Añoranza - Capítulo 5
-¡Pff, qué calor! – El sol
comenzaba a adquirir tonos naranjas y violetas, indicando que el atardecer se
acercaba, pero el calor no disminuía. Caminar con aquel hermoso, pero pesado
vestido calzando unos zapatos muy distintos a los que acostumbraba usar en su
día a día, le había tomado más tiempo del que ella deseaba. Pero finalmente
habían dejado la villa de colegio atrás, y por lo menos ahora, el espeso
follaje de aquel bosque, la protegía.
-Lo logramos Candy, ya puedes
quitarte el abrigo. Patty alégrate, ya pasamos lo peor.
-No es eso, es solo que todavía
me inquieta el hecho de que a Candy le falte algo azul.
Azul era el destello que despedía
el anillo que Terry sostenía en su mano, al reflejarse la luz del sol contra el
fino zafiro que coronaba la alianza. Había pertenecido a su madre, y era de los
pocos objetos personales que conservaba de ella. No tenía idea de cómo había
sobrevivido todos esos años en el castillo Grandchester, aunque tenía la ligera
sospecha de que su padre jamás consiguió olvidar a Eleonor del todo.
Para el caso resultaba
irrelevante en estos momentos. Lo que importaba es que ahora se convertiría en
el anillo de bodas de Candy. Estaba muy nervioso, no recordaba haberse sentido
así en toda su vida; parecía que el reloj se burlaba de él, que esa tarde había
decidido que el tiempo transcurriría increíblemente lento. Decidió ir al salón
a supervisar los preparativos por enésima ocasión, si pasaba un minuto más
encerrado en su habitación se volvería loco. Además, aquel cuarto le parecía
tan grande, tan frío y vacío. Pero era la última vez que se vería así. Desde
esa misma noche todo el castillo se llenaría con la ternura y vivacidad de
Candy. Ése pensamiento dibujó una sonrisa sincera en su rostro, pero cuando su
vista volvió al reloj y descubrió que las manecillas seguían en el mismo lugar,
la sonrisa desapareció.
-¡Oh joven Terry! ¡Luce usted tan
apuesto!- La señora Kersh fungía como ama de llaves, cocinera, mucama y lo que
se necesitara en el viejo castillo, desde niño a Terry le había parecido que la
señora Kersh era capaz de aparecer en todas las habitaciones del Castillo al
mismo tiempo, de otra forma no se podía explicar que aquella menuda mujer
pudiera atender la gigante propiedad y mostrarse solícita cuando alguien la
necesitara. Recordaba que la señora Kersh, tenía o tuvo un esposo, que distaba
mucho del desempeño solícito de su esposa, era más bien un tanto vago y
vicioso. Cuando la señora Kersh quedó encinta, el inútil esposo dijo que iría a
trabajar a la ciudad y regresaría antes de que el bebé naciera, con los
bolsillos forrados de dinero. Del dinero, y del esposo, nunca tuvo noticias.
Cuando dio a luz a su hijo Marc,
el duque le permitió vivir en una pequeña cabaña muy cerca de su propiedad,
hecho que él consideraba más una inversión que un acto caritativo. Ganarse la
gratitud de una empleada altamente confiable a cambio de un paupérrimo techo.
La señora Kersh mantenía en orden aquel enorme castillo, únicamente con la
ayuda de un viejo jardinero y de su pequeño hijo Marc, quien consideraba a
Terry poco más que un héroe, y esperaba con ansias cada verano la llegada del
primogénito del duque.
La expresión de la señora Kersh
al ver descender por la escaleras a Terry, vistiendo de manera soberbia aquel
maravilloso traje de lino blanco, y una capa de seda exquisitamente blanca que
sujetaba con un broche dorado de su hombro izquierdo, robaba las miradas, y el
aliento, de cualquier mujer, sin importar la edad
-Muy amable señora Kersh. –
Contestó un tanto apenado- Y dígame algo, ¿está todo listo?
-Si joven Terry. No es gran
problema preparar una cena para seis personas. Preparé también algunos
bocadillos por si la celebración se alarga hasta la noche. Pedí que escogieran
los mejores vinos de la cava y ahora Marc se encuentra en el jardín cortando
rosas para decorar el salón. Marc asegura que la otra tarde que la señorita
Candy paseaba por los jardines, le dijo que las rosas son sus flores favoritas.
-Está bien, perfecto. Rosas… ¡no
rosas no!, le podrían recordar a Anthony.
