Añoranza - Capítulo 45

 

-¡Toma!

-¿Qué?

-Toma, es para ti.

Finalmente abandonaba aquel mugriento hospital, después de una larga y dolorosa recuperación en la cual fueron necesarias varias intervenciones. Pero todo eso ya quedaba atrás, gracias a Dios. Aún llevaba un enorme yeso, tenía que moverse con precaución y para irse del hospital tuvo que valerse de una silla de ruedas como si fuese un maldito inválido. Pero al fin se iba de ese horrendo lugar, de aquel seudo-nosocomio de quinta. La comodidad y el sano temor que los sirvientes de su casa sentían por él, le brindaban un panorama de ensueño, sin embargo, la extrañaría, mucho la extrañaría.

Se había negado categóricamente a que su madre y/o su hermana fueran a buscarlo al hospital. Exigió tajantemente que solo fuera por él su chófer. Frente a ellas tendría que fingir, mostrarse como siempre indiferente e incluso ofensivo, ellas jamás aprobarían aquel “radical” cambio de actitud. A pesar de haber sido dado de alta, sus lesiones necesitarían monitoreo médico y terapias de rehabilitación, por lo menos una vez a la semana. Esa podría ser su oportunidad para comenzar a trazar el camino hacia el corazón de la dulce enfermera.

Candy miraba extrañada a Neal y después a la caja de chocolates que éste le extendía. Tras realizar por lo menos tres veces aquel recorrido visual, finalmente comprendió, dedicándole una de esas encantadoras sonrisas que hacían que casi todas las pecas de su rostro se juntaran en un mismo punto. Sencillamente arrebatadora.-De nada Neal

-No te confundas Candy, no lo hago por agradecerte.-Todo era parte del plan, debía de sonar indiferente, no desesperado por llamar su atención, como en realidad estaba-  No tengo nada que agradecerte, simplemente hiciste tu trabajo, para eso te pagan, aunque hay que reconocer que lo hiciste mejor que el resto de tus ineptas compañeras.

-Neal, eso es muy grosero de tu parte.

-Es la verdad. Ninguna de las otras odiosas enfermeras sabe cómo tratar correctamente a una persona de mi clase.

-Mmmm. ¿Aunado al hecho de ninguna de ellas te soporta?

-Como sea. La cosa es que me interesa llegar a un acuerdo contigo; pero primero dime si te han gustado los chocolates.

-Claro, son muy finos. Y apuesto que a mi hijo también le encantaran.

-Perfecto.-A esas alturas Neal ya se había enterado de que Candy tenía un hijo con Terry, y de lo mal informado que Grandchester estaba gracias a Eliza, hecho que seguramente lo había llevado a tomar la decisión de casarse con aquella insulsa actriz. Él había alabado la osadía de su hermana basado en el hecho de que el futuro Conde también se las debía. Pero la verdad es que agradecía a Eliza más de lo que imaginaba, porque eso le otorgaba una oportunidad con Candy-  Entonces te traeré el doble, con la condición de que seas tú y únicamente tu quien me atienda cada vez que venga a alguna revisión, ¿de acuerdo? Por lo que veo, tendré que seguir visitando este espantoso lugar por una larga temporada y bueno, contigo de cierta forma sería más fácil ¿Tenemos un trato?

-Me parece bien. Acepto. Solo tengo que ajustar mis turnos cuando sean tus citas.

-No te preocupes, hablaré de eso con el director, todo quedará arreglado, nos veremos pronto –en un último ademán déspota y autoritario giró su silla, pero continuaba atento  viendo la reacción de ella por el rabilo del ojo. Seguía sonriendo, por Dios, es tan hermosa cuando sonríe, y lo mejor, siempre sonríe. Aun dándole la espalda, agregó. - Y, Candy… Gracias…vámonos Theodore

De eso ya hacía más de un año. Religiosamente cada semana había asistido a sus terapias y revisiones, arreglando primero que Candy siempre estuviera ahí. A veces lograba quedarse solo con ella, y entonces simulando aburrimiento, le pedía que le contara algo de su vida. Ella se extrañaba, pero accedía. Terminaba irremediablemente hablando sobre los únicos dos aspectos en los que giraba su mundo: su hijo y su trabajo. A Neal ni el niño, ni la profesión de enfermera le interesaban en lo más mínimo, pero al menos era una oportunidad para escucharla hablar. Deleitarse con aquella voz suave y melodiosa mientras él la observaba imaginándose que paseaban por el lago o alguna otra inocente fantasía romántica; a veces no tan inocente.

