Añoranza - Capítulo 8
-¡Santo cielo que escándalo! Jamás en toda la historia del
colegio San Pablo había sucedido un evento tan bochornoso. Dos alumnos del
colegio, hijos de encumbradas familias, escaparse PARA HUIR JUNTOS ¡Pero
actuaste muy mal Eliza, debiste de haber venido a informarnos de inmediato!
¿Por qué no lo hiciste?
-Lo siento mucho, hermana Grey. Creí poder persuadir a Candy
si hablaba con ella, nos conocemos desde pequeñas, ya sabe, cuando Candy era
una sirvienta en mi casa. Siempre fuimos muy cercanas, pero ella se comportó
terriblemente grosera conmigo, me dijo que no me metiera en lo que no me
importaba, que ella y Terry ya….oh me avergüenza tanto decirlo...que ella y
Terry ya habían sucumbido al deseo carnal y que se escaparían para seguir
viviendo juntos en pecado.
-¡Oh, señor! ¡Esto no puede ser real!
-Hermana Grey, ¿se encuentra bien?, vamos siéntese aquí- la
hermana Margaret la guió hasta la silla más cercana, mientras Eliza seguía
relatando los acontecimientos.
-Imagínese mi impresión hermana al escuchar esas palabras,
por poco me desvanezco. Candy siempre ha sido una arribista interesada, no dudo
que planeara seducir a Terry para comprometerlo y así mejorar su posición
social. Lo que jamás imaginé es que Annie y Patty aprobaran dicha conducta tan
deshonrosa.
-Dios mío, esto es peor de lo que imaginaba. Ya es demasiado
tarde, no hay nada que podamos hacer.
-No diga eso hermana, Grey, estoy segura de que a usted se
le ocurrirá algo, lo que sea para separarlos.
-En estos momentos no puedo pensar en nada Eliza. Creo que
el primer paso será dar aviso a sus familiares, ¿pero qué cuentas
entregaremos?, envían a sus hijos al mejor colegio de Londres y lo que sucede.
No quiero ni imaginarme cómo lo tomará el Duque de Grandchester. Hermana
Margaret encárguese de eso en este precioso momento, se lo imploro.
-Por supuesto, hermana Grey.
-Eliza retírate, ¡y te ruego absoluta discreción respecto a
este bochornoso asunto!, al menos hasta que tomemos una decisión.
-Pero hermana Grey, Annie, Patty, Stear y Archie también
merecen un castigo, por ser cómplices y celestinos de Candy, ¿no cree?
-Sí tienes razón, son un pésimo ejemplo para el resto del
alumnado. Me encargaré ahora mismo de esto. Ahora por favor sal ahora mismo, y
te reitero, ¡absoluta discreción Eliza!
Todo lo relacionado a Terry y Candy debía ser considerado
máximo secreto y quedaba estrictamente prohibido hablar del tema. Pero como con
cualquier secreto, bastó solo un par de horas para que todo el colegio se
enterara, convirtiéndose en el tema de conversación predilecto en los
cuchicheos de jardines y corredores.
Annie, Stear, Archie y Patty fueron llevados a la dirección,
en cuanto pusieron un pie en los
terrenos de la propiedad- Parece que ya lo saben-expresó Annie con temor. Los
chicos trataron de defenderse y explicar que lo que realmente había sucedido es
que Terry y Candy se habían casado, pero sus explicaciones no tuvieron cabida
entre los intermitentes gritos de la madre superiora-¡Éste comportamiento es
simplemente reprobable!, ¡¿Cómo es que consintieron, y peor aún, fueron
participes de dicho suceso tan bochornoso?!, ¡Cierra la boca Archiebald! El
estado en que te encuentras es francamente deplorable, y tú también Allastor-
Al final, los cuatro fueron enviados a sus respectivas habitaciones, a pesar de que originalmente los hermanos
Corndwall pasarían las vacaciones en la casa Andrew, quedando confinados y aislados el resto del
verano. Pero Stear y Archie pensaban que el encierro no era tan malo, comparado
con soportar la cantaleta de la tía Abuela Elroy.