-¿Qué dice joven Terry?
-Que no quiero rosas. Corten
otras flores. Las que sean, las más lindas, pero rosas de ninguna manera.
-Como usted diga joven, ahora
mismo lo arreglo.
-Todo tiene que estar perfecto-
Terry paseaba la vista alrededor del salón estrujándose las manos una contra
otra.
-Tranquilícese por favor joven
Terry. Jamás lo había visto tan nervioso. Verá que todo saldrá de maravilla.
Aunque dudo mucho que la señorita Candy repare en los mínimos detalles, como
cualquier chica enamorada, solo tiene ojos para su amado, y ese amor pone una
perspectiva maravillosa en todo alrededor.
-Eso es lo único que deseo. Que
me ame. Señora Kersh, puede que esto le suene un poco extraño, pero quiero
pedirle un favor.
-Lo que usted ordene joven.
-Esto es algo que no le puedo
ordenar, es más una súplica, ¿podría darme su bendición?
-¿Yo? Oh joven me da tanta
vergüenza. Soy solo una humilde sirvienta. Demasiada poca cosa para otorgarle
con mis toscas manos la bendición a una persona de su alcurnia.
-Sé que lo hará de corazón. No
soy muy apegado a Dios, pero en estos momentos siento que lo necesito más que
nunca.
-Como usted desee señor, será
para mí un honor. – Terry se inclinó un poco para recibir la bendición.
-Que el amor y la dicha llenen de
bendición su unión hoy y siempre, joven Terry. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
-Amén – y Terry tomó la mano de
la señora Kersh besándola tiernamente. Los ojos de la mucama se inundaron al
encontrarse en verdad conmovida.
-¡¡¡¡Terry!!!! ¡Terry, alguien se
acerca en un carruaje!- Terry corrió desesperado a la ventana con el fin de
descubrir a quien se refería Marc.
-¡Joven Terry aléjese
inmediatamente de la venta!
-¿Por qué?
-¿Acaso no sabe que es de muy
mala suerte ver a la novia antes de la ceremonia? Pero no es la señorita Candy,
son sus amigos que vienen llegando con el sacerdote. Los haré pasar enseguida a
la sala para que usted baje a atenderlos- Tras echar un último vistazo por la
ventana, Terry descendió hasta la estancia principal.
-¡Vaya, vaya! Tenía años sin
poner un pie en el castillo Grandchester, casi los mismos sin que un miembro de
la familia pise la iglesia. Pero, miren, si aquí viene el impetuoso novio.
-Padre. Es un honor tenerlo en mi
casa. Ya está casi todo listo. Solo falta la novia.
-A lo mejor se arrepintió.
-Archie, guarda silencio-Dijo
Stear hundiendo el codo en la costilla derecha de su hermano.
-¡Auch! Stear, ¿por qué me
golpeas? Yo solo digo que podría ser una posibilidad, ahora que si me lo
preguntas, sería la decisión más acertada que Candy podría tomar ésta tarde.
Pero Terry no lo escuchaba. Sus
nervios habían incrementado en los últimos minutos. ¿Por qué demoraría tanto
Candy? ¿Arrepentirse? Imposible. Pero, ¿si las hermanas la habían descubierto?
No. No quería imaginarlo. Tranquilízate
por Dios Terry, se repetía una y otra vez.
-¡Elizaa!, ¡Eliza! ¿Dónde está mi hermana?- Neal bajó del
caballo de toda prisa y casi atropella a la mucama que salió a abrirle la
puerta.
-¿Qué ocurre contigo Neal? ¿Por qué estás armando tanto
escándalo?- dijo Eliza desde lo alto de la escalera.
-Vi… vi a Candy y a sus amigas comportándose muy extraño.
-Lo extraño sería que se comportaran como personas decentes.
-En verdad, Eliza, no hablo de sus vulgaridades ordinarias.
Creo que se dirigían al castillo Grandchester.
-Todos sabemos que Candy es una ligera y que no ha hecho
este verano es metérsele a Terry por los ojos. Ahora que Anthony se largó tiene
el camino libre para írsele a ofrecer a Terry todas las tardes.
-Escucha con atención Eliza. – Tomó por el brazo a Eliza
para evitar que su hermana volviese a encerrarse en su alcoba – Rumoran que Candy
no llegó a dormir anoche al colegio, tampoco asistió temprano a misa, y hoy la
veo salir con una actitud muy sospechosa, como escondiéndose. Yo creo que
piensan huir juntos.
