Añoranza - Capítulo 55
-¿Estás bien Terry?- Se animó
Candy a preguntar, cuando finalmente llegaron al zoológico donde anteriormente
trabajara Albert. No sabía si había sido la mejor elección ir a ese lugar, pero
el reciente encuentro con su padre había sumido a Terry en una parsimonia
inquietante. A ella también la había inquietado, nunca imaginó que el soberbio
Duque Richard Grandchester llegara a… disculparse con ella, o por lo menos a hacer
el intento.
-Ver a mi padre siempre me pone
mal.
-¿Estás pensando en la ayuda que
te ofreció?
-Sí. Y no tienes idea de cuánto
detesto reconocer que tiene razón. Mi padre es poderoso y muy, muy persuasivo; intimidante para la mayoría de
las personas, y tú sabes que cuando decide hacer algo, siempre lo
consigue. Estoy seguro de que él es la
única persona que podría lograr dejarme libre de Susana en muy poco tiempo,
pero…
-¿Pero qué Terry?
-Mi padre jamás hace las cosas
sin esperar obtener algo a cambio. Me aterra pensar qué es lo que busca.
-Tal vez solo busque ayudarte.
Como él dijo, resarcir sus errores.
-¿Tú le crees, Candy?
-Me pareció sincero. Tal vez el
hecho de saberse abuelo haya logrado en él un cambio o al menos restablecer sus
prioridades.
-Candy, tu siempre esperas lo
mejor de las personas, aunque te hayan decepcionado.
-Todos merecemos una segunda
oportunidad Terry.
-¿Incluso yo?-Dijo sonriendo- Lo
sé Pecas, es solo que, no quiero que mi padre se aproveche de mi desesperación,
y él sabe que en estos momentos estoy desesperado por iniciar mi vida al lado
de ustedes. Soy vulnerable, ¿me entiendes? Y la vulnerabilidad es algo que el
Duque Grandchester no suele desaprovechar.
No te voy a mentir, Candy, me
seduce la idea de poder alcanzar rápido mi libertad, de poder… - cuando intentó
besarla, Candy giró el rostro – de que no me rechaces cada vez que intento
acércame a ti como si fuera un perro rabioso.
Ella intentó objetar, pero Terry
se lo impidió.
-Candy, no es mi intención
presionarte. Solo quiero que comprendas, que la única razón que me llevaría a
aceptar el ofrecimiento de mi padre, aún a sabiendas del riesgo que eso podría
implicar, sería que tú considerarás que todo eso vale la pena.
Después de dar un paseo donde
ambos lograran despejar la mente regresaron al departamento de Candy cuando la
tarde caía. En esta ocasión Terry y Alex insistieron en ser ellos quienes que
prepararan la comida y que Candy fungiera únicamente como una invitada
especial.
Por fuera, Candy lucía una
espléndida sonrisa producto de observar el desastre que estaban generando
aquellos dos amados hombres en la cocina. Pero por dentro, no dejaba de darle
vueltas en la cabeza la problemática que vivían. No quería presionar a Terry
para que aceptara la ayuda de su padre, era claro que Terry no confiaba en él,
y que lo único que lo orillaría a hacerlo era si ella reafirmaba la idea de que
el Duque era su única y más factible opción. Pero por otro lado, era imposible
que aquella pequeña parte egoísta de su alma no brincara de emoción ante la
posibilidad de lograr estar juntos en muy poco tiempo. Sabía que de otra forma
Susana no desistiría y temía que estuviera tramando su próximo golpe.
-¡Yo voy! – Se ofreció Candy al
escuchar que llamaban a la puerta- ustedes sigan haciendo lo que sea que estén
tratando de hacer ahí dentro.
-Telegrama para el Señor Terrence
Grandchester- Un joven enfundado en un uniforme de cartero que parecía haber
pertenecido a una persona que lo había superado por mucho en peso y talla, le
extendía un pequeño papel amarillo. ¿Un telegrama? ¿Para Terry? ¿Quién podría
enviárselo a esa dirección?
-Gracias- en aquel breve instante
de indecisión en el que Candy había quedado inmovilizada en el umbral de la
puerta, Terry apareció junto a ella y después de darle una jugosa propina al
joven mensajero comenzó a leer el misterioso mensaje.
-Terry, - se animó a expresar
cada vez más preocupada - ¿quién te ha enviado ese telegrama?, ¿quién sabe que
estás aquí?
-Susana
¡Susana! Por un momento Candy se
sintió terriblemente avergonzada, sin importar la manera en cómo se hubiese
dado aquella situación, el hecho de que Susana poseyera la absoluta certeza de
que Terry estaría así, con ella, hacía que la sangre le subiera al rostro. Además,
por la expresión existente en el rostro de Terry, el contenido de dicho
telegrama, no podía tratarse de buenas
noticias.
-¿Qué dice?
-Quiere que vaya a verla hoy en
la noche, a las siete, “sé puntual” me pide. Dice… dice que firmará el
divorcio.
-No debe creer que estás
desesperado por quedar libre.
