empresarios, banqueros, petroleros, en fin, gente de negocios potenciales inversionistas en la industria del teatro, y entablar relaciones con ellos cobraba mayor relevancia ahora que Romeo y Julieta comenzaría su gira por varias ciudades del país.

Efectivamente, tal cual como mencionó Nicolas, Terry conoció a muchas personalidades entablando contactos importantes para el futuro de su carrera. Pero con esto, otro selecto grupo de personas llegó  a su vida. Las admiradoras. Mujeres solteras, casadas, viudas o divorciadas demasiado dispuestas a entregarse al objeto de su adoración, la nueva estrella teatral en ascenso; sin que éste tuviera que realizar el menor esfuerzo en conquistarlas. El ambiente, la soledad, el alcohol, el despecho, pero sobre todo la fácil disposición que estas mujeres presentaban, llevó a Terry a entablar varios turbios y clandestinos seudo romances con distintas admiradoras, cuyo nombre no recordaba ni siquiera de la mitad de ellas.

Aunque muchas de esas mujeres eran realmente bellas, y algunas parecían estar sinceramente enamoradas de él, en ninguno de esos encuentros Terry fue capaz de entregarse realmente. Nunca pudo sentir ese amor y esa magia de las noches de infinita pasión vividas al lado de Candy.

Candy. Ese era su verdadero problema, no la había olvidado, ni siquiera logró arrancarla de su corazón. Pese a su coraje, pese a su enojo, aun sintiéndose traicionado, al poco tiempo desistió de su intento por llegar a odiarla. Nunca sería capaz de odiar a una persona que era puro amor. Cada vez le agradaba menos el hombre en que se estaba convirtiendo. Un hombre frívolo, sin escrúpulos, infiel, incapaz de demostrar afecto, y aunque no llegaba imaginar cómo sería el hombre que había logrado conquistar el corazón de Candy, haciendo que ella lo olvidara, algo le hacía suponer que debía de ser mejor persona de lo que era él en esos momentos. Pero todas esas ideas no atenuaban su sufrimiento,  seguía doliendo, demasiado.

Hubo cosas que nunca tuvo el valor de hacer. Volvió a fumar, pero aun así conservaba la vieja armónica que Candy le obsequió muchos años atrás con el propósito de que eliminara su horrendo vicio. Seguía portando el anillo con el sello de la familia Grandchester, y aunque todos pensaban que lo hacía por orgullo familiar, la realidad era que lo portaba por recordar su promesa, una promesa que estaba más allá de su propia voluntad. “Juraste amar a una sola mujer el resto de tu vida, estoy incapacitado para generar ese sentimiento una vez más” parecía decirle la voz de su olvidado y atormentado corazón.

Y la verdad es que Terry dejó de sentir muchas cosas. Dejó de sentir compasión por las lágrimas de Susana en cada uno de los intentos fallidos que esta tenía por buscar un gesto de ternura de su parte, dejó de sentir vergüenza ante los constantes gritos de su suegra reclamándole su negativa a realizar una boda por la iglesia, su falta de cariño y los frecuentes rumores de aventuras extramaritales que giraban en torno de él. Dejó de ser él. Vivía únicamente a través de sus personajes. En el escenario era luz, era magia, era todo pasión (continuaba inspirándose en Candy). Pero al bajar, era un ser gris y taciturno.

“Jamás entenderé por qué te casaste”, era la pregunta retórica que constantemente le elaboraban su madre y el director de la compañía. Eleonor generalmente lo hacía en tono de reclamo, y Nicolas expresando lo absurdo que le parecía dicha decisión. La verdad, él también se lo preguntaba. Aunque al principio supuestamente fue por agradecimiento y compasión hacia Susana, de nada había servido. ¡Vaya agradecimiento! Un esposo que no compartía el lecho con ella, que se ausentaba casi todas las noches y en ocasiones por varios días, que simplemente no la amaba. ¿Se había casado por despecho, por venganza? Qué cobarde. Además cómo si a Candy le importara, ella seguramente debía de ser feliz con su hijo y con el padre de éste. ¿Entonces por qué se casó? ¿Por angustia?, ¿por miedo a la soledad?, ¿por rencor? O simplemente…

-¡Por imbécil!

