Esperanza - Capítulo 18
“¡Por favor Candy no lo hagas!
¡Te lo suplico no lo hagas!”
Aquella desesperada súplica
todavía resonaba en su cabeza cuando abrió los ojos. Volvió a cerrarlos de
inmediato apretándolos con tanta fuerza que la piel de su entrecejo le comenzó
a arder. La fotosensibilidad que sufría era insoportable, y aquella luz excesivamente
blanca que inundaba la habitación no ayudaba en nada. Trató de colocarse la
mano sobre sus ojos para amortiguar un poco las molestias que le ocasionaba
dicha iluminación, pero para su desgracia descubrió su mano entumecida y una
manguera colgando de ella, y en la punta, una aguja que se incrustaba directo
en su vena. ¿Acaso estaba en un hospital?
Parecía lógico suponerlo, debido al intenso dolor que sentía recorrer por todo
su cuerpo, pero por más que se esforzaba, no podía recordar la razón.
“Intentémoslo de nuevo”, se animó
a sí misma, pero esta vez tuvo a bien hacerlo con mucho más cuidado. Sus ojos
eran apenas una rejilla por la que se colaba la luz, y aunque seguía
lastimando, después de unos segundos aquel brillo intenso se fue haciendo más tolerable. Con lentitud, como el telón de una obra cuya
temática no es apta para todo el público, sus ojos se abrieron por completo.
Cortinas blancas, muebles de acero, medicinas y demás enseres médicos sobre lo
que pretendía ser una mesa de noche. Definitivamente se trataba de un hospital.
En la esquina de aquel estéril cuarto, se hallaba un hombre sentado, en una
incómoda silla de madera, con los codos
colocados sobre sus rodillas abiertas, ambas manos dentro de su cabello como
tratando de contener su atormentada cabeza, y el rostro escondido, respirando
pesadamente.
-¿Terry? – Trató de preguntar
pero su garganta se encontraba demasiado seca como para generar sonido alguno.
Podía reconocer la energía que despedía su ser en cualquier escenario, por más
adverso que este fuera. Por supuesto que era Terry, y eso la hizo sonreír.
Pero, ¿por qué de nuevo esa confusión?
Intentó levantarse pero apenas y logró mover un poco las
piernas, aunque el sonido que generó el roce de las sábanas fue suficiente para
sacudir a Terry de ese letargo provocado por haber permanecido tres noches en
vela.
-¡Candy!- el ruido aparatoso que hizo la silla que Terry
derribara en su frenética carrera para llegar hasta ella se sentía como clavos
dentro de su cabeza - ¡Mi amor! – Tomó su mano, dolía pero al mismo tiempo le
resultaba reconfortante - ¡Doctor! ¡Enfermera! – Eco. Así se escuchaba su voz.
Pero era un extraño efecto de eco a la inversa, en lugar de alejarse, se
acercaba cada vez más hacia ella, trayéndolo de vuelta, a lo que esperaba fuera
la realidad.
Quería preguntarle por qué estaba ella ahí, quería saber por
qué él estaba ahí, pero en lugar de eso lo que brotó de su boca fue una
preocupación natural y completamente instintiva - ¿Y los niños?
-Están bien mi amor, están bien. Bueno, preocupados, te
extrañan mucho y a Julieta ni siquiera Annie logra hacerla dormir dos horas
seguidas sin que se despierte llorando y preguntando por ti. Pero ahora que
despertaste, estarán bien, todos estaremos bien. – Y cuando colocó un tierno
beso en su frente, Candy supo que así sería.
Los recuerdos comenzaron a volver a su mente. Primero como
pequeñas gotas, uno a uno, con suavidad, hasta convertirse en un violento
raudal que inundaba su adolorida cabeza. Eirck estaba en la habitación, con sumo
cuidado y profesionalismo le revisaba los signos vitales, reflejos y heridas
que todavía no cicatrizaban. Terry observaba desde una distancia prudente todo
el proceso, el brazo izquierdo cruzaba su pecho, en un gesto inconsciente con
el que trataba de convencerse de que todo estaría bien, aunque las uñas de su
mano derecha habían quedado destrozadas por morderlas constantemente en un no
muy efectivo intento de controlar sus nervios.
-Bien Candy – dijo finalmente Erick – parece que todo se
encuentra bien. Nos diste un gran susto a todos Candy, pero sabemos que eres
una mujer fuerte, y que saldrías de esta situación como siempre lo has hecho.
