Esperanza - Capítulo 17
Aquella maldita puerta no cedería
nunca. La humedad que corroía las vetas de la vieja madera y la gruesa capa de
moho que la cubría parecía haberle dado un efecto de blindaje a la puerta
principal de la mansión Lancaster. Terry pateaba con furia y desesperación,
pero la horrenda puerta no se abría. Finalmente logró realizar una pequeña
hendidura en la puerta, pero parecía demasiada pequeña para dejar pasar su
voluminoso cuerpo. Desafiando a la lógica, y a la física, Terry logró
deslizarse por aquella estrecha hendidura, volviendo su camisa jirones y
ganándose unos enormes e insanos rasguños en su torso y espalda.
Adentro: nada. Sus ojos demoraban
más de lo que él deseaba en acostumbrarse a la oscuridad. Ruidos y gritos.
Provenían de arriba, estaba seguro. Reconoció la voz de Candy, o por lo menos
lo que era el sonido de su voz en un grito de terror que le erizó la piel.
Subiendo los escalones de dos en dos logró llegar en escasos segundos al último
peldaño de la escalera que desembocaba directo en la habitación. Había un
hombre tirado en el piso, muy cerca de la puerta, parecía estar pasándola muy
mal, pero a Terry no le importaba quién era o quién dejaría de ser según
pronosticaba su delicada situación.
Y no es que Terry pecara de
insensible o poco empático, bueno en ocasiones sí. Pero lo único que le
preocupaba y ocupaba en aquel momento era impedir que Eliza, quien se
encontraba sentada sobre el cuerpo maltrecho de Candy del cual emanaban gruesos
ríos de sangre, bajara el cuchillo que sostenía en la mano izquierda con la
intención de hundirlo directamente en el pecho de su amada esposa.
Se abalanzó sobre ella y logró
derribarla solo fracciones de segundos antes de que Eliza lograra su cometido.
Ella pareció aturdida, pero solo por un instante, al reconocerlo, fue poseída
por una fuerza demoniaca, sobrehumana, que no correspondía a su peso y talla,
se volvió una imparable locomotora movida por el odio y deseo de venganza que
sentía en contra de Terry.
A Terry le costaba trabajo tratar
de someterla y al mismo tiempo esquivar las puñaladas que Eliza lanzaba en
contra suya sin cesar. Una de aquellas puñaladas terminó dejándole una larga
abertura en la piel del pómulo izquierdo, aunque agradeció haber podido
levantar el rostro justo a tiempo y que la cuchilla del puñal terminara ahí, en
lugar de hundirse en su ojo como era la intención original de Eliza.
Tomó la muñeca de la mano con la
que Eliza sostenía el cuchillo y apretando tan fuerte como pudo comenzó a
retorcerla contra el sucio piso del lugar. El color de la piel de la mano de
Eliza ya había cambiado un tono pálido alarmante, pero ella se negaba a soltar
el puñal. Parecía una clase de perversa tortuga vuelta sobre su caparazón
retorciéndose en el piso tratando de ponerse de pie. Logró levantar la cabeza lo
suficiente para atrapar con una mordida el brazo de Terry. Terry Gritó. De
dolor pero sobre todo de repulsión. Aquellos filosos incisivos desgarraban su
piel, mezclando su sangre con la saliva rabiosa que brotaba de la boca de
Eliza; esa viscosa mezcla bañaba el rostro de la que alguna vez fuese
presentada en sociedad como la “Señorita Leagan”, quien actuaba como una
enajenada.
A pesar de sentirse asqueado al
saber que el animal más ponzoñoso del mundo lo tenía aprisionado con su fétida
boca, Terry no aminoró la fuerza con la que presionaba la mano de Eliza. Ella
cedió, pero se aseguró de arrojar el cuchillo lo suficientemente lejos para que
cuando Terry extendiera el brazo con el afán de recuperarlo, ella pudiera
escapar a rastras. Fue solo una fracción de segundo pero Eliza había logrado su
cometido. No la dejaría escapar. Terry volvió a lanzarse sobre ella pero apenas
y logró sujetar el tobillo izquierdo de la fugitiva, ésta le asestó una patada
en el rostro.
