Esperanza - Capítulo 14
-Con Neal – la voz de Candy no
era audible entre tal cantidad de sollozos.
-¿Qué? – Terry no lo podía creer,
o mejor dicho, no quería hacerlo.
-¡Con Neal! – era posible
apreciar, en un sentido físico, como la cólera se apoderaba del cuerpo de
Terry. Sus nudillos cada vez estaban más pálidos, su mandíbula cada vez más
rígida, cada uno de los poros de su piel destilaba una furia casi animal, el
color rojo escarlata inundaba su bello rostro, y su mirada que despedía fuego –
se apareció en los terrenos del castillo, y me dijo que todo estas cosas que
habían pasado fueron orquestadas por Eliza. Ella envió a Samantha y…
-¡Por supuesto que fueron
orquestadas por Eliza! ¡CON AYUDA DE NEAL COMO SIEMPRE HA SIDO! –Más de una
docena de finas y diminutas figuras de cristal, tesoro invaluable acumulado a
lo largo de generaciones Grandchester, que lucían con orgullo encima de la
chimenea, salieron volando por los aires debido al violento golpe con el que
Terry había acompañado aquellas palabras. Las figuras se hicieron mil añicos a
los pies de Candy. - ¿Acaso eres tonta para no darte cuenta? ¡Neal te distrajo
el tiempo suficiente para que Eliza pudiera secuestrar a Julieta! ¡Y tú! – Le
dolía tanto el alma decir esas palabras - ¡TÚ PRACTICAMENTE LE ENTREGASTE MI
HIJA A ESOS MALNACIDOS!
-¡Terry basta! – Gritó Eleonor -
¿No ves que Candy está sufriendo igual que tú? Tus ofensas y reclamos no sirven
de nada en estos momentos. Esto no es su culpa.
-Sí lo es. ¡Ella fue quien insistió
para que Samantha se quedara en esta casa, ella fue la que dudó de mí todo este
tiempo, ella fue la que insistía en hablar con Neal! Y ahora mi hija no está,
-las lágrimas escurrían por su rostro pero al parecer Terry no se daba cuenta,
y de hacerlo, poco le importaba – no está… y me vuelvo loco de imaginar qué
planes tendrán esos malditos para con ella. Pero escúchame una cosa Candy, si…-
su voz temblaba- si no vuelvo a ver a mi hija… tampoco quiero volver a verte a
ti, ¡NUNCA!
-Terry esto no nos lleva a nada –
Archie lo tomó por los hombros tratando de transmitirle su apoyo y comprensión
paternal– he reunido a todo el personal de la casa, deja de lado esta discusión
y mejor hagamos algo más productivo, salgamos a buscar a Julieta.
-Vamos al puerto – se limpió las
lágrimas de los ojos tan fuerte que parecía querer arrancarse los ojos en aquel
gesto – cerquemos todo el pueblo, debemos evitar que los Leagan logren salir de
aquí.
-¡Iré con ustedes! – gritó Candy.
-¡NO!- Encontrarse de tajo con la
mano extendida de Terry casi la hace perder el equilibrio - ¡Tú te quedas aquí, ya has hecho suficiente
daño!
Todos los empleados del castillo,
liderados por Terry y Archie partieron de inmediato en busca de Julieta. Lo
principal, según había expresado Terry, era cerrar las posibles vías de escape
de la, o los secuestradores. Contrario a lo que opinaban las autoridades del
pueblo, Terry dudaba que se pidiera un rescate económico por regresar a Julieta
con su familia, aquello no se trataba de dinero, era una venganza personal,
siempre lo había sido.
El castillo estaba sumido en un
silencio sepulcral, el único ruido que rompía aquella terrible atmósfera era el
débil llanto de la pequeña Patty, a quien la medicina que el médico le había
recetado para curar su resfriado le parecía nauseabunda y bastante molesta.
Pero el llanto de la pequeña laceraba el corazón de Candy cada vez más profundo
conforme los sollozos subían de intensidad. No podía dejar de pensar en su
hija, perdida o en manos de personas sin escrúpulos, sola, con frío, con
hambre, llorando, sin poder consolarla como Annie hacía con su hija en esos
momentos. Las fuerzas de sus piernas la abandonaron y sin oponer la más mínima
resistencia cayó al suelo mientras dejaba escapar lágrimas corrosivas que le quemaban
la piel.
