Añoranza - Capítulo 39
-¿Sigue molesto contigo?
-No quiso hablarme en todo el
camino, ni siquiera pude averiguar qué tanto le dijo, si le proporcionó alguna
información que le ayude a dar con nosotros.
Alex dormía profundamente después
del ajetreado y accidentado viaje junto con su madre, y en el cual, por un
aparente capricho del destino, conociera finalmente a su padre. Candy y Albert
lo observaban desde el umbral de la puerta, ella, mordiéndose el labio y
frunciendo el ceño preocupada por la reacción de tan emocional de su hijo.
Albert lo miraba pensativo, con una sonrisa en los labios que irremediablemente
terminó convirtiéndose en sonora carcajada.
-¡Albert no te rías! En verdad
estoy muy preocupada, Alex jamás… jamás se había enfadado así conmigo.
-Ja, ja, ja. Sé que estás
preocupada, pero a decir verdad, te lo mereces Candy. Algo que los niños no
pueden soportar es que sus padres les mientan y tú llevas mucho tiempo
ocultándole la verdad a tu hijo. Debiste haber aprovechado la oportunidad y
hablar con Terry de una buena vez.
-No era tan sencillo.
-Claro que sí. Terry él es tu
hijo, Alex, él es tu padre. ¿Ves? ¿Simple no?
-Albert, Ya te dije que iba
con…con su esposa.
-Y aún así no le importó salir
corriendo detrás de ustedes al sospechar que le estabas ocultando información
crucial. ¿Tú por qué crees?
-No lo sé, curiosidad tal vez.
-Intenta engañarte a ti misma, Candy,
porque no logras engañar a nadie más. Pero lo único de que lo realmente puedes
estar convencida, es de que Terry no sé va a quedar con los brazos cruzados
ahora que intuye que ustedes tuvieron un hijo.
-¡Un hijo! Terry eso quiere decir
que ese es niño es…
Eleonor Baker fue incapaz de
disimular su emoción. A pesar de que Terry le pidiera de la forma más atenta posible,
que conservara la calma y evitara hacer suposiciones hasta estar seguros,
apenas su primogénito le relatara los acontecimientos ocurridos en su fugaz
encuentro con Candy y con su… con Alex, Eleonor estalló en un grito de alegría.
Pero a Terry también le costaba trabajo
disimular su emoción. Hacía acopio de sus mejores tablas actorales para que sus
palabras sonaran tranquilas y despreocupadas, restándole importancia a la
situación, pero la perspectiva de reencontrarse con su amor y de tener una
familia lo hacían sentirse con mucha ilusión.
-Es una posibilidad. – Frotaba su
nuca con ansiedad, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa que lo hacía
irradiar una luz que su madre llevaba mucho tiempo sin observar - La verdad es que se parece mucho a mí.
-¿Qué edad tiene?
-No lo sé. Unos cuatro o cinco
años, tal vez. Te dije que no pude conversar mucho con él.
-Pero eso quiere decir que esa
tal Eliza te mintió, te dijo que el niño era más pequeño…pero si no es así… ¡es
porque ese niño es tu hijo mi cielo!
-¡No lo sé, mamá, no lo sé! Y eso
es lo que me está matando. Si no es mi hijo, significa que Candy me olvidó más
pronto de lo que yo imaginaba, pero, si es que –el solo recordar el bello
rostro del pequeño hacía que su corazón se acelerara- si es que Alex en
realidad es mi hijo, temo que…pienso en lo que ella, la imagen que tendrá de
mí, lo horrible que le habrá dicho mi padre. Es que, mamá, ¿por qué nunca me lo
dijo?, ¿por qué huyó cuando nos vimos? Pero si resulta que no es mi hijo, no lo
podré soportar.
-Claro que es tu hijo. Jamás creí
que Candy te hubiera olvidado. Además Terry, hay algo que no te he dicho y te
pido perdón, hijo, pero no había forma de que yo estuviera segura y tú te
encontrabas tan mal en aquel entonces que no quise darte falsas ilusiones.
