Esperanza - Capítulo 6

 

-Terry… - Sus manos temblaban cuando se llevó el cigarro a la boca. En todos los años que llevaban viviendo en familia, Candy nunca había presenciado a su esposo retomar aquel horrible vicio del cigarro, pero tampoco recordaba haberlo visto tan enojado. Tratar de mentirle resultaba absurdo, si Terry estaba ahí, esperándola, era porque siempre estuvo enterado de su plan. – Escúchame…

-¡Me mentiste! – Gritó después de lanzar con furia la colilla de cigarro por la ventana - ¡Me engañaste!

-Yo no quería….

-¡Actuaste a mis espaldas y todo por irte a ver con ese imbécil! – Caminó tan rápido hacia ella, que Candy en un acto meramente instintivo retrocedió hasta que su espalda encontró la pared.

-¡Terry, escucha, por favor! – Candy sostenía las palmas de las manos en alto, como una especie de débil escudo entre ella y el enojo de Terry -  Tienes que considerar que la presencia de Neal aquí…

-¡La presencia de Neal aquí es una maldición, como siempre lo ha sido! Te pedí una cosa Candy, ¡solo una maldita cosa!, y tú… me traicionaste. En estos momentos lo que más necesito son personas en quien confiar para poder luchar contra esto, y resulta que no puedo confiar ni siquiera en mi propia esposa.

-¿Traición? ¿Tú me estás reclamando a mí una “traición? No crees que es un tanto exagerado comparado con…

-¿Comparado con qué, Candy? ¿Con lo que yo hice? ¡Dilo! ¿Te parezco exagerado, ridículo por tratar de protegerte a ti y a mi familia de la escoria de los Leagan? ¿O sencillamente he perdido ese derecho por los errores que cometí en el pasado? Explícame porque no logro comprender qué demonios te motivó a hacer esto.

-Saber. Sencillamente saber, Terry, la incertidumbre me está matando. Yo también quiero proteger a mi familia, pero siento que no tengo las armas para hacerlo.

- Y piensas conseguirlas enviándole notas furtivas a ese imbécil con la servidumbre del castillo y exponiéndote yendo SOLA a verte con él. No lo permitiré, Candy, y de ahora en adelante todos los empleados estarán pendiente de cada paso que des por orden expresa MÍA y están en la obligación de informarme de inmediato si decides intentar hacer otra locura como ésta.

- Terry, sé razonable por favor, no puedes hacer eso, no puedes tenerme prisionera en mi propia casa.

-Ya lo hice, mi amor.

En los últimos dos días habían peleado más que en los últimos siete años.

Julieta apenas y hablaba. A diferencia de Alex quien fuera un completo parlanchín desde los dos años, Julieta se limitaba a medio formar frases inconexas con verbos mal conjugados y palabras inventadas bajo su muy particular interpretación de los fonemas. Candy pensaba, con sobradas bases para hacerlo, que el poco vocabulario que su hija tenía para esas alturas de su vida se debía a que todos a su alrededor parecían leerle el pensamiento y anticiparse a sus deseos.

“Alex no va” era el constate drama matutino cuando su hermano se alistaba para ir a la escuela, “no va, no va”, repetía una y otra vez colgada como una pequeña garrapata de la pierna de su hermano. Alex daba unos cuantos pasos divertido mientras Julieta todavía colgada de su pierna continuaba con su alegato. “Alex no va, no va”, significaba un discurso entero lleno de reclamos que incluía reprocharle por abandonarla interminables horas sola en el castillo, donde ella enfermaría de aburrición mientras él gastaba su tiempo estudiando cosas aburridas. El espectáculo se repetía todas las mañanas y todas las mañanas los ojos de Julieta terminaban inundados de lágrimas cuando Alex tomaba su mochila. “Sin duda será actriz”, pensaba Candy.

-Regresaré pronto – Alex se agachaba para darle un beso en la nariz a su pequeña e histriónica hermana.

-“¿Lomete?”

-Claro que sí July, lo prometo- su hermano siempre sabía cómo hacerla sonreír.

