Añoranza - Capítulo 68
-¡Eso no puede ser verdad!-Eliza
fue la primera en romper el silencio tras las impresionantes y escasas líneas
que comprendía el testamento de Albert- ¡Él no pudo habernos despojado de todo
a nosotros, A SU FAMILIA! ¡Por dejárselo a esta huérfana y a su bastardo!
-¡Eliza ten cuidado con lo que
dices!- Archie trató de objetar pero Eliza estaba tan trastornada por los
acontecimientos que ni siquiera pareció escucharlo.
-¡Él estaba mal! ¿Estaba enfermo
de la cabeza, no? Obviamente eso afectó su buen juicio.
-Mi hija tiene razón. – Objetó la señora Leagan-
Usted no puede pretender pasar por válido ese testamento. Evidentemente la
enfermedad de William terminó deteriorando sus facultades mentales.
-Los testigos de este testamento
fueron el Señor Georges y el Doctor Erick Mathews – prosiguió el abogado - Quienes se encuentran aquí presentes y pueden
dar fe de la validez y del estado de salud del señor Andrew a momento de
redactar éste escrito.
-Señores, -intervino Erick - como su médico de cabecera en los últimos
meses, puedo asegurarles que las competencias mentales del señor William en
ninguno momento estuvieron comprometidas por su enfermedad. Sabía a la
perfección lo que estaba haciendo cuando decidió redactar este testamento, e
inclusive, resolvió hacerlo antes aún de conocer que su enfermedad no tenía
cura. Su intención siempre fue adelantarse a alguna contrariedad como esta.
-¡Usted está confabulado con
Candy! La está ayudando para que nos arrebate lo que por derecho nos pertenece.
-Señorita, me niego a pensar que
usted esté poniendo en tela de juicio mi ética médica. Yo jamás me prestaría a
dar fe de algo que no me consta.
-Si de derechos hablamos,
Señorita Leagan- era Georges el que había tomado la palabra en esta ocasión- La
señorita Candy es legítimamente la única hija de William Andrew, adoptiva o sanguínea,
eso no marca diferencia alguna ante la Ley. Además, no entiendo por qué la
acusan, ella no es la beneficiaria, más bien es su hijo.
-¿Y qué relación tiene ese niño
con William?- dijo un hombre al que Candy nunca había visto antes, pero que
obviamente era otro Andrew. – Acaso es su…
-La mejor de todas. Amor y
amistad sincera.
-Dejémonos de tonterías. El punto
aquí es que de ninguna forma nos quedaremos cruzados de brazos aceptando ese
absurdo testamento, permitiendo que nos despojen de lo que es nuestro-
Intervino otro encolerizado miembro de la familia- ¡Pelearemos! ¡Escúchelo bien
señorita, pelearemos!
-¡No se atreva a intimidar a
Candy! –Archie estaba furioso y la contestación
de su tío segundo no ayudó a que se tranquilizara
- ¡No vamos a permitir que esa
mujer se robe la herencia de la familia! – Eran los gritos que se escuchaban
por todo el salón.
-¡Yo no planeo robarme nada! Yo…
yo no pedí esto para mi hijo…yo… yo no quiero su herencia
-¡Entonces renuncia a ella! –
Eliza había visto su oportunidad en la presión que le causaba a Candy aquellas
infames acusaciones- ¡Hazlo ahora! Aquí está el abogado y al menos treinta
testigos… ¡firma en este momento que renuncias a la herencia Andrew!
-¡No firmes nada Candy!-Archie se
había interpuesto entre Candy y Eliza, quien parecía dispuesta a llevar a Candy
rastras frente al abogado y obligarla a firmar- Candy por favor, no importa que
los demás no estén de acuerdo, esta fue la última voluntad de Albert y tú más
que nadie deberías honrarla. –Candy lucía tan intimidada como el primer día que
puso en pie en aquella casa, aunque las miradas de desprecio que todos los
miembros de la familia le lanzaban eran todavía peor, y ésta vez no aparecería
Albert para salvarla - Candy por favor, -Archie le suplicaba- tú misma nos
dijiste que Albert te pidió que continuaras con su legado, si renuncias a la herencia, todo rastro de lo bueno que
hizo mientras vivía desaparecerá. ¿Es eso lo que quieres?
-Yo….yo…yo solo quiero irme de
aquí.
Y esa misma tarde, siempre bajo
el abrazo protector de Archie. Candy se marchó de la casa Andrew al único lugar
donde podría encontrar un poco de serenidad para su mente atormentada. El hogar
de Pony. Archie insistió en acompañarla, prometió a la familia Andrew que
regresarían pasada una semana para informar la decisión final de Candy, aunque
él, y lo dejó muy en claro, trataría por todos los medios de convencerla para
que no renunciara a la herencia. Como era de esperarse, Annie también insistió
en acompañarla, y, para sorpresa y alegría de Candy, momentos antes de partir,
llegó una desvelada y apenada Patty, quien disculpándose un millón de veces,
explicó que le había sido imposible llegar antes ya que la distancia que
separaba de Florida (donde vivía junto con su abuela) hasta Lakewood era
enorme. Pero que no pensaba abandonar a Candy en estos momentos tan difíciles y
que estaría a su lado, así como Candy estuvo con ella durante la muerte de
Stear.
