Añoranza - Capítulo 53
El nivel de alcohol en su sangre
era muy elevado, pero no el suficiente para hacerlo olvidar. Contrario a muchas
ocasiones anteriores, ésta vez su estado etílico no lo llevó a provocar alguna
trifulca en un bar de mala muerte, ¿pelear?, ¿con quién, si el culpable de todo
era él? La intoxicación no superaba su dolor.
Susana…Eliza…Candy… ¡Todos! Un
feroz torbellino de reclamos, desprecio y acusaciones se cerraba cada vez más
en torno suyo hasta casi asfixiarlo, y lo peor, con justa razón. Alex…Alex lo
amaba sin condiciones, sin reservas, incluso sin importarle el hecho de que lo
acababa de conocer. Tal vez por eso, porque aquel pequeño e inocente ángel
ignoraba el tipo de sujeto que era su padre. Eso lo hacía cuestionarse si era
digno de semejante amor. Tal vez debería irse, alejarse, antes de que
irremediablemente, también a Alex le hiciera daño.
No. Renunciar nunca, ni a su
hijo, ni a Candy. No renunciaría a su derecho de ser feliz. Pero Susana, jamás
desistiría. Su mirada de odio, la firme convicción de convertir su vida en un
infierno…aunque la entendía. Susana no tenía nada que perder, ya todo lo había
perdido por él. En cambio él, él no
podía perder nuevamente a Candy.
También a ella la entendía. Lo
amaba, aunque fuera completamente absurdo ella lo seguía amando, de eso estaba
seguro. ¿Pero por qué? En retrospectiva, él nunca se portó a la altura. Desde
que la conoció la molestaba, pretendía ignorarla, pero al mismo tiempo la
celaba. No supo ser tierno, amable, o siquiera comportarse como un caballero.
Fue incapaz de defenderla, dejó que sufriera sola y lo peor, desconfió de ella.
Pero la amaba y no soportaría
perderla.
“Regresaré” pensó, “hablaré de nuevo con
Susana, la amenazaré de ser necesario, haré lo que sea con tal de conseguir mi
libertad” ¿Cuánto tiempo le llevaría eso? ¿Semanas? ¿Meses? ¡Años! ¿Candy lo
esperaría? ¿O en ese ínterin alguien más conquistaría su corazón? Era un
milagro que en todo ese tiempo Candy no hubiera puesto sus ojos en otro hombre,
tal vez porque nunca tuvo tiempo entre estudiar, trabajar y ser madre. “Es
comprensible que temas que alguien más pueda enamorarse de Candy, como te dije,
eso es algo sumamente probable” Las palabras de Albert retumbaban en su cabeza.
Albert. ¿Sería Albert quien conquistara el corazón de Candy? Tal vez ya lo
estaba haciendo, su madre y Susana así lo creían, quizá Terry era el único que
no se daba cuenta… o no quería darse cuenta.
“Imposible. Albert es mi amigo,
él jamás (no contestó cuando le preguntaste) me traicionaría de esa manera”
Su cabeza iba a estallar.
Ignoraba cuánto tiempo llevaba caminando, pero el cielo oscuro comenzaba a
pintarse de un tono grisáceo que indicaba la pronta llegada del amanecer. No
quería ir a ningún lado en específico; en realidad no tenía a dónde ir. Paseó
la mirada a lo largo de la calle en busca de una banca o un prado dónde se
pudiera sentar y descubrió, para su propia sorpresa, que sus pasos sin rumbo aparente,
lo habían conducido directamente a la puerta del departamento donde Candy y
Alex vivía. Su subconsciente estaba más alerta que él mismo.
Todavía llevaba una botella de
cerveza medio llena en la mano; decidió sentarse en los escalones del porche a terminarla
y fumar un cigarrilo. Pero al momento de encenderlo, una voz chillona y mandona
en su cabeza comenzó a reprenderlo, los recuerdos de tiempos felices
irrumpieron como estampida en su mente y corazón, junto con la devastadora
realidad que figuraba las casi nulas probabilidades de volver a vivir momentos
como esos. Sin poderlo o si quiera sin tratarlo de evitar, comenzó a llorar.
No había podido dormir en toda la
noche. Los sucesos ocurridos en ese día representaban extremos por completo
opuestos. Recuperar el amor, pero por otro lado perder su reputación y empleo
en un mismo día. ¿En verdad había recuperado su amor? Si su amor no era libre
para ella. Susana nunca renunciaría a él y ella jamás podría aceptar una
situación como esa… aunque ella tuviera alguna culpa en que las cosas hubiesen
terminado de esa manera.