- Candy tranquila. – Su suegra se
apresuró a consolarla – Todo saldrá bien, hay que tener fe. Verás que más
rápido de lo que imaginas Julieta estará de vuelta aquí, haciendo travesuras
por todos los corredores del castillo. – Pero Eleonor también lloraba, lo que a
Candy le hizo pensar que su suegra no confiaba en sus propias palabras tanto
como quería hacerla suponer. – Pero sobre todo, no hagas caso de las cosas
horribles que dijo mi hijo, entiéndelo, Terry está enojado, aterrado, pero esto
no es tu culpa, no es culpa de nadie.
-Sí lo es Eleonor, y Terry tiene
toda la razón. ¡Todo es culpa mía! Yo nunca debí…- el llanto no la dejó
continuar - No puedo quedarme aquí cruzada de brazos sin saber dónde está mi
hija o me volveré loca. Iré a buscarla.
-Te acompaño.
-No, Eleonor te lo suplico,
quédate aquí. Permanece al tanto de cualquier noticia, y si Terry aparece dile,
dile que no se preocupe. Si no vuelvo con Julieta, puede estar seguro de que no
regresaré jamás.
-Candy…
-No Annie, ni siquiera lo
pienses. Tú debes quedarte aquí, cuidar de tu hija…- prefirió marcharse antes
de que de nueva cuenta el llanto terminara enmudeciéndola por completo. Al
bajar las escaleras del castillo sintió una suave mano cerrarse en torno a la
suya.
-Alex. Hijo, creí, creía que
habías ido con tu padre. – A Candy le avergonzaba aceptar el hecho que desde
que había puesto un pie de vuelta en el castillo no había preguntado por el
paradero de su hijo mayor, pero es que la noticia de la desaparición de Julieta
la tenía completamente trastornada. Seguramente Alex había presenciado toda la
horrible sarta de reclamos que Terry le hiciera, tal vez él también la culpaba,
pero, a pesar de todo, había decidido quedarse.
-Papá está bien, al menos el
coraje lo mantiene funcionando. Pero tú me necesitas, y yo no te dejaré sola,
mamá.
-No sé por dónde comenzar –
expresó Candy temerosa contemplando la oscuridad de la noche que descendía con
celeridad sobre ellos.
-Comencemos por lo más cerca, ¿te
parece? Tal vez esto no es nada, tal vez July solo esté jugando a esconderse
atacada de risa. Así que comencemos por el castillo y sus alrededores. Papá
dijo que cercarían el pueblo, así que si nosotros empezamos del castillo hacia
las afueras, en algún momento todos nos encontraremos, ¿no crees?
Candy agradecía que la mente
aguda y lógica de su hijo siguiera funcionando con tal claridad brindándole un
sentido práctico a aquella pesadilla; y cuando las palabras se niegan a salir
de tu boca, un fuerte abrazo puede transmitir toda la gratitud que tu corazón
de madre alberga.
Había transcurrido poco más de
una hora, pero Candy sentía como si hubiese pasado una eternidad, y aunque Alex
continuaba optimista, a ella el miedo y la desesperación la estaban consumiendo
por dentro. Barrieron cada rincón del castillo, los patios, bodegas y
almacenes. Ni rastro de Julieta, nada que pudiera darles la menor esperanza.
-El bosque.
-Tal vez, pero deberíamos
regresar por linternas y equipo para entrar.
-No, mamá, ¡mira! Hay una persona
parada en la entrada del bosque.
-Samantha. ¡Samantha! – Por un
momento Candy temió que Samantha huyera en cuanto se percatara de que ella
corría a su encuentro. Pero la mujer continuaba inmóvil, pétrea. Como si… como
si los hubiera estado esperando.
-La vi – dijo apenas Candy estuvo
lo suficiente cerca- vi a Julieta. Una mujer se la llevó y la metió a esa casa.
-¿Qué casa? – pero antes de que
pudiera contestar Alex había entendido perfectamente a que casa se referían y emprendido
la veloz carrera con dirección a la vieja, y según los habitantes, maldita.
Casa Lancaster.