En todas aquellas (a Neal le gustaba pensar que eran citas) Candy siempre se mostró atenta y servicial, pero Neal sabía que ella era así con todos los pacientes por igual, ricos o pobres. No había razón para pensar que hubiera comenzado a sentir al menos predilección por él. ¿Cómo, si él jamás se había  atrevido a decirle nada? ¿Pero decirle qué? ¿Qué le gustaba? Seguramente también le gustaba a una docena de tipos más, y eso jamás había hecho que ella los volteara a ver. ¿Qué estaba enamorado de ella? “Imposible, no de ella. No es amor es solo…capricho quizás. Tu nunca podrías (deberías) enamorarte de una chica así” Su subconsciente soberbio y elitista no lo dejaba en paz.  Pero lo cierto es que la pensaba todos los días, a todas horas, en todos los escenarios posibles. Su favorito, cuando él llegaba al hospital y Candy lo recibía con un beso confesándole que desde niños había estado enamorada de él.

Lo más preocupante, irónicamente, era que él se encontraba completamente recuperado. Desde hacía un par de meses el doctor que lo atendía le había dicho que ya no eran necesarias más revisiones ni terapias. Pero Neal insistía, inventándose molestias y lesiones, aunque sabía que no podría alargar mucho tiempo más aquella farsa. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?

-Las flores siempre ayudan.

La interrupción de Theodore, su chofer, lo sacó de su ensoñación. Parecía que el hombre era capaz de leer sus pensamientos. No sería extraño, Theodore siempre lo acompañaba al hospital y seguramente se había percatado de la predilección de Neal por cierta enfermera, además, hacía más de veinte minutos de que habían llegado al hospital y él seguía sin encontrar el valor para descender del automóvil. Era una buena idea, pero de todos modos miró a su viejo empleado por el retrovisor indicándole desaprobación por su atrevimiento.

-Para la señorita Candy- se excusó el chófer- para agradecerle sus atenciones todo este tiempo, probablemente ya no tenga otra oportunidad para hacerlo.

¡Demonios! Gracias por poner el dedo en la llaga, pensó- Sí, probablemente.

-¿Quiere que vaya a comprarle un ramo? Vi una florería un poco más atrás.

-No. Iré yo- “eso me dará tiempo de pensar”.

Con las flores en una mano y los chocolates en la otra, se encaminó decido al hospital, ensayando mentalmente su posible discurso de ¿declaración? No, “información a Candy sobre sus intenciones” sonaba menos formal. Estaba sumamente nervioso, pero al mismo tiempo determinado a no postergarlo más. Marchaba tan concentrado que no vio al hombre parado al lado del hospital quien le metía el pie provocando que cayera despatarrado sobre la acera.

-¡Vaya! No sabía que los “perros” también caían en cuatro patas al suelo.

-¡Terrence!- ¡Maldita sea! ¿Por qué justo ahora aparecía ese imbécil?

 -Neal…que bueno saber que te encuentras mucho mejor de salud, aunque, veo que le has tomado cierto gusto a venir al hospital. ¿Qué tenemos aquí? –Pasó por encima de los obsequios, pisándolos con alevosía- Flores, chocolates. Parece que estuvieras enamorado de tu médico, Neal.

-Te equivocas, Terrence.-Neal retomó rápidamente su actitud gélida y confiada- Estos obsequios son solo un gesto de caballerosidad, algo de lo cual tú no tienes ni idea, para agradecerle sus atenciones a una linda enfermera que me ha cuidado todo este tiempo.

 -Parece que se te olvida que esa enfermera tiene un esposo, al cual no le agradan tus impertinencias.

-Creo que estás confundido, Grandchester. Porque la enfermera que yo visito, sí tiene un hijo, mas no un esposo. El bandido la abandonó para casarse con otra.

-¡Imbécil!-tomó a Neal fuertemente por el cuello de su camisa- Deja de hacerte el idiota. No quiero que te acerques a Candy otra vez, ¡me entendiste! Ella es mi esposa y no permitiré que una basura como tú la moleste. Además, Candy ni siquiera te soporta.

