Añoranza - Capítulo 66
Las aletas de la nariz de Terry se ensanchaban cada vez más,
con cada violenta respiración. Tenía los puños tan apretados, que sus nudillos
que aún no se reponían de la golpiza que le había propinado a Neal, volvieron a
abrirse y comenzaron a sangrar. Su rostro de bellas facciones, lucía deformado
por el rictus causado por el profundo odio que comenzaba a apoderarse de él
-Lo sabía. Traidor. Asqueroso
hipócrita mentiroso. ¡Fingiste ser mi amigo! Pero siempre planeaste quedarte
con ella. Y ahora también con mi hijo. ¡Estás enfermo! ¿Qué clase de hombre
adopta a una niña con el único propósito de “apartarla para él?
Pero estaba Anthony, ¿no? ¡Y
claro! Tú mismo te encargaste de quitarlo de en medio, tú le hablaste a su
padre para que lo llevara y se perdiera en el mar. ¡Quitaste de en medio a tu
propio sobrino porque no soportabas que alguien más estuviera con ella!
Y de mí… cómo te has de haber
reído, como te has de haber burlado cada vez que acudía a ti, creyéndote mi
amigo, para contarte cuánto la amaba. ¿Qué plan tenías para quitarme de en
medio Albert? ¿O es que acaso….? ¿Desde cuándo conoces a mi padre?
-No hagas suposiciones
Terry, yo jamás me burlé de ti, y nunca
me aliaría con tu padre para…
Pero Terry no estaba dispuesto a
escucharlo - ¡Siempre tuviste todo perfectamente planeado! Te apareces cada vez
que ella tenía problemas, la adoptas, le das una vida de lujos con el único
propósito de deslumbrarla. Pero como nada de eso te funcionó, al final te presentaste
donde ella trabajaba fingiendo demencia, para meterte en su vida y usurpar mi
lugar.
- Yo no planee nada, Terry. ¡Por
favor escúchame! –Terry comenzó a caminar el círculos mientras lanzaba
manotazos haciendo que los pétalos de rosas cayeran en una fina lluvia hacia el
suelo - Cuando yo conocí a Candy, ella era una niña. Jamás hubo otro
sentimiento más que el deseo de protegerla. La adopté, sí, y en retrospectiva
acepto que fue una decisión tomada demasiado a la ligera pero ciento por ciento
desinteresada.
Cuando adopté a Candy, jamás
imaginé, que años después, en un cruel giro del destino, llegaría a ella, sin
saber quién era yo, ni quién era ella. Fue como si la conociera de nuevo, y
ésta vez, ya no era una niña, era una mujer, bellísima. Una madre maravillosa y
una excelente profesionista. Pero sobre todo, era la única persona que estuvo
dispuesta a tenderme la mano cuando más lo necesitaba, y… fue entonces cuando
me enamoré de ella.
Terry detuvo su infructífera
caminata, cerró los ojos y giró el rostro hacia su hombro derecho, estaba
furioso, y a punto de objetar, pero Albert se adelantó a su alegato.
-Pero mis sentimientos hacia a
ella no cambian las cosas en absolutos, hoy, como el día en que la adopté, solo
quiero lo mejor para Candy.
-Y adivino. ¿No crees que yo sea
lo mejor para ella? –Extendió sus brazos a ambos lados y girando, como si
quisiera que sus palabras fueran escuchadas por el mundo entero, expresó - Pues
únete al club de los que piensan igual. Pero sabes algo, Albert. Candy me a ama
a MÍ, y no tienes ni la más remota idea de cuánto me ama, así que no decidas
por ella, y no te permito que hables de lo que no sabes.
-No me digas que no sé de lo que
hablo, Terry. Yo más que nadie estuve ahí, siendo testigo de cómo la
ilusionabas, para después secar sus lágrimas cuando le rompías el corazón una y
otra vez. Fui cómplice de su amor colegial, el único en darte el voto de
confianza cuando el resto de sus amigos dudaba de tus buenas intenciones. Para
que al volver a verla, encontrara los restos de lo que fue aquella chiquilla
alegre, encontré a una joven madre que luchaba y se sacrificaba por sacar
adelante ella sola a su hijo, porque tú no tuviste la suficiente fuerza para
defenderla de los insultos y desprecios de los demás.
