Esperanza - Capítulo 16
Nada. Ni rastro de Julieta o de los
malditos hermanos Leagan. Las horas pasaban y la angustia Terry crecía cada vez
más. Erick y casi todo el del personal del hospital cuya presencia no fuera
indispensable para el cuidado de los enfermos, se unieron de inmediato a la
búsqueda de Julieta. Cuando en el pueblo se enteraron de que la pequeña
Grandchester había sido secuestrada, muchos de los habitantes no dudaron ni un
instante en abandonar la comodidad de sus hogares y ayudar en tanto como les
fuera posible. Muelles, carreteras y cualquier pequeño sendero por el cual los
secuestradores pudiesen escapar del pueblo estaban, fuertemente vigilados con
hombres armados con antorchas y dispuestos a todo, alertas, a la expectativa de
que aparecieran aquellos malditos que se habían atrevido a secuestrar a la
hermosa Julieta.
A Terry la espera lo volvía loco.
Decidió que era mejor regresar al punto de origen. Buscaría en todos los
recovecos del castillo y alrededores y era capaz de incendiar los campos y
jardines con tal de hacer salir a los Leagan de su escondite. Archie le
comentó, en un tono que intentaba ser casual, que debería regresar a casa y
tratar de consolar a Candy, sus palabras habían sido demasiado hirientes,
generadas por el dolor y la desesperación que experimentaba, pero que en ese
momento lo más importante era permanecer juntos, que no se preocupara, él se
quedaría en el pueblo coordinando la búsqueda.
Mientras Terry cabalgaba de
vuelta a castillo, su mente luchaba desesperadamente por tratar de apaciguar la
furia que su corazón albergaba. Pero no dejaba de pensar que todas estas
desgracias que le habían ocurrido a su familia fueron culpa de Candy, que su
inagotable fe y buena voluntad en las personas la volvían excesivamente
confiada otorgando completa libertad a cualquiera que quisiera hacerles daño. Y
ahora Julieta no estaba, le aterraba pensar en la posibilidad de que su pequeña
no regresara jamás. ¿Cómo lograría sobreponerse a eso? ¿Cómo siquiera podría
compartir la misma habitación que Candy sin sentir que…?
El ruido de un disparo cortó el
flujo de sus pensamientos, asustando al caballo que detuvo su galope, se paró en dos patas y por poco logra
derribarlo.
-¡No!- gritó con el corazón a
punto de salírsele por la garganta. El ruido de aquel horrible disparo había
provenido de la misma dirección donde se encontraba el castillo Grandchester.
Jaló con tremenda fuerza las riendas del caballo obligando al pobre animal a
correr al límite de sus fuerzas. Un disparo. ¿De quién? Y lo más importante,
¿contra quién? Palidecía de imaginar que la víctima de ese disparo fuese Candy,
Eleonor, Alex o…
-¡Neal!- Eliza gritaba y se
pasaba la mano por el cabello presa del terror a observar como la mancha roja
que había aparecido en el costado derecho del traje de Neal crecía y comenzaba
a chorrear hasta el piso. Su hermano se había interpuesto en el último instante
en la trayectoria del disparo, recibiendo en el costado derecho de su cuerpo la
bala que Eliza había destinado para Candy. Los ojos de Neal lucían enormes y
desorbitados; la expresión de su rostro era de horror y decepción. Aún con una
bala que lo atravesaba de lado a lado, se resistía a creer que su hermana fuese
capaz de semejantes atrocidades. Colocó
ambas manos sobre los hombros de Eliza, trató de decirle algo, pero las fuerzas
lo abandonaron, puso los ojos en blanco y resbaló lentamente hasta el piso
manchando la ropa de su hermana con la sangre ambos compartían. - Neal, no,
¿por qué lo hiciste? ¿Por qué? ¡Neal, respóndeme! – Eliza lloraba y trataba,
con bruscos movimientos, despertar a su hermano. - ¡Haz algo! – le exigía a
Candy- ¡Tú sabes de estas cosas, así que te ordeno que hagas algo para
salvarlo!
Podía ser su única oportunidad,
la situación de Neal sin duda era delicada y ella había hecho un juramento de
procurar preservar la vida y salud de las personas, pero si de vidas
hablábamos, la de sus hijos seguían corriendo un peligro inminente, en cuanto
Neal estuviese fuera de peligro Eliza continuaría con su misión de matarlos a
todos.
-¡Te ayudaré! – Gritó con ambas
manos en alto – lo juró, lo haré. Debemos girarlo y presionar su herida para
evitar que se desangre. - Aprovechando la distracción y el dolor de Eliza,
Candy logró acercarse a ella y al cuerpo inerte de Neal, pero apenas consideró
que estuvo lo suficientemente cerca, se abalanzó sobre ella para tratar de
quitarle el arma.