-¿A qué te refieres?
-Mira-Eleonor sacó del cajón de
su escritorio un pequeño objeto, colocándolo en la mano de su hijo.
-Es… es el anillo que yo le di a
Candy el día que nos casamos.
-Si amor, el mismo. Hace varios
años lo recuperé de un tipo ordinario, encargado de un modesto hotel. Me contó
que una chica rubia llegó una noche buscando refugio para ella y…para su
pequeño hijo. No tenía dinero y lo único que pudo dar como pago por dejarla
pasar ahí un par de noches fue este anillo, aunque para ella significaba mucho.
Le exigí a aquel sujeto que me diera más información, algún lugar donde
buscarla o siquiera su nombre, pero ella jamás regresó. Mi amor tú en ese
entonces te encontrabas devastado, que no quise preocuparte más hasta confirmar
que se trataba de ella.
-Entonces tú en verdad crees que…
que cuando mi padre nos separó… ella hubiera estado embarazada y que ese niño
sea…
-Estoy segura. Mi corazón, mi
corazón de abuela me lo dice. ¡Oh Santo Dios, Terry soy abuela! –Las lágrimas
comenzaron a surcar el preciso rostro de la actriz- y tú eres papá amor, mi
pequeño Terry es padre.
Terry parecía no poder contener
por mucho tiempo más sus emociones. La alegría, el miedo, la incertidumbre, el
rencor hacia su padre, todos esos sentimientos corrían desbocadamente en su
mente y corazón, repitiéndose constantemente que debía permanecer sereno, con
la cabeza tranquila, actuar calmadamente, pero la alegría de saberse, o al
menos, creerse padre era más grande que su propia voluntad.
-No, no, no quiero apresurarme.
Tengo que actuar con mucho cuidado.
-¿Qué piensas hacer, Terry?
-Marchar inmediatamente a
Chicago. Alex me dijo donde trabaja Candy. Es enfermera,- sonrió – no me
sorprende, mamá, ella siempre demostró vocación para eso, pero no te puedo
negar que me hace sentir muy, muy orgulloso, que haya logrado conseguir su
sueño a pesar de todo. Llegaré directo a ese hospital, solo quise pasar a
informarte, arreglar algunas cosas y parto mañana mismo.
-Iré contigo.
-¿En serio? ¿No estás próxima a
iniciar temporada?
-No me importa. Que empiecen sin
mí de ser necesario. Muero de ganas de conocer al que estoy segura es mi nieto.
-Gracias mamá. ¿Necesitas que
envíe a alguien que te ayude con el viaje o alguna otra cosa?
-No Terry. Nos veremos allá.
-De acuerdo. Me voy.
-Terry…
-Dime.
-¿Qué dice Susana a todo esto?
Susana. Susana nunca decía mucho.
Permaneció en absoluto silencio todo el viaje de regreso a Nueva York, ni
siquiera se quejó de que éste haya sido terriblemente incómodo para ella por tener
que viajar en clase económica, estuvo durante todo el trayecto quieta, con la cabeza baja, sentada frente a Terry, observando
por el rabillo del ojo como él miraba desesperado por la ventana, estrujándose
las manos, deseando que la locomotora viajara a mayor velocidad. Cuando al fin
llegaron a su casa en Nueva York, Susana inmediatamente marchó hacia su habitación, y su madre corrió tras ella al
intuir que algo andaba mal, de otra forma no podría explicarse que hubiesen
regresado de aquel ansiado viaje tan pronto. Menos de diez minutos fue el
tiempo suficiente para que su hija le relatara lo ocurrido y para que la señora
Marlow saliera convertida en una fiera dispuesta a encarar a Terry, quien,
adelantándose a su reacción, se había encerrado en el despacho para instruirle
a su ama de llaves acerca de su próximo viaje y ordenar que todo estuviera
listo para llegar a su casa en Chicago, al despedir al ama de llaves, la señora
Marlow intentó entrar al despacho, pero el ama de llaves se lo impidió por
orden expresa de Terry, aun así su suegra no desistió. Aporreó la puerta
durante un par de horas más gritando improperios y reclamos a todo pulmón.
