Añoranza - Capítulo 56
-No deberías estar aquí, Terry.
-¿No tengo derecho de traer a mi
hijo de paseo al parque?
-Sabes que no me refiero a eso,
Terry. Pero es tu deber estar presente en el funeral de Susana.
-Candy, te agradezco mucho que
pienses que soy un buen actor, pero en realidad, no creo ser tan bueno como
para pararme por ahí y representar el papel de viudo compungido.
-¿No te duele ni siquiera un poco
que Susana haya muerto? Es decir, yo no puedo dejar de sentirme terriblemente
culpable, no soy capaz siquiera de conciliar el sueño. No dejo de pensar que si
yo no hubiera reaparecido o le hubiese hecho caso cuando ella me pidió que me
fuera, tal vez…
-Candy, Candy… Lo único que me
duele, es que Susana no haya decidido ser feliz. Yo no la hacía feliz, pudo
haberlo intentando con alguien más, sin embargo, decidió no luchar. Te ruego
que no cometamos el mismo error.
-¿Decidió no luchar? ¿Entonces es
un hecho que se suicidó?
-Nadie lo sabe con certeza.
Y la verdad es que la muerte de
Susana seguía siendo un misterio, hasta para los más allegados a la joven. La
noche de su muerte, Terry y ella tenían una cita donde supuestamente llegarían
a un acuerdo para poner fin a la farsa de matrimonio que habían sobrellevado
durante todo un año. Por consejo de su padre y del abogado que éste había
contratado, no llegaron a la cita a la hora acordada, sino hasta cerca de las
nueve de la noche. Cuando llegaron aquello ya era un caos. Los gritos de la
señora Marlow se escuchaban desde una cuadra de distancia. Vecinos y
transeúntes curiosos (morbosos) formaban un tétrico coro alrededor de la casa
de Terry. No fue hasta que descendió del automóvil donde viajaba y se abrió
paso entre la multitud, que la verdad de lo ocurrido lo sacudió.
Susana era transportada en una
camilla hasta una ambulancia estacionada en la calle. Iba tapada en su
totalidad con una sábana; su blanca y fantasmagórica mano colgaba sin fuerza
del lado derecho. La señora Marlow era sujetada por tres sirvientes. Estaba
fuera de sí. Muchas veces la había visto hacer pataletas y dramas exagerados
con el fin de manipular a los que estaban a su alrededor, pero aquel llanto no
tenía ni un ápice de chantaje, era un llanto primitivo, sincero, desgarrador.
Lloraba moviendo la cabeza enfáticamente intentando cambiar la abrumadora
realidad, decía que le estaban mintiendo, que todos le estaban mintiendo, que
Susana no podía estar muerta, su niña, su única niña no podía estar muerta.
“Muerta”- ¿Usted era su esposo?
-¿Qué?
-Deberá de acompañarnos al
hospital para hacer los trámites pertinentes, señor.
-Yo…
Fue el Duque quien viendo a su
hijo por completo perdido, prontamente intervino. –Los seguiremos en nuestro
propio automóvil.
Por una de esas irreverentes
coincidencias de la vida, Susana fue trasladada al hospital Sant Joseph; Terry
agradeció el hecho de que Candy ya no laborara ahí, pero su suerte se vio
menguada cuando fue el mismísimo Dr. Erick Mathews quien saliera a darle la
parte médica sobre el deceso de Susana. Sus anteriores encuentros habían sido
poco afortunados, pero el sujeto era un profesional, de los mejores y parecía
estar muy intrigado por este caso.
-Entonces qué fue lo que pasó
Doctor, ¿ella se suicidó?
-De cierta manera, aunque dudo
mucho que esa haya sido su intención original.
-No le entiendo.
-La causa específica de su muerte
fue el golpe que se dio contra el borde de la bañera; su cuello se rompió y
murió de forma casi inmediata.
-¿Entonces fue un simple
accidente?
