Esperanza - Capítulo 19

 

-¡Eso no es más que una vil mentira! ¡Un asqueroso montaje con tal de salir bien librada de todo esto!

-No es que pasar el resto de su vida en un psiquiátrico sea considerado como “salir bien librada”, Terry.   

-¡Eliza está fingiendo, Erick! ¿No te das cuenta?

-Eso no puedo asegurarlo, Terry, yo no soy psiquiatra. Pero la policía ha pedido mi opinión como médico y lo que yo puedo ver en los estudios que realizamos a la señorita Leagan es que ciertas partes de su cerebro se encuentran dañadas y con actividad anormal. Es lo que veo y por lo tanto lo que declararé ante los tribunales, la decisión que tomen dependerá por completo de los jueces,  pero yo debo apegarme a mi ética profesional, Terry, y te ruego que me entiendas. Solo quería informártelo para que no pienses que estoy en contra de ustedes y tratando de favorecer a la señorita Leagan.

-Nosotros nunca pensaríamos eso de ti, ¿verdad, Terry? – agregó Candy, un tanto desesperada porque aquella álgida discusión terminara y Erick finalmente pudiera otorgarle el alta médica.

-De ti nunca, Erick. Pero esa supuesta demencia de Eliza no es más que otra de sus mentiras y trucos bajos para evitar recibir el castigo que se merece. Solo espero que los jueces no se dejen impresionar por tan detallado informe médico que les presentas.

Pero contrario a lo que Terry pudiera desear, los jueces decidieron, gracias en gran parte al testimonio que brindara Erick, que Eliza no estaba facultada mentalmente para enfrentar el proceso de un juicio penal. Terry estaba furioso, y seguía gritando que Eliza estaba fingiendo y que algún día su farsa se caería y entonces él se encargaría de llevarla a juicio por los terribles crímenes que había cometido en contra de su familia.

Pero Eliza nunca dejó de “fingir”, ni siquiera cuando le informaron que pasaría el resto de su vida recluida en un hospital psiquiátrico, que, contrario a lo que su madre implorara  a los juzgados, permanecería en Escocia y bajo ninguna circunstancia sería trasladada a América, es más, parecía no darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Sus ojos miraban a la nada, y carecían por completo de expresión, su cabello lacio y grasoso colgaba lánguidamente a ambos lados de su rostro, se balanceaba en un ritmo monótono y apático de un lado a otro en el banquillo de los acusados, pero nunca emitió palabra alguna ni siquiera para tratar de defenderse.

Pasiva y sumisa, se levantó del banquillo de acusados cuando el enfermero del psiquiátrico la tomó del brazo, giró cuando el hombre se lo indició, y tras darle un leve tirón en el brazo Eliza comenzó a caminar con pasos lentos y pesados hasta entrar en la parte trasera del vehículo que la llevaría al psiquiátrico donde purgaría su condena.

Candy y Terry jamás la volvieron a ver.

Según se enteraron, por boca de Archie, semanas después la señora Leagan llegó desconsolada a visitar a su única hija en aquel espantoso lugar; debido al impacto, la señora Leagan no pudo emitir palabra alguna. Aquel ser gris y vacío no era la niña altiva y soberbia que ella había criado.  La señora Leagan se limitó a tomar a su hija entre sus brazos y llorar, y llorar, hasta que la tarde se convirtió en noche. La reacción de Eliza fue menos efusiva, únicamente recargó la cabeza en el pecho de su madre mientras observaba fijamente la pared de enfrente con mirada vacua y vacía.

Su reacción no fue tan tranquila cuando Neal la visitó. Cerca del invierno y aún en contra la lógica, el sentido común  y las advertencias médicas que le indicaban que viajar con una bebé que había nacido prematura no era para nada recomendable, (aunque la evolución de la pequeña durante esos meses había superado por mucho los pronósticos médicos que le diagnosticaran en su nacimiento), Neal deseaba más que nada en el mundo, que su única hermana conociera a la pequeña y hermosa Emily, cuyas sonrisas eran capaz de elevar hasta el espíritu más decaído. Así que acompañado de su siempre comprensiva y amorosa esposa, viajó hasta Escocia con la vaga esperanza de contagiarle a su hermana aunque fuera un poco de la alegría y optimismo que la llegada de su bella hija le había proporcionado a él en su vida.

Cuando Neal entró a aquel lugar, cargando a Emily en los brazos mientras Loise los seguía a pocos pasos, Eliza se encontraba sentada en medio de la “sala de recreación” del hospital psiquiátrico; dicha sala no era más que un cuarto amplio y pobremente iluminado, donde todos los enfermos mentales, muchos de ellos considerados altamente peligrosos, vagabundeaban de una lado a otro de la fría habitación adormecidos por las gran cantidad de sedantes y demás drogas que los médicos les proporcionaban todos los días, que si bien, probablemente no lograran curarlos jamás, por lo menos los mantenían lo suficientemente dóciles y ausentes para que dejaran de ser un peligro para el resto del personal y para ellos mismos. Pero ni siquiera aquellas potentes drogas pudieron controlar la reacción de Eliza cuando vio a su hermano ingresar a dicha habitación.