-¿Huir? ¿Te refieres a…? ¡Aggg! ¡Seguramente esa zorra ya se
acostó con él!
-¡Señorita Eliza! Usted no debería utilizar ese vocabulario.
-¿Y a ti quién te pidió tu opinión, imbécil? – Eliza
desquitó toda su furia sobre la asustada mucama- Muévete rápido y prepara mi caballo, ¡vamos
hazlo pronto! Si lo que sospechas es cierto, Neal, tenemos que impedir que eso
ocurra, a toda costa. Candy no puede salirse con la suya, NO LO VOY A PERMITIR.
-¡Arre! ¡Yiaaa!
Los hermanos Leagan partieron a
todo galope con dirección al castillo Grandchester, Eliza iba a la cabeza, su
rostro seguía rojo de rabia. – ¡No lo permitiré!- Repetía en voz baja mientras
golpeada una y otra vez su caballo con el fuete exigiéndole al pobre animal una
velocidad más allá de sus límites.
-¡Arre!
Lucía totalmente desquiciada, y
no era para menos, su mayor propósito en la vida, desde el día en que se
conocieron varios años atrás, había sido evitar a toda costa la felicidad de
Candy, y de ser posible, ser ella la causante de su sufrimiento.
Nunca había entendido qué era lo
que los chicos veían en esa huérfana maleducada; era ruda, vulgar y ordinaria. Probablemente
bonita para ser una campesina o fregar los pisos de su casa, pero demasiada
poca cosa para compararla con la hija de la gran familia Leagan, y mucho menos
para ser preferida sobre ella. Pero aun así todos los que la conocían parecían
caer en una especie de maldito embrujo.
Y no solo eso, muchas veces la
habían colocado en un lugar por encima de la propia Eliza, dentro de la
jerarquía de la familia Andrew cuando al idiota del Abuelo Williams se le
ocurrió adoptarla, la envió al mismo colegio donde asistían ellos, otorgándole
un suite y el mejor de los tratos. No solo se había ganado el afecto del abuelo Williams, también el del
Stear y el de Archie, incluso el de
Anthony, aunque al final haya sido ese cariño lo que lo llevó a la
desgracia.
Pero ahora Terry, -¡Terry no!- gritó volviendo
a golpear al caballo. Eso era demasiado. Terry era un excelente partido para
cualquier chica de sociedad, pero para esa andrajosa muerta de hambre hija de
nadie, era alguien con el que ni siquiera le estaba permitido soñar.
Y debía de impedir lo que sea que estuvieran
planeando a toda costa. Tal vez debió dar aviso a las hermanas del colegio San
Pablo, a la hermana Gray en persona, pero regresar en esos momentos sería
perder valioso tiempo, eso era algo que debía de impedir ella misma en persona,
la vida se lo debía.
Llegaron al castillo Grandchester
cuando la oscuridad ya lo había cubierto. Encontraron la enorme reja de la
entrada principal cerrada y el castillo en penumbras, salvo por una sola
habitación de donde emergía un halo de luz.
-¿Qué hacemos ahora Eliza? La
puerta está cerrada.
-Tendrás que saltarla para que la
abras y podamos entrar. Mira eso, solo una habitación tiene luz, probablemente
estén guardando su equipaje para huir.
-¿Saltarla? Eliza esa reja es muy
alta, si me caigo puedo lastimarme gravemente. Eso sin contar la golpiza que
seguramente me daría Terry si me descubre invadiendo su propiedad.
-Neal no seas cobarde y date
prisa mira que tenemos el tiempo contado.
-Eliza debe de haber otra manera.
-¿Qué otra manera? ¿Tocar la
campana y esperar que nos abran y nos dejen pasar?
-Podríamos ir a pedir ayuda.
-¿Ayuda a quién, a dónde? Neal
entiende que no tenemos tiempo, si nos vamos de aquí ellos saldrán huyendo y
entonces ya no podremos hacer nada.
Eliza nunca había lamentado tanto
que su hermano fuese un completo cobarde como esa noche. Neal insistía en que
debían de ir a pedir ayuda, y ella en que tenían que entrar a la propiedad a
como diera lugar. Estaba a punto de ella misma ser quien subiera por la reja
cuando una voz que provenía de la oscuridad la hizo saltar del susto.
-¿Quién anda ahí?
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