-Estoy desesperado por quedar
libre.
-Tal vez, pero tu futura ex
esposa no debe notarlo –Theodore Gram. Parecía cualquier cosa menos un abogado.
Si pudieran reunir todos los vicios y encerrarlos dentro de una botella,
Theodoro Gram sería esa botella. Obeso a tal grado que uno llegaba a
preguntarse cómo podría moverse semejante mole humana, sin embargo se
desplazaba de un lugar a otro de aquella lujosa suite con una celeridad
sorprendente. Lo que no sorprendía era ver varios carritos con servicio de
comida repartidos por toda la habitación, así como botellas vacías o a medio
terminar. En el poco tiempo que Terry llevaba ahí, Theodoro había degustado ya
tres whiskeys, más los que llevara antes de su entrevista, habrían puesto en
jaque a cualquiera, pero el viejo Theodoro lucía ecuánime y tranquilo.
El maduro abogado llevaba en su
haber cuatro divorcios. Su adicción a los juegos de azar y a las mujeres, era
imposible decir cuál adicción era más grave, habían sido los detonantes de sus
fracasos amorosos. Sus cuatro divorcios los había litigado él mismo y de los
cuatro había salido increíblemente bien parado considerando las atenuantes en
su contra. Solía decir que para sus ex esposas “cualquier cosa era preferible a
tener que soportarlo un día más”. Era un tipo increíblemente astuto.
Tal vez era por eso que el Duque
Grandchester confiaba tanto en que Theodoro sería el único que podría sacar del
apuro a su primogénito. Estaba tan seguro de ese hecho que había hecho venir a
aquel viejo zorro del litigio familiar, pagándole por adelantado sus
honorarios, aun antes de saber si Terry aceptaría su ayuda. Aquella seguridad
tan arrogante de su padre a Terry lo irritaba y que su recibimiento cuando fue
a solicitar su ayuda comenzara con una sonrisa de autosuficiencia y la frase
“sabía que vendrías” estuvieron a punto de hacer que saliera huyendo del lugar.
Pero si de su padre no se
confiaba, de Susana menos. Algo estaba
tramando, estaba seguro; no podía creer un cambio tan drástico en su actitud cuando
el día anterior le había gritado que haría todo lo posible por hacerlo infeliz
el resto de su vida. Lo más seguro era que todo se tratara de una última
estrategia desesperada por llamar su atención y cuando llegara a la cita ella o
su suegra intentarían sabotearlo o chantajearlo emocionalmente haciéndole
responsable de alguna nueva recaída en la salud de Susana o de cualquier otro
artilugio parecido. Bueno, pues el tiro le saldría por la culata ya que
planeaba llegar a esa cita acompañado de su abogado, un acuerdo de divorcio
listo para ser firmado y, por si era necesario un poco más de persuasión, la
personalidad dominante del Duque Richard Grandchester.
Pero redactar el acuerdo de
divorcio tomó más tiempo de lo que él habría deseado. Cuando expresó que a él
no le importaban los bienes materiales, que estaba dispuesto a darle todo cuanto
tuviera a Susana con tal de obtener su libertad, tanto su padre como el abogado
levantaron la voz en señal de protesta.
-Mira Terrence- comenzó a decir
Theodore mientras servía su quinto whiskey- El divorcio, al igual que el
matrimonio, no es más que una gran negociación. Ganará más o perderá menos
quien mejor sepa negociar. Tal vez en estos momentos, no lo sé, la culpa o la
prisa por quedar libre no te hagan pensar claramente y estés dispuesto a perder
todo, pero créeme, en algún momento te arrepentirás, mucho.
-De lo único que podría
arrepentirme sería de no salir de esto de una buena vez por estar peleando algo
tan burdo como el dinero.
-No se trata solo de ti Terry. Tu
padre me ha dicho que tienes la intención de retomar tu vida al lado de la
madre de tu hijo.
-A Candy el dinero jamás le ha
importado- y al decir esto clavó profundamente la mirada en su padre como
retándolo a opinar lo contrario.
-¿Y mi nieto?- intervino
finalmente el Duque- ¿No crees que ya ha padecido suficiente con la vida que su
madre precariamente le ha otorgado? Una vida de privaciones, de enfermedades,
de abandono. ¿No quieres lo mejor para él? Además, “todo” lo que Susana podría
pedir incluye la herencia de la familia Grandchester.
-Creí que me habías desheredado
hacía años.
-Eso es algo que todavía no
descarto. Pero de ser así, legítimamente esa herencia debería de pasar para
Terrence, me refiero a tu hijo.
-Creo…creo que tienes razón.
-Bien, entonces, basándonos en la
declaración de tus bienes Terrence, y teniendo mucho cuidado de dejar en buen
resguardo la herencia de la familia Grandchester, podemos redactar el acuerdo de divorcio. Le
proporcionaremos a la señorita Marlow el patrimonio suficiente para brindarle independencia
económica, asegurarle las atenciones médicas necesarias; pero sobre todo, un
acuerdo que la mantenga lejos y en silencio.
