Añoranza - Capítulo 69
“Trata de no temblar, trata de
parecer segura”, se repetía Candy constantemente antes de entrar al salón donde
de nueva cuenta, todos los miembros de la familia Andrew la esperaban,
dispuestos a pelear. “Te comerán viva”, le había advertido Archie, “pero no lo
permitas, y recuerda, sea lo que sea que decidas, estaremos aquí para
apoyarte”. Candy ya lo había decidido y en su mente, convencido de que era lo
mejor, solo rogaba que no le faltara el valor para expresarlo en voz alta.
Antes de abandonar la habitación, Candy se detuvo un instante a acariciar un
bello retrato de Albert, su bella sonrisa le hizo pensar que él estaría ahí,
como siempre, acompañándola. Y que estaría de acuerdo con las decisiones que
ella había tomado. Candy esperaba que desde el cielo, él llegara a sentirse
orgulloso de ella.
Cuando entró en el enorme salón,
acompañada de Archie y Annie, todos los Andrew estaban esperándola, mirándola
desafiantes. Eliza se encontraba sentada retadoramente en la silla de la
cabecera principal de la mesa, con una sonrisa burlona que iluminaba su rostro
-Eliza por favor, quieres
quitarte. Ese es el lugar de Candy.
-No te preocupes Archie- dijo
Candy sin dar oportunidad a que Eliza respondiera- una silla no tiene la menor
importancia. La cabeza de la familia soy yo, y el mando siempre estará donde yo
me siente, no importando el lugar.
-Tome asiento- ofreció
prudentemente otro miembro de los Andrew, al percatarse que ésta vez Candy no
se dejaría intimidar.
-Gracias. Buenos días a todos.
Seré directa. Ustedes están aquí porque desean que firme voluntariamente y
renuncie a la herencia de los Andrew. Temo decepcionarlos, pero no lo haré.
–Los murmullos no se dejaron esperar, así que Candy tuvo que subir la voz para
hacerse escuchar- Como bien señalaba Georges, de dicha herencia no soy yo la
beneficiaria, sino mi hijo, y hasta que él tenga la edad suficiente para
decidir si la quiere o no, mi deber es salvaguardarla. Pero eso no quiere decir
que planee despojarlos a ustedes. Las cosas seguirán como hasta el momento,
respecto a propiedades, negocios y pensiones. Señora Elroy, - La tía abuela
levantó la mirada, vestía completamente de negro y Candy nunca la había visto
tan cansada - con todo el respeto que usted me merece. Me parece ha hecho un
trabajo excelente presidiendo todos los asuntos de la familia, pero ya es
tiempo de que descanse y, de que sane sus heridas. Decreto, que de ahora en
adelante la presidencia de la familia quedará a cargo de Archibald Corndwald,
quien es de mi absoluta confianza y está mucho mejor capacitado que yo en
asuntos de dinero. – Archie lucía un
tanto sorprendido, pero de inmediato su expresión de sorpresa se transformó en
una dulce sonrisa, y mirando a los ojos a su amiga, le susurró un sincero
“Gracias”.
-¿Qué es lo que tú pides, Candy?
– Preguntó la tía abuela.
-Lo único que pido es que no me
molesten. Que me dejen en paz, a mí, pero sobre todo a mi hijo. Ustedes siempre
me molestaron, despreciaron y humillaron por el hecho no tener padres que me
defendieran, pero con Alex las cosas son muy distintas. Les guste o no él es el
heredero de esta familia porque Albert así lo decidió, es un Andrew. Ustedes
siempre pensaron que yo era una salvaje. Es correcto, pero no tienen ni la
remota idea de cuan salvaje puedo llegar a ser por defender a mi hijo. Además,
-luchó porque su voz no se quebrara - todos saben quién es el padre de Alex, y
que no es buena idea meterse con él.-En ese momento Neal deseo desaparecer-
Cómo verán, mi hijo no está solo, así que les recomiendo ampliamente nunca se
les ocurra hacerle daño…jamás.
Alex y yo nos iremos a vivir a la
casa Andrew en Escocia, y le prohíbo a todo aquel que no sea explícitamente
invitado por mí aparecerse por allá.
-¡Tú no puedes prohibirnos…!
-Sí, sí puedo Eliza. Ese
será mi hogar. Y considero que es lo
mejor para todos; así evitaran verme y yo a ustedes, más que en los
acontecimientos en los cuales reunirnos sea absolutamente necesario, que espero
de corazón, que sean muy pocos. Como ya mencioné antes, Archie quedará a cargo
de prácticamente todos los negocios; pero aun así, cualquier decisión referente
a esta familia deberá de ser consultada primeramente conmigo. Es todo lo que
tengo que decirles, ésta reunión ha terminado.
Y se marchó.