-Tengo mis dudas. Estos accidentes
son comunes en personas demasiados mayores. Ancianos cuya motricidad se
encuentra muy deteriorada y les es imposible detener su caída. La Señora Grand…es
decir, Susana, dejando de lado su discapacidad y contra lo que pueda objetar su
madre, gozaba de una salud perfecta, es decir, pudo haber evitado o al menos
amortiguado la caída, pero tal pareciera que simplemente se desplomó y eso
probablemente se deba a lo que encontramos en su baño.
-¿Qué encontraron?
-Verá Señor Grandchester, es solo
una teoría…
-Al grano, por favor, Doctor, se
lo ruego.
-Hace muchos años trabajé como
voluntario en las comunidades más alejadas del continente africano. Fueron unos
años difíciles pero de mucha enseñanza. A pesar de que nosotros consideremos a
aquellas comunidades como primitivos o salvajes, ellos tienen sus propias
costumbres, tradiciones y en cuestión de medicina, algunos de sus métodos eran
realmente sorprendentes.
Trabajábamos a la par de los
“médicos brujos” del lugar. En realidad no eran brujos, simplemente son
personas muy sabias, conocedoras de los poderes curativos de las plantas del
lugar, entre ellas, la llamada “hierba de la muerte”. Se trata de una planta
con propiedades anestésicas, que dependiendo de la cantidad aplicada o ingerida
por el paciente es capaz de adormecer algún miembro o extremidad o inclusive
dejar al paciente en una especie de inconsciencia, igual a la de nuestros
anestésicos más poderosos, regresando después a un estado normal sin ningún
efecto negativo. Estaba realmente interesado por esa hierba, pero los lugareños
no me permitieron traer una muestra conmigo de regreso a América, son bastante
celosos con sus tradiciones.
-Doctor, discúlpeme, pero no veo
qué tenga que ver su historia, con la
muerte de Susana.
-Por extraño que parezca, estoy
casi seguro de que eso fue lo que ingirió su esposa. Encontraron en el baño una
taza con restos de una infusión muy parecida a la que le comento. Olvidé
decirle que el sabor de esa hierba es extremadamente amargo y el efecto es casi
inmediato. Me atrevo a sugerir que la señora no resistió el sabor y devolvió el
estómago, pero ya había ingerido lo suficiente para que sus extremidades se
durmieran, aunado ya a su…limitada condición física, todo indica que resbalo en
su propio vomito cayó sobre la bañera
rompiéndose el cuello. Murió al instante, no sufrió.
-No puede ser.
-Lo siento mucho. Lo único que no
me queda claro es, por qué lo tomó, ni quién se lo dio.
-Creo tener una idea de quién
pudo habérselo dado. Doctor una última pregunta, ¿es posible averiguar de
alguna manera, la hora en que murió?
-Según cuentan su madre y las
mucamas, escucharon un ruido alrededor de las siete se la noche, pensaron que
se había caído mientras se arreglaba, cuando llegaron ya estaba muerta.
-Comprendo, muchas gracias
Doctor.
-Lamento no poder hacer nada más,
y, le repito, lo siento mucho.
“¿Susana qué hiciste?, ¿era otro
de tus chantajes?, ¿o simplemente querías ser Julieta? La Julieta que nunca
pudiste llegar a interpretar sobre escena.” A pesar de lo que Terry pudiera
decir, realmente si estaba triste, muy triste. Fue espectador y principal
participe en la decadencia de una bella mujer, vio extinguirse lentamente el resplandor
de una estrella y tornarse en odio, todo
el amor que ella un día pudo sentir por él.
Se encargó de todos los gastos
correspondientes al funeral. Le dijo a Miriam que se marchara, simplemente que se
marchara, sin hacerle más preguntas, pero el llanto desconsolado de la joven le
confirmaron sus terribles sospechas. No quiso indagar más en él cómo o el
cuándo de la muerte de Susana, finalmente, nadie la obligó, fue su decisión, su
estúpida decisión.