Mientras sus amigos
eran castigados Candy apenas comenzaba a despertar a su nueva vida. No quería,
se sentía muy cansada. Al principio solo abrió un parpado y una luz cegadora
hizo que lo cerrara en seguida, a juzgar por esos intensos rayos de sol que se
colaban por las cortinas el día ya estaba bastante avanzado, sin importarle la
hora del día se volvió a acurrucar entre las suaves sábanas de algodón pero el
contacto franco con la tersa tela la hizo percatarse de que estaba desnuda. Ese
hecho la asustó y esta vez un poco más despierta, decidió explorar el sitio
donde se encontraba. Por un instante pensó que se hallaba en la habitación que
ocupara en la mansión Andrew en Lakewood, pero ésta habitación era mucho más
grande, más lujosa. Las paredes estaban adornadas por hermosas pinturas y
varias de ellas contenían el retrato de personas que no lograba reconocer,
aunque todos los personajes de las pinturas presentaban rasgos físicos que le
parecían familiares. En un pequeño buró junto a la cama había un narciso
acompañado de una nota.
“Le aguardan muchas sorpresas el día de hoy, Señora Grandchester.
Arréglate, te espero en el comedor.
Terry”
-No fue un sueño- Candy abrazaba contra su pecho la flor y
la nota de Terry- ¡No fue un sueño!- se botó sobre la cama riendo y pataleando
como una chiquilla. Al cabo de un momento reflexionó en el hecho de que ya no
era una chiquilla, era, como bien Terry decía, “La Señora Grandchester” y
prometió comportarse como tal. Con mucha rapidez se vistió con la ropa de
dormir que había al lado de la cama desesperada por ir a encontrarse con Terry,
pero antes de salir divisó que en la puerta del enorme ropero un bello vestido
color verde agua y unas cintas para el cabello sobre el tocador que hacían
juego con el vestido. Probablemente esa era la primera sorpresa del día,
hermoso detalle considerando que Candy no llevó consigo su equipaje al escapar
del colegio y había perdido las esperanzas de recuperarlo.
Entró al cuarto de baño y se sorprendió por las dimensiones.
Era enorme. Tan amplio como la habitación donde dormían todos los chicos del
hogar de Pony. Poseía la tina de baño más grande que ella hubiera visto nunca,
colocada justo en frente de un enorme espejo que abarcaba toda la pared; y ésta
se encontraba llena hasta su capacidad total repleta de tibias burbujas. Candy
comenzó a jugar con la espuma lanzándola al techo y dando vueltas con los
brazos extendidos al aire hasta que descubrió que había alguien más en la habitación
esperándola.
-¡Terry! Me asustaste.
-Buenos días. –Sonrió - Pensé que nunca ibas a despertar. ¿Sabías
que roncas demasiado fuerte? – Terry estaba sentado en un reposé ubicado justo
detrás de la puerta, motivo por el cual Candy no se percató de su presencia.
Tenía un pie colocado sobre el fino tapiz del mueble, descansaba el brazo
encima de su rodilla y esbozaba una sonrisa traviesa que hizo suponer a Candy
que lo dicho anteriormente había sido solo por molestarla.
-Pensaba alcanzarte en un momento en el comedor como decía
tu nota, pero antes quería darme un baño.
-Hazlo- la sonrisa de Terry había desaparecido, remplazada
por un mirada, serena, pero calculadora. Candy en cambio, no hallaba la
serenidad, era toda nervios y algo más, que no podía identificar.
-Tengo que desvestirme para bañarme –dijo con apenas un
susurro.
-Lo sé.
-Pero no puedo hacerlo si me estás mirando.
-Me gusta mirarte. Siempre me ha gustado- comenzó a caminar
hacia ella. A Candy los vellos de sus brazos se le erizaron y sus poros se
elevaron como pequeñas montañas en la cordillera de su piel. Terry ya estaba
frente a ella, tomó un mechón de su rubia cabellera y comenzó a enredarlo
alrededor de su dedo- Esa vez en el festival de mayo, cuando descubrí tu
escondite donde te convertiste en Julieta me preguntaste si te había visto. Yo
te respondí “Te vi, pero no te miré”; no era cierto, Candy. Te miré, te miré
mucho, cada detalle, cómo el delgado camisón enmarcaba tu cuerpo. Y siéndote
honesto, no sé cómo pude contenerme de bajar y tomarte en ese mismo instante,
tal vez porque era una postal demasiado hermosa para echarla a perder, pero
desde entonces, esa visión aparecía siempre en mis sueños, intrigándome e
incitándome a querer descubrir el resto de ti. Aunque no dejaba de sentirme
como un mirón, casi como un ladrón, por aquel primer avistamiento furtivo. Pero ahora Candy, ahora eres mi mujer, mi
esposa. Es mi derecho de esposo poderte contemplar las veces que yo quiera y es
un derecho que pienso reclamar con mucha frecuencia. Desnúdate.