Tenía gran culpa. Lo que Albert
le había dicho causó profunda mella en su alma. Y es que él tenía razón, por un
miedo absurdo e injustificado a que Terry le quitara a su hijo ella hizo exactamente
lo mismo. Alejar a alguien de un hijo, eso sí es algo imperdonable. Los
errores, los deslices, los excesos, habían sido consecuencia de una serie de
acontecimientos desafortunados que la llevaron a sufrir a los dos por igual.
Pero hacer sufrir a Alex…
Abrazó fuertemente a su pequeño
hijo quien dormía tranquilo a su lado. Sentir su pecho elevarse y volverse a
hundir con cada respiración la tranquilizaba, le recordaba el día en que nació.
¿Cómo negarle a su padre una vez más? ¿Cómo negarle a Terry nuevamente a su
hijo? ¿Cómo negarse ella misma la oportunidad de amar?
Lo esperaría, no importaba el
tiempo. Durante todos esos años jamás dejó de amarlo, de pensarlo, de añorarlo;
podrían pasar diez años más y esos sentimientos no cambiarían. Ningún otro hombre
sería capaz de ocupar su corazón.
Susana sufriría. Eso era verdad, y
una verdad que la atormentaba y esa noche le robaba el sueño.
Casi amanecía, y aunque para su
desgracia no tenía a qué levantarse ya que no podía asistir al hospital por
instrucciones del Dr. Mathews, decidió
comenzar a hacer el desayuno; no era muy diestra en las artes culinarias, pero
pensó que sería un buen detalle hacia Albert. No quería que se marchara, pero
tampoco tenía derecho a retenerlo.
Pero mientras se estaba cambiando
el camisón para dormir por ropa más apropiada, un extraño ruido la hizo
estremecer. Parecía un sollozo, pero demasiado doloroso como para ser humano.
Parecía más bien, un alma en pena arrastrando el sufrimiento de siglos de
dolor. -¿Terry?- Fue lo que preguntó Candy cuando al asomarse por la ventana de
la cocina, observó a un hombre sentado en la entrada del departamento, que se
cubría el rostro con ambas manos.
-Hola, Candy- dijo el aludido
tras limpiarse con rapidez el rostro, y esbozando una lacónica sonrisa agregó-
lamento haberte despertado, pecas.
Ese hablar arrastrando la lengua,
el apoyar la cabeza contra la pared como si cargara con el peso de todos los
problemas del mundo y ese gesto de cerrar los ojos para ahogarse en ellos, eran
señales que Candy reconocía perfectamente. Terry había estado bebiendo y
aquella mirada le recordó tanto a la que
Terry lucía aquella noche, en el que
ella había irrumpido en su habitación, para descubrirlo sosteniendo un arma
frente a su rostro. No podía (ni quería)
dejarlo ahí solo, así que salió de la casa para sentarse junto a él en los
escalones del recibidor.
-Terry, estás muy bebido, no es
bueno que andes solo por las calles en ese estado. ¿Por qué no te vas a tu
casa?
-¿A mi casa? Jajaja.-la risa de
Terry provocaba un siniestro eco en las calles desoladas- ¿Y dónde es mi casa, Candy? ¿Dónde yo
quisiera que fuera? Aquí, al lado de mi mujer y de mi hijo. Desearía que fuera
así, pero sé, que aquí no soy bien recibido. ¿O tú también piensas que mi casa
es donde todos creen que es, al lado de una resentida mujer que por un estúpido
formalismo dice ser mi esposa? Permite desengañarte Candy, aquella nunca fue mi
casa. Jamás llegué a sentir que en verdad pertenecía a ese lugar, volver ahí
era…un suplicio, como un castigo autoimpuesto que tenía que pagar por todos mis
errores. Y esa no es mi esposa, es una mujer que me odia profundamente, y para
serte sincero, me lo merezco.
-Susana no te odia Terry, todo lo
contrario.
-Sí me odia, acaba de decírmelo.
Dice que prefiere verme infeliz el resto de mi vida a su lado, antes de darme
mi libertad para ser feliz contigo. Si eso no es odio no sé qué será. Me lo
merezco, por tratar de jugar con ella. Pero lo que de verdad me atormenta, es
que tú también me odias y que eso Candy, también me lo merezco.
-No Terry, yo no te odio, ¿cómo
puedes pensar eso? – Terry miraba al suelo.
-Me lo dijiste, ese día en el
hospital. ¿Por qué habrías de recordarme con cariño si solo te he hecho sufrir?
Es cierto, desde el día que te conocí solo te acarree problemas, tras problemas
y muchísimo sufrimiento. Pero créeme, Candy, me arrepiento mucho de todo el
daño que te hice.