Así fue como en compañía de sus
más entrañables amigos, y por supuesto, de su hijo. Candy se dirigió al que
consideraba su único hogar. Su llegada no pudo haber sido más oportuna. La
señorita Pony se encontraba delicada. Una leve gripe se había convertido en una
fuerte infección en las vías respiratorias. No había dinero para llevarla al
médico; los niños estaban mal atendidos dado que la hermana María no era capaz
de darse abasto entre los cuidados que requería la señorita Pony y el manejo de
la escuela. Inmediatamente, Candy le envió un telegrama al Dr. Mathews quien
prontamente fue a revisarla. Cuidados, reposo y medicinas y saldría de la
enfermedad sin ningún apuro, la tranquilizó el amable galeno.
Annie ayudaba en la cocina,
mientras que Patty se ofreció para impartir las lecciones a los niños del
hogar. El don de la enseñanza se le daba de forma natural. Archie se ocupaba de
las labores más pesadas, insistiéndole a la hermana María en que se tomara un
par de días de descanso. Al tercer día las cosas en el hogar marchaban mucho
mejor y con los cuidados de Candy la señorita Pony recobró el buen semblante.
Faltaban dos días para la fecha
pactada por Archie en que Candy debía regresar a la casa Andrew para informar
su decisión, y cada vez que él quería sacar el tema a relucir, Candy esquivaba
la situación poniendo mil excusas. Esa tarde estaba sentada a la sombra del
Gran padre árbol viendo a Alex jugar con los demás niños del hogar. Corría un
viento frío, pero al pequeño se le veía tan feliz que Candy no se atrevió a ordenarle
que se metiera a la casa para buscar un abrigo. Alex sonreía de oreja a oreja,
generando una copia idéntica de la sonrisa de su padre.
Había perdido la cuenta de
cuántas veces releyó la tarjeta de condolencias que Terry enviara cuando
ocurrió el funeral de Albert.
“Candy
Lamento
profundamente la muerte del que por mucho tiempo fuera mi único y mejor amigo.
Pero lamento más el hecho de no poder estar con ustedes en estos momentos. Por
un lado, temo que mi presencia llegue a perturbarlos y eso sería muy grosero de
mi parte considerando las circunstancias; por otro lado, Candy… no quiero
crearme falsas esperanzas, pero solo te diré que me encuentro inmerso en una
serie de proyectos y ajustes a mi vida, y si todo sale marcha bien, confió en
finalmente convertirme en el hombre que ustedes se merecen.
Dale un beso y un fuerte abrazo a
mi hijo de parte mía, dile por favor que
lo amo y que no dejo de pensar ni un solo instante en él.
Cuídalo y por favor cuídate.
Terry.”
Sin dirección de remitente y con
un escueto mensaje aquella pequeña epístola generaba muchas dudas en el corazón
de Candy. Terry. ¿Qué estaría haciendo? Muchas veces había deseado no volverlo
a ver, pero al mismo tiempo…
-Siempre te ha gustado sentarte a
meditar bajo este viejo árbol.
-¡Señorita Pony! ¿Pero qué hace
usted aquí? Pensé que estaba dormida- sumergida en sus pensamientos Candy jamás
notó a la Señorita Pony acercarse, hasta que la anciana y bondadosa mujer
estuvo parada justo a su lado- Debe regresar a la casa de inmediato, necesita
descansar.
-Ya, ya Candy- dijo haciendo un
ademán de desdén- me consientes demasiado. Mejor dime. ¿Has meditado lo
suficiente? ¿Te encuentras lista para volver? Sí Candy, estoy al tanto de
todo-prosiguió ante la mirada atónita de Candy- Sé lo de la herencia y sé que
te rehúsas a enfrentar tus responsabilidades, pero tienes que volver y
enfrentar lo que te corresponde.
-Yo no quiero irme, no quiero
dejarla ahora que usted está enferma.
-Mi enfermedad se llama vejez. Sí
Candy, ya estoy vieja, y estar viejo no es razón alguna para tener miedo. He
vivido una vida larga y plena, muy larga diría yo y te pido por favor que no me
uses como pretexto. He visto como muchos de mis niños se han convertido en
hombres y mujeres de provecho, pero mi principal misión no la veo del todo
cumplida. No has logrado la felicidad y eso es lo que aún me mantiene aquí, y,
¿sabes algo?, cuando vaya a reunirme con nuestro padre celestial, yo sé que
habrá varias personitas allá arriba esperándome para preguntarme si tú eres completamente
feliz, ¿lo eres Candy?