-¿Qué dijiste Terry?

-¿Qué? No, nada. Solo estaba repasando el libreto de la nueva obra- tal parecía que la última parte de sus pensamientos la había expresado en voz alta, llegando a oídos de Susana.

-Estoy segura que lo harás estupendamente.

Todo el viaje habían permanecido callados, sentados uno frente al otro. Terry, con la vista perdida en el paisaje y absorto en sus pensamientos, y ella, acomodándose inconsciente y nerviosamente la falda de su vestido con el afán de evitar dejar al descubierto la prótesis que recientemente le colocaran en la pierna amputada. Esa fue otro de los argumentos para hacer el viaje. Supuestamente la prótesis, además de brindarle mayor movilidad e independencia, le generaría confianza y seguridad en ella misma. Terry tenía sus dudas. A Susana le gustaba ser dependiente y, respecto a la confianza… Susana siempre era objeto de las miradas de la gente en dos momentos diferentes. Primero, hombres, mujeres e incluso niños volteaban a verla para apreciar su delicada y frágil belleza. Poseía un rostro verdaderamente hermoso, y su expresión permanentemente triste la hacían resaltar esas lindas facciones. Pero al caminar, se hacía evidente su condición y entonces las miradas originalmente de asombro se transformaban en expresiones de pena y lástima por la chica. Y ella caminaba entre todos esos curiosos con la vista baja y generalmente con alguna lágrima rodando por sus mejillas.

Aún con la prótesis, era necesario que utilizara un bastón para ayudarse a caminar, y aunque efectivamente era mucho más práctica que la silla de ruedas o unas muletas, al carecer de articulaciones como una pierna real, su caminado resultaba bastante rígido y antinatural. Terry pensaba, sin el menor ápice de sensibilidad, que Susana lucía como una frágil marioneta de madera.

-Estoy muy emocionada por este viaje, Terry-Susana aprovechó las primeras palabras pronunciadas por Terry para intentar entablar una conversación- Estoy segura que esto nos ayudará para mejorar nuestra relación y cuando regresemos a casa, todo estará bien.

-No deberías ilusionarte en vano, Susana.

-No lo hago. Solo creo que ahora que estemos lejos de todos, que tú ya no tienes la presión de tanto trabajo y que yo al fin estoy bien de salud podemos…podemos empezar de nuevo, si fundamos nuestro matrimonio en nuevas bases podríamos ser muy felices. Yo te amo y sé que si tú intentas poner de tu parte para olvidar y tratar de…

-Señor, Señora, lamento importunarlos pero vengo a informarles que dentro de diez minutos arribaremos finalmente a nuestro destino. Un empleado vendrá por su equipaje, y nuevamente, gracias por viajar con nosotros.

La llegada del empleado del ferrocarril, para alivio de Terry, cortó el febril y fantasioso discurso de Susana. Aun no llegaban, y el comenzaba a arrepentirse seriamente de haber aceptado ese viaje.

-No veo al chófer por ningún lado. Supongo que no debe tardar- Acababan de descender en la plataforma de la estación de ferrocarriles de Florida

-Llegamos antes de lo esperado. –Agregó Susana - Quisiera aprovechar para pasar al tocador a refrescarme un poco del viaje.

-Ve. Te espero- y se sentó en una banca cercana dispuesto a encender un cigarrillo. Pero al ver que Susana no se movía decidió indagar- ¿Qué te ocurre?

-Nada…es solo que. Nunca voy a ningún sitio yo sola. Siempre me acompañan mi madre o Miriam.