Terry estaba llorando, y eso a
ella le partía el corazón. Todos estos años ella se empecinó en verlo como el
villano de la historia, cuando él había sido una víctima más de las
circunstancias. “Terry, mi dulce y frágil Terry” Separado de su madre cuando
era un niño, y ahora separado de su
hijo. Albert tenía razón, ella no era la única que había sufrido, Terry también
y seguía sufriendo en estos momentos, sintiéndose desesperanzado, perdido y
desvalorizado.
-Terry- dijo poniendo su mano
sobre la de él- yo no te odio. Yo te amo.
-Dame una razón-dijo él mientras
apretaba fuertemente su mano transmitiéndole parte del dolor que sentía en su
alma- dame una razón por la cual merezca que me sigas amando Candy, porque yo
no soy capaz de encontrar ninguna. Te he fallado, le he fallado a todos, he
fallado como hijo, como esposo, como padre. Me he denigrado cada vez más como
ser humano. No creo ser merecedor de nada bueno y tú mi amor, tú eres demasiado
para un sujeto como yo.
-Te amo porque así lo sentí desde
el día en que te conocí, te amo porque eres el padre de mi hijo y el verlo día a día, era una
reafirmación de que escogerte como el hombre de mi vida fue la decisión
correcta a pesar de todo; y te esperaré Terry, juro que te esperaré el tiempo
que sea necesario. Juntos superaremos esta prueba más.
-¿Juntos?
-Los tres, como la familia que
somos.
-Gracias, Candy. Juro que
saldremos de ésta, lo prometo.
-¿Quieres pasar? Estaba a punto
de preparar el desayuno, tal vez podrías ayudarme la verdad es que no soy muy
buena en la cocina, generalmente Albert siempre preparaba la comida pero ahora
que él se marcha tendré que encargarme de eso.
-¿Albert se marcha? ¿Por qué?
-No lo sé. – Dijo con tristeza- Dice que tiene cosas que resolver y que yo
también tengo cosas que resolver. No quiero que se vaya, pero tampoco puedo
obligarle a que se quede.
Cuando entraron al departamento
Albert estaba en la sala completamente arreglado y guardando las últimas cosas
que conformaban su equipaje, al verlos entrar juntos pareció, sorprenderse. El
ambiente entre ellos tres se notaba tenso, incómodo, nunca antes había sido
así.
-Albert… ¿te vas?- el tono en la
voz de Candy era de profunda aflicción.
-Sí Candy, ya lo habíamos
hablado.
-¿No te vas a despedir de Alex?
-Esto no es una despedida Candy,
nos volveremos a ver muy pronto, de eso
puedes estar segura.
Sin poderlo evitar y con lágrimas
en los ojos Candy salió corriendo para rodear a Albert en un abrazo del cual
parecía no quererse desprender nunca. Terry ardía en celos, y lo peor era que
esta vez estaba seguro de que sus celos estaban completamente justificados.
Cuando Candy se paró sobre las puntas de sus pies para colocarle un beso en la
mejilla a Albert, Terry no pudo más y tuvo que desviar la mirada de aquella
escena que le resultaba tan perturbadora.
-Te extrañaré mucho, Albert.
-Yo también Candy, los extrañaré
mucho a Alex y a ti.
-Por favor, no abandones tu
tratamiento con el doctor Mathews.
-No lo haré, y tengo una cita con
él antes de marcharme de la ciudad, así que debo darme prisa o pensará que me
he arrepentido de último momento- Se soltó del abrazo de Candy para dirigirse
con la mano extendida hacia un desencajado Terry.
-Nos vemos Terry, cuídalos mucho.
Terry apenas y logró responder
aquel gesto con muy poca fuerza, su cabeza era un remolino de sentimientos que
no lo dejaban pensar con claridad, pero cuando Albert ya se encontraba con la
mano sobre el pomo de la puerta, a punto de marcharse, Terry lo llamó.
-¡Albert, espera!- “Tú no, por
favor tú no amigo. Tú no la ames, porque de ser así, yo no podría competir
contigo, no hay un punto de comparación. No sería una pelea justa, tienes todas
las ventajas. Cuándo yo la hice llorar tú la reconfortaste, cuándo yo la
abandoné tu apareciste, mientras yo apenas estoy conociendo a mi hijo tú lo
educaste. Y lo peor, es que estoy consciente que de ti ella sí podría
enamorarse. Tal vez tú la merezcas más que yo, pero yo la necesito” Todo eso
Terry nunca lo pronunció, en su lugar se limitó a decir.
-Suerte amigo, y muchas gracias
por todo- Y despidió a su amigo con un sincero abrazo con el cual pretendía
transmitirle, lo profundamente agradecido que estaba por todo lo que Albert
había hecho por su familia.
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