Pero a escasos pasos de llegar a
su objetivo, Eliza reconoció sus intenciones y de nueva cuenta se dispuso a
dispararle, disparo que habría parado justo en el rostro de Candy de no ser
porque alcanzó a elevar el brazo de Eliza con dirección al cielo haciendo que
la bala escapara por el agujero que había quedado en el techo cuando las
antiguas tejas se cayeron. La bala se
perdió en la oscuridad de la noche. El violento estruendo de la explosión
despertó a Julieta y comenzó a llorar, sacando a Samantha de su parsimonia.
-¡Llévatela, llévatela al
castillo por piedad! – cierta empatía maternal debió de apoderarse de ella,
haciendo reaccionara a las súplicas a de Candy; tomó a Julieta con el brazo
izquierdo mientras que con el derecho asió la mano de su hijo y llevando a
Mathew casi a rastras logró sacar a ambos niños del lugar.
Eliza continuaba golpeando y
estrujando a Candy en un intento por recuperar el control del arma, pero al
menos Julieta estaba a salvo ahora. A Candy le preocupaba pensar que Alex
seguía en la habitación, era necesario que se marchara, pero cuando trató de
decirle que se fuera sintió la dura culata del arma estrellarse con mucha
fuerza contra su sien izquierda. Su vista comenzó a hacerse borrosa y le
costaba coordinar sus pasos. Tropezó contra algún objetó y terminó en el piso.
Su mano trató de detener su caída, pero resbaló en el charco que había formado
la sangre de Neal. Parpadeaba muy rápido tratando de recuperar la visión, su
cabeza latía y le dolía terriblemente. Apretó la mano contra la sien donde
había recibido el golpe para descubrir que un espeso chorro de sangre brotaba
de ahí.
-¡Alex! – por más que se
esforzaba no lograba ubicarlo dentro de aquella habitación. Se puso de pie tan
rápido como pudo para descubrir que a sus espaldas otro violento suceso se
desarrollaba. Alex rodaba por el piso forcejeando con Eliza, él también había
aprovechado la distracción de Eliza para liberarse del leve amarre que Samantha
le había hecho. Aquel jaloneo de manos
no podía terminar bien, un movimiento brusco, otra bala perdida y… De repente
Alex azotó el brazo derecho de Eliza contra el piso, provocando que ella
abriera la mano y perdiera el control del revolver que salió volando hasta
estrellarse contra la pared. Alex fue más rápido que Eliza, arrastrándose sobre
sus cuatro extremidades logró apoderarse del arma.
-¡Tú!- le gritó a Eliza - ¡Tú te
acercaste a mí con la promesa de ayudarme, de contarme la verdad! Y lo único
que querías era embriagarme y envenenarme contra mis padres, ¿y ahora te
atreves a dispararle a mi mamá? Papá tiene razón, personas como tú no merecen
vivir. – Levantó el arma con ambas manos, aunque no podía hacer que dejaran de
temblar.
- Eres igual estúpido e ingenuo
que tu madre, pero heredaste la ira criminal de tu padre. – Eliza parecía no
darse cuenta del peligro, o no le importaba, su único propósito era causarle el
mayor daño posible a Terry y a Candy, y aún en aquella aparentemente adversa
situación, su mente seguía maquinando la manera más efectiva de herir a sus
adversarios - ¡Vamos, dispara! Sería un desenlace distinto al que había
planeado pero igual de efectivo. Tus padres se morirían de dolor y vergüenza si
su primogénito pasara el resto de sus días pudriéndose en la cárcel. ¡Atrévete
y dispara! Porque si no lo haces, ten por seguro que regresaré y acabaré con
todos y cada uno de los miembros de tu amada familia, ¡hazlo!
Una segunda detonación surcaba
los cielos, al principio Terry creyó que provenían del castillo pero esta vez
no había lugar a dudas, provenían de aquella horrible casona abandonada. Volvió
a apurar al caballo, deseaba tanto que aquel animal pudiese volar, desvió la
trayectoria del castillo hacia la casa Lancaster, sería imposible internarse al
bosque montando a caballo; en el momento exacto en que descendió del exhausto
animal, el llanto inconfundible de su hija lo paralizó. Samantha corría sin
dejar de apurar a Mathew a cada paso de su frenética carrera, en brazos llevaba
a Julieta, quien no dejaba de llorar gritando ¡Mamá, mamá! De una manera que
desgarraba el alma.
La detuvo al creer que fue ella
quien secuestró a su hija y ahora al verse descubierta pensaba huir con la
niña.
-No Terry, no entiendes. –
Samantha lloraba y trataba de liberarse de los brazos de Terry -¡Ella está ahí
y tiene un arma! ¡Piensa matarlos!
-¿Quién? ¿Demonios, dime quién
tiene un arma?