Terry miró al elegante reloj de
pared que colgado junto a la ventana. Faltaban diez minutos para las siete de
la noche. –Ya casi son las siete, y Susana me enfatizó que fuera puntual.
-Y es precisamente por eso que no
llegaremos a tiempo- sentenció el abogado.
Faltaban diez minutos para las
siete. La hora de la verdad se acercaba. Seguía preguntándose si no era mejor
idea llevar a cabo tan arriesgado plan en la seguridad de su cama. No. Podría parecer demasiado
predeterminado.
Esa mañana Miriam había ido al
“mercado de los brujos”, como solía llamarlo la mayoría de los ciudadanos de
Chicago, y la mayoría de los ciudadanos de chicago tenían buen cuidado de no
acercarse a aquel conjunto de establecimientos. Cosas extrañas sucedían ahí.
Quince minutos antes la joven
negra había aparecido en su cuarto con una humeante taza que contenía un
líquido oscuro y amargo. Lo había preparado en el patio, a escondidas. Ninguno
de los otros sirvientes podía darse cuenta de lo que ambas tramaban, mucho
menos su madre.
Las indicaciones de Miriam eran
simples: Debía de tomarse todo el brebaje y esperar sus efectos. Aunque la
chica le aseguró una y otra vez que no correría ningún peligro, la simplicidad
de aquellas instrucciones tenía un aire funesto. “Como un veneno”.
No, no debía de pensar en eso.
Además ya no podía echarse para atrás.
Terry llegaría en un par de minutos, debía encontrarla derrumbada en el
piso del cuarto de baño y creer que la ansiedad y el dolor que él le estaba
provocando la habían llevado a un estado de salud delicado, al borde de la
muerte. Y entonces cuando ella por fin despertara, en el hospital seguramente,
lo primero que vería sería a Terry al lado de su cama, sosteniendo su mano,
carcomido por la culpa y el remordimiento y entonces, entonces jamás de
apartaría de su lado.
“El fin justificaba los medios...”,
de sobremanera, así que no había motivo alguno para sentir temor. Sería solo
como interpretar un personaje, alguna de sus heroínas literarias favoritas,
Julieta tal vez. Pero Julieta al final murió. Lucharía por acallar esas voces
de temor.
Y al igual que en la época en que
fuera considerada la mejor actriz juvenil del momento, se alistó con sus
mejores galas para salir a “escena”. La larga cabellera rubia que llegaba hasta
la espalda baja estaba perfectamente peinada y alisada, ningún cabello parecía
ser más largo o más corto que otro, maquillaje que resaltara sus bellas
facciones y por supuesto el vestido más fino. Estaba en realidad bellísima, lo
único que estropeaba su atuendo era aquella horrorosa prótesis, pero era un mal
necesario.
Las campanadas que anunciaban las
siete de la noche la sorprendieron, Terry llegaría de un momento a otro y sin
pensarlo comenzó a beber con premura el oscuro y viscoso líquido contenido en
la taza…pero no pudo tragarlo todo. Aquel líquido quemaba la garganta y entumía
la lengua además de tener un sabor horrendo. Al bajar por su garganta parecía
como si cientos de diminutos animales carroñeros estuvieran desgarrando su
tracto digestivo. Tenía que continuar bebiendo; intentó levantar su taza e
ingerir el líquido restante, pero entonces su brazo no le respondió dejando caer la fina pieza de porcelana hasta
hacerse añicos en el piso. El pánico comenzó a invadirla y el sabor amargo de
la extraña infusión provocó que su cuerpo la regresara; pero vomitaba sin hacer
el menor mínimo esfuerzo, como si se hubiera convertido una grotesca fuente.
Debía salir de ahí, gritar, pedir
ayuda. Pero conforme pasaban las fracciones de segundos sus extremidades
perdían mayor sensibilidad. Solo alcanzó a dar un paso, haciendo un esfuerzo
sobre humano por mover la pierna donde llevaba la prótesis, a cual terminó
justamente encima del charco recién formado de su propio vómito. Sin poderlo
evitar, resbaló, y dado que sus brazos ya no tenían fuerza lo único que pudo
detener la fatal caída fue su nuca, al estrellarse contra la esquina de la tina
de baño.
Todo alrededor comenzó a
oscurecerse, el pequeño círculo de luz en el centro de su visión se hacía cada
vez más y más pequeño. De repente, Terry apareció, como iluminado por una
potente luz de escenario. ¡Había venido, finalmente había venido! Lucía tan
bello y radiante como el día que lo conoció, como el día en que se había
enamorado de él. ¿Venía vestido con el traje de Romeo? Aquello era extraño,
pero no importaba. Estaba ahí, le sonreía y seguramente nunca más volvería a
intentar dejarla. Ahora solo existían ella y él, era lo único que importaba.
Estaba tan feliz, quería tocarlo, acariciar su rostro. Pero la oscuridad se
cernía cada vez más y más sobre ellos, pensaba que solo tenía que tocarlo para
que entonces…
Y al desvanecerse aquel último
pensamiento, Susana Marlow había muerto.
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