Añoranza - Capítulo 6
Por alguna inexplicable razón, conocida comúnmente como
intuición, Marc, el pequeño hijo de la señora Kersh, había decidido por
iniciativa propia montar guardia por los alrededores del castillo Grandchester,
a pesar de que en aquel viejo castillo, nunca había existido el menor
altercado, ni siquiera las lujosas pertenencias que albergaba en su interior
habían despertado la curiosidad de vándalos o ladrones. El simple apellido
Grandchester inspiraba respeto en la zona, y la fama de cero tolerancia hacia
las afrentas que precedía al Duque bastaba para mantener alejado a cualquier
intruso.
De todos modos, el pequeño de once años tomó una linterna y
un viejo bastón de pastor, y en compañía
de 93, la oveja más gorda y desobediente de su rebaño, y de los dos enormes
perros Atila y Napoleón, comenzó a caminar por los alrededores del castillo. A
su corta edad Marca ayudaba a su madre en las tareas más pesadas que implicaban
cuidar esa enorme propiedad, y mientas lo hacía, escuchaba una vez la retahíla
de su madre quien consideraba que en demasiadas ocasiones Marc olvidaba que
Terry, en ausencia del Duque, era el señor de esa casa y por lo tanto, debería
de tratarlo con el debido respeto y sobre todo demostrarle siempre lealtad a él
y a toda la familia.
El resto de la familia Grandchester a Marc no le importaba,
pocas veces había visto a los hermanos de Terry pero lo suficiente para darse
cuenta que los otros hijos del Duque
distaban mucho de su primogénito, tanto en apariencia física, pero sobre todo en carácter y trato hacia los
demás. Marc no veía cómo con su amistad
podía ofender o faltarle el respeto a Terry, a quien parecía importarle muy
poco, que Marc no se dirigiera a él como “joven”, “señor”, “patrón” o demás
tonterías.
Y en cuanto a la lealtad, no hacía falta que su madre se lo
recordara, por su cabeza nunca pasaría el pensamiento de traicionar a Terry o desobedecerlo. Si
Terry le hubiera pedido que saltara de un despeñadero el chico lo habría hecho
sin detenerse a pensar si su amigo tendría alguna razón lógica para pedírselo.
La lealtad para un niño no resulta un concepto complicado o difícil de cumplir;
para ellos es un sentimiento tan simple, pero muy desarrollado, algo que no se
puede ordenar, exigir o arrancar por la fuerza, nace directo del corazón. Esa
noche, su lealtad quedaría demostrada.
Su estómago comenzaba
a hacer sonidos de protesta por el hambre, se sintió tentado a regresar
al salón principal para tomar uno de los bocadillos que su madre había hecho,
cuando unos susurros en medio de la oscuridad llamaron su atención.
-¿Quién anda ahí?, ¿qué buscan?
-Mira Neal, es un sirviente, pero
se trata solo de un mocos – expresó Eliza en voz baja – debemos de convencerlo
para que nos deje entrar. Hola, - saludó a Marc utilizando un tono de voz
meloso e irreconocible en ella - mi nombre es Eliza Leagan y él es mi hermano
Neal. Somos grandes amigos de Terry y hemos venido a visitarlo. Sé amable y
ábrenos la puerta, ¿quieres? Pero no le digas que estamos aquí, nos gustaría
sorprenderlo.
La sonrisa fingida de Eliza no lo
convencía. -El señor Terry no se encuentra disponible para nadie en este
momento, vuelvan otro día.
-¿Pero qué te has creído
sirviente insolente?, esta no es forma de tratar a las visitas. Te ordeno que
abras la puerta inmediatamente que mi hermana y yo necesitamos entrar.
Marc observó a Neal y Eliza por
un momento. Luego extendió el bastón por entre los barrotes y tocó a Neal
despacio con la punta de éste.-Yo ya les he dicho que Terry pidió no ser molestado por NADIE, y nadie los incluye a
ustedes dos.
-Cómo te atreves a decirnos que
no somos nadie. Ya te he dicho que somos amigos de Terry, él mismo nos invitó y
tendrás muchos problemas cuando se entere de la forma tan grosera en que nos trataste.
-Señorita, por quién me toma.
Primero me dice que no le avise a mi patrón porque desean sorprenderlo, y ahora
me dice que él mismo los invitó. Está bien, si Terry los invitó, les ruego por
favor me muestren su invitación, si son tan amables.
-No necesitamos una invitación
impresa para venir a visitar a nuestro amigo.
-Tal vez para una visita informal
no señorita, pero para una boda sí.
-¿¿¿BODA???- exclamaron los
hermanos Leagan al unísono.
- ¡Ah ya veo!, ni siquiera sabían
y dicen que estaban invitados. Mejor dejen de molestar y retírense ahora mismo
-¿Boda? ¿De qué boda estás
hablando? Contéstame. –Eliza avanzó contra la reja y por medio de los barrotes
sacudía con violencia al jovencito.