Lo que Candy nunca le comentó a
la familia Andrew fue la que había decidido designar al Hogar de Pony, porque
era algo que no les interesaba en absoluto. Decidió ayudar. La Señorita Pony
tenía razón. El dinero no generaba malas personas, y en cambio podía beneficiar
de gran manera a quienes lo necesitaban. Junto con Archie, estipuló una
cantidad de dinero para entregar al orfanato cada mes, que si bien permitiría a
los niños vivir en mejores condiciones, tampoco resultase excesiva, ya que el
objetivo era brindarles una buena calidad de vida, mas no mimarlos demasiado y
que en el caso que fueran adoptados por una familia modesta, echaran de menos
las comodidades del hogar. El plan también incluía aminorarles la carga de
trabajo a la hermana María y a la señorita Pony. Se emplearían a jovencitas del
pueblo quienes estuvieran dispuestas a ayudarlas a cambio de una conveniente
paga. Y en cuanto a la educación, Candy le preguntó a Paty si le gustaría
fungir como maestra en el hogar. Aunque la hermana María siempre había hecho un
excelente trabajo, Paty contaba con una educación más elevada “Siempre fuiste
una cerebrito en el colegio”. A Paty la idea le fascinó, y dijo que nunca pensó
en encontrar su verdadera vocación en aquel lugar.
A las pocas semanas, Candy y Alex
partieron rumbo a Escocia. Cuando Annie, entre lágrimas le preguntó por qué
había escogido irse a vivir a un lugar tan lejos. Ella simplemente le dijo que
porque necesitaba poner tierra de por medio, pero la verdad era que cuando se
preguntó a si misma ¿en qué lugar, además del hogar de Pony, había sido más
feliz? La respuesta honesta de su corazón fue: “En aquellas verdes colinas de
Escocia, en aquel efímero y electrizante verano en que fue feliz, al lado de
Terry”. Pensaba que tal vez aquellas tierras guardaran el recuerdo de aquel puro y potente amor y quería que
Alex lo sintiera.
Varios meses habían pasado desde
que Alex y Candy se mudaron a Escocia, para vivir en la casa Andrew. Ahora era
verano, y los recuerdos resurgían frescos en su mente. Esa mañana el cartero le
trajo dos cartas con contenidos completamente diferentes.
La primera era de Archie donde le
relataba el rumbo que habían tomado los negocios de la familia Andrew. Esto lo
venía haciendo mes con mes, desde la partida de Candy. En términos generales,
todo iba bien, pero Archie insistía en pedirle su opinión sobre cualquier
decisión importante referente al patrimonio que Candy presidia.
Pero en esta carta Archie
aprovechó para hacerle una solicitud que la llenó de alegría:
“Candy,
como matriarca de la familia Andrew, pido tu aprobación para mi próximo enlace
matrimonial con la Señorita Annie Brither. Y esperando de corazón que tu
respuesta sea positiva, ¿nos honrarías con tu presencia para éste día tan
especial? (Además de que Annie se encuentra muy ilusionada con la idea de que
tú seas su madrina).
Estamos planeando que la boda se
lleve a cabo en un par de meses, nuestro amor ha perdurado por muchos años y
estamos convencidos, de que ya no tenemos por qué esperar más. En verdad nos
encantaría que nos acompañaras, te extrañamos Candy, nos haces falta. Y Annie
extraña muchísimo a Alex. Pero si decides no venir, te entenderemos.
Con Cariño
Archiebald Corndwell”
-Se casan.
Una boda. Candy se sintió muy
feliz de que sus grandes amigos al fin unieran sus vidas en matrimonio. Había
decidido ir. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado al desprecio de la
familia Andrew, pero dada su nueva posición en la jerarquía familiar, al menos
ahora tenían que disimular su antipatía hacia ella y tragarse su orgullo. Por
nadie pensaba perderse esa boda, y le hacía mucha ilusión ser madrina de su
mejor amiga, aunque eso inevitablemente le recordó cuando Annie fungió como su
madrina en aquella pequeña ceremonia llevada a cabo en el castillo que se
encontraba a poca distancia de donde ahora ella vivía, castillo en el que noche
tras noche su mirada se perdía.
La segunda carta la escribió la
hermana María, pero lamentablemente, esta no contenía noticias tan alegres como
la anterior.
“Querida Candy
Me
apena mucho escribirte en estas circunstancias, pero debo informarte que la
Señorita Pony ha muerto”
-Señorita…Pony
Apenas leer estas primeras
líneas, Candy rompió en llanto. No podía creerlo. ¿La Señorita Pony muerta? Su
madre, su guía y consejera. La mujer que había brindado a tantos huérfanos un
hogar. Que había forjado hombres y mujeres de bien. Un ser tan bondadoso no
debía morir nunca. Siguió leyendo la carta en busca de un posible error.
“Todos los servicios ya se han
llevado a cabo. No consideré necesario avisarte de inmediato, ya que dado la
distancia que nos separa, de todos modos no habrías podido llegar a tiempo.
Además todo fue tan repentino, que preferí asimilarlo primero y encontrar las
palabras correctas para darte la noticia de la mejor manera.
Candy no debes estar triste. La
Señorita Pony no lo habría querido. Ella se fue tranquila, en paz y feliz
debido a ti. El día anterior a su muerte, habíamos recibido tu carta, donde nos
platicabas que te sentías tranquila. Que finalmente tu corazón había encontrado
la resignación y el perdón necesarios para dejar atrás todo el sufrimiento
pasado. Que disfrutabas ver a tu hijo crecer y que él era la alegría de todos
tus días. Que finalmente, eras completamente feliz.
