Esperanza - Capítulo 20
Había transcurrido poco más de una
semana desde que Candy abandonara el hospital, todos en casa se esforzaban
porque las cosas volvieran a la normalidad, aunque tanto a Alex como a Julieta
les costaba demasiado separarse de su madre siquiera por escasos minutos. El
terror y la ansiedad que experimentaron ante la posibilidad de perder a su
amada progenitora seguían demasiado frescos en su memoria y les costaría mucho
tiempo dejar de sentirse así.
Terry temía que la excesiva
necesidad de sus hijos por saber dónde y cómo se encontraba su madre las
veinticuatro horas del día no le permitieran a Candy descansar y recuperarse de
la forma en que debía. Terry sabía, aunque Candy hacía su mayor esfuerzo por
ocultarlo, que ella todavía sufría fiebres de las cuales no informaba, que las
heridas le seguían punzando, y que aunque ella afirmara lo contrario, todavía
no se encontraba en condiciones de cargar a la pequeña Julieta entre sus
brazos, aunque eso fuese lo único que le brindaba paz a su alma.
Eleonor notó la preocupación de
su hijo, además de que resultaba evidente a los ojos de todos que la relación
entre Candy y Terry seguía más que tensa, así que decidió organizar una tarde
de juegos para sus nietos y los hijos de Annie y Archie en la casa Andrew donde
ella vivía; al final de cuentas, argumentó Eleonor a Candy, a Julieta le debían
un festejo, ya que debido a esos desafortunados incidentes que a Eleonor le
erizaba la piel tan solo recordar, la celebración por su cumpleaños no se había
llevado a cabo.
Después de prometerle una y otra
vez haber tomado todas las medidas de seguridad necesarias, de asegurarle que
tanto el chófer como otro de los empleados de confianza custodiarían el
automóvil donde los niños viajarían el corto trayecto del castillo a la casa
Andrew, y de que Annie le jurara por la
vida de cada uno de sus hijos que no les
quitaría los ojos de encima ni un segundo a los niños, Candy finalmente accedió.
-Tú solo preocúpate por descansar
– le rogó su suegra.
No podía. Rodaba en la cama de un
lado a otro sin lograr conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, el
rostro demencial de Eliza aparecía apuntando el arma directo a ella. Las
heridas generadas por las puñaladas que había recibido todavía dolían, a veces
el dolor la despertaba dando saltos que no podía controlar. La que había
recibido en el muslo no lograba cicatrizar, los puntos se habían abierto ya dos
veces, Erick decía, mientras movía la cabeza de un lado a otro que aquella
herida no sanaría hasta que Candy no reposara como era debido.
Terry había contratado una
enfermera, ampliamente recomendada por Erick,
nunca más volvería a permitir que una perfecta desconocida accediera a
su hogar y a su familia. La enfermera debía encargarse de vigilar la recuperación
de Candy y de ayudarla en todo lo que necesitara. La chica era amable y
servicial, pero demasiado discreta. No logró informarle a Candy gran cosa sobre
la partida de Samantha del castillo, salvó que había escuchado al señor
Grandchester decirle a la mujer que lloraba, que únicamente porque Candy así se
lo había pedido, no entablaría ninguna denuncia ante la policía por haber sido
cómplice y facilitadora de los delitos cometidos por Eliza, que entendía su
desesperación y los motivos que la habían orillado a hacerlo, así como que
lamentaba la condición médica de su hijo, pero que dicha decisión podía cambiar
si no se marchaba de su casa de inmediato.
Y Samantha se marchó.
Terry no dormía en la misma
habitación que su esposa, la razón original, “para no incomodar”, aunque Candy
sabía que le costaba demasiado mirarla a los ojos. Pasaba las noches encerrado
en el estudio, reuniendo evidencia y ensayando los argumentos que utilizaría en
el juicio con los que esperaba refundir a Eliza en la cárcel por el resto de su
vida. Solía entrar a la habitación, solo cuando creía que Candy dormía, y se
quedaba observándola en silencio por largo tiempo.
