Añoranza - Capítulo 44
Desde que entraron al zoológico,
después de despedirse de Albert en la puerta, Alex no paró de hablar ni un solo
segundo. Ya en la estación del ferrocarril Terry había podido percatarse de que
el vocabulario de su hijo era bastante amplio para un niño de su edad, pero
pareciera que el miedo que lo invadía en aquella ocasión había limitado su
charla por mucho.
-Esos elefantes acaban de llegar
de África, Albert vivió en África, dice que allá los animales corren libre por
la “sábana” y que hay gente que los monta y se transporta sobre ellos de un
lugar a otro, yo siempre he querido montar uno, pero mi mami no me deja.
Terry sabía que Alex acudía casi
todos los días al zoológico, acompañando a Albert, pero aun así parecía que el
pequeño no dejaba emocionarse al ver a cada animal, aunque la mayoría de ellos
permanecían todavía durmiendo a esa hora del día. Esa capacidad de asombro y de
encontrar la alegría en cualquier mínimo detalle definitivamente la había
heredado de Candy, y a Terry le recordaba los días en que ellos paseaban juntos
por Escocia, en los cuales Candy no podía evitar gritar de la emoción al ver
las aves volar, una flor en particular, el azul del cielo.
-Esos animales solo salen en las
noches, -Alex proseguía su imparable y unilateral charla - siento pena por
ellos porque en el día los visitantes no los dejan dormir, algunos niños son
muy groseros y les avientan cosas para que despierten, eso me enoja mucho.
Llevaban ya casi dos horas
recorriendo el lugar y Alex seguía parloteando como al principio, eso también
lo había heredado de Candy; parecía que disfrutaba mucho guiar el paseo de
Terry, éste en cambio casi no había pronunciado palabra, tan solo se limitaba a
observarlo. Pero si la espontaneidad, aprecio y amor por la vida y la capacidad
de prácticamente hablar sin detenerse a respirar las había heredado de su
madre, parecía ser lo único. Terry se deleitaba escuchando aquella melodiosa voz, observando la línea
oscura que formaban las pestañas de Alex cada vez que parpadeaba, la barbilla,
la nariz, y aunque era absurdo dado que muy a su pesar, su “participación” en
la vida de su hijo se había limitado a un sentido puramente biológico, Terry no
podía evitar sentirse muy orgulloso (y disfrutar de dicho sentimiento) al corroborar
en cada instante, el enorme parecido físico que Alex guardaba con él.
-Alex, ¿ya desayunaste?
-Sí, desayunamos todos juntos
antes de que mamá se fuera al hospital. Albert cocinó, mami siempre termina
quemando la comida. - ¿Qué opinaría Candy de la información tan detallada que
le brindaba su hijo sin el menor reparo?
-¿No quieres algunas golosinas? –
Insistió Terry.
-¿También puedo no decirle eso a
mamá?
-Ja, ja, ja. Claro, Alex, será
otro secreto.
Después de comprar casi toda la
variedad de golosinas existentes en la tienda del zoológico, se sentaron en una
banca para observar a los visitantes, cuya afluencia comenzaba a incrementar.
Alex continuaba relatándole a Terry sus últimas vacaciones en Florida, lo
impresionado que se sintió al conocer las palmeras, eran unos árboles altos y
muy delgados que daban unos frutos muy extraños, él nunca había conocido frutos
que acabaran con tus dientes si los intentabas morder. Lo mucho que había
disfrutado sentir la arena bajo sus pies, aunque quemaba un poco, y el mar,
todavía cerraba los ojos y se creía capaz de escuchar el sonido del mar dentro
de su cabeza. Aunque, para ser honestos, él prefería pasar sus vacaciones en el hogar
de Pony.
-Cuando era pequeño yo vivía ahí.
-¿Fuiste feliz viviendo ahí,
Alex?
-¡Mucho! ¿Quién no sería feliz
viviendo ahí?
Tremenda respuesta para un niño
tan pequeño. La tarde anterior, cuando Eleonor le había platicado lo poco que
Candy se había atrevido a compartirle respecto al alumbramiento y los primeros
años de la vida de Alex, Terry se había sentido furioso al imaginar las
carencias y precariedad en la que había crecido su hijo, olvidando que la
infancia de él había transcurrido entre castillos y lujos a manos llenas, pero
completamente infeliz. Pero mientras escuchaba a Alex platicarle de lo mucho
que le gustaba quedarse dormido sobre el regazo de la señorita Pony mientras la
amorosa mujer lo arrullaba en la mecedora, y cuánto extrañaba a la hermana
María y a todos sus amigos, Terry comprendió, que en todos esos años, a su hijo
nunca le había faltado nada.
Y al verlo sonreír, Terry se creí
capaz de volver a ver a Candy en aquellos jardines del San Pablo, cuando le
decía, que los años más felices de su vida, los había pasado en aquel viejo y
humilde hogar.
-Aquel día en la estación no pude
despedirme de ti.
-Lo sé. –Contestó Alex haciendo
un sonido bastante audible al retirarse la paleta de la boca.- Tuvimos que
salir corriendo.
-¿Por qué se fueron tan rápido,
Alex?
-No lo sé- dijo Alex encogiendo
los hombros- Mami dice que porque no podíamos perder el tren. Ella tenía que
regresar a su trabajo aquí en Chicago y además no tenía dinero suficiente para
comprar otros boletos. Pero…
-¿Pero qué, Alex?
-Nada… es solo que, me alegra
verte otra vez, Terry – y sonrió.