De regreso de la visita a su
madre, el espectáculo se repitió. Su suegra lo esperaba con el rostro
enardecido y los brazos cruzados sobre el pecho, no era el mejor adorno para
ser exhibido en el recibidor. “Canalla”,
“Inmoral” “¡No puedes tratar así a mi hija!”, eran algunos de los alegatos
preferidos de la Señora Marlow con los cuales perseguirlo por toda la casa.
Pero Terry no la escuchaba. Volvió a encerrarse en su despacho de una forma tan
precipitada que por poco y asesta un fuerte portazo en las narices a su propia
suegra; se había servido una vaso de whiskey, el cual apoyaba contra su frente
(nunca un trago le había durado tanto tiempo) con la vista pérdida en las
blancas paredes de la habitación, intentaba poner en orden sus ideas recordando
palabra por palabra lo dicho por… “Mi hijo… ¿realmente se trata de mi hijo?” Otro
breve trago y de nuevo el vaso a su frente, rogaba porque el frío del vaso
contra su piel lograra enfriar también su acelerada mente. “El parecido es
demasiado, demasiado. Se llama Terrence, ¿por qué otra razón Candy le habría
puesto ese nombre a su hijo? La edad, concuerda, es mucho mayor de lo que Eliza
me dijo; pero Eliza es bastante capaz de haber sabido la verdad y retorcerla
con el único propósito de atormentarme, ¡y vaya que lo consiguió! A menos que…
a menos que Candy tenga otro hijo más pequeño, que se haya casado…o lo que sea,
años después y ese era el niño a cual Eliza se refería; pero eso importa, no
importa en lo absoluto, ya que no anula la posibilidad de que Alex sea mi Hijo.
No, no. El niño no mencionó a un hermano, ni siquiera un padre, ¿vamos Terry,
hablaste tres minutos con él, qué tanto te pudo haber dicho? No, no. Tiene que
ser mi hijo, estoy seguro. ¿Entonces por qué Candy se comportó de esa manera?
¿Por qué huyó? ¿Por qué parecía tan asustada?
¿Todavía te lo preguntas? Es
lógico pensar que ella esté enojada conmigo, mi padre debió de haberle dicho miles
de mentiras, prohibirle que me informara de la existencia del niño, amenazarla,
tal vez ya sabe que me casé y piensa que la olvidé…tantas cosas. Debo de saber,
tengo que averiguar, tengo que hablar con ella, pero gracias a Dios, y a Alex,
por fin sé exactamente en dónde debo de buscarla”.
Reflexionando acerca de cómo y
cuándo debía actuar llegó el amanecer, y el ama de llaves llamó a la puerta
para avisarle que el cochero estaba aguardando sus instrucciones. Por fin,
aquella noche le había parecido eterna, hora de marcharse y enfrentarse en búsqueda de
la verdad, de una verdad que podría proporcionarle la mayor de las alegrías o
una profunda decepción. No, no. No era momento para pensar en esas cosas, de
entregarse al pesimismo, su indecisión,
mal información y carácter arrebatado lo habían llevado a cometer sendos
errores en el pasado. Esta vez, esta vez todo sería diferente.
¿Debía despedirse de Susana? ¿Qué
decirle? Que esperaba con el corazón nunca regresar a ese horrible lugar. Eso
sería sincero, pero también terriblemente cruel. ¿Irse sin decir una palabra?
Eso lo haría sentir como un ladrón en su propia casa. Era mejor afrentarlo y
dejarle bien en claro a Susana (y a su madre) cuáles eran sus intenciones.
Le sorprendió ver luz en el
cuarto de Susana, pero le sorprendió más lo que encontró adentro.
-Susana… ¿qué significa esto?-
Susana, su madre, y Miriam la mucama estaban vestidas y arregladas, y con
varias maletas de equipaje formadas en el cuarto.
-No sé de qué te sorprendes, Terry,
soy tu esposa, mi deber es acompañarte, y eso pienso hacer.
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