Añoranza - Capítulo 65
-Me mentiste- fue lo primero que
dijo Candy cuando Albert terminó su relato. Los dos juntos, sentados frente a
frente, en la oscuridad que los cubría por completo, apenas y podían distinguir
sus rostros gracias a la débil luz que generaba la vela que él había llevado
consigo. Lo miró con esos ojos tan profundos, tan bellos. Aquellos ojos que
alguna vez Georges le comentara, que se
le volvía casi imposible el hecho de no contestar sus preguntas cuando ella lo
miraba así. Pero en esos momentos, en su mirada se reflejaba algo más,
reproche-O al menos nunca me contaste la verdad. – Utilizó las mismas palabras
con las que Albert alguna vez le reclamara a ella, haberle ocultado a Terry la
existencia de Alex. Alex se había quedado dormido sobre el piso de aquella
vieja casona, después de devorar con avidez la comida que Albert les había
llevado. Candy cubrió a su hijo con una frazada que Albert también había traído
consigo, y continuó su tenaz interrogatorio.- ¿Por qué?
-Por cobarde, Candy. Y no me refiero
únicamente al hecho de que me haya faltado el valor para decirte la verdad, durante
todos estos años. Fui un cobarde, Candy, porque jamás quise aceptar mi posición.
Mi padre fue el hermano mayor de
los Andrew, -comenzó su relato, después de dar un largo suspiro - un obseso del
trabajo y enfocado únicamente en generar más y más dinero, postergó el formar
una familia por muchos años. Todos sus hermanos y hermanas menores ya tenían
hijos y algunos incluso nietos cuando él conoció a mi madre. Una joven enfermiza y
delicada, que solo pudo darle dos hijos. Rosemary y yo. Pero mi nacimiento fue
difícil y lamentablemente mi madre
falleció. Y pocos años después, mi padre también murió.
Mi hermana era maravillosa,
Candy, con un espíritu indomable, me la recuerdas tanto. Siendo apenas una
adolescente luchó por defender lo que mi padre había logrado generar en todo
este tiempo. Casi nadie en la familia estaba de acuerdo en que un niño, un poco
mayor de lo que es Alex en estos momentos, fuese el patriarca de la familia.
Pero Rosemary no se dejó intimidar y al final todos aceptaron que la tía Elroy
fuese la presidenta de la familia, pero que yo seguiría siendo la cabeza de
esta y tomaría posesión de la herencia y las responsabilidades en los negocios
cuando tuviese edad suficiente para hacerlo. A mí no me importaba en absoluto.
Era feliz con mi hermana y no necesitaba a nadie, ni nada más.
Pero Rosemary se marchó, se
enamoró del Capitán Brown. Quien era un excelente hombre y me deleitaba con sus
historias a través de los siete mares. Creo que, fue gracias a él, que nació mi
fascinación por conocer el mundo. La tía abuela aprovechó la ausencia de
Rosemary para finalmente obligarme a tomar más responsabilidades, me educó en
todo lo necesario y me puso a cargo de los negocios, claro, siempre bajo su ojo
vigilante, aunque no dejaba de desesperarle mi poco interés en ello.
Lamentablemente la salud de
Rosemary nunca fue tan fuerte como su espíritu, el embarazo no le sentó muy
bien y tuvo que regresar. Extrañaba el mar, se le notaba, pero cuando nació
Anthony, ella volvió a sonreír. Yo estaba feliz de tener a mi hermana de
regreso, además amaba a Anthony y me encantaba jugar todas las tardes con él.
Pero por desgracia, la salud de mi hermana no dejaba de empeorar, ningún médico
pudo hacer nada y murió siendo muy joven.
Habían sido demasiadas pérdidas
para un introvertido adolescente como yo. Los negocios familiares me importaban
un bledo, solo quería sanar el inmenso dolor que había dejado en mi alma la
muerte de mi hermana. Y me fui.
Por mucho tiempo vagué de un lado
a otro del mundo. Buscando, sin saber a ciencia cierta qué. A veces regresaba a
observar cómo seguían las cosas en mi familia, pero nunca presentándome en los
eventos sociales. Prefería observarlos desde un ángulo distinto, y así conocer
su verdadero yo. Nunca los sentía como mi familia, y jamás tuve ganas de
regresar. Poco a poco comencé a involucrarme en las decisiones trascendentales
correspondientes a mi rango, como lo fue tu adopción. Aunque, muchas de esas
decisiones no fueron del todo aceptadas.