-¡Suélteme!
-¡Contesta!
-¿De qué otra boda voy a hablar?
De la boda del joven Terry y la señorita Candy.
-¿Queeeeeeeeee?????
-¡¡Eliza cuidado!!
Eliza casi se desmaya por la
impresión que las palabras de Marc habían causo en ella, ella estaba convencida
de que ambos huirían pero CASARSE. Estaba pálida y fría, en su rostro dibujada
una mueca de terror y locura. Marc aprovechó para librarse de ella.
-¿Escuchaste eso Neal?, era peor
de lo que imaginábamos, se van a casar. ¡No podemos permitirlo, salta
inmediatamente esa reja!
-¡Aquí no entra nadie!-Marc tenía
la lámpara en el piso y blandía su viejo bastón como una espada.
-¡Apártate, no podrás
impedirlo!-Y Neal comenzó a trepar por la reja en el mismo momento en que la
lluvia comenzó a caer.
-¡Napoleón!, ¡Atila!, ¡Defiendan
su castillo ahora!
Dos enormes perros sabuesos
emergieron de la oscuridad dirigiéndose inmediatamente hacia Neal quien ya
había trepado hasta media reja. Pero los perros daban enormes saltos y uno de
ellos alcanzó a morderle la parte trasera de los pantalones, Neal, quien nunca
se había caracterizado por su valor, se aferraba con vehemencia a los barrotes
para evitar caer a merced del enorme animal y gritaba como un desquiciado.
La regordeta oveja bautizada como
93 también se unió a la batalla por defender el Castillo Grandchester; corrió
directo hacia Eliza dándole un tope que la hizo volar cayendo directo a un
charco de lodo recién formado por la lluvia torrencial. El otro perro ladraba
furioso hacia los caballos de los hermanos Leagan, los pobres animales relinchaban
de terror a punto de huir.
-¡Napoleón! ¡Atila! Quietos ya.
Tú también 93. Y entonces, jóvenes Leagan. ¿Será que se retiran por las buenas,
o prefieren que los perros los persigan? Corren el riesgo de que sus caballos
huyan despavoridos y regresar caminando bajo esta lluvia no será nada
agradable.
-Eliza vámonos por favor, estos
perros parecen lobos hambrientos, vámonos ahora.
-¡No seas cobarde Neal! Tenemos
que impedir que esa boda se lleve a cabo a como dé lugar.
-¿Impedirla? JAJAJAJAJA. Me
complace mucho informarle señorita, que para estos momentos, el padre ya debe
de haber unido en matrimonio a Terry a Candy, si su intención era impedir la
boda, llegaron demasiado tarde.
-No…. No puede ser… ¡NO NONONO
NOOOOOOO!…-Eliza azotaba furiosamente los puños en el pasto mojado. Parecía a
punto de perder la razón. – ¡Maldita y mil veces maldita! Neal vámonos de
aquí…pero esto no se va a quedar así Candy,- gritó hacia la oscuridad de la
noche- me las vas a pagar lo juro.
¡¡¡¡ME LAS VAS A PAGAR!!!!
La capilla del castillo
Grandchester era antigua, pero bellísima. Había sido decorada con velas y
pequeñas flores silvestres blancas acomodadas en sendos ramilletes que parecían
trozos de nube flotando alrededor. El
sacerdote se encontraba detrás del atril y Terry esperaba al pie del altar,
blanco, gallardo e imponente, intentando ocultar su nerviosismo.
Patty y Annie estaban sentadas en la primera fila, cuando de
repente Candy apareció en la puerta de la capilla. Lucía como una aparición
angelical. Terry quedó boquiabierto ante la particular y brillante belleza de
la joven, mezcla de dulzura e inocencia con cierto aire seductor.
Candy comenzó a desfilar por el
pasillo siendo escoltada por Stear y Archie, sus eternos paladines, sus dos
caballeros, sus siempre fieles amigos. Se sentía protegida. Caminaba con una
dulce sonrisa en su rostro y la vista puesta en Terry. Al llegar junto a él,
Archie tomó la mano de Candy y la puso sobre la de Terry diciendo “Sabes que no
está sola, cuídala siempre”, Stear solo sonreía. Candy y Terry se miraron por
un instante, ambos sorprendidos por la belleza del otro. Esa mirada fue
interrumpida cuando el sacerdote comenzó a hablar.
-Queridos hermanos, estamos aquí
reunidos para unir en santo matrimonio a estos dos corazones jóvenes; Durante
mis años de servicio al señor, he oficiado cientos de misas para otorgar el
sacramento de matrimonio, he encontrado parejas enamoradas y otras no tanto.
Sin embargo, para esta ocasión me parece pertinente hacer unos ligeros ajustes
a mi habitual discurso.
