Añoranza - Capítulo 54

 

-¡Susana! ¡Susana hija, por favor abre te lo suplico! ¡Susana…!

Esos fueron los gritos que lanzó su madre por horas afuera de su habitación, después de que Terry se marchara lanzando la amenaza de jamás regresar. Finalmente los sirvientes habían venido por la Señora Marlow y después de darle un tranquilizante lograron hacerla dormir. Su madre sufría, pero a Susana no le importaba en absoluto.

Terry se había marchado, era lo único que a ella le importaba.  Él se había marchado para irse con ella, con la que nunca había olvidado, con la que nunca había dejado de amar. ¡Con la maldita culpable de todo su sufrimiento, de que hubiese perdido su pierna, de que hubiese arruinado su vida! Con Candy…

Candy era la culpable de todo, de absolutamente todo. Ella había hecho sufrir a Terry y por eso el jamás pudo amarla. Y lo peor, seguía haciéndolo sufrir. Ojalá Candy nunca hubiese existido, ojalá desapareciera con su maldito hijo…ojalá y Candy muriera. ¿Serviría de algo? Si Candy moría Terry no dejaría de amarla, al contrario, la idolatraría todavía más, la santificaría. Y de todos modos, él regresaría a su lado.

Era ella la que debía morir. A Susana Marlow nadie la extrañaría. Sus antiguos admiradores de la época en el teatro ya ni siquiera la recordaban, sus falsas amistades le habían dado la espalda hacía mucho tiempo, y su madre, tal vez solo así finalmente la dejaría en paz. Recordó cuando ocurrió el accidente donde perdió la pierna; al enterarse de su condición lo único que pedía era morirse, suplicaba a doctores y enfermeras que acabaran con su sufrimiento, que fueran piadosos y la ayudaran a morir. Ella misma intentó acabar con su vida, pero entonces, Terry se lo impidió.

Ahora no se lo impediría, si lo que más deseaba era deshacerse de ella. Pero la culpa…jamás encontraría la paz si se sentía culpable de su muerte, ni Candy tampoco. Pudiera ser… pudiera ser que ella se convirtiera ahora en el fantasma que impidiera que Candy pudiera ser feliz con Terry.

-¡Señora Susana! Señora por favor abra, soy yo, Miriam, le ha traído un poco de comida.

Miriam…probablemente la única persona que se preocupaba sinceramente por ella.

-Señora, su madre ya está durmiendo y yo, yo no quiero molestarla solo me preocupo por usted quiero saber si está bien o si puedo ayudarla en algo. Le ha traído también unos calmantes para que pueda dormir.

Sus pensamientos habían tomado un rumbo sombrío, era mejor estar acompañada antes de que la orillaran cometer una locura.

-Señora, estaba tan preocupada por usted- y diciendo esto la joven mulata rodeó a Susana en un sincero abrazo, eso la hizo romper en llanto nuevamente.- Por favor señora no llore, esto es solo un problema temporal, algo normal en cualquier matrimonio pero ya pasará, verá que el señor Terrence pronto volverá

-¡Noooo! ¡No volverá porque yo no le importo! ¡Solo quiero morirme, morir  y sólo así dejar de sufrir!

-No señora no diga eso.

-Es la verdad, solo si me muero Terry se sentiría culpable y arrepentido de haber sido tan cruel conmigo.

-Puede que tenga razón señora, pero para eso no hace falta que usted muera, tal vez solo fingir su muerte.

-No te entiendo.

-Sí señora, como en su libro, como en Romeo y Julieta, solo tendría que fingir que intenta acabar con su vida y entonces el señor Terrence regresaría a su lado sintiéndose culpable y jamás se marcharía por miedo a que usted volviera a intentar hacer algo así

Aquello sonaba aún mejor, pero, ¿cómo podría…?

-Yo puedo ayudarla. –La joven morena parecía ser capaz de leer su mente - Cuando yo era niña y vivía en África, los brujos de la tribu le daban a los enfermos una infusión de una yerba tan poderosa que parecía que las personas estaban muertas, pero solo estaban dormidas. Entonces las curaban, podían golpearlos, exponerlos al calor inclusive cortarlos y los enfermos no sentían el menor malestar, pasando un día y una noche despertaban sin recordar nada o sentir ningún dolor. Yo sé dónde conseguir esa planta aquí en la ciudad, si usted la toma simplemente dormirá, pero ni los doctores ni nadie sabrán qué le ocurre. Todos creerán que ha intentado quitarse la vida y su esposo no podrá con la culpa…entonces regresará con usted.

¡Inmundo! Sencillamente inmundo y ordinario, eran los únicos adjetivos con los que el duque Richard Grandchester podía definir el barrio en donde, según  le había informado el investigador que había contratado,  vivía su nieto.  Calles llenas de baches, edificios viejos con ventanas mohosas, limosneros cada dos esquinas. Le asqueaba pensar que el heredero sucesor de su linaje viviera en medio de aquella gentuza tosca y ordinaria.