Se puso de pie y comenzó a
correr, esta vez Terry logró sujetarla del pelo con mayor agarre justo cuando
Eliza había llegado al borde de las escaleras. El violento forcejeo subía de
intensidad. Eliza de nueva cuenta había logrado liberarse, pero esta vez el
equilibrio jugó en su contra y cayó de espaldas a las escaleras. Terry trató de
detener la caída, siempre se preguntaría si aquel gesto fue solo por evitar que
escapara o una débil señal de humanidad a favor de aquel ser que no podía
considerarse humano. Pero ni él, ni ninguna otra cosa pudo evitar que el cuerpo
de Eliza rodara escaleras abajo hasta que su cabeza chocara contra el último
escalón. Terry se asomó a verla, teniendo cuidado de no colocar todo el peso de
su cuerpo sobre lo que suponía alguna vez fue un baranda. Eliza no se movía. Bien
podía estar fingiendo y en cuanto él se distrajera volvería a levantarse y lograría
escapar. Pero ya no importaba, lo único que importaba en ese momento era.
-¡Candy! ¡Candy! – Resultaba terrible verla así. Candy
yacía sobre un charco de sangre, era imposible distinguir cuanta es suya y
cuánta proviene del cuerpo de ¿Neal? ¿Aquél sujeto era Neal Leagan? - ¡Candy,
mi amor! ¡Alex! – Su hijo se acercaba a él aún con una mano sobre su estómago.
Se notaba maltrecho, pero al menos en una sola pieza. -¡Alex! – Terry realizó
un leve examen médico pasando sus manos por distintas áreas del cuerpo de su
hijo - ¿Alex estás bien? – El
adolescente solo sacudió la cabeza de arriba abajo tratando de aparentar estar
mejor de lo que aseguraba -¡Corre! ¡Por favor hijo por lo que más quieras
corre! ¡Corre a la casa, pide ayuda! ¡Diles lo que ha pasado y que traigan a
Erick lo más rápido posible!
-Pero mamá…
-Yo estoy con ella, hijo y no la
abandonaré, por favor ve, date prisa.
-Neal.
-Candy – Terry pasaba la vista de
sus manos al cuerpo de ella. Deseaba tanto abrazarla, tomarla entre sus brazos
y sacarla de aquel maldito lugar, pero Candy lucía tan mal que temía que el
menor movimiento pudiese lastimarla o causar algo peor. –No te esfuerces mi
amor, te lo ruego, ya todo está bien, mandé a traer ayuda y…
-Neal- a Candy le costaba
respirar – Eliza… una bala. Pon tu saco en su espalda y presiona su la herida
con fuerza.
-Pero tú…
-¡Hazlo, por favor! Ha perdido
mucha sangre.
-Está bien – Terry obedeció como
un autómata lo que podría ser la última voluntad de Candy, ¡no! Desechó ese
pensamiento de su mente de inmediato, era demasiado fatalista. Seguió las
instrucciones médicas de Candy tal como ella se las había dictado, aunque
sospecha que no servirán de mucho; Neal ya ni siquiera se quejaba, probablemente
para él, ya era demasiado tarde.
-¡Ya está! ¿Qué hago por ti, Candy,
dime?
-Solo quédate conmigo –Candy alargó
la mano hacia él, Terry se la tomó. Y la llevó hasta sus labios. Ambos
temblaban, ella por el intenso dolor, él, por el temor que sentía de perderla-¿Julieta?
– preguntó Candy con un hilillo de voz.
-¡Está bien! No te preocupes mi
amor, Julieta está bien. Está a salvo, en casa, esperando a que vuelvas. Candy…
yo. ¡Perdóname! Mi amor por favor perdóname. – No soportó más y acercó su
cuerpo al de ella. De inmediato comenzó a sentir la sangre caliente de Candy
comenzó a mojar su ropa. Deseaba abrirse las venas, el corazón de ser posible,
si con eso lograba evitar que aquella preciosa sangre continuara brotando de su
cuerpo – Perdóname, fui un imbécil por
decirte todas esas cosas. Pero te quiero ver, Candy, ¡quiero verte siempre! Tus
ojos, tu pelo, tu risa, por favor i amor resiste. No puedes dejarnos Candy, te
lo ruego. No nos dejes mi cielo… ¿Candy? ¡Candyyy!
Pero Candy ya no lo escuchaba,
hacía mucho tiempo que su mente había volado hacia más allá.
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