Terry y Candy. Cuando esta mañana
de forma tan inesperada Terry acudió a mí para pedirme que oficiara su
matrimonio, un temor invadió mi corazón. Jamás dudé de su amor o buenas
intenciones, pero sí de la manera en que planeaban hacerlo. El amor es loco,
pasional, aventurado; y si a esto le añadimos la juventud, el resultado
generalmente suele tornarse desfavorable. Hoy que se encuentran frente a
nuestro señor Jesucristo y vienen a hacer un juramente con su representante en
la tierra, un servidor, mi deber es dejarles bien en claro la magnitud del
compromiso que están adquiriendo.
En primer lugar quiero que
entiendan que la bendición del señor otorgada éste día es PARA SIEMPRE. Dios
nuestro señor no tiene la misma percepción del tiempo que nosotros y se toma
los juramentos muy en serio. No importa lo que pase, no importa donde estén,
esta unión investida en ustedes el día
de hoy los acompañará por el resto de sus vidas, y aun después de terminado sus
días terrenales, sus almas quedarán unidas en la eternidad.
Terry, como varón, tienes el
deber de siempre procurar por el bienestar de Candy, bienestar económico, pero
sobre todo espiritual. No sirve de nada poseer riqueza en bienes materiales, si
tu corazón está pobre en amor. Mantén siempre lleno su corazón, antes aún que
su mesa.
Candy, tú debes de poner especial
esmero en cultivar ese amor, con atenciones y buenos tratos para con tu esposo.
Además de apoyarlo y tratar de llevar lo mejor posible tu hogar de acuerdo a
sus posibilidades.
Tendrán tiempos de abundancia y
tiempos de pobreza, tiempos de dicha y tiempos de amargura. Se encontrarán con personas que busquen separarlos, que
intriguen, que dividan y que tienten el amor que se tienen. No lo permitan.
Cuando una pareja centra su vida bajo la bendición del señor, el Diablo intenta
por diversos medios separarlos y a veces esos medios pueden resultar muy
atractivos.
Por último, basen su matrimonio
en tres pilares fundamentales: comunicación, confianza y amor. Cada uno de
estos debe de ser más fuerte que el anterior. Cuando algún problema surja,
escuchen primero la explicación de su pareja. Si esto de momento no es posible, busquen en su memoria las
cualidades que los hacen ser especiales el uno con el otro, sus valores y principios
y permitan que la confianza sea la que dé el coraje y tiempo necesario para resolver su problema.
Si estos dos pilares resultan quebrantados, recurran al último, al más
poderoso. Escarben en la fibra más sensible de su corazón y busquen al amor,
los motivos originales por los cuales se enamoraron, si aún hay amor, de
cualquier problema saldrán adelanten. Recuerden que el amor “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”,
en pocas palabras el amor todo lo perdona. Pero si este último
pilar también resulta quebrantado, entonces todo se vendrá abajo, si no hay
amor poco se podrá hacer ya.
Espero que por la emoción del
momento no echen en saco roto las palabras que acabo de decir. Al despertarse y
antes de dormir, siempre demuestren amor a nuestro Señor en los cielos, y al
uno con el otro. Nunca se vayan a dormir sin haber arreglado una discusión, y
por último…..traten de ser inmensamente felices, esa es por mucho, la mejor
forma de honrar a Dios nuestro señor. Ahora procedan a deciros sus respectivos
votos.
Stear y Annie se acercaron a los
novios. Annie sostuvo el ramo de flores blancas que tenía Candy en sus manos,
el cual momentos antes había cortado para que Candy utilizara. Stear por su
parte extendió a Terry las alianzas matrimoniales, el anillo de Zafiro para
Candy, y el anillo con el escudo de la familia Grandchester que Terry siempre
se había negado a usar.
-Yo, Terrence Greum Grandchester,
te tomo a ti, Candice White Andrew, como mi esposa, para amarte y respetarte,
en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, cuidarte y
protegerte, por el resto de mis días. Te amo Candy- y con estas palabras colocó
el anillo en el dedo de la chica.
-Yo, Candice White Andrew, te
tomo a ti Terrence Greum Grandchester como mi esposo, para amarte y respetarte,
en la salud y la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, serte fiel y
recibirte siempre con una sonrisa, porque tú, eres el sol que ilumina mis días.
Te amo Terry- y colocó el correspondiente anillo.
-Por el poder inferido en mí, y
con el firme deseo de que esta unión sea bendecida y sobreviva a cualquier
adversidad yo los declaro Marido y Mujer. Puede besar a la novia.
Terry y Candy se fundieron en un
tierno y largo beso. Las lágrimas rodaban por las mejillas de la joven rubia.
Como entre sueños, escuchaban a Stear, Archie, Annie, Patty, y a algunos
sirvientes del castillo que presenciaron la ceremonia, festejar entre aplausos
y vítores.
-Que lo que Dios acaba de unir,
no lo separe el hombre…jamás.
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