Pero ella te seguía amando, me
consta que te seguía amando. Ahora tenían un hijo de por medio y una vez más
aposté a tu favor, sin siquiera recordar quién eras. Insistí e insistí hasta
convencerla de que fuera a buscarte para hablar contigo, pero regresó hecha pedazos
otra vez, porque tú la habías olvidado, te habías casado y no conforme con eso
turnabas una nueva amante cada noche. Pero aún así, ella te seguía amando.
Cuando las cosas habían regresado
a la calma apareces de nuevo reclamando tu paternidad. Y otra vez fui el único
en justificarte. Te mintieron, ignorabas muchas cosas y lucías tan feliz de
saberte padre que, de nueva cuenta aposté por ti. Pero la buena voluntad solo
te duró un momento. Pudo más tu ego, tu vanidad, el poder conseguir cientos de
admiradores y mejores papeles, que preferiste negar a tu familia. Cuando ella
te confrontó dudaste, eso fue demasiado. Renunciaste a tener a tu lado a un
niño encantador y una mujer que te ama desde el fondo de su corazón.
Tienes razón. Candy te sigue
amando. Pero ya no permitiré que la vuelvas a lastimar Terry, ni una sola vez
más.
-Entonces creo que soy un
desgraciado ¿no? Y tú eres “San Albert”.
¿Y entonces aclárame algo, qué es lo mejor para Candy?, ¿tú?, ¿piensa
casarse con su hija adoptiva, señor Andrew? ¡Qué romántico! A la familia le
encantará la noticia. Casarse y vivir felices para siempre.
-Para siempre es demasiado
tiempo, y no cuento con él.
-¿A qué te refieres?
-Moriré.
-Todos, algún día.
-Estoy enfermo Terry. –Dijo
Albert mientras se sentaba lentamente en una banca del jardín.
-No te creo. Seguramente es otra
de tus manipulaciones para retener a Candy a tu lado.
-No sabes cuánto desearía, que
esa desquiciada y paranoica teoría tuya fuese cierta. Pero las pruebas médicas
no mienten.
-Tus jaquecas. Por eso Erick está
aquí. Fue…fue por tu accidente.
-Tal vez, pero Erick está
convencido que se trata de un mal de la familia. Que probablemente Anthony y mi
hermana también lo padecían. Me han diagnosticado un tumor en la cabeza,
inoperable. No hay nada que se pueda hacer, salvo, esperar, y tratar de dejar
mis asuntos en orden.
-¿Cuánto tiempo? – preguntó Terry
mientras tomaba asiento junto a él.
-Muy poco. Meses a lo mucho. Los
dolores se vuelven cada día más insoportables.
-Yo…lo siento mucho Albert- a
pesar del enojo, a pesar de la rabia que Terry sentía en esos momentos, aquella
sencilla frase fue expresada con sinceridad, y eso hizo a Albert sonreír.
-Te creo. Sé que lo dices de
corazón.
-Erick – dijo Terry después de
tragar el nudo que comenzaba a formarse en su garganta – yo sé que es un gran
doctor, seguramente encontrará una solución y…
-Ese buen hombre ya ha hecho más
de lo que habría esperado – prosiguió Albert – por lo menos, contestó al por
qué. Soy el último de los Andrew, ésta maldición que aquejaba a mi familia,
literalmente, morirá conmigo.
-Albert…- Terry trataba de perder
la mirada en el horizonte - ¿Candy lo sabe?
-¿Qué estoy muriendo? Sí, ella
insiste en qué…
-No me refiero a eso. ¿Ella
sabe…lo que tú sientes?
-No. Y no te preocupes, te juro
que no está en mis planes decírselo.
-Deberías – agregó Terry muy a su
pesar.
-Claro que no. Odiaría que Candy
se sintiera comprometida a corresponderme por… lástima o por temor.