Candy solo pudo exclamar un débil gemido ahogado como única
protesta, que fue de inmediato silenciado por Terry colocando un dedo sobre sus
labios. Las mejillas de Candy parecían dos lumbreras encendidas y sentía su
corazón latiendo deprisa, pero no lo sentía solo en su pecho, palpitaba en todo
su cuerpo, desde sus dedos hasta la punta de los cabellos, acompañado de una
potente sensación de hormigueo que en circunstancias normales la habrían hecho
sentirse enferma, pero en ese momento la hacían sentirse viva, plena. Terry
seguía mirándola, y ella nunca podía negarse a esa mirada, así que obediente
comenzó a desnudarse porque ella también lo deseaba, con una lentitud desesperante,
que parecía deleitar, pero al mismo tiempo, torturaba a Terry. Cuando después
de lo que parecieron siglos estuvo finalmente despojaba de toda prenda, Terry
no pudo más y la tomó con fuerza entre sus brazos dándole un beso salvaje,
desesperado, lleno de pasión. Al sentir su cuerpo tan cerca del suyo, Candy se
percató de que él también se encontraba listo para amar.
La condujo despacio a la bañera y despojándose él mismo de
sus ropas, se sumergieron juntos dentro de la tibia y burbujeante agua. Mitad
juego, mitad baño, Terry frotaba delicadamente el cuerpo desnudo de Candy con
la esponja; pero a veces la esponja
desaparecía y entonces él optaba por utilizar sus manos, o inclusive su boca
para continuar con la deliciosa tarea. Inevitablemente terminaron amándose. Los
únicos ruidos además del chapoteo del agua eran sus gemidos de placer que Candy
intentaba ahogar mordiendo los hombros de Terry. En medio de todo ese romance,
y aún contra su moral y buenas costumbres, su mirada terminó clavándose en la
imagen de sus cuerpos reflejadas en el enorme espejo de la pared. Se veía pero
le era difícil aceptar que se trataba de ella. Poseía una sensualidad
desconocida para sí misma, aprisionaba a Terry pasando sus piernas alrededor de
la cintura de él, arqueando la espalda, juntando su vientre plano contra el
suyo hasta que la distancia entre ambos desaparecía por completo, meciéndose
con movimientos que ella no estaba segura de controlar, movimientos
instintivos, dulces pero salvajes. Y al
observarse en el espejo pudo darse cuenta de que lucía…poderosa.
Terry en cambio se veía frágil, vulnerable, franco. Sin las
máscaras habituales de soberbia y rebeldía con las que se defendía de todos los
demás. Era el Terry de verdad, y solo ella lo conocía. A veces parecía a punto
de desfallecer, echaba su cabeza hacia atrás apoyándola en la orilla de la
bañera cerrando los ojos consiente de que si continuaba a ese ritmo no podría
resistir mucho tiempo más. Pero de repente, un espasmo involuntario lo sacudía
y al abrir los ojos; reaccionaba como si la estuviera viendo por primera vez,
completamente fascinado, embelesado. Y volvía a embestir. A internarse más
profundo dentro del cuerpo de Candy, a morder su vientre, a besar sus pechos, a
disfrutarla entera. Candy estaba hipnotizada viendo todas esas imágenes en el
espejo. Porque eran imágenes muy bellas, tan distintas a las charlas
socialmente inaceptables escuchadas por casualidad, cuando algunas chicas del
colegio decían que hacer eso era algo horrible, asqueroso y que ninguna chica
decente podría disfrutar algo tan espantoso. ¡Qué equivocadas estaban! O tal
vez fuera que ella en realidad no fuera una chica decente, porque lo
disfrutaba, lo disfrutaba mucho. Pero ella era su esposa, y había decidido
amarlo como tal, con plenitud, sin complejos ni arrepentimientos. Y aquello era
algo hermoso, no era solo el reflejo de dos cuerpos, había algo más ahí,
flotando en el aire, en medio y alrededor de los dos, una presencia que los
hacía compenetrarse, fundirse en un mismo ser, y entendió que al amarse, ellos
se convertían en la representación física del amor.
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Annie y Patty se las arreglaron para, de manera
furtiva, hacerle llegar una carta a
Candy relatando lo sucedido y pidiéndole que no se preocupara por ellos, que solo
debía estar concentrada en disfrutar su reciente matrimonio. Y así lo hacía.