-¿Y no se supone que para eso es la prótesis? ¿Para que puedas moverte libremente tú sola? Mira Susana si crees que necesitas tanto a tu madre o a Miriam será mejor que regresemos a casa porque así esto no va a funcionar.

-No, no, no será necesario. Tienes razón mi amor. Espera aquí en seguida vuelvo. – y se marchó, cojeando entre la multitud.

Sus ganas de fumar aumentaron. E hizo el intento de encender su cigarrillo por segunda ocasión,  pero en el instante justo en el que se disponía a hacerlo algo, mejor dicho alguien,  llamó su atención. A escasos metros de donde él se encontraba, un pequeño permanecía de pie, inmóvil, observando con ojos asustados a los viajeros que pasaban velozmente a su lado casi atropellándolo. Nadie parecía percatarse del pequeño, excepto Terry. ¿Estaría perdido? El niño aparentaba tener apenas unos cuatro o cinco años, demasiado joven para estar solo en una estación del ferrocarril. Aunque por otro lado, tal vez estuviera mendingando, había visto a limosneros utilizar incluso a recién nacidos para pedir dinero. No, eso no era posible. Ciertamente sus ropas eran modestas, pero el niño estaba perfectamente pulcro y arreglado. Ninguna madre que se preocupara tanto por el arreglo personal de su hijo lo dejaría solo exponiéndolo. Definitivamente ese niño estaba perdido.

“Pero ese no es mi problema”, pensó. Nunca antes un niño  había llamado la atención de Terry, ni siquiera sus medios hermanos, ni ningún otro que pudiera recordar. Decidió ocuparse de sus propios asuntos, suficiente tenía con eso, pero sin proponérselo, había comenzado a caminar en dirección del pequeño. Algo en ese niño le resultaba llamativo y extrañamente familiar.

-Hola, pequeño. ¿Te encuentras bien?

El niño levantó la vista clavando sus oscuros ojos en el rostro de Terry, con una mirada tierna y profunda. El corazón de Terry se estremeció al ver esos ojos, seguía sin podérselo explicar, preguntándose de dónde conocía a ese niño, y por qué lo conocía. Optó por seguir investigando.

-¿Y bien? ¿No me vas a contestar, o es qué acaso te comieron la lengua los ratones?

-Mi mamá…..mi mamá me ha dicho que no debo de hablar con extraños.

-Mmmm es un buen consejo. Qué te parece si para dejar de ser extraños y que puedas contarme qué te ocurre,  nos presentamos. ¿Cuál es tu nombre?

-Mi nombre es Terrence Alexander, señor. Pero todos me dicen Alex.

-Qué curioso, yo también me llamo así- extendió la mano para formalizar la presentación con su pequeño amigo-Mi nombre es Terrence Greum, pero puedes llamarme Terry-y aun sujetando la mano del niño, bajó quedando en cuclillas a la misma altura del pequeño- Perfecto, ahora que ya nos conocemos dime, ¿qué haces aquí?, ¿dónde están tus padres?

-No lo sé- y su voz se quebró, Alex comenzó a hablar de forma acelerada temiendo que el llanto apareciera en cualquier momento impidiéndole terminar su relato- Venía con mi mami, ella es enfermera ¿sabe?, trabaja en el hospital San Joseph, de Chicago, pero venimos a Florida porque tenía que entregarle unos documentos a un médico de aquí. Estábamos esperando el tren para regresar a casa, cuando un señor, un abuelo, que también esperaba el tren comenzó a enfermarse, mami corrió a ayudarlo. Yo estaba viendo, pero de repente las personas comenzaron a llegar y no me dejaban ver. Voltee y vi una tienda donde vendían golosinas, me acerqué a mirar, pero después vi otra un poco más lejos. Cuando volví a voltear, mi mami ya no estaba….