Aun así seguía buscando. Viajé a
lo largo y ancho del país. Viajé a otros países, en África ayudé a personas
enfermas, con hambre, a animales en peligro. En Europa asistí a la guerra.
Incluso aquí en América apoyé y fundé varias asociaciones de beneficencia,
buscando nuevamente llenar ese vacío en mi corazón. Pero nunca fui capaz de
conseguirlo…hasta que viví contigo.
-Por qué.
-Porque eres la única persona que
me ha demostrado y me ha brindado su
cariño sin el menor interés. Todavía recuerdo los rostros de falsas
condolencias en el funeral de mi hermana, las fingidas amistades, los
inventados enamoramientos, donde todos siempre veían en mi rostro una enorme
suma de dinero. En cambio tú, sin tener nada, me brindaste tu generosidad a
manos llenas.
-Pero tú siempre me has ayudado
Albert, me diste tu apellido, una educación, lujos y…
-Pero tú no lo sabías, Candy.
Llegué contigo, enfermo, sin saber quién era, sin un solo centavo. Y te
encargaste por completo de mí. Me cuidaste, me alimentaste, pero sobre todo, me
hiciste sentir completo nuevamente. Me hiciste sentir…querido. Y eso es algo
que no había sentido desde la muerte de mi hermana. Me diste una vida Candy,
pero sobre todo, ganas de vivirla. Y eso es más de lo que yo nunca podré hacer
por ti.
Cuando te adopté, buscaba
protegerte, ayudarte. Te veías tan frágil, pero fuiste tú quien me ayudó a mí.
-Albert, si me hubieses dicho…
-Lo sé, lo sé, y lo siento, Candy.
Si te hubiese dicho tal vez todo habría sido más fácil para ti, más sencillo.
Pero creía que no estabas lista para saber la verdad, cuando el que no estaba
listo para enfrentar la realidad era yo. Lo siento tanto, pequeña.
-¿Por qué me lo dices ahora? ¿Por
qué ahora planeas hacer lo mismo con Alex?
-Porque los necesito. Estoy
muriendo.
-Es cierto- le confirmó muy a su
pesar el doctor Erick Mathews –Tiene un tumor en el cerebro, que sigue
creciendo sin poder detenerlo. Es inoperable. He estudiado y compartido el caso
con todos mis colegas, pero lamentablemente no hay nada que hacer.
-¿Es – a Candy le costaba
expresar su pregunta a causa del llanto que no había dejado de escurrir por su
rostro desde que Albert le informó de su enfermedad – es por el accidente que
tuvo?
-No lo creo- contestó el galeno.
Aunque el golpe sufrido en aquel accidente le inflamó el cerebro y eso hizo que
notáramos la presencia del tumor. Pero por lo que me ha contado el señor
William, es decir, Albert. Me atrevo a suponer que su padecimiento se debe a un mal congénito que ha afectado a los demás
miembros de su familia. Con su madre, es difícil saberlo, Albert era un bebé y
no puede recordar nada, pero los síntomas que presenció en su hermana, y posteriormente
en su sobrino, son muy parecidos a los que ha sufrido él por años; me hace
suponer que todos han muerto jóvenes, aquejados por el mismo mal. La medicina
ha avanzado mucho en la última década, pero lamentablemente, no lo suficiente
para brindarle a Albert una oportunidad, lo siento mucho Candy, y créeme, que
he hecho todo lo medicamente posible para ayudarlo, y continuaré haciéndolo,
hasta el final.
Albert, era el abuelo William. Cuando
crees que la vida ya no puede sorprenderte, siempre llega algo que te sacude
desde las raíces. Las dos personas que más la habían ayudado durante toda su
vida, eran el mismo ser. Ahora muchas cosas cobraban sentido. Esas apariciones
casi mágicas de Albert, por qué es que siempre el abuelo William parecía estar
tan enterado de todo lo que le ocurría a ella, que incluso, podía adelantarse a
sus necesidades.
Desde que fue adoptada por el
patriarca de los Andrew, noche tras noche rezó, rogándole a Dios que algún día
le diera la oportunidad de regresarle a su protector, todas las atenciones que
él tuvo para con ella. Pero ahora era
triste pensar que esa fuera la única forma. Se negaba a aceptar la cruel
realidad. No, no. Algo de podría hacer y permanecería a su lado hasta agotar la
última esperanza.
-No tienes que estar a mi lado
todo el tiempo Candy. No soy un inválido o al menos todavía no lo soy.