Cada mañana despertar y descubrirse abrazada a Terry, le
arrancaba la primera sonrisa del día. Aunque seguía sintiéndose un poco fuera
de lugar en el castillo, todos en el castillo se mostraban amables con ella, y
Marc se divertía de lo lindo al ver el rostro ruborizado de Candy cada vez que
la llamaba Señora Grandchester. Solo una conversación con la madre del chico
turbó un poco su tranquilidad:
-Señora, sé que es mucho atrevimiento de mi parte, que yo no
soy nadie para meterme en cosas que no me corresponde, pero al ser usted una
jovencita dulce e inocente, temo que pueda estar ignorando muchas cosas
respecto del matrimonio y es solo por eso que me gustaría hacerle una pregunta,
si no le incomoda.
-Lo único que podría incomodarme es que me siga llamando señora,
por favor llámeme solamente Candy.
-Como usted lo prefiera. Candy, el propósito del matrimonio
es formar una familia, ¿lo entiendes? –al ver su rostro petrificado, la señora
Kersh continuó - tener hijos.
-¿Hijos?
-Ya me lo imaginaba, esa posibilidad ni siquiera había
cruzado por su mente. Sí, hijos, y aunque los hijos son la bendición más grande
de Dios nuestro señor, existen ciertas medidas que una mujer puede seguir, para
tratar de demorar un poco la llegada de los hijos, y en un matrimonio tan joven,
como lo es el de ustedes, lo más aconsejable sería que esperaran un poco. Por
supuesto este tipo de conversación no es adecuada para una señorita recatada, y
me atrevo a suponer que usted no tiene conocimiento alguno sobre el tema.
-Yo….yo no quiero tener hijos. Quiero decir, no ahora, ni
Terry ni yo queremos así que…
-Candy, -la tomó por los hombros- la posibilidad de quedar
embarazada está presente desde la primera noche que se comparte el lecho con el
ser amado. Deberías tenerlo en cuenta, platícalo con Terry, y así lo decides,
cualquier pregunta que tengas, yo estoy más que dispuesta a ayudarte.
-Lo sé señora Kersh, y se lo agradezco mucho.
Después de desayunar, Terry dedicaba gran parte de la mañana
en mostrar a Candy los lugares que disfrutó cuando era niño, en los pocos
veranos pasados en Escocia en compañía de su padre, los prados, el pueblo, el
lago. Deteniéndose detrás de cada árbol, de cada esquina, en cualquier lugar
alejado de la gente, para demostrarse su amor con un beso o una caricia.
Pasado el mediodía, regresaban al castillo, y después de la
comida, despedían a Marc, a la señora Kersh y a l viejo jardinero, para poder disfrutarse
completamente a solas. Las tardes se tornaban cada vez más frías y lluviosas;
ambos se sentaban frente a la chimenea encendida y Terry leía en voz alta sus
obras de teatro favoritas, las obras de William Shakespeare
“ROMEO
Si
con mi mano indigna he profanado
tu
santa efigie, sólo peco en eso:
mi
boca, peregrino avergonzado,
suavizará
el contacto con un beso.
JULIETA
Buen
peregrino, no reproches tanto
a
tu mano un fervor tan verdadero:
si
juntan manos peregrino y santo,
palma
con palma es beso de palmero.
ROMEO
¿Ni santos ni palmeros tienen boca?
JULIETA
Sí, peregrino: para la oración.
ROMEO
Entonces, santa, mi oración te invoca:
suplico un beso por mi salvación.
JULIETA
Los santos están quietos cuando acceden.
ROMEO
Pues, quieta, y tomaré lo que conceden .
[La besa.]
Mi pecado en tu boca se ha purgado.
JULIETA
Pecado que en mi boca quedaría.
ROMEO
Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado?
¡Devuélvemelo!
JULIETA
Besas
con maestría.”
-Tú eres mi Julieta, mi eterna Julieta
A Candy le fascinaba escuchar esas obras maestras en la
voz varonil pero melodiosa de Terry. Él no podía evitar apasionarse al leerlas,
y era capaz de interpretar y transmitir las emociones de los personajes. En las
frases más profundas y románticas de las obras, se detenía para plantar un
dulce beso en los labios de Candy. Aunque a ella le encantaba escuchar esas
lecturas, la obra que menos le gustaba era Otelo.
OTELO
¿Has
rezado esta noche, Desdémona?
DESDÉMONA
Sí,
mi señor.
OTELO
Si
te queda algún pecado
que
no haya alcanzado la gracia del cielo,
ruega
su perdón.
DESDÉMONA
¡Dios
santo! ¿Qué quieres decir con eso?
OTELO
Vamos,
reza y no tardes. Mientras, me retiraré.
No
quiero matar tu alma si no está
preparada.
¡No lo quiera Dios! No voy a matarla
……..