De todos modos me gustaría que permanecieras una noche más en el hospital para
monitorear tu avance – volteó a ver a Terry – sé que todos están deseosos de
tenerla de vuelta en casa, pero no está de más tomar precauciones.
-Lo que sea necesario Erick, y de nueva cuenta te agradezco
todo lo que hiciste por mi esposa.
-No tienes que hacerlo, Terry. Los dejaré un momento a
solas, regresaré en un par de horas para darte tus medicamentos, Candy, por
ahora trata de descansar.
-¿Es absolutamente necesario que permanezca aquí otra noche,
Erick?
-No lo habría propuesto de no ser así, Candy.
-Lo sé, no me malentiendas. Solo es que estoy desesperada
por ver a mis hijos.
-Los niños ya vienen para acá – comentó Terry – en cuanto
abriste los ojos envié por ellos. Annie y Archie los traen, no te preocupes
cariño.
-Parece que todo está arreglado – agregó Erick acompañando
sus palabras con una confortante sonrisa- solo preocúpate por recuperarte. – Y
abandonó la habitación.
-Candy… - Terry aclaró su garganta – no encuentro las
palabras necesarias pare decirte cuánto lo siento, para decirte que…
-¿Y Eliza? – Lo interrumpió ella con una pregunta que en
esos momentos, al parecer, resultaba más urgente - ¿escapó?
-No. La policía la tiene en custodia, preparando el caso en
su contra o algo parecido. El proceso no ha tenido mucho avance, porque bueno,
ella también tuvo que pasar por el hospital. La caída que sufrió fue muy fuerte
y las autoridades primero deben asegurarse que ella esté capacitada para
enfrentar un juicio. Nadie creería que tuvieran tantas consideraciones con los
criminales. En cuanto haya algún avance, nos llamaran para testificar, pero yo
he pedido expresamente que a ti no te molesten. Yo asistiré a todo lo que sea
necesario, y te juro por Dios que no descansaré hasta asegurarme de que la
encierren en una prisión y se quede ahí hasta el último de sus días y nunca
tenga la posibilidad de volver a atentar contra nuestra familia. Te lo prometo.
-Terry, es evidente que yo también tendré que asistir a
testificar.
-No te preocupes en este momento por eso, Candy, por favor, no
te preocupes por nada. Yo me encargaré de todo.
-Hay algo que sí me preocupa, Terry. ¿Cómo… - tenía miedo de
preguntar- cómo está Neal?
-Está vivo. Su estado de salud es bastante delicado, pero está
vivo. Por fortuna la bala entró y salió de su cuerpo limpiamente. Perdió mucha
sangre, eso y una infección que adquirió en la herida fue lo complicó su
condición, pero afortunadamente la bala no dañó ningún órgano interno y Erick
confía en que en un par de semanas, Neal logrará recuperarse.
-¿Neal está aquí? ¿En este hospital?
-Sí.
-Quiero verlo, llévame con él por favor.
-Candy, Erick dijo que debías descansar.
-Terry.
-Está bien – suspiró – pero no caminarás. Iré a conseguir
una silla de ruedas para transportarte y a revisar si Neal se encuentra en
condiciones de recibir visitas.
-Hola Neal – Neal se mostró muy sorprendido cuando vio a
Candy entrar en esa molesta silla de ruedas que Terry se había empeñado en
utilizar para llevarla hasta la habitación.
-Hola Candy – Una vez superada la sorpresa inicial, Neal
trató de incorporarse y mostrarse lo más presentable que su delicada situación
médica le permitía. Pero con un brazo entablillado, cientos de vendajes y
debilidad general por la pérdida masiva de sangre no lo ayudaban a lograr su
objetivo. – ¿Cómo…cómo estás?
-Viva. Gracias a ti. Te debo mi vida Neal, y la de mis
hijos. Lo que hiciste fue muy valiente y no me cansaré de agradecértelo por
todo lo que me reste de vida.
-Ambos te estamos eternamente agradecidos – agregó Terry – y
quiero decirte que no debes preocuparte por nada, todo lo que sea necesario
para tu recuperación, será cubierto por nosotros. Es lo menos que podemos
ofrecerte como agradecimiento por lo que hiciste.
-Se los agradezco, aunque desearía que mi estancia aquí
fuese lo más corta posible, supongo que ustedes quieren que me quede para que
declare en contra de mi hermana.