Al terminar de leer tu carta, la
hermana Pony tenía una hermosa sonrisa dibujada en su rostro y me dijo “Sabe
algo hermana María, todos los niños que llegan al hogar son especiales, siempre
he creído que Dios nos los envía por una razón, y que al final de cuentas,
ellos nos dan más que lo que nosotras les brindamos a ellos. Pero Candy siempre
fue mi principal preocupación. Cuando un niño se marcha del hogar, me siento
triste porque sé que lo voy a extrañar, pero a la vez, feliz y satisfecha por
saber que va a iniciar una nueva vida. Pero cada vez que Candy se marchaba de
aquí, mi corazón sufría, al pensar que en cualquier momento la vería regresar,
caminando por esa colina, llorando, con su corazón cada vez más herido. Ahora
sé que ella ya no regresará, no como antes. Es feliz. Y mi corazón al fin está tranquilo,
porque siento que he cumplido mi verdadero propósito en la vida. Cuando muera,
moriré en paz.”
Y así fue. Esa noche la Señorita
Pony fue a dormir, para ya nunca más despertar. Pero estoy segura que hasta el
último de sus pensamientos, te lo dedicó a ti. No llores Candy. Ella te amaba,
en verdad te amaba y le dolía cada lágrima que te vio derramar igual o más que
a ti misma. Así que por favor, honra su memoria y déjala descansar en paz
siendo feliz. Eleva una oración en su nombre y permítele que su alma encuentre
el descanso eterno sabiendo que su amada niña la recordará siempre con una
sonrisa, en lugar de llanto. Estoy segura que ella te sonreirá igualmente desde
el cielo y siempre velará por ti, como lo hizo cuando estuvo en la tierra.”
-Señorita Pony…la extrañaré
tanto.
El resto de la carta de la
hermana María estaba dedicada a relatarle las mejoras en el orfanato. Archie
puntualmente les enviaba su aportación, con lo que había sido posible ampliar
el área de dormitorios, componer los desperfectos en la antigua casa y vestir y
alimentar mejor a los niños en general. Paty fungía como profesora, y además de
educar a los huérfanos en las asignaturas correspondientes, les enseñaba buenos
modales en el caso de que alguno de los niños fuera adoptado por una familia
acomodada, su acoplamiento no fuera tan difícil. Las cosas en el orfanato
pintaban mejor que nunca.
Contrario a lo solicitado por la
hermana María, Candy no pudo evitar derramar bastantes lágrimas por el
fallecimiento de quien consideraba su madre. Pero lloraba de una forma serena,
en silencio, sin agitarse. Parecía que las palabras de la hermana María habían
logrado en cierta medida transmitirle la paz y tranquilidad con la que la
Señorita Pony había terminado sus días.
Era cierto. Por primera vez en
toda su vida, no sentía la necesidad de salir corriendo de vuelta al que por
mucho tiempo consideró su único hogar, la casa Pony. Ahora su hogar era
cualquier sitio donde estuviera al lado de su hijo. Jamás volvería a ver el
viejo y bondadoso rostro de la Señorita Pony, pero sabía que un ángel más se
acababa de sumar a sus guardines celestiales, quienes la observarían sonrientes
disfrutar cada uno de sus días al lado de su pequeño.
Se paró junto a la ventana
contemplando a Alex, quien se encontraba sentado en medio del jardín de
espaldas a la casa. A esa distancia, Candy no era capaz de distinguir que es lo
que hacía exactamente el niño. Parecía como si estuviera comiendo algo
golosamente. Ella no tenía idea de que hora era y pensó que probablemente ya
había pasado la hora de comer y su pequeño estaba echando a perder su apetito
comiendo alguna golosina. Abrió la ventana con intención de llamarlo, pero al
hacerlo, el sonido de una armónica entró junto con la brisa veraniega.
Lo que en realidad Alex estaba
haciendo era tocar (o intentar tocar) una melodía en la armónica. Cada vez más
intrigada, Candy salió al encuentro con su hijo, quien no notó que su madre se
acercaba debido a la gran concentración que tenía mientras tocaba el
instrumento.
-Hola hijo.
-Hola mamá.
-¿Qué estás haciendo cariño?
-Estoy tratando de tocar una
canción que acabo de aprender, ¿quieres escucharme?
-Por supuesto…pero antes déjame
ver tu armónica. –Alex le extendió un viejo instrumento de metal, bastante
maltratado. Tenía el rastro de lo que en algún tiempo fueron unas iniciales,
que resultaban ilegibles debido al uso, pero estaba casi segura que era la
misma armónica que ella le había regalado a Terry varios años atrás- Alex,
¿dónde conseguiste esto?
-Fue un regalo…-y esbozando una
traviesa sonrisa agregó-un regalo de papá.
-¿De tu…?
-Hola, Candy.
Comentarios
Publicar un comentario