DESDÉMONA
Matar
por amor es dar muerte cruel.
¡Ah!
¿Por qué te muerdes el labio?
Alguna
violencia conmueve tu cuerpo.
Son presagios. Sin embargo, espero,
espero que no irán contra mí.
……..
OTELO
¡Muere,
zorra!
DESDÉMONA
¡Mátame
mañana! ¡Esta noche no!
OTELO
Como te resistas...
DESDÉMONA
¡Sólo media hora!
OTELO
Empezar es acabar.
DESDÉMONA
¡Que rece una oración!
OTELO
Demasiado
tarde.
[La
ahoga.]
-¡Pero qué horror! ¿Cómo pudo hacerle eso a su esposa, si
ella lo adoraba?
-“Cuidado con los
celos. Son un monstruo de ojos verdes que se burla del pan que le alimenta”.
Otelo simplemente se volvió loco de celos al imaginar la traición de su esposa.
-¡Que deschavetado!
-JAJAJAJA. Había escuchado referirse a Otelo de muchas
formas, pero jamás así. Yo por el contrario, lo comprendo.
-¿Estás de acuerdo con lo que hizo?
-No dije que estuviera de acuerdo, solo digo que lo
entiendo. Yo también me volvería loco si algún día tus ojos se fijaran en
alguien más. Jamás te haría daño, preferiría matarme al ya no ser más digno de
tu amor.
-Pero yo jamás amaría a otra persona, siempre seré tuya,
solo tuya.
-Demuéstramelo.
-Vamos a la habitación y te lo demuestro- dijo Candy con
las mejillas encendidas y una sonrisa traviesa en sus labios.
-Imposible, no puedo esperar más, tendrás que
demostrármelo aquí mismo.
¿Han notado alguna vez la cruel relación existente entre
la felicidad y el tiempo? Entre más feliz se es, el tiempo transcurre a mayor
velocidad. Sin darse cuenta, poco más de tres semanas habían pasado volando y
el último día del verano llegó.
Candy estaba un poco triste esa mañana, al despuntar el
alba el siguiente día, los alumnos del colegio San Pablo partirían de regreso a
Londres para empezar un nuevo año escolar, lo que significaba que Stear,
Archie, Annie y Patty se irían y ella no podría despedirse. Terry estaba
decidido a levantar el ánimo de Candy y ese día prolongó su paseo más de lo
habitual. Probaron quesos, golosinas, disfrutaron de los espectáculos
callejeros. Terry procuraba cumplir hasta el más mínimo capricho de su amada.
Candy era una chica sencilla, y encontraba felicidad lo detalles más
insignificantes. Al final terminaron contemplando el lago desde la colina donde
se habían amado la primera vez, abrazados el uno al otro. Terry posó la mano sobre
su espalda y hábilmente comenzó a deshacer el nudo del lazo que cerraba el
vestido de Candy.
-¡Terry!- al darse cuenta ella reaccionó alejándole la
mano con un leve golpecito como el que se le da a un niño sorprendido en plena
travesura.
-¿Qué?- Terry reía fascinado
-¡Compórtate! Aquí no, alguien puede vernos.
-Eso no te importo mucho la última vez- la sangre subió de
inmediato al rostro de Candy, y ella se cubrió la boca con ambas manos, aunque
no sabía si ahogaba un grito o una carcajada.
-Ven acá- la abrazó por la espalda- Te amo, ¿te lo había
dicho hoy?
-Me parece que no.
-Pues te amo, nunca lo olvides. Si algún día no te lo
digo, o hago algo mal, por favor, nunca lo vayas a olvidar.
-Yo también te amo- giró para quedar frente a frente con él-
con todo mí ser. Siempre- y lo besó con infinita ternura.
Por segunda ocasión, a Candy no le importo el hecho que
alguien los pudiera ver.
Regresaron al castillo justo cuando la noche comenzaba a
caer. Pero les sorprendió lo que descubrieron en la puerta.
-¡Mira Candy!, un carruaje, y hay luz en la estancia. Tal
vez los chicos lograron escaparse y vinieron a despedirse de ti. Cuando rompes
las reglas la primera vez, encuentras cierta emoción en repetirlo.
-¡Vamos! Terry, por favor vamos.
Corrieron por la casa con los rostros radiantes por la
posibilidad de ver de nuevo a sus amigos. Pero no los encontraron. Un solo
hombre estaba parado frente a la chimenea. Terry quedó petrificado en la puerta
al reconocer, aun de espaldas, aquella masculina silueta.
-Hola, Terrence.
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