-¡Alex, Alex! – Alex era
demasiado veloz para ella, y ni sus gritos desesperados lograban hacer que su
hijo detuviera su frenética carrera. No podían, no debían entrar así, ni
siquiera estaban seguros de que Julieta realmente se encontrara en esa casa, se
trataba solo de la palabra de Samantha,
y Samantha los perseguía. Caminaba
a paso veloz muy cerca de ellos. Aquello no estaba bien, debía de regresar buscar
a Terry. ¿Buscarlo hasta el puerto? ¿Y perder lo que tal vez era la única
oportunidad de volver a ver a Julieta? Era algo que Terry nunca le perdonaría,
pero todo eso no dejaba de asustarla, sentía como si estuviera corriendo
directamente a una trampa, una terrible trampa en la que Alex batallaba por
entrar.
Alex corrió el enorme bloque de
madera que tapaba la ventana e ingresó en la casa sin detenerse un instante a
recapacitar o siquiera sopesar el peligro de tan audaz enmienda. Sus anteriores
excursiones a la antigua casona le proveían una ventaja considerable comparado
con su madre, para lograr ubicarse dentro de aquel caótico lugar. Cuando Candy
logró entrar a la casa ya no pudo verlo, solo escuchó las fuertes pisadas de
Alex subiendo lo que ella supuso era una escalera.
Aquel lugar era escalofriante.
Capas y capas de mugre y suciedad se acumulaban sobre el piso formando una
especie de alfombra viscosa que emitía sonidos guturales en cada paso que
dabas. El hedor era insoportable. Por las paredes crecían enredaderas y toda
clase de hongos, animales serpenteaban entre ellas. En las esquinas colgaban
viejas pinturas de retratos, seguramente miembros de la antigua familia
Lancaster, pero todos estaban carcomidos por la humedad, provocando que los protagonistas
de lo que otrora fueran hermosas pinturas lucieran como calaveras diabólicas en
estado de putrefacción.
Ya no escuchaba nada. Ni pasos,
ni un grito de júbilo, o de terror que le indicara que Alex había encontrado a
su hermana y la situación en la que ella se encontraba, de nuevo ese silencio
sepulcral que tanto la asustaba. Siguiendo el camino que Alex había tomado, Candy
optó por subir las escaleras, si aún se le podía llamar así a aquel conjunto
amontonado de piedras y madera que se desmoronaban bajo los pies. Una luz
mortecina iluminaba escasamente la habitación del piso superior. Faltaba un par
de escalones para llegar a la habitación a la que conducían aquellas escaleras,
cuando vislumbró a Alex; estaba de pie, inmóvil a escasos metros del marco de
la puerta; su postura reflejaba la máxima tensión. Piernas separadas, puños
cerrados, y aunque solo podía verlo de espaldas, se notaba su respiración
agitada y un aura de furia y frustración lo rodeaba.
En la esquina derecha, otro niño.
Más pequeño, y definitivamente mucho más asustado. Se encontraba sentado en
aquel asqueroso piso, abrazaba sus piernas tratando de protegerse de la
oscuridad y el frío presente en aquel horrible cuarto. ¿Mathew? Imposible
identificarlo, no cuando mantenía el rostro hundido entre sus piernas. Candy decidió
terminar de subir aquel par de escalones que le faltaban para tratar de
comprender el extraño comportamiento de los dos jovencitos y fue entonces
cuando la vio.
Una mujer se hallaba en medio de
la habitación, tarareando una extraña canción de cuna. Estaba de rodillas y por
eso fue que en un principio el cuerpo de Alex la mantuvo oculta de la visión de
Candy, en el suelo, un moisés, que la mujer mecía con su mano izquierda al
compás de la tétrica canción. Dentro del mueble, Julieta dormía.
-Señorita, - Candy deseó que su
voz sonara un poco más segura, pero desde que entró a aquella horrenda casa el
terror no había hecho más que aumentar – señorita, gracias por encontrar a mi
hija- aquel agradecimiento sonaba poco más que estúpido, pero era lo único que
se le ocurría en semejante circunstancias – ahora por favor, devuélvamela –
comenzó a avanzar hacia ella-le prometo que – pero al observar que con la mano
derecha la mujer sostenía un revolver que apuntaba directamente al pecho de
Alex, ella también se detuvo.
-¿Ya ni siquiera te detienes a
observar el rostro de la servidumbre de tu casa, Candy? Cómo han cambiado las
cosas.
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