Pero Candy siempre le había parecido una chica sumamente ordinaria, pequeño detalle que no lograba demeritar su belleza, Candy era hermosa, lo que le hacía suponer con bastante seguridad,  que su nieto debería de ser un niño muy bello. Candy le recordaba a Eleonor cuando era joven, y aunque le costara reconocerlo, comprendía el por qué su hijo se hubiera encaprichado tanto con esa chica. Tal como fuera Eleonor para él en su momento, Candy para Terry había representado un soplo de aire fresco en un mundo monótono y estancado, la chispa de alegría que lo llevo a ilusionase, a enamorarse si así quería llamarlo.

La diferencia era que él había logrado recuperar la razón a tiempo y con eso enmendar los errores. En cambio su hijo seguía empecinado con esa mujer.

Pero por el momento eso carecía de importancia. Lo único que le importaba era su nieto, ¡oh, cuantos planes tenía para él! Y para conseguirlos estaba dispuesto a apoyar o al menos aparentar su apoyo a la relación de Candy y Terry. Además, no poseía argumentos con que objetar, Susana, aparte de haber demostrado ser estúpida al no poder manejar a Terry, resultaba inútil para cualquier propósito, sobre todo, si se trataba de dar nietos fuertes y  sanos, su presencia salía sobrando.  

Alex. ¿Qué clase de nombre era ese? Bueno era algo que él podría arreglar, él siempre podría arreglar cualquier cosa.  Según su investigador, el departamento, si podía llamársele así, donde vivía su nieto quedaba a la vuelta de la esquina, pero al girar El Duque topó de frente con una anciana, quien era imposible discernir si estaba vendiendo algo o pidiendo limosna. La decrépita mujer acercó una fruta medio podrida tan cerca del rostro del Duque balbuceando un discurso incomprensible que él,  en un acto de mera autodefensa, aventó un manotazo con la intención de alejar la asquerosa fruta frente a su rostro sin imaginar que aquel ademan arrebatado terminaría derribando a la anciana mujer haciendo rodar su mercancía, no sin antes mancharle su fino traje con el fétido líquido que segregaba aquella porquería que ella intentara vender.

-¡Mujer estúpida mira lo que ha hecho! Ni en toda su vida podría reunir lo que cuesta este traje y usted lo ha echado a perder por completo.- El Duque intentaba sin éxito alguno limpiarse la solapa de su fino traje mientras la pobre anciana continuaba murmurando una disculpa o una plegaria, era imposible saber, cuando un proyectil de fruta podrida se impactó de lleno contra su pecho. -¿Pero qué demonios?

-¡Debería de estarla ayudando!

Un crío de escasos cinco años, o probablemente menos, era el responsable de aquel vandálico acto. Seguramente se trataba del nieto o algún otro pariente de la anciana ya que el niño inútilmente trataba de levantar  a la mujer que lo sobrepasaba por al menos sesenta kilos.

-¿Tú fuiste quién me tiró esa fruta? –El chiquillo no se distinguía entre el enorme abrigo, la bufanda y el gorro que cubría su cabeza esa fría mañana, además continuaba dándole la espalda- ¿Por qué lo hiciste?

-No me gusta que le griten a las personas

- ¡Eres un maleducado y ahora me vas a escuchar! – A fin la mujer había logrado levantarse del suelo, al Duque ya no le importaba, asió con fuerza un tanto excesiva al pequeño haciéndolo girar y con el movimiento al pequeño se le cayó la gorra y la bufanda, dejando finalmente su cara al descubierto. Pareciera que había retrocedido casi veinte años en el tiempo, cuando la belleza de aquel infantil rostro enfrentó al Duque atacándolo de recuerdos.

-¡Por Dios!

Aquella mañana había sido una de las mejores en la vida de Terry. Mejor de lo que nunca imaginó, pero como tantas veces la soñó. Poder estar ahí cuando su hijo despertó fue maravilloso, y la sonrisa sorprendida de Alex al descubrir a su padre ahí, desarmó a Terry por completo; el desayuno que Candy había preparado, aunque sus destrezas culinarias no fuesen las mejores, ambos lo habían terminado gustosos. La partida de Albert había mermado el ánimo de Candy, pero solo por un momento, porque claro, la sonrisa y el eterno parlotear de Alex podía levantarle el ánimo a cualquiera.

Después del desayuno, los tres partieron rumbo al mercado que quedaba a menos de una cuadra de donde Candy vivía, aunque no lo hacía evidente, Candy seguía preocupada por Albert, especialmente, o al menos Terry así lo quería creer, por lo que el Dr. Mathews pudiera decirle acerca del resultado de sus exámenes. A pesar de que él también estaba preocupado por su amigo, Terry no podía evitar sentirse estupendo, y aunque con cierto remordimiento, estaba tranquilo al saber que dos de sus principales rivales de amor ya no presentaban batalla, al menos por el momento.

 A pesar de que era la primera vez que los tres salían como lo que eran, una familia, Terry se sentía tan cómodo que le gustaba imaginar que siempre había sido así, solo él, Candy, y su hijo. Que no existía nadie ni nada que impidiera aquella felicidad. Y siguiendo el ritmo de aquel optimismo desbordado comenzó a soñar.