A ella también le costaba tolerar
su presencia. Así como las puñaladas de Eliza habían herido gravemente su
cuerpo, las palabras de Terry lo habían hecho en su alma. Entendía
perfectamente que la situación lo había rebasado, puesto al borde de la locura.
La idea de perder a su hija lo desestabilizó, pero el llegar a asegurar que
ella misma hubiese puesto en peligro deliberadamente la integridad de la
pequeña Julieta, era algo que todavía no lograba superar.
Antes peleaban mucho. En sus
épocas adolescentes y cuando Terry regresó a su vida, peleaban todo el tiempo.
Pero era normal, y resultaba relativamente sencillo, pasar de una férrea pelea
a los más ardientes besos en cuestión de segundos, y de nuevo a la paz que le
brindaban sus brazos.
Pero ahora no sabía cómo lograr
eso, tal vez habían perdido la práctica. Las heridas en su cuerpo sanarían
algún día, pero temía que las hechas en su relación con Terry no lo hicieran
nunca. Finalmente, de una forma u otra, Eliza habría cumplido gran parte de su
cometido: separarlos.
La enfermera no regresaría hasta
en dentro de unas dos horas para volver a revisar sus signos vitales y Candy sabía
que dos horas más dando vueltas en la cama le resultaría insoportable. Decidió
que era mejor tomar un largo y reparador baño que la ayudara a relajarse, pero
demeritó el esfuerzo que la acción de preparar la bañera requería. La herida en
el muslo era la que más dolía. Pero, según la evaluación que Erick le hiciera,
Candy debería estar agradecida de que ni nervios ni músculos se hubiesen visto
afectados por aquel despiadado giro que Eliza hiciera tras hundir la navaja a
profundidad.
“Con una herida de tal gravedad,
corrías el riesgo de perder la pierna”, igual que Susana, pensó Candy.
Le costaba mucho mantenerse de
pie, no creía ser capaz de soportar el peso de su cuerpo sobre una sola pierna
para meterse en la bañera, pero el camino de vuelta a la cama le parecía
demasiado largo y doloroso. Ninguna de las dos opciones se mostraban para nada
alentadoras, cerró los ojos por un instante, tratando de recobrar las fuerzas y
la serenidad, cuando un grito desde la puerta casi la hace perder el
equilibrio.
-¿Pero qué estás haciendo?
-Tratando de tomar un baño,
Terry.
-Puedo darme cuenta, pero me
refiero es ¿por qué estás haciendo todo esto tú sola? Candy, contraté una
enfermera para que te ayudara en cualquier cosa que necesitarás, tú no deberías
de estar haciendo ningún tipo de esfuerzo.
-Estoy herida Terry, no
incapacitada, y me gustaría conservar la dignidad de poder bañarme a mí misma.
-Preservar tu salud no tendría
que estar después de la dignidad en tu lista de prioridades. Llamaré a la
enfermera.
-¡No, Terry!
-¡Candy no voy a discutir! Acabas
de sufrir un ataque a tu persona que llevaba la intención de acabar con tu
vida, y según la opinión profesional de Erick todavía no te encuentras fuera de
peligro. No hay cabida para dignidades absurdas.
-Entonces llámalo pudor, no
quiero que esa chica me vea desnuda.
-¡Pudor! De acuerdo – dijo
desabotonándose la chaqueta – si se trata de eso, conmigo no tendrás objeción
alguna. Soy tu esposo – se acercó – hemos compartido la bañara cientos de veces
– su camisa voló por los aires – y te he visto desnuda, ¡miles!
-Terry.
-¡Es la enfermera o yo! Así que,
para ya con las excusas – la despojó del camisón con celeridad – son
infructíferas en esta situación – para tomarla entre sus brazos y con sumo
cuidado depositarla en la bañera.