Con Terry era todavía peor, solo monosílabos y gestos, y a lo mucho un par de palabras. Sus favoritas: “Papi, allilla”, mientras estiraba los brazos; lo que significaba que esos tres o cuatro pasos dados desde la puerta del castillo al patio la habían agotado en exceso, y que claro, no había mejor lugar para hacer un paseo que los brazos de papá.

“Amo mucho”, y bombardeaba a su padre con una serie de desordenados besos que en muchas ocasiones paraban en la nariz o los ojos de Terry, y aunque Julieta era muy efusiva y a veces terminaba lastimando alguno de los ojos de su progenitor, este nunca se quejó, ya que le encantaba recibir tan amorosas atenciones de parte de su princesa.

Durante el resto del viaje o paseo o incluso dentro del propio castillo, Julieta solo se dedicaba a señalar tal o cual cosa, y de inmediato Terry interpretaba sus pensamientos.

-¿Quieres un pastel, tesoro?

Un frenético movimiento con la cabeza de izquierda a derecha como toda respuesta, y volvía a estirar la mano, esta vez con mayor intensidad, como si con su pequeña extremidad pudiese alcanzar el puesto de helados que se encontraba subiendo la colina.

-¡Ahhh! Quieres un helado – contestaba Terry y Julieta le corroboraba dicha información esbozando una de sus despampanantes sonrisas – claro que sí mi amor, claro que sí.

Esconder la cabeza en el cuello de su padre significaba que le asustaba mucho el pequeño cachorro que se acababa de acercar a ellos, entrar a la cocina con la boca abierta y un dedo apuntando a su interior, quería decir que, a pesar de que su madre le había dicho que todavía faltaba tiempo para la hora de la comida, la señora Kersh podía darle un pequeño bocadillo de contrabando y que nadie tendría por qué enterarse. Acercarse cargando su peluche favorito a donde estaba su madre significaba que quería tomar una siesta y aunque Candy siempre la estimulaba para que expresara en frases completas sus deseos “Dime qué es lo que quieres. Con señas yo no te entiendo”, Julieta consideraba estar demasiada exhausta para gastar energías en hablar y recargaba su cabeza en el regazo de su madre, y así, todavía de pie, comenzaba a roncar.

Aun cuando con su limitado vocabulario en ocasiones no era suficiente para expresar un deseo o petición, Julieta siempre se las ingeniaba para lograr que alguien más hablara por ella, y por supuesto, lograr salirse con la suya.

-¿Julieta puede dormir con nosotras, tía Candy?

-Prometemos cuidarla, mucho, mucho, mucho.

Candy y Annie, las hijas mayores de su mejor amiga, no dejaban de brincotear frente a Candy, con idénticas expresiones de súplica y las manos en señal de oración.

-¡Por favor, por favor, por favor! – gritaban al unísono.

-¡La peinaremos! – dijo Annie.

-¡Y vestiremos! – agregó su hermana.

-¡Y jugaremos a tomar el té!

-Pero sobre todo la cuidaremos mucho, mucho, mucho, lo juramos. ¿Qué dices tía, la dejas dormir con nosotras?

Julieta ya había subido a la cama en busca de su osito de peluche y su frazada favorita, resultaba obvio que sus intenciones esa noche no eran quedarse en el cuarto de mamá y papá.

-No te preocupes Candy, yo estaré pendiente de ellas. – La tranquilizó su mejor amiga - Aprovecha este tiempo a solas para intentar arreglar las cosas con Terry. Lo que menos necesitan ahora es estar distanciados.

-Dudo que se pueda arreglar algo en estos momentos, Annie. Pero lo que más lamento, es que las posibilidades de saber lo que sea que Neal tuviera que decirme, se esfumaron.

Algunos rayos de sol todavía manchaban el horizonte con tonos anaranjados. Era una tarde preciosa, pero Candy se sentía incapaz de admirarla a plenitud. Cerró las cortinas de su habitación y se dispuso a cambiar su elegante vestido por un viejo camisón. El día había sido terrible, y ella solo ansiaba que terminara. Mañana, tal vez mañana los ánimos de Terry bajaran un poco volviéndolo de nueva cuenta en un ser razonable y no el energúmeno bélico de esa tarde. Pero al verlo entrar a la habitación azotando la puerta tras de sí derrumbaron todas sus esperanzas.