Para ella ya no era más su hermano, su hermano estaba muerto, ella misma había accionado el arma que lo mató. Aquel ente que le sonreía desde la puerta de la habitación era un demonio que había emergido del mismísimo infierno para torturarla por el terrible crimen que había cometido. Ella había derramado sangre, su propia sangre que corría por las venas de su único y amado hermano, y ni en esta vida ni en veinte más, tendría castigo suficiente para pagar aquel horror y recuperar su alma. Su alma se había perdido a la par de su salud mental, estaba en el infierno, ya lo conocía. El infierno era aquel lugar de paredes frías y gritos de terror que emitían un eco que te erizaba la piel.

Nadie puedo hacerla cambiar de opinión, ni el médico encargado de su caso, ni los cuatro enfermeros que apenas y podían sostenerla y evitar que se hiciera daño al golpearse contra las paredes del lugar, ni siquiera Neal, llorando y suplicándole que parara, que él estaba ahí, que estaba vivo, y la amaba igual que cuando eran unos niños. Pero Eliza seguía gritando y pataleando, trataba de aventarse contra las paredes, en sus ojos se notaba el pánico que le generaba la presencia de su hermano – fantasma. No podía soportarlo, no quería seguir viéndolo, o al menos la horrible visión que la atormentaba, cubrió su rostro con ambas manos pero la desesperación de la que estaba presa hizo que se enterrara las uñas en el rostro y cuando Neal vio que la sangre comenzaba a correr  por el rostro de su hermana, no pudo más y prefirió retirarse antes de que Eliza terminara por sacarse los ojos con sus propias manos.

Loise observaba la escena inmóvil y presa del llanto. Tomó a Emily de brazos de Neal temiendo que su esposo se desmayara de un momento a otro. Llevó a su hija muy cerca de su pecho y con un leve “shhh shhh” trataba que aquellos gritos desquiciados que lanzaba Eliza llegaran amortiguados a los oídos de Emily quien continuaba dormida sin percatarse de aquella terrible escena. Loise también sufría con todo aquel error. Le dolía tanto ver a la que fuera su única amiga durante épocas escolares comportarse como un animal salvaje y destructivo, pero le partía el corazón observar a Neal caminando hacia ella, llorando y completamente destrozado por presenciar en lo que su hermana se había convertido.

En cuestión de segundos aquel lugar de convirtió en un pandemónium, los otros enfermos comenzaron a repetir el comportamiento errático y autodestructivo de Eliza, no era posible saber si lo hacían por diversión, por aprovechar la oportunidad de generar caos,  o por haber sido contagiados de su delirio. Los enfermos mentales gritaban, se golpeaban unos a otros y contra las paredes, lanzando los escasos muebles de la habitación por los aires sin que les importara lastimar a alguien con sus actos, o incluso a ellos mismos.

Los enfermeros no dudaron en sacar los toletes que colgaban de sus cinturones y a punta de golpes trataban de calmar a los enfermos. El remedio parecía más cruel que la propia enfermedad. Neal trataba de proteger a su esposa e hija con su propio cuerpo y apresurarse a salir de aquel maldito lugar, pero al llegar al umbral de la puerta, volteó una última vez, solo para vislumbrar como un enfermero clavaba una enorme inyección en el tenso cuello de Eliza. Por unos segundos, la mirada de los hermanos Leagan se cruzaron, la mirada de Eliza parecía suplicarle ayuda a su hermano, pero eso solo duró un instante,  de inmediato sus ojos se volvieron blancos y Eliza cayó vencida por el potente narcótico que el enfermero le había administrado.

Por recomendación del psiquiatra encargado del caso de Eliza, Neal no volvería a intentar visitar a su hermana hasta que con la ayuda de terapias y medicamentos pudieran convencerla de que él estaba vivo. Pero las esperanzas eran pocas, casi nulas. No estaban seguros si el daño que había sufrido la mente de Eliza era físico o psicológico, o una mezcla de ambos. En cada una de las sesiones de terapia Eliza se negaba a hablar, pero todas las noches, despertaba gritando debido a las horribles  pesadillas donde siempre aparecía el cuerpo inerte de Neal cubierto de sangre.

Nunca pusieron convencerla de que ella no había matado a su hermano, y por lo tanto Neal nunca pudo volver a visitarla. Eliza sigue vagabundeando por los pasillos de aquel terrible y lúgubre hospital psiquiátrico, acosada por terribles fantasmas que no dejan de acusarla de fratricidio.

Ella sigue culpando a Candy y a Terry de cada una de sus desgracias.

 Capítulo 18 - Capítulo 20

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