Alex ya no pudo terminar, sus ojos se anegaron de lágrimas, era un niño valiente, aun no lloraba, pero clavaba la mirada en Terry como suplicando consuelo, parecía que en cualquier momento se lanzaría a sus brazos prorrumpiendo en sonoro llanto. Y Terry creía que si lo hacía, él le iba a corresponder dicho abrazo. Tenía razón era un niño pequeño, su dicción aun correspondía a un niño de su edad, algo mimado, pero se expresaba correctamente y con un vocabulario bastante amplio. Ahora que lo tenía más cerca era capaz de apreciar sus rasgos, se trataba de un niño bastante bello, ojos y cabello oscuros, piel blanca, nariz y barbilla afiladas. ¿Era solo su imaginación, o a quien le recordaba era a él mismo en su infancia? Debía estar alucinando. Tenía ganas de abrazarlo, pero se contuvo limitándose a poner una mano sobre su hombro en un intento por consolarlo.

-Tranquilízate Alex, iremos a buscar a tu mamá.

-¡No!

-¿No?, ¿acaso no quieres encontrar a tu madre?

-¡No!...digo…si, pero, mi mamá siempre me ha dicho que si algún día me perdía tenía que quedarme quieto en el mismo lugar y que ella me encontraría.

-Ya veo. Otro buen consejo de tu madre. Está bien, te acompañaré aquí hasta que tu mamá venga por ti, pero dime Alex, ¿cómo es ella?, para reconocerla y hacerle señales de que estás aquí si la veo.

-¡Oh eso será fácil! Mi mami es muy linda. Tiene largo cabello rubio, piel blanca y toda la cara cubierta de pecas.

-Estoy seguro de que es muy linda, me recuerda a alguien que conocí hace tiempo.

-¡Aaalexxxxxx!, ¡Alexxxx!

Candy se hallaba al borde de la histeria. Cuando terminó de atender al anciano que estuvo a punto de sufrir un infarto, dos oficiales de la estación llegaron por él para llevarlo a un hospital cercano. Pero al voltear Alex ya no estaba. Comenzó a buscarlo llamándolo por su nombre, pero a cada paso que daba sin encontrarlo, sus gritos aumentaban de nivel. “Tranquilízate, si caes en la desesperación no podrás encontrarlo”, se repetía una y otra vez mientras mordía sus uñas e intentaba contener las lágrimas.

-¡Alex!, ¡Alex! Por favor señor estoy buscando a mi hijo. Señora ¿no ha visto a un niño pequeño?, lleva puesto un traje café y tiene ojos muy grandes- Candy preguntaba a todos los viajeros, algunos se detenían amablemente a contestarle, otros pasaban de largo sin siquiera mirarla. Una locomotora hizo sonar su silbato. “Deberíamos de estar abordando el tren ahora mismo. ¿Y si Alex ya abordó? No, no dejarían subir solo a un niño tan pequeño. Por favor Dios mío ayúdame”.

De repente lo vio, a lo lejos Alex estaba charlando con un hombre cuyo rostro quedaba oculto por el niño. Quién era el hombre no le importaba, Candy corrió al encuentro con su hijo hasta caer de rodillas junto a él haciéndolo girar bruscamente y estrujándolo en sus brazos.

-¡Alex!

-¡Mami!-lo abrazó fuertemente por un instante para después tomarlo por los hombros y comenzar a reprenderlo. Alex estaba asustado y ella lloraba.

-¿Alex por qué te fuiste? ¡Te he dicho mil veces que siempre tienes que quedarte cerca de mí! Me preocupé mucho, ¡no me vuelvas a hacer esto!

-Lo siento mami, es que, comencé caminar y cuando me di cuenta no supe como regresar. ¡Pero éste señor me ayudó!

-Muchas gracias señor por….-Finalmente había volteado a ver al hombre que platicaba con su hijo cuando ella llegó. Pero al reconocerlo, no pudo continuar hablando, su respiración se había detenido y su corazón palpitaba violentamente ante la impresión causada al ver frente a frente el rostro boquiabierto que la miraba igualmente sorprendido.

-¿Candy…?

Capítulo 36 - Capítulo 38

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