Esperanza - Capítulo 15
-Eliza…. ¿Qué haces aquí?
-Arreglando asuntos pendientes. -
Julieta comenzó a retorcerse en su Moisés, parecía que sus sueños aquella
noche, no eran muy agradables. – Shhhh- trató de tranquilizarla Eliza -, calma,
dulce Julieta. La tía Lizzy te cuidará. –El brillo que despedía el revolver con
el que Eliza acariciaba la mejilla de Julieta heló el corazón de Candy.
-¡Eliza aléjate de mi hija!
-Me parece que no estás en
posición de exigirme nada Candy. Además, Julieta y yo nos hemos vuelto buenas
amigas. Le encantó mi regalo.
-Ese horrible muñeco. Tú se lo
diste. ¿Pero cómo fuiste capaz de entrar en…?
-Llevo semanas trabajando en tu
casa como una asquerosa sirvienta. –Contestó Eliza - ¡Pero claro, la
distinguida Duquesa Grandchester jamás se rebajaría a intimar con la
servidumbre de su ostentoso castillo! Por eso nunca te diste cuenta de mi
presencia ahí, aunque tuve a bien mantenerme fuera de tu campo de visión todo
el tiempo. Te confieso que no estaba segura de poder lograrlo, rebajarme de esa
manera a cumplir los caprichos y excentricidades de una asquerosa huérfana que
sobrevivió su infancia alimentándose de las sobras que caían de mi mesa me
parecía inaudito y deplorable, pero bueno, bien dicen que el fin justifica los
medios y la última fase de mi plan no sería frenada por mis propios prejuicios
elitistas. Necesitaba conocer el interior de tu casa, los hábitos y costumbres
tuyos y de toda tu familia, confirmar con mis propios ojos lo que ese avaro
investigador me había informado, presenciar las peleas que tenías con tu
temperamental esposo también me proveyeron una gran ventaja en todo esto. Pero
sobre todo, necesitaba ganarme la confianza de tus hijos.
- ¿Tú fuiste quién le dijo toda
esa sarta de atrocidades a mi hijo?
-Le dije solo la verdad, - aunque
aquellas palabras iban dirigidas a Candy, la mirada de Eliza permanecía clavada
en el rostro crispado de Alex- la clase
de asquerosos libertinos que fueron su padre y su madre en su juventud y como
lo obligaron a criarse entre el abandono y carencias de ese asqueroso orfanato cuando
era un bebé y todo porque te estorbaba. Sospecho que él solo escuchó lo que
quiso escuchar o lo que ya imaginaba.
- Fui a buscarte hoy donde
acordamos y no estabas- le reclamó Alex a Eliza.
-¡Por supuesto que no iba a estar
ahí! –Comentó Eliza con una sonrisa de autosatisfacción. -Solo necesitaba
sacarte del castillo, al igual que a tu padre. Niño, es una verdadera lástima
tu bella estampa. ¿De qué sirve que seas tan bien parecido, si heredaste la
brutalidad de tu padre y lo estúpido e ingenuo de tu madre?
- ¡Te prohíbo que hables así de
mis padres!
-Insisto, estúpido como la madre,
no entienden que no están en posición de exigirme o prohibirme nada. Curioso
que ahora los defiendas, nunca me pediste callar cuando te relataba la
degeneración de tu alcohólico padre o como tu madre se revolcaba con William
Andrew a cambio de tu herencia.
- ¡Eso no es más que otra de tus
horribles mentiras! – gritó Alex ante la indignación que le causaban aquellas
terribles palabras.
-Puede ser, pero tú la creíste.
¡No se te ocurra dar un paso Candy! – volvió a apuntar la pistola al pecho de
Alex intuyendo las intenciones de Candy de colocarse frente a su hijo.
-¡Eliza basta! Ya has hecho
demasiado. Enviar a una extraña a desestabilizar mi hogar, -Candy observaba a
Samantha, que en esos momentos, muy despacio y con sumo cuidado, caminaba
pegada a la pared hasta donde se encontraba sentado Mathew para tratar de
consolarlo -todos esos extraños accidentes, fueron suficiente para hacerme sufrir
y entretenerte. Pero secuestrar a mi hija y amenazar a mi hijo… detente por
favor, guarda esa arma y deja ya las malas bromas. Somos adultas Eliza, debemos
parar con esto.
- “Bromas”, ¿en serio crees que
se trata de eso, de “simples bromas”? Sabes, Candy., siempre creí que debía
dedicar mi vida a hacerte miserable, más de lo que ya eras. Y confieso que por
bastante tiempo me divertí haciéndolo. ¡Pero luego tú!- Su expresión era
espantosa, una espeluznante mezcla de rabia y absoluta locura - ¡con tus sucias artimañas te apoderaste de
todo lo que yo quería, de todo lo que me pertenecía! Pero – comenzó a reír pero
su risa sonaba hueca-tienes razón, ya no somos unas niñas, arrojarte agua desde
el balcón de mi casa ya no es divertido y además, ¿de qué me serviría? La
respuesta a mis problemas siempre fue tan obvia: debo matarte –sonreía como si
aquella horrible declaración fuese lo más normal del mundo. -Y a tus hijos
también.
-Eliza por favor, te lo suplico,
recapacita – las lágrimas brotaban a raudales, Candy temblaba de pies a cabeza,
aquellas palabras eran horribles y aunque su mente se negaba a creer tales
atrocidades, algo en su interior le decía que Eliza hablaba muy en serio - Deja
a mis hijos fuera de esto, ellos no tienen la culpa de los problemas que tú y
yo hemos formado en el pasado. Hablemos, ¿quieres? Hablemos como hace mucho
tiempo debimos haberlo hecho, y que pase lo que tenga que pasar. Pero te lo
ruego, a mis hijos no les hagas daño, ellos no tienen nada que ver en esto.