-¿Dónde te gustaría vivir Candy?- Dijo Terry de forma imprevista mientras Candy apreciaba la fruta en un puesto del mercado y Alex comenzaba a entablar plática con otro niño.

-¿Vivir? ¿De qué estás hablando Terry?

- Sí, vivir. Los tres, cuando finalmente estemos juntos.

-Mmmm, no lo sé. No lo había pensado, la verdad es que, a veces ese futuro parece muy distante. Pero bueno, yo no tengo ningún lugar al que aferrarme así que, supongo que…-ruborizándose- donde tú decidas estará bien.

-Yo tengo una casa aquí, la compré pensando en ti; tengo otra en Nuva York y dinero suficiente para comprar otra en cualquier parte del país, pero, sabes… últimamente he pensado mucho en Escocia.

-¿En Escocia?

-Sí, en el tiempo que tú y yo pasamos allá. Me encantaría que Alex conociera el lugar donde sus padres vivieron los momentos más felices de sus vidas. Además, estaríamos lejos de todo y de todos. ¿No te gustaría alejarte de todo esto?

-¿Cómo si estuviéramos huyendo?

-No- dijo tomándola por la cintura- como si estuviéramos empezando de nuevo.

-¡Alex!

-Sí, Alex, a él le encantará.

-¡No! ¡Alex no está, no lo veo!

Sí, en definitiva, el portal del tiempo le había jugado alguna especie de broma llevándolo veinte años atrás. El niño que tenía enfrente era idéntico a aquel que alguna vez lo amo, lo idolatró, y al que también había arrancado de los brazos de su madre. Aquel niño era su nieto, no cabía la menor duda. Pero a pesar de ser físicamente idéntico a su primogénito, había algo en la forma de mirar de aquel niño que no concordaba, algo que la última vez que había visto fue en la mirada de aquella chiquilla en uniforme de colegiala a la cual mintió y manipuló a su antojo. La férrea decisión de alguien que no traiciona sus ideales.

-Tú… ¿cuál es tu nombre?-La respuesta le llegó en forma de un desesperado grito

-¡Alex!- Terry  y Candy venían corriendo al encuentro con el que obviamente era su hijo. Al acercarse Terry lo suficiente, el pequeño se abalanzó sobre él extendiendo sus cuatro extremidades y aferrándose a su padre como una especie de pequeña y tierna araña. De la mujer que había causado el altercado, ya no quedaba rastro alguno.

-¡Terry! Te ves…excelente, -esbozó una sonrisa que Terry no recordaba haberle visto jamás - me refiero claro a tu faceta como padre.

-¿Qué haces aquí?

-La verdad es que he venido a hablar con Candy. No esperaba encontrarte aquí, hijo,  solo…antes de que objetes, quiero aclararte que mi intención era hablar con ella únicamente era hablar con ella para  ofrecerle mi apoyo.

-¿Su apoyo? – espetó Candy incrédula.

-Sí Candy, mi apoyo, mi ayuda o mi respaldo moral, como lo quieras ver.

-¿Moral?, qué curioso que lo mencione Duque, porque la última vez que usted y yo hablamos, a su muy particular juicio yo era simplemente una huérfana interesada y de moral distraída.

-Te mentí, ¿de acuerdo? ¿Eso es lo que quieres escuchar? Te mentí y lo siento, pero en mi defensa debo de decir que lo hice pensando únicamente en el bienestar de mi hijo, ahora que eres madre podrás entenderme.

-Lo entiendo Duque y créame que no le guardo el menor rencor, pero le ruego que también usted entienda, que por el bienestar de mi hijo, no quiero que usted esté cerca de él.

-Ninguno de los dos lo queremos- intervino Terry; y diciendo esto juntos emprendieron la partida.

 -Puedo ayudarte… -exclamó el Duque haciendo que Terry detuviera sus pasos- a ambos. Me refiero a deshacerme de Susana. Por favor hijo, lo único que busco es redimirme. Te conseguiré el mejor abogado, logrará divorciarte, o mejor aún, anular ese matrimonio con Susana, dado que el legítimo es el que tuviste con Candy hace años; de ella, de Susana, me encargaré de darle una buena pensión para que viva feliz el resto de su vida.  Ella y su…impetuosa madre.

-El dinero no compra la felicidad, Duque Grandchester, ya debería haberlo entendido.

-Pero ayuda sobrellevar muy bien la tristeza, créeme Candy.  ¿Qué dices Terry, aceptas mi ayuda?

-No confío en ti Duque, sé qué buscas algo y lo más seguro es que no se trate de nada bueno

-Podrás no confiar Terry, pero en estos momentos parece ser que soy  tú única y mejor opción. ¿Prefieren esperar a que la señorita Marlow algún día recapacite y de la nada le otorgue la libertad a Terry? Pueden comenzar a vivir la vida que les corresponde, la que yo les arrebaté. Piénsenlo, solo busco resarcir mis errores, por el bien de mi nieto.

Capítulo 53 - Capítulo 55

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