-A mí también Alex, no tienes
idea de cuánto- contestó su padre entusiasmado devolviéndole una idéntica
sonrisa.
-¡Mira, ahí viene Albert! –
señaló el pequeño con entusiasmo.
-¡Hola chicos!, ¿Qué tal se la están pasando?
-¡Genial! Terry me compró todas
estas golosinas.
-¡Vaya si compraron casi toda la
tienda! Pero ve y guarda el resto en el cobertizo, si tu madre las ve, se
enfadará, corre. –Alex obediente se alejó corriendo- ¿Y bien?, ¿qué piensas
Terry?
-Es mi hijo…no tengo la menor
duda...de hecho creo que...nunca la tuve. Solo que… no pude encontrar el valor
para decírselo.
-Alex es un niño maravilloso. –Albert
tomó el lugar que Alex había dejado vacío junto a Terry - Candy ha hecho un
excelente papel como madre, aunque no sé de dónde saca tiempo, siempre está al
pendiente de él.
Terry jugaba con los dedos de sus
manos, intentando desviar la mirada de su amigo, para que éste no pudiera
adivinar esa melancolía que sentía al escucharlo hablar….y algo más. Celos. -Y
tú la has ayudado mucho, ¿no Albert?
-Solo lo que he podido.
-Albert, – Aunque había decidido
no preguntarle, parecía que esa idea no dejaba de rondar por su cabeza- ¿tú
amas a Candy?
-¿Y quién no Terry?, tonto de
aquel que al conocerla no llegue a amarla. Su sonrisa contagiosa, su amor por
la vida, su bondad, la capacidad que tiene de reinventarse y encontrar el lado
positivo a la situación más adversa.
-No me refiero a eso.
-Sé a qué te refieres, Terry. Es
comprensible que temas que alguien más pueda enamorarse de Candy, pero como te
dije antes, eso es algo sumamente probable. Candy es hermosa, y te debe de
parecer más hermosa ahora que la has vuelto a ver. Más mujer, más madura.
Realizada como profesionista, una excelente profesionista. Y a pesar de sus
evidentes ojeras y rostro cansado, una belleza superior ilumina su rostro al
ver a Alex esperándola en la puerta de la casa después de haber trabajado el
turno nocturno. Que alguien se enamore de ella resulta algo bastante factible.
Pero lo que te debería de preocupar en verdad, es que ella llegue a enamorarse
de alguien más; que te haya olvidado, que te haya dejado de querer, y eso, mi
estimado amigo, yo no te lo puedo contestar. Deberás de preguntárselo
personalmente, pero sospecho, que al igual como confirmaste que Alex era hijo
tuyo, bastará una simple mirada para que descubras qué lugar ocupas en el
corazón de Candy. Ya es tiempo Terry, debes hallar la forma de hablar con ella.
-Eso haré, puedes estar seguro…aunque
no me has contestado.
-Ni tengo por qué hacerlo. Solo
recuerda Terry: que amar a alguien, amarlo de verdad, es desear su felicidad por
sobre todas las cosas. Y Candy merece ser feliz más que nadie en esta vida.
-Tan misterioso y esquivo como
siempre, Albert. – Su ambigua respuesta
no logró tranquilizarlo, pero decidió que era inútil seguir indagando- Tienes
razón, lo importante es arreglar las cosas lo más pronto posible. Debo de
luchar por Candy, y aun si ella ya no me ama, debo de luchar por mi hijo,
porque él llegue a amarme.
-Así se habla Terry.
-Aunque algún día tendrás que
contestarme, Albert.
-Ese día llegará Terry, no lo
dudes. Pero por el momento, vamos, te invito otra cerveza mientras esperamos a
Candy...no me mires así, no dudo de tu valor, solo es para que te relajes un
poco, ¡Ahhhhhh! ¡Mi cabezaaaa!
-¡Albert! ¿Qué te sucede? – Cuando
Albert intentó levantarse, parecía que se había estrellado contra una pared
invisible, parecía que el esfuerzo de haberse parado de golpe lo había hecho
perder el equilibrio que inevitablemente volvió a caer contra la banca,
sosteniendo su cabeza con ambas manos tratando de ejercer presión para que el
dolor desapareciera. Terry observaba asustado, cómo gruesa gotas de sudor se
habían formado, en cuestión de un par de segundos, sobre la frente de su amigo.
-No…no te asustes, no es nada,-
pero su respiración acelerada no lograba tranquilizar a Terry- ya pasó, ya pasó. Es solo que desde el
accidente me atacan unos dolores de cabeza repentinos.
-Albert no puedes pedirme que me
tranquilice, eso que te ocurre no es normal. Deberíamos ir al hospital.
-Ya he ido, el director del
hospital donde Candy trabaja lleva mi caso, aunque aún no ha encontrado ni la
causa ni la cura. Supongo que tendré que acostumbrarme a vivir con eso.
-¿Estás seguro?
-Sí, pero mejor dejemos la
cerveza para otro día, prefiero ir a casa a recostarme. ¿Nos acompañas?
-Preferiría no hablar con Candy
hoy, no creo ser capaz de encontrar la serenidad necesaria para…hablar como
gente civilizada. Antes de hacerlo tengo
unos asuntos pendientes que arreglar con cierto sujeto. No hay nada que me haga
pensar que Candy haya bajado la guardia y detestaría que Alex nos viera
discutir. Tengo que idear la manera de que Candy no tenga otra opción, más que
hablar conmigo.
-Solo procura no hacer nada
descabellado.
-No puedo asegurarte eso amigo.
Comentarios
Publicar un comentario