-Neal, créeme que no te lo pediría si no fuese absolutamente
necesario – Terry hablaba con el corazón en la mano – pero por mucho que esto
te duela, sabes que es lo correcto. Si fuiste capaz de parar una bala con tu
propio cuerpo para evitar que tu hermana cometiera un asesinato, ahora no
puedes permitir que sus actos queden impune.
-Lo sé Terry, y puedes estar seguro que actuaré de la forma
correcta. Lo que en verdad me duele, es el hecho de que hasta el último
instante me resistí a creer que mi hermana fuese capaz de cometer semejantes
atrocidades, hasta que la vi apretar el gatillo. Declararé, no lo duden, y que
sea la justicia quien se encargue de su destino.
-De nueva cuenta, muchas gracias. ¿Hay algo más que podamos
hacer por ti? Lo que sea, solo dilo.
-De hecho, ahora que lo mencionas, Terry, quisiera pedirles
un gran favor. No he podido comunicarme con mi esposa. Ella debe de estar muy
preocupada por no tener noticias mías desde hace varios días y lo que menos
quiero en su condición es preocuparla.
-Y a ti tampoco te hace nada bien preocuparte, Neal. – Le
contestó Terry - Dame la dirección de tu
casa y enviaré un telegrama de inmediato para informarle a tu esposa donde te
encuentras y que pueda comunicarse contigo.
-Me parece estupendo, te anotaré mi dirección para que…
-¡Candy! – Gritó un sorprendido Archie que acababa de cruzar
la puerta de la habitación de Neal – creímos que te habían llevado a revisión o
algo parecido y por eso no estabas en tu cuarto.
-Archie, qué gusto me da verte. ¿Mis hijos están aquí?
-Sí, desesperados por verte.
-Muchísimas gracias Archie, Terry por favor, llévame con
ellos.
- Los acompaño – insistió Archie- pero antes, Neal, llegó
esto para ti. Tiene mi nombre, pero solo porque tu madre no sabía a dónde enviártelo.
Le extendió a Neal un pequeño sobre que contenía el
telegrama de la señora Leagan. Neal lo leyó en pocos segundos y de inmediato y
aún en contra de dolor que le provocaban los movimientos bruscos, se llevó
ambas manos a la cara y comenzó a llorar.
-Neal, ¿qué ocurre? – preguntó Candy muy asustada - ¿te
encuentras bien?
-¡Es una niña! – Gritó eufórico Neal – Mi hija, nació
prematura. Es muy pequeña y sigue en el hospital, pero ¡está viva, viva! Y
alimentándose de su madre. Ambas se encuentran bien.
-¡Es una maravillosa noticia Neal, me alegro mucho por todos
ustedes!
-Gracias, Candy.
-Neal luce mucho mejor – comentó Archie cuando dejaron el
cuarto de Neal – no sé si sea por la noticia del nacimiento de su hija, o que
la sangre Grandchester le sienta bien.
-¿La sangre Grandchester? – preguntó Candy.
-¿No lo sabías, Candy? Terry donó su sangre aristócrata para
que pudieran realizarle la transfusión a Neal, a este ritmo, pronto terminará
otorgándole un título nobiliario.
Terry esbozaba una media sonrisa entre molesto y divertido.
- ¿En verdad hiciste eso, Terry? – preguntó Candy completamente sorprendida.
Levantó los hombros para tratar de restarle importancia a su
acto altruista. – Neal necesitaba recibir una transfusión antes de entrar a
quirófano y poder ser intervenido por su herida de bala. Era de madrugada y
conseguir un donador tardaría demasiado, él no tenía ese tiempo y bueno, yo
estaba ahí.
Aunque, contrario a lo que burlonamente Archie insinúa, no
creo que la sangre Grandchester tenga poderes mágicos curativos. Apuesto que
fue la noticia del nacimiento de su hija lo que le devolvió la energía. Los
hijos te cambian la vida, se convierten en tu principal motivo por el cual vale
la pena aferrarse a seguir viviendo.
Candy no podía estar más de
acuerdo con la teoría de Terry, ya que en aquel momento, el dolor y las
molestias que le generaban sus heridas, parecían haber desaparecido, o por lo
menos, no importarle, ya que ni su delicada condición médica, ni la
preocupación de Terry, lograron evitar que se levantara de la silla de ruedas
para abrazar a sus dos grandes motivos para vivir, que corrían desesperados con
amplias sonrisas dibujadas en sus bellos rostros, completamente emocionados por
volver a ver a mamá.
Comentarios
Publicar un comentario