- ¿Te vas a la cama tan pronto? – preguntó extrañado al verla quitándose los aretes frente al espejo del tocador.

-¿Por qué la expresión de sorpresa? Pensé que los empleados de ésta  te informarían cada paso que daba. – Comentario que le arrancó una mueca de disgusto a su marido. - Estoy cansada, Terry. Esta situación me sobrepasa.

-¿Cansada?- se acercó a ayudarla con el broche de su collar - ¿Hasta para mí? – un beso en el cuello selló su pregunta.

 -Creí que estabas muy enojado.

-¡Estoy furioso! – hundió sus dedos con fuerza sobre los muslos de Candy, levantando la parte trasera de su camisón. – ¡Con el estúpido de Neal Leagan que salió huyendo como una rata de su escondite antes de que yo lo pudiera confrontar! –Sus manos comenzaban a recorrer territorios más altos del cuerpo de Candy -¡Con la tipa demente que no deja de rondar mi casa y acosar a mis hijos! – La intensa presión de su mano cerrándose sobre el seno derecho de Candy le confirmó que así era -Pero sobre todo – la giró con brusquedad para tomar su rostro con ambas manos - ¡estoy furioso contigo!

Aquel beso era tan, agresivo, invasivo, intimidante, pero sobre todo inesperado. ¿Cómo era posible que después de semejante pelea, de hacer que toda la servidumbre en la casa se volteara en su contra hasta el punto de sentirse vigilada y asediada dentro de su propio hogar, Terry tuviese ánimos de…?

Con una fuerte mordida en el labio, le hizo saber que ella también estaba furiosa. Furiosa por la presencia de una extraña que había venido a desestabilizar su felicidad, furiosa por su intransigencia cuando en todos estos años ella nunca le había dado motivo alguno para desconfiar, pero sobre todo furiosa porque por más que lo intentaba parecía ser incapaz de despojarlo de aquella molesta camisa.

Terry por su parte no titubeaba ni un instante, a él nunca le fallaban las habilidades a la hora de amar. Camisón, listón, ropa interior, salieron volando sin que los besos o las caricias pararan ni por un segundo. Se detuvo solo un momento a observarla, completamente desnuda, su visión favorita según le había confesado en numerosas ocasiones, para después tomarla entre sus brazos y con un ágil movimiento colocarla sobre el tocador para de inmediato abrirse paso entre sus piernas y amarla con toda la intensidad de su ser.

Entonces la furia de transformó en amor y en un ferviente deseo. Deseo por estrujar cada centímetro de su piel, deseo por saborear su cuello y devorar sus senos. Porque la distancia entre su cuerpo y el suyo disminuyera hasta quedar reducida a nada y con aquel demencial movimiento de cadera parecía estar a punto de lograrlo.

El tocador vibraba a causa de la poderosa actividad que se llevaba a cabo encima de él, pero el viejo mueble era fuerte, podría resistir tales sacudidas, no así el joyero, peines, y demás accesorios que salían volando por los aires a cada embestida que recibía su cuerpo. Un frasco de fino perfume se hizo mil pedazos al estrellarse contra el piso dejando un aroma dulzón en la habitación por semanas.

Terry estaba bañado en sudor, su rostro había adquirido una tonalidad roja intensa, los músculos de los brazos y hombros se veían tensos, parecían a punto de estallar. Lucía tan hermoso. “¿Terry sigue siendo tan apasionado en la cama como lo recuerdo?”, las horribles palabras de Samantha venían a atormentarla en aquellos momentos.

“Mejor”, pensó. Y se dispuso a amarlo, como nunca, y como siempre. A acariciar esa hermosa espalda que tan bien conocía y a enterrar las uñas en los puntos que sabía eran su debilidad. Aquello siempre lo enloquecía y sabiéndose segura, gracias a la experiencia que dan los años, de haber provocado el efecto deseado conduciéndolo sin lugar a dudas al tan deseado final, cubrió su boca con la suya, para absorber y saborear hasta la última nota de deseo que emitía su amado en aquel violento grito. Sentir aquellas vibraciones como emitidas en su propia garganta hicieron que ella también explotara, y ambos fundieron sus gritos formando una primitiva sinfonía de amor y deseo.

Capítulo 5 - Capítulo 7

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