-Sabes… - dijo Terry mientras
dejaba caer la cabeza con desesperación entre sus manos – hasta mi madre se dio
cuenta. Incluso Susana, aunque yo quería pensar que ella lo decía solo por
lastimarme. Ambas me dijeron que, era obvio que tú estabas enamorado de ella. Y
yo me negué a creerles, rogaba al cielo que no fuera cierto, porque aunque me
cueste demasiado trabajo reconocerlo, sabía que, si algún día Candy me dejaba
de amar, por haberse enamorado de otro hombre – giró el rostro para mirarlo a
los ojos – ese hombre serías tú. Que ella sí podría enamorarse de ti.
¿Qué estoy diciendo? – Se limpió
con furia una lágrima que comenzaba a resbalar por su mejilla - ¡Ella ya está
enamorada de ti! Te ha amado, siempre.
-Nunca como a ti Terry. Y si en
algo te otorgo la razón en todo esto, es en el hecho de que Candy te sigue
amando, y lo hará siempre. Pero, si alguna vez me consideraste tu amigo,
¿podrías aceptarme un consejo?
-Creo, que gran parte de los
errores que cometí, fue por no haber prestado atención a tus consejos –
contestó Terry- así que, por favor.
-Cuéntale siempre la verdad, por
más dolorosa que ésta sea. No supongas, y sobre todo, no decidas por ella,
créeme, podrías llegar a arrepentirte gravemente.
Conviértete en el hombre que ella
se merece, y si no estás dispuesto a hacerlo, entonces deberás de conformarte
con verla feliz y realizada, lejos de ti.
-Lo sé, Albert. Sé que tienes
razón. Sé que si uno ama a alguien, lo ama de verdad, debería bastar con ver a
esa persona feliz, sin importar nada más. Pero no puedo, ¡maldita sea no puedo!
No puedo conformarme con ser simplemente un espectador en la vida de Candy y en
la de mi hijo. La amo tanto y la necesito conmigo.
-Candy siempre ha antepuesto la
felicidad de los demás, sobre la suya, ya es hora de las cosas cambien. No
pierdas el tiempo Terry, no esperes a que te acabe el tiempo o las
oportunidades, y sobre todo, no mates los buenos recuerdos y el amor que
ustedes se tienen, por una serie de malas decisiones.
El sonido de un automóvil a la
distancia hizo que ambos hombres alzaran la vista.
-Por favor Terry, vete.
-No puedo Albert, es mi familia
la que viene ahí. No quiero perderla.
-No temas perderla, mejor
concéntrate en ganarte a tu familia otra vez.
Terry se puso de pie dispuesto a
marcharse por el camino opuesto a donde se acercaba el automóvil, pero después
de apenas un par de pasos pareció arrepentirse. Albert cerró los ojos por un
momento, temía que la indecisión de Terry desembocara en otro nuevo
enfrentamiento, pero al abrir los ojos, lo descubrió frente a él, con la mano
extendida.
-Suerte en tú último viaje,
Albert. Y gracias por todo lo que has hecho por ellos.
Albert se puso de pie, y
estrechando la mano Terry, se despidió. – Gracias, amigo. Sé que harás lo
correcto.
Echando una última mirada hacia
el automóvil en el que viajaba su familia, Terry se marchó. Con todo el dolor
emocional que le provocaba dar cada paso, aumentaba la firme convicción de
convertirse, como le había dicho Albert, en merecedor de aquella familia que la
vida le había otorgado y que él malamente nunca supo apreciar.
-Tío William mira lo que mamá
compró para ti- Alex bajó corriendo del automóvil para abrazar a Albert,
llevando en su mano un pequeño envoltorio dorado.
-¿Con quién charlabas, Albert? –
Preguntó Candy mientras se paraba de puntillas para tratar de ver mejor al
hombre que caminaba alejándose de la casa Andrew.
-Un abogado. Vendrán muchos como
él por estos días. Ya sabes, Candy, hay muchos asuntos pendientes que arreglar.
-Se parecía mucho a…
-Vamos Alex. Entremos a la casa y
podrás mostrarme qué más compraron.
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