Rellenó la bañera con más agua
caliente y una variada cantidad de sales, hasta que la bañera estuvo repleta de
una deliciosa infusión que con solo aspirar el aroma que emanaba, apaciguaba el
alma de Candy. Terry comenzó a lavar todo el cuerpo de su esposa, con extrema delicadeza y gran cantidad de ternura,
fue inevitable para Candy recordar anteriores ocasiones cuando alguna situación
parecida siempre culminaba en una apasionante escena de amor.
Su pecho mojado, sus manos
fuertes que al frotar su cuerpo parecían más suaves que la seda, el mechón de
pelo largo y oscuro que se le pegaba a la sien debido al vapor que había en la
habitación y aquella horrenda cicatriz en el pómulo, obsequio cruel y perverso
que le dejara para siempre Eliza Leagan, contrastaba con su bello rostro,
haciéndolo lucir todavía más hermoso.
-Listo – expresó en un susurro –
aguarda un momento.
Fue por un par de toallas que
colocó con cuidado en el cabello y cuerpo de Candy, para de nueva cuenta
tomarla entre sus brazos y llevarla hasta su cama. El resto lo haría ella, o al
menos eso le quiso dar a entender al tratar de impedir que Terry la despojara
de la toalla que cubría su cuerpo desnudo, pero poco le sirvió. Terry le tomó
la mano con la que Candy sostenía la toalla y la colocó sobre la cama,
dejándole en claro una vez más que sus objeciones no tenían cabida cuando su
salud estaba comprometida.
Terry seguía recorriendo suavemente con sus
manos toda la extensión de su cuerpo, acompañando la caricia con lociones
aromáticas y masaje en cada uno de sus maltratados músculos. Candy no soportaba
que la mirara, la visión de su cuerpo desnudo con aquellas horribles heridas
debía ser espantosa. Una vieja muñeca con la que han jugado demasiado hasta
romperla. Terry abrió el cajón de la mesa de noche, donde Candy guardaba las
medicinas para tomar los ungüentos que Erick había recomendado aplicar sobre
las heridas que todavía supuraba.
Candy cerró los ojos. Le
resultaba intolerable la idea de que Terry la viera de esa manera, pero
entonces vino el primer beso, suave, bello, justo donde terminaba la herida del
brazo. Repitió la operación a la altura de la cadera, pero al llegar al muslo,
decidió también otorgar dicha atención a otra parte del cuerpo de Candy que
resultaba obvio, él extrañaba demasiado.
“Actividad física moderada”, ¿a
qué se referiría con exactitud su médico de cabecera al indicarle seguir al pie
de la letra dicha recomendación? Con Terry, ninguna actividad física era
moderada, todo era, intenso. Como las sensaciones que le provocaban sus besos y
el roce de su lengua en los escondites más recónditos de su ser, que se unían
directamente a los centros de placer liberando poderosas endorfinas que hacían
que el estrés, el temor, e incluso el dolor físico, fueran disminuyendo hasta
desaparecer conforme se acercaba el ansiado desenlace.
Y entonces todo fue gritos,
jadeos y un infinito placer. Deseaba tenerlo, estrujarlo, sentirlo muy dentro
de su ser. Pero en lugar de tomarla y amarla como ella le suplicaba, Terry se
limitó a acostarse a su lado, rodeándola en un abrazo protector hasta que Candy
logró recuperar el aliento.
-Créeme, ardo en deseo – fue la
respuesta que Terry diera a la mirada inquisitiva que Candy le dedicara – pero
nunca volveré hacer nada que te ponga en riesgo, así – le acarició el seno
derecho – muera de ganas por hacerlo.
Digamos que, fue mi manera de
consentirte, ayudarte a que te olvidarás del dolor e incomodidades aunque fuera
por un momento. Pero sobre todo demostrarte lo mucho que te he extrañado. No
solo tu presencia física, sino el vínculo que había entre nosotros, vínculo que
siento, se ha roto.