Su corazón le indicó que lo
correcto, para intentar resarcir un poco el daño, era asegurarse que su suegra
pudiera sobrellevar económicamente la soledad. Se presentó a hablar con ella
para mostrarle sus respetos y ofrecerle una buena cantidad de dinero para que
pudiera comenzar de nuevo en el lugar donde ella escogiera. Ella lo abofeteó,
le dijo que lo odiaba, que por su culpa su hija había muerto que jamás lo
perdonaría y que esperaba nunca más volverlo a ver hasta encontrarse nuevamente
en el infierno donde ambos irían. Pero aceptó el dinero.
Susana era un capítulo enterrado
(literal) en el pasado de ambos. Una vez abajo el telón de ese acto final, la
lógica indicaba que su futuro pintaba libre y alentador para vivir finalmente
en familia. Pero Terry tenía sus dudas.
Su padre se había portado
increíblemente solidario en aquellos momentos. Cualquiera pensaría que se
trataba de la actitud normal de un padre para con su hijo, pero viniendo del
Duque Richard Grandchester, nada podía ser normal. En algún momento reclamaría
cobrarle esos favores y a Terry le aterraba el no saber cómo planeaba hacerlo.
Candy. Candy no podía con los
remordimientos. Aunque no se lo dijera abiertamente, Terry sabía que ella
seguía sintiéndose como la otra, eso aunado a la culpa mal adjudicada por la
muerte de Susana la habían vuelto fría y distante con él. No dejaba siquiera
que la abrazara, mucho menos que la besara. Aun en esos momentos mientras veían
a su hijo jugar en el parque, Candy estaba sentada hasta el otro extremo de la
banca con los brazos alrededor de su propio cuerpo en una especie de abrazo
protector para repeler su cercanía.
Si la situación ya de por sí era
difícil, el nuevo problema recién surgido no pudo llegar en peor momento. Pero
se trataba de su futuro, del futuro de los tres, ¿valdría la pena el
sacrificio? ¿O eso es lo que él quería pensar? ¿Qué diría Candy? ¿Aceptaría
sacrificarse una vez más? ¿O ya habría llegado su límite y se marcharía harta de
todo, dejándolo solo? Tal vez su madre tenía razón, no debería siquiera estarlo
pensando, aunque por otro lado…
También estaba el recuerdo de
Albert. No habían sabido nada de él desde el día en que lo despidieron en la
puerta del departamento. Y Candy no paraba de decir una y otra vez, que estaba
muy preocupada, sobre todo por no saber cómo iba evolucionando su enfermedad,
que lo extrañaba sobremanera y que le hacía mucha falta. Aunque él también
estaba preocupado por la salud de su amigo, no dejaba de sentir celos y rabia
cada vez que Candy lo mencionaba. ¿Por qué le tendría que hacer falta otra
persona si él estaba ahí?
Pero ese no era el momento ni el
lugar para hablar sobre el nuevo problema que debían enfrentar, tenía que ser
algo especial.
-Quiero invitarte a salir.
-¿A salir?
-Sí, a salir.
-Pero si ya lo estamos haciendo.
-No. Solo tú y yo, es decir, amo
estar con mi hijo, pero a lo que me refiero es, a una cita.
Un color rojo intenso ascendió
prontamente a las mejillas de Candy y por primera vez en muchos días, la vio
sonreír, con aquella hermosa sonrisa tan parecida a la de viejos tiempos. “Una
cita” repitió en voz baja sin dejar de sonreír.
-Mi madre está encantada de
cuidar a Alex para que nosotros podamos salir. Planeo llevarte a un sitio
especial que estoy seguro te encantará y después a donde tú quieras.
Lo importante es que tenemos que
hablar Candy, de ti, de mí, de nuestro hijo, de nuestro futuro. No debemos, ni
podemos postergarlo más tiempo. Ya hemos sufrido demasiado es momento de que
tomemos las riendas de nuestras vidas.
Por favor, di que aceptas salir
conmigo.
-Está bien Terry, y te confieso
algo, estoy muy emocionada por tener esta cita.
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