Esperanza - Capítulo 8
Alex estaba dentro de la bañera,
cuya agua despedía vapores de olores frescos por las esencias que Terry había
vertido en ella. Despojado de su elegante saco, Terry había subido las mangas
de su camisa para otorgarse mayor libertad; con un pequeño recipiente vertía
con calma y delicadeza sobre la cabeza de su primogénito aquella sanadora agua,
con la esperanza de que el fragante líquido ayudara a tranquilizar su mente y
su espíritu.
-Siento que toda la habitación da
vueltas, -expresó Allex con la nuca recargada sobre la orilla de la bañera, y
los ojos cerrados - es horrible.
-Créeme, hijo, te sentirás peor
por la mañana.
Con mucho cuidado, Terry auxilió
a Alex a salir de la bañera, ya que sus movimientos seguían siendo un tanto
descoordinados debido a los niveles de alcohol. Secó su cabello, le colocó el
pijama y lo guio a meterse en su cama ya que por la desorientación Alex insistía
en dormir adentro del ropero.
-Y pensar que nunca pude hacer
esto cuando eras pequeño – exclamó mientas acariciaba el sedoso cabello de su
hijo – espero que algún día logres perdonar mi ausencia.
Pero Alex no lo escuchó, se había
quedado dormido en cuanto su cuerpo sintió la calidez de su cama. Candy
observaba la escena a una distancia prudente, pero los minutos pasaban y Terry
no parecía tener intenciones de abandonar la habitación de su primogénito,
continuaba sentado al pie de su cama, en silencio, como hipnotizado por la
forma en que el pecho de su hijo