Te insulté, te culpé, y renegué
de las cualidades que posees y que me hicieron enamorarme de ti. Tu buen
corazón, tu capacidad de ver el menor ápice de bondad en las personas, y
siempre brindar tu ayuda a todos sin esperar nada a cambio. Eso fue lo que
salvó tu vida y la de mis hijos. Si no le hubieras mostrado empatía de madre a
la situación del hijo de Samantha, o tratado a Neal como un ser humano capaz de
reivindicar sus acciones y echado a ambos a la calle como yo te insistía tanto
en hacer, tal vez ellos no hubieran pensado en ayudarte, y en el caso de Neal,
puesto su propia vida en peligro por librarte de la locura demencial de Eliza.
Lo entendí y te lo agradezco,
Candy, pero sé que todavía me queda mucho por aprender de ti. También entendí
que lo importante no es que Eliza pase el resto de su vida en la cárcel o en un
hospital psiquiátrico, lo importante es que nosotros tengamos la oportunidad de
pasar el resto de nuestras vidas en familia, amándonos.
Alex, Julieta y tú, son lo más
importante y bello que tengo en esta vida, no puedo prometerte no volverte a
fallar, perder los estribos o desquiciarme una vez más, porque bueno, tú me
conoces mejor que nadie, Candy, y sabes que disto mucho de ser el hombre más
racional del planeta. No puedo prometerte algo que sé, sería incapaz de
cumplir, pero sí te prometo que me esforzaré todos los días por ser mejor padre
y esposo, que siempre los cuidaré y que nunca dejaré pasar un solo día sin
demostrarle lo mucho que los amo.
Solo espero que algún día puedas
perdonarme.
-Comenzaré por reconocer tu
esfuerzo – expresó Candy con sonrisa traviesa – fue hermoso. Yo también te
extrañaba demasiado. Dejemos de hablar del tema, no hay nada más que discutir.
No quiero que la terrible visita de Eliza se convierta en una sombra es
nuestras vidas ni en nuestra relación. No perdamos tiempo – y se abrazó con más
fuerza al amplio y sanador pecho de su marido – no quiero volver a estar lejos
de ti, te quiero de vuelta en este cuarto desde ahora y para siempre.
-Pero Candy, Erick dijo que…
-¡No me importa! Estar entre tus
brazos actúa mejor contra el dolor que cientos de analgésicos. No quiero que
volver a estar lejos de mis hijos, o de ti. Nunca más.
-Yo tampoco. Esos tres días que
estuviste en el hospital, fueron demasiado, para todos.
-Para mí fueron muchos, muchos
más días – contestó Candy luciendo una extraña sonrisa.
-¿Por qué lo dices?
-No sé… no sé cómo explicártelo,
Terry ¿Recuerdas a ese amigo de tu padre, que vino a cenar a casa el invierno
pasado? Ese con el que ustedes tienen negocios en lugares muy lejanos. ¿De
dónde era?
-Me parece que, de la India o
algún lugar cercano.
- Cuando estábamos cenando, ese
hombre comenzó hablar sobre cierta leyenda donde dice que en situaciones de extremo
sufrimiento o tensión, tu alma suele separarse del cuerpo para protegerse y
tiene la capacidad de viajar en el tiempo y el espacio. Recuerdo que tu padre
rio sin el menor recato, pero a mí sus palabras me impactaron demasiado. Esa
leyenda me pareció tétrica pero hermosa al mismo tiempo. Que tu alma sea capaz
de escapar de tu cuerpo, para protegerse.
-Tú suenas igual de tétrica, - le
dio un beso en la frente - y luces igual de hermosa.
-Terry, cuando estuve
inconsciente en el hospital. Tuve un sueño tan extraño.
Capítulo 19 - Continuará...
Me quedo con la duda que paso después????
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