-Te equivocas Candy, ellos tienen
mucho que ver. Si te matara solo a ti, tú hijo todavía seguiría siendo el
heredero de la fortuna Andrew, ¿y eso a mí en qué me beneficiaría? Debe morir,
¿entiendes? para que la herencia de los Andrew finalmente regrese a mi familia
que es donde siempre debió haber permanecido.
- Si lo que quieres es la
herencia, te la daré. –Le suplicó Candy - ¡Te juro por Dios que te la daré! A
ti únicamente y la familia ni siquiera tiene por qué enterarse.
Pero Eliza no la escuchaba.
-Y tu hija- sonrió maliciosamente
con dirección al moisés donde Julieta dormía -es tan dulce y tan bella;
comprendo que Terry esté loco por ella. “La princesa de papá”. ¿Te imaginas
cuánto sufrirá al perderla? El dolor, la desesperación, la rabia de saber que
lo único bueno que había conseguido en su miserable vida se ha ido para
siempre, y todo, por su maldita culpa. Por eso es que a él lo dejaré vivo, para
que el dolor y la tristeza de su pérdida lo carcoman por dentro hasta llevarlo
a la locura y que el simple hecho de respirar le duela tanto que decida acabar
con su propia vida.
Candy lloraba. Lloraba de temor e
impotencia, lloraba porque ella siempre había defendido la idea de que existía
bondad en el corazón de todos los seres humanos, por más malvados que estos
parecieran. Siempre, siempre existiría un vestigio de bondad. Pero el monstruo
que tenía enfrente hablaba de matarla a ella y a sus hijos por dinero y una
absurda venganza. Lloraba de rabia porque alguien se atrevía a atentar contra
la vida de los seres que más amaba.
Y sobre todo lloraba por pensar,
que lo que Eliza decía era muy probable, el destino de Terry sin sus hijos,
sería mucho peor que la misma muerte.
-¡Samantha! Amarra las manos del
niño.
-Señorita Leagan, ¡por favor!
–Samantha ocultaba el rostro de Mathew contra su vientre para protegerlo de tener
que presenciar semejante horror- Cuando usted me contrató, prometí obedecerle
en todo, pero de ninguna manera me convertiré en cómplice de un asesinato,
¡mucho menos del de dos criaturas inocentes!
-¡Tú y tú hijo me deben la vida!
De no haber sido por el dinero que te di, tu bastardo epiléptico habría muerto
un año atrás y tú seguirías exhibiendo tu cuerpo en los bares de mala muerte a
cambio de un par de monedas para calmar tu hambre, el trato fue ese, ustedes
deben obedecerme en todo, ¡en todo!
-No señorita Leagan, no dejaré
que mate a estos niños.
-¿Entonces prefieres ser la
víctima? – Eliza apuntaba a la cara de Samantha- ¿O tal vez tu hijo en lugar
del hijo de Candy? – Mathew comenzó a temblar, aún de espaldas entendía que
Eliza le apuntaba directo en la nuca - Así que tú eliges: tú hijo – movió el
arma con dirección a Alex – o el suyo.
-Perdón – en aquel leve
movimiento de labios que ni siquiera emitía sonido, Candy puedo percibir que el
arrepentimiento de Samantha era sincero. Con debilidad, después de limpiarse
las lágrimas que bajaban por su rostro, ató las manos de Alex, él seguía con la
vista fija en Eliza.
-Eliza, detente.
-Ahórrate tus suplicas, Candy, he
llegado demasiado lejos como para detenerme ahora.
-Te equivocas Eliza, -esa voz - no
has llegado demasiado lejos. Aún estás a tiempo de evitar una tragedia,
hermana.
-Neal, ¿cómo supiste dónde
encontrarme? – Neal lucía nervioso, pero trataba de aparentar serenidad, la
serenidad de la cual carecía totalmente su hermana.
-Encontré todo Eliza, tus planes,
tu investigación. Y me mantuve pendiente de lo que ocurría en la casa de Candy,
sabía que tarde o temprano, tú aparecerías.
-¿Y ahora vienes a salvarla?
-Vengo a salvarte a ti, Eliza, no
cometas esta locura, te lo ruego. Deja ir a Candy y a sus hijos también. Ella
misma acaba de decir que si quieres la herencia, te la dará, ¿no es así Candy?
-Lo que quieras Eliza, juro por
Dios que te daré lo que quieras, pero déjanos ir.
-Parece que no la conoces, Neal.
Si la dejo ir, tramará alguna otra asquerosa jugarreta para perjudicarme y
salirse con la suya… sí se le ocurre abrir la boca frente a las autoridades yo
terminaría en la cárcel.
-No será así hermana, porque no
has cometido ningún delito, todavía. Dame esa pistola, ambos sabemos que tú no
eres una asesina.
-Candy siempre me quitó todo lo
que yo quería. Volteándolos a todos en mi contra. Pero ahora tú, Neal, también
estás de su lado.
-Eliza, por favor. Si cometes
este terrible acto, pasarás el resto de tu vida en la cárcel, y yo no
soportaría estar sin ti.
-Ya lo haces, Neal, ya me
abandonaste, ¡me cambiaste por cuidar a una mujer inútil hasta para procrear!
Te desconozco, y parece que tú también a mí. Dudas de lo que soy capaz. Pero lo
único que ambos sabemos con seguridad, es que tú no me vas a delatar, y sin
testigos, no hay delito que perseguir.
Te concederé un último gesto de
cordialidad de mi parte, Candy. Dicen que lo peor para una madre es ver morir a
sus hijos, así que no lo harás. Te mataré a ti primero.
Y apretó el gatillo.
-¡Eliza noooo!
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