-No lo sé.
-Deberías de serlo. Tienes todo
lo necesario para ser feliz. Tienes vida, salud, tu profesión, unos amigos
maravilloso, y sobre todo tienes el gran don de ser madre. Albert se aseguró
antes de irse de que nunca les vuelva a faltar nada en el resto de sus vidas.
-Esa herencia. No la quiero. No
quiero nada del dinero de los Andrew. Está maldito. Y no quiero esa maldición
sobre mi hijo.
-¿Candy porque piensas que el
dinero es malo?
-Porque todos las personas que he
conocido a lo largo de mi vida, el dinero y el poder que este conlleva les ha
corrompido el corazón, los vuelve egoístas, mezquinos…traicioneros y capaces de
las peores cosas, no quiero que eso le ocurra a Alex.
-No todos Candy, y hoy te acompañan
varios de ellos- señaló hacia la entrada
de la casa, donde Annie, Archie y Patty jugaban alegremente con los niños del
orfanato.
-Pero no quiero que Alex crezca
entre los Andrew, sea el heredero o no ellos jamás lo aceptaran. No quiero que
el sufra las mismas humillaciones que yo, ni que viva en un mundo de
apariencias y mentiras.
-Eso no tiene por qué ser así, y
eso fue lo que siempre hizo Albert. Jamás dejó a su familia desprotegida, ni olvidó
sus responsabilidades como cabeza de la familia, sin embargo, optó por vivir
una vida más libre, lejos de las malas influencias.
-Albert…me hace tanta falta – y
no pudo evitar que las lágrimas volvieran a brotar con solo mencionar su
nombre.
-Candy si tú en verdad lo querías
tanto, no debes defraudarlo. Él te ha confiado su familia, su patrimonio, su
legado. Porque estaba seguro de que tú lo manejarías de una forma justa y
procurando siempre el bienestar de los demás. Es una gran responsabilidad
Candy, pero recuerda que en esta vida nadie obtiene nada sin merecerlo y que
Dios nuestro señor nunca nos envía pruebas que no podamos superar.
-Siento que no podré hacerlo
sola.
-No tienes que hacerlo sola,
Candy. Tienes a tus amigos, todos ellos muy talentosos, apóyate en ellos,
pídeles su ayuda y estoy segura de que ellos no se negarán. Arregla todos tus
asuntos pendientes y después podrás marcharte a comenzar de nuevo sin ningún
remordimiento.
-Marcharme, ¿a dónde?
-¿En dónde has sido más feliz?
-Aquí.
-Pero tú ya no perteneces aquí
Candy. Este es un hogar para niños que no tienen familia. Y tú ya formaste tu
propia familia, y mientras tengas contigo a Alex, cualquier lugar donde estés
será tu hogar.
¿Cómo refutar semejantes
verdades? Verdades que Candy en su interior sabía. Ella jamás había rehuido de
los problemas, siempre los encaró con la frente en alto, sin miedo, y ahora que
no se trataba solo de ella, sino de perdurar el legado de Albert, no había
cabida para temores ni inseguridades. –Tiene razón, señorita Pony, creo, creo
que debo de resolver esta situación y, respetar la última voluntad de Albert.
-Candy una última cosa. Tienes
que olvidar, dejar ir tus tormentas del pasado, pero sobre todo tienes que
perdonar, ¿me entiendes?
-¿Se refiere a Terry?
-Tú sabes bien a qué me refiero,
Candy. Ciertamente pareciera que ese muchacho ha cometido demasiados errores.
Pero los motivos y las razones que lo llevaron a actuar de tal o cual manera no
te corresponden a ti juzgarlo, y creo que él está viviendo en carne propia la
consecuencia de éstos. Y recuerda que nunca podrás cambiar el hecho de que él
es el padre de tu hijo, ¿preferirías nunca haberlo conocido, no haber sufrido
por él, aunque eso signifique el que Alex no hubiera nacido?
-Por supuesto que no. Aguantaría
lo mismo una y otra vez solo por tener a Alex entre mis brazos.
-Entonces no debes de guardarle
rencor a Terry, porque si tu corazón alberga algún sentimiento contra él, sería
como lo tuvieras contra tu propio hijo.
-Siendo realmente honesta
Señorita Pony, -Candy suspiró - jamás he conseguido tener un sentimiento malo
contra él, aun proponiéndomelo. Terry es…quiero decir, fue…
-Lo sé pequeña, lo sé. No hace
falta que me des explicaciones. Al único que tienes que hablar con la verdad es
a tu corazón.
La señorita Pony se marchó, pero
Candy prefirió quedarse a observar cómo el sol se ocultaba en el horizonte,
mientras una sola frase se repetía una y otra vez en su mente. “Prométeme que
serás feliz”
-Te lo prometo, Albert.
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