-Error, doble error. En primer lugar ella no es tu esposa, Terry. Tu esposa es la insípida de Susana Marlow, eso es lo que todo el mundo sabemos, incluida, Candy. Y sobre que no me soporta, las cosas han cambiado mucho en tu ausencia, ¿no te ha dicho Candy que nos hemos vuelto grandes amigos? Por supuesto que no te lo ha dicho, porque ella ni siquiera ha de querer dirigirte la palabra. El que le resulta insoportable no soy yo, eres tú Grandchester, y con justa razón.

-¡No hables de lo que no es de tu incumbencia! Será mejor que cierres la boca si no quieres que te la cierre yo a golpes.

-Siempre queriendo resolver las cosas con los puños, Terry. Pero, ¿me harías un favor?, ¿podrías mejor romperme, no lo sé, un par de costillas o una pierna? La idea es quedar inmóvil por otra temporada. Así podría recibir nuevamente esos baños de esponja que Candy solía darme mientras convalecía. ¡Uff! Son como una caricia.-La sangre de Terry comenzaba a acumulársele en el rostro, estaba hecho una furia, y por alguna extraña razón totalmente en discordia con su instinto de supervivencia, Neal disfrutaba de aquello muchísimo sin importarle las consecuencias que pudiesen tener sus palabras - Sus manos recorriendo todo mi cuerpo, algo sencillamente delicioso. Claro, Candy es muy profesional, aunque, yo no tengo por qué serlo.

El puño de Terry ya se encontraba blandiendo el aire; dolería, mucho, pero no tanto como lo que él le había dicho a Terry. Para fortuna de Neal, el eficiente Theodore se había percatado de todo lo ocurrido y llegó acompañado de unos policías para evitar que Terry lo moliera a golpes.

-¡Suficiente! ¿Qué es lo que pasa aquí? – Preguntó un oficial alto y fornido.

-No pasa nada señores oficiales. Únicamente un egocéntrico actor que no soporta la crítica sobre su terrible desempeño en el papel de padre y esposo. –Neal retiró las manos de Terry de su vestir, sabía que ante la presencia de los oficiales, Terry no se atrevería a causarle daño alguno, y si lo hacía, mejor para él.- Le irrita pensar que incluso yo, podría hacer un papel mejor que él.

-Estás muy equivocado si crees que tienes una oportunidad con ella. Candy nunca olvidará todo el daño que le hicieron tú y tu hermana.

-En ese caso, Terry, Candy tampoco olvidará todo el daño que tú le has hecho.

-Es un escueto informe. – Dijo ácidamente el Duque de Grandchester al muy caro  investigador privado que había contratado para darle la encomienda urgente de averiguar todo lo posible acerca de Candy y su hijo.

-Lo sé, y me disculpo Duque de Grandchester. Pero he tenido muy poco tiempo para realizarlo y la verdad es que me sorprendió tanto como a usted la negativa del juez en proporcionarme una copia del registro de nacimiento del niño.

-¿Lo sobornaste?

-Por supuesto señor, como usted me ordenó.

-¿Y en la iglesia?

-Misma historia. Me atrevo a suponer que alguien les pagó más dinero por asegurar su discreción.

-Te he dicho que la chica es pobre.

-Lo sé señor, también a ella la he investigado. Sé que se gana la vida modestamente trabajando como enfermera, su sueldo no es la gran cosa. Pero estoy casi seguro de que los Andrew tienen  algo que ver en todo esto. He confirmado que la presidente de la familia, la señora Elroy, se encuentra aquí en Chicago. Debería de hablar con ella.

-Podría ser. Pero antes necesito estar seguro y con lo que me has traído, no puedo estarlo. ¿Respecto a su nacimiento?

-En condiciones deplorables, en un pueblo bastante aislado. Pero orden cronológico de los hechos que usted me relató, hace que la edad coincida, incluso es un poco menor. Aunque ha sido un niño bastante sano, en su último registro médico indica que su nacimiento fue prematuro, así que todo concuerda.

-El niño, -preguntó el Duque un tanto desesperado - ¿lo has visto?

-Sí, Duque.

-¿Y? ¿Cómo es?

-Es un Grandchester, señor. Idéntico al joven Terrence.

-¿Tan grande es el parecido?

-No deja lugar a la menor duda, Duque.

-Entonces, no debo perder el tiempo. Iré a hablar con la señora Elroy, espera mis instrucciones y mantente cerca. No sé cómo, pero tengo que regresar a Londres llevando a mi nieto conmigo.

Capítulo 44 - Capítulo 46

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