Añoranza - Capítulo 58
-Me enamoré de ti desde la
primera vez que te vi
-¿En el barco?
-Así es.
-¿Cuándo te portaste tan grosero
conmigo? Es difícil pensar que esa sea la actitud de un chico enamorado.
Estas palabras fueron acompañadas
de un ceño fruncido por parte de Candy, intentando lucir sarcástica, enojada o
algo que se le pareciera, pero solo logró hacer reír a Terry. Después de la
cita fallida en el lujoso restaurant optaron por pasar a un ambiente más
tranquilo. Después de comprar algunos bocadillos en un puesto de comida
informal, se trasladaron a la colina donde habían hablado por primera vez.
Para sorpresa de Candy, lo único
que Terry había traído consigo de aquel excéntrico restaurante, era la lujosa
botella de vino que sin proponérselo, a estas alturas ya habían terminado.
Sería por el vino, sería por la cercanía con él, pero lo cierto era que todo se
sentía distinto. Tenía apenas poco más de dos semanas que Terry había
reaparecido en su vida, y para no perder la costumbre, puesto su mundo de
cabeza, sentía como si ese largo tiempo en que permanecieron separados, jamás
hubiese existido.
Hasta el ambiente se sentía
distinto, a pesar del aire frío que corría a esa altura, estar sentada en medio
de las piernas de Terry recargando la cabeza contra su pecho le generaba la
misma cálida sensación que encontrarse al frente de una chimenea. Junto a él,
todo era maravilloso, en especial aquella conversación.
-Ja,ja, ja. Sí. Me impresionaste
demasiado. Lucías tan pequeña y dulce, pero al mismo tiempo, como decirlo, arrebatadoramente
sensual y…
-¡Terry!
-Es cierto, aunque intentes
afirmar lo contrario.
-¡Claro que no! Yo era una niña
inocente hasta que…
-¿Hasta que me conociste? – La
abrazó con más fuerza – No podía dejar de pensar en ti. Al principio creí que
te tratabas de otra chica tonta y mimada como todas las que asistían ahí,
aunque tu comportamiento no coincidía con el de las demás alumnas. Cuando me
contaste la verdad acerca de tus orígenes, eso solo logró intrigarme más. Tardé
en darme cuenta, Candy, mejor dicho, en aceptarlo, pero cuándo lo hice, ya te
amaba profundamente.
-Yo también me enamoré de ti
desde ese día.
-Mentirosa. Te acercaste a mí
porque creíste que se trataba de Anthony.
-Al principio, pero tampoco podía
dejar de pensar en ti. Eras fastidioso, mal educado, y lograbas horrorizarme
con tus escandalosas proposiciones. Pero jamás logré apartarte de mis
pensamientos.
-Me encelaba mucho, sabes.
-¿Qué cosa?
-Anthony.
-Terry…- Candy giró el rostro
para quedar de frente a Terry, pero la mirada de él parecía encontrarse muy
lejos, no en el espacio, más bien el
tiempo.
-Lo sé, Candy. Conozco
perfectamente como inició eso, y cómo terminó. Pero…eso me ayudó a darme
cuenta. Comprendí que si me molestaba tanto que siquiera pensaras en otro chico,
era porque estaba enamorado de ti. Desde entonces me propuse sacar a Anthony de
tu corazón, porque solo yo debía ocupar ese lugar. Aunque reconozco que
–sonrió- no lo hacía de la mejor manera o de la más…políticamente
correcta. No sé si en parte era ego, u
orgullo, tonto orgullo; pero el hecho de que la única chica que en verdad me
interesaba no se fijara en mí, me sacaba de mis casillas. Pero al final todos
mis temores se disiparon el día que me demostraste que me amabas y hasta… hice
las paces con él.
-¿De qué hablas?
-Nunca te lo dije, me daba un
poco de vergüenza pero, el día que nos casamos decidí que nada de eso
importaba, solo importábamos tú y yo, que simplemente guardarías el recuerdo de
una persona que había sido muy importante para ti; pero que en ese momento
estabas conmigo, y que me amabas a mí. Solo a mí. Y así quiero que sea siempre.
-¡Oh Terry!- Ahí estaba, el Terry
de verdad, el Terry de siempre. El chico tierno y sensible, debajo de la
actitud rebelde y temeraria que no habían sido más que un mecanismo de defensa
todos esos años. Ahí estaba Terry confesando su amor, no con frases elaboradas
o florituras de amor, no como la sociedad ni las buenas costumbres dictaban,
sino con algo más valioso abriendo por completo su corazón en un grito desesperado
por él también ser amado. –Yo también te amé, siempre, desde el principio; me
irritabas, me desconcertabas, pero sabía
que en tu corazón había mucho más. Y a pesar de lo que lo que el sentido común
me indicaba, nunca dejé de amarte en todo este tiempo.
-Prométeme que así seguirá siendo
Candy- La abrazó con más fuerza contra su pecho, con la ansiedad que solo
conoce quien sabe amar- Por favor, pase lo que pase, contra lo que tengamos que
enfrentar, prométeme que jamás me dejarás de amar.