-No digas eso, Albert. Además me
gusta estar contigo, todo el tiempo.
-Pero a Alex no.
-¡Claro que sí! Te extrañó
demasiado este tiempo que estuvo sin verte y no quiere perderse oportunidad
alguna de pasar tiempo contigo.
-Tal vez, pero se le nota aburrido,
tiene tres días que no han salido de ésta propiedad. ¿Por qué no lo llevas a
dar una vuelta al pueblo? Consiéntelo un rato, cómprale juguetes o lo que
prefiera y de paso, distráete tú también.
-No quiero dejarte solo, Albert.
-No lo estaré. Georges y Erick
están aquí. Ve, le diré a Archie que te lleve.
Tenía un par de horas que Candy
se había marchado. Albert intentaba dormir recostado sobre la verde hierba del
hermoso jardín, cuando el ruido de una fuerte trifulca lo despertó.
-¿Qué es ese alboroto?- preguntó a una mucama que
pasaba por ese momento escandalizada al encuentro con Georges que venía
saliendo de la casa.
-Señor Georges, un hombre ebrio
quiere entrar a la propiedad, está haciendo un escándalo en el portal de las
rosas y parece decidido a cualquier cosa.
-Vamos Georges.
-Señor Andrew usted no debería de
salir a arriesgarse a un enfrentamiento, deje que yo me encargue, por favor.
-No. Tengo un presentimiento
acerca de quién se trata. Démonos prisa antes que Candy regrese
-¿Qué sucede aquí? ¡Suéltenlo! –
ordenó Albert.
El hombre volvió a acomodar su
desaliñada ropa, después de que los empleados, por orden expresa de Albert, le
soltaran cada uno de los brazos por donde lo detenían. Después de pasarse la
mano por el oscuro cabello, alargando cada una de las sílabas en señal de
soberbia y desafío, pronunció. – Muy buenos días, respetable señor Andrew. No
sabe el honor tan grande que es para mí, tenerlo finalmente, cara a cara. – Y
procedió a hacer una exagerada reverencia, que por poco lo hace perder el
equilibrio, debido al ataque de risa que lo dominaba. - ¡Qué bien te lo tenías
guardado Albert!
Albert suspiró en busca de
serenidad. Terry estaba completamente ebrio, y al juzgar por la condición de su
vestir, llevaba varios días bebiendo, seguramente, desde que su padre le
informara de la verdadera identidad del padre adoptivo de Candy. Le recordaba
tanto al adolescente confundido y de conductas autodestructivas que conoció
muchos años atrás. Quien le había abierto su corazón y compartido sus más
profundos anhelos y temores, quien lo consideró por muchos años, su único y
mejor amigo.
Pero ahora, era evidente que la
presencia de Terry en aquella casa, no era para nada, una señal de
amistad. -Georges déjanos solos.
-Pero señor William.
-Déjanos solos, por favor.
-Como usted ordene señor.
-¿Qué haces aquí Terry?
-Vengo por Candy, y por mi hijo. Estas
muy equivocado, si crees que voy a permitir que me robes a mi familia, Albert.
-Yo no pretendo robarte nada,
Terry, las cosas no son así. Si te dignaras a escucharme…
-¡Vengo por ellos! ¿Me has
entendido? Y me importa un carajo tu apellido y tu autoridad. Quiero ver a mi
esposa y a mi hijo en éste precioso momento y no me pienso ir hasta
conseguirlo, así que quítate de en medio o te quitaré yo mismo.
-¡Ellos no están aquí, Terry!
Salieron. Y no, no voy a permitir que los veas, no en ese estado. Alex no se
merece ver a su padre alcoholizado y armando otro escándalo.
-¡Ja! ¿Siempre pensando en su
bienestar, no? ¿Sabes? Podría creerte esa excusa una vez más. Que te preocupes
desinteresadamente por el bienestar de MI hijo, e incluso hasta sería capaz
darte la razón. Yo tampoco quiero que Alex me vea así. Pero a quien sí voy a
esperar a Candy. Ella ya me ha visto así. Así me conoció….y así se enamoró de
mí. ¡Ja, ja, ja! ¿Qué pasa, Albert? ¿Por qué la cara larga? ¿Acaso dije algo
que no le agradara, señor William?
-Hace tiempo me hiciste una
pregunta, Terry. Y yo me negué a contestártela, por no ser el momento adecuado
para hacerlo. Pero la respuesta siempre fue sí. Amo a Candy.
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