-¡Eliza!- el alma le cayó a los
pies- Candy y Alex están ahí, ¡te juro que yo no sabía que sus planes eran
esos! ¡Tienes que ir por ellos y detener esa locura! ¡Vete ahora, yo llevaré a
la niña de vuelta al castillo!
¿Cómo estar seguro de que lo que
Samantha decía era verdad y no se trataba de otra de sus sucias mentiras? ¿Cómo
confiar en ella y evitar pensar que solo buscaba distraerlo para poder escapar
para siempre con Julieta? Pero aquel par de disparos. Julieta estaba bien,
asustada pero intacta. Por otro lado Candy y Alex podían estar a merced de una
demente que portaba un arma y no tenía reparo en utilizarla. Acarició la frente
de su hija tratando de sonreírle para
tranquilizarla, temiendo que la extraña mueca, remedo de sonrisa que dibujara
en su cara, avivara los temores de la pequeña. Tendría que confiar en Samantha,
por más improbable que aquello sonara, esa mujer era su única opción.
-¡Prométeme! ¡Júrame por la vida
de tu hijo que llevarás a Julieta al castillo!
-¡Te lo juro!
Confiando en el aliado menos
confiable que tenía en esos días marchó corriendo hacia la vieja casona.
-¡No, Alex, no lo hagas! – gritó
Candy al observar con horror que su hijo apuntaba el arma directo al pecho de
Eliza.
-Ya la escuchaste mamá – las
lágrimas de impotencia brotaban a raudales de sus bellos ojos- si no lo hago,
ella regresará a hacerles daño. ¡No me importa lo que yo tenga que pagar! Pero
a July y a ti, no las volverá a amenazar jamás.
-Tú no eres como ella, mi vida.
No permitas que logre su cometido, no permitas que su maldad invada tu corazón.
Tira esa arma, arrójala por la ventana y pongámosle fin a esta horrible
pesadilla.
“No permitas que su maldad invada
tu corazón”, pero si no acababa con ella, Eliza regresaría, de una forma u otra
regresaría. “Tú no eres como ella” las palabras de su madre resonaban en su
cabeza. Sus manos temblaban, y el deseo de ejercer presión en su dedo índice y
apretar ese maldito gatillo parecía tan tentador… y sencillo
Tú no eres como ella… finalmente,
después de lo que pareció una eternidad, Alex decidió que aquella afirmación de
su madre, no podría cambiarla ni la maldad de Eliza y girando su cuerpo para
tomar mayor impulso, arrojó el arma por la ventana.
Pero antes de que pudiera volver
a fijar la vista al interior de la habitación, Eliza había aprovechado aquella
pequeña distracción para sacar el cuchillo que traía escondido en su bota.
Corrió directamente hasta el joven y después de darle una escandalosa bofetada
en pleno rostro donde de inmediato una enorme mancha roja apareció, lo tomó con fuerza por el cabello obligándolo
a levantar el rostro hacia el cuchillo que sostenía en alto con la mano
derecha.
-¡Mocoso imbécil! –Le volvió a
jalar el cabello con más fuerza.- Te sacaré los ojos y se los daré de comer a
tu madre.
Ante tal amenaza Candy olvidó sus
atrofiadas condiciones y se lanzó a golpes contra Eliza- ¡Deja en paz a mi
hijo! – pero su brazo derecho se encontró de lleno con la afilada navaja del
cuchillo que se deslizó sin ningún problema muy adentro de su carne.
Debido al forcejeo Alex cayó al
piso, y Eliza aprovechó para pegarle una fuerte patada en el estómago que lo
dejó sin aliento y retorciéndose sobre el piso de la habitación. Candy trató de
presionar la herida que traía en el brazo con su mano izquierda, pero de
inmediato recibió una nueva puñalada en la cadera derecha, ni siquiera fue
capaz de gritar cuando una nueva ráfaga de dolor la sacudió un poco más abajo a
la altura del muslo, pero esta vez Eliza se aseguró de que la cuchilla penetrara
lo suficiente dentro del muslo de Candy para proceder a girar aquella arma
blanca destruyendo músculos, nervios y venas en el interior de su cuerpo.
El dolor fue demasiado y perdió
la fuerza en la pierna, cuando su cuerpo maltratado tocó el piso, Eliza ya se
encontraba encima de ella.
-¿Cuántas puñaladas debo de darte
para que finalmente mueras? – Candy observaba a Alex que se trataba de
arrastrar para llegar hasta ella en un débil intento de defenderla. Ella solo
le rogaba que huyera de ahí, ya nada ni nadie podía salvarla - Contemos,
¿quieres? Llevamos una, dos, tres – sonreía mientras se deleitaba con la sangre
que escurría del cuerpo de su víctima- ¡Cuatro!
Candy alcanzó a ver el brillo de la navaja descendiendo veloz hacia ella, cerró los ojos y se preparó para lo peor.
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