-Terry yo nunca…
-Candy- tomándole el rostro con
ambas manos- quiero que entiendas que Alex y tú son las personas más
importantes en mi vida, eso JAMÁS cambiará, sin importar lo que pase, y que, yo
no soportaría perderlos una vez más.
Donde las palabras no convencen,
las caricias logran persuadir. Candy se abalanzó sobre Terry con un beso
intenso y apasionado. De esos besos que pretenden transmitir las palabras
rezagadas por el paso de los años; las lágrimas, los sueños, los anhelos, toda
la travesía recorrida, mil veces sufrida, para llegar a ese instante, ese
momento en que no solo se juntan dos bocas, se comparten almas.
-Creo…creo que debería llevarte a
tu casa.
“¿Qué?” Era cierto que Terry
siempre había sido un poco inestable, pasional y visceral. Capaz de saltar de
un estado de ánimo a otro en fracciones de segundo sin ninguna explicación.
Pero desde que reapareció en su vida llevaba pidiendo, o eso Candy había
entendido, que ella fuera más accesible, más cariñosa. Y ahora, cuando por fin
había decidido desechar las dudas y remordimientos de su cabeza para
demostrarle con un beso que lo seguía amando, Terry había cortado aquel
acercamiento y de momento optado por que ella regresara a su casa.
¿Qué pasó? ¿Qué había hecho? ¿Qué
estaba mal? O sería simplemente que “Ya no le gusto”, pensaba Candy mientras
regresaban en el automóvil en tenso silencio; mil ideas cruzaban por su mente.
Marian, la chica del restaurante, con sus prominentes curvas y sus grandes y
hermosos ojos debidamente maquillados, dejando de lado su ligereza y falta de
tacto, nadie podría negar que era una verdadera belleza ¿así serían todas
las…”admiradoras” con las que Terry trató a lo largo de esos años? A su mente
acudió la imagen de la propia Susana, con su rostro de facciones casi perfectas;
todas mujeres salidas de cuentos hadas. Tan distinta de su terrenal apariencia
de clásica enfermera con rostro ojeroso por cubrir los turnos nocturnos y su
cuerpo que llevaba las huellas que dejan inexorablemente la experiencia de ser madre…
tal vez a Terry ella ya no le gustaba.
“No pienses tonterías”, se
recriminó, “Terry nunca ha sido un hombre frívolo o superficial, él te ama por
muchas razones más y te lo ha demostrado; pero sobre todo tú no eres una mujer
vanidosa que crea que lo valioso solo está en el exterior; si Terry está
actuando algo distante tal vez sea solo por…” ¿Solo por qué?, seguía
preguntándose. Cuando Terry se comportaba hermético y distante era porque algo
le preocupaba; así había actuado cuando era un adolescente y pareciera que el
paso de los años no hubiera alterado esa vieja costumbre. “Daría lo que fuera
por saber qué está pensando”.
“Lo que más deseo en este momento
es hacerla mía”, eso era lo que Terry pensaba, “pero, aún no he reunido el
valor suficiente para hablarle acerca del problema que representa para mi
carrera, que salga a luz pública mi verdadera familia”. Volteo a mirarla, pero
Candy se encontraba con la vista perdida en la calle y los transeúntes, absorta
en sus propios pensamientos. “¡Dios, la deseo tanto!, pero, ¿hacerle el amor
para después decirle que ella y Alex deberán permanecer en el anonimato al
menos por un tiempo? Lo sentirá como una traición, como que la he engañado una
vez más. ¿Cómo hacerle entender que es por
nosotros, por el bien de nuestra familia, por protegerlos del acoso de los
medios? Así, con esas mismas palabras, ármate de valor”.
Para cuando logró reaccionar, ya
se encontraban en la puerta del edificio donde Candy vivía.
-Pensé que iríamos por Alex.
-No, Candy. Tenemos de hablar de
algo importante. ¿Puedo pasar?
-Por supuesto. ¿Deseas algo?-
Preguntó Candy por formalidad cuando cruzaron la puerta del departamento, intentando relajar la tensión del ambiente.
“A ti”, quiso contestar Terry.
Pero en vez de eso, seguía luchando para encontrar las palabras adecuadas
mientras sobaba frenéticamente su nuca en un desesperado intento por
contrarrestar el terrible dolor de cabeza que amenazaba con llegar pronto.
–Candy…no sé cómo…antes que nada quiero que sepas que…
-Son malas noticias ¿verdad?
-¡No!...bueno, de cierta forma.
Mi vida…es complicada.
-¿Te irás?- Desenvolviéndose en
un mundo en donde mujeres y hombres eran capaces de llorar a la señal del
director de la puesta en escena, las lágrimas que comenzaban a formarse en los
ojos de Candy le parecieron tan desgarradoras, reales; Candy casi nunca
lloraba, evitaba hacerlo a pesar de haber vivido situaciones mucho más
difíciles que la mayoría de las personas. Pero lo que más le dolía, era aceptar
el hecho de que muchas de esas lágrimas habían sido por su culpa. Ya no más.
-No sin ustedes. No quiero irme
sin ustedes…lo que temo, es que tú no quieras acompañarme. Pero no hoy, ¿quieres? He pasado un día
maravilloso contigo, el mejor que he tenido en estos últimos y terribles años.
No quiero arruinarlo. Iré por Alex a casa de mi madre y lo traeré de regreso
contigo, aunque ella tenía la esperanza de que pudiera pasar toda la noche con
ella.
-Que así sea entonces, dejemos
que se disfruten mutuamente.
-Gracias, Candy. Eleonor te lo
agradecerá. Entonces, me voy- Dijo Terry sosteniendo el pomo de la puerta,
Candy estaba de pie a escasa distancia de él con los brazos cruzados en un auto
abrazo protector- Nos vemos mañana- y como despedida colocó un casto beso en la
mejilla de Candy, que a pesar de la inocente intensión, fue suficiente para
despertar la pasión.
Sin estar de todo consciente del
cómo, su boca desvío la dirección hasta encontrar la de Candy, y en fracción de
segundos el beso de había convertido en una frenética danza de labios y lenguas
entrelazadas. Sus manos recorrían desesperadamente la espalda de Candy
intentando despojarla del vestido mientras avanzaban con dirección a la
habitación. “¿Habré cerrado la puerta?”, se cuestionó Terry por un momento,
“¡qué más da!”, fue su respuesta inmediata.
La noche estaba cayendo y la
habitación se encontraba en penumbras. Terry deseó haber encendido las luces
antes de derrumbarse, trayendo consigo a Candy sobre la cama, para admirar a
plenitud aquella silueta desnuda que había aparecido tantas veces en sus sueños
durante todo ese tiempo. Pero en ciertas ocasiones el tacto resulta ser un
sentido mucho más gratificante que la vista, los besos y las caricias te
proveen una perspectiva más detallada que una simple mirada.
Y así fue como Terry redescubrió
el cuerpo de su amada, besando cada centímetro de su piel, y lo que encontró lo
sorprendió. Era el mismo cuerpo esbelto y atlético que recordaba, pero más
pleno, más maduro y exquisitamente más voluptuoso, sin caer en la exageración,
solo lo suficiente para enloquecerlo. Unos pechos amplios y deliciosos, unas
piernas fuertes que lo aprisionaban enrollándose por detrás de su espalda
atrayéndolo hacia ella, haciendo que cada embestida fuera más profunda; y aquel
cabello, ese hermoso cabello largo y rebelde que le era imposible dejar de
acariciar. Ya no era una adolescente, era una mujer completa, y lo mejor, era
“su” mujer.
Así transcurrieron los minutos,
quizás las horas, era imposible llevar la noción del tiempo entre semejante
festival de besos, caricias y mordiscos que subían de intensidad. Tuvo que
hacer acopio de todas sus fuerzas varias veces para contenerse. Quería
entregarse por completo a la pasión, pero al mismo tiempo, alargar aquel
encuentro para siempre. Pero cuando Candy comenzó a alcanzar el éxtasis, sentir
su cuerpo debajo del suyo estremecerse, su pelvis arqueándose contra la suya,
sus uñas enterrándosele en la espalda, su boca mordiéndole los labios
intentando ahogar los gritos de placer, Terry no pudo más y se elevó junto con
ella a su particular cielo de placer.
No sentía la punta de sus dedos,
una extraña sensación de hormigueo y entumecimiento se apoderaba de sus
extremidades. Se sentía muy exhausta, pero al mismo tiempo increíblemente
relajada. No quería abrir los ojos, pero algo le indicaba que debía hacerlo.
Terry no se encontraba en la cama
durmiendo a su lado como se suponía. En lugar de eso lo encontró parado junto a
la ventana la cual había abierto solo lo suficiente para dejar escapar el humo
del cigarrillo que estaba consumiendo. Seguía desnudo, maravillosamente
desnudo. El halo de luz que se colaba a la habitación le permitió admirarlo
mejor. Era mucho más bello de lo que recordaba. En los últimos años desde que
se habían separado en Candy nunca se había despertado algún sentimiento
romántico por ningún otro hombre, mucho menos deseo sexual. Candy pensaba que
su corazón y su libido habían sido enterrados juntos. Pero el simple hecho de
verlo de pie con su inconfundible y espectacular porte hacía que su deseo se
volviera encender.
Pero se veía preocupado, y ella
tenía miedo de preguntar, temiendo lo terrible de la respuesta
-Terry…
-¡Candy!- su voz lo sorprendió-
perdón, no quise despertarte. Lo apagaré enseguida. –Dijo arrojando el
cigarrillo por la ventana.
-¿Qué es lo que ocurre?
Terry recargaba el codo sobre el
marco de la ventana y se había llevado la mano sobre la frente; resultaba
evidente que lo que tuviese que decir, le dolía demasiado.
-No se puede saber.
-¿Qué cosa?
-Que Alex es mi hijo y que tú
eres mi esposa. Nadie puede enterarse, al menos por un tiempo.
Aquellas palabras se clavaron
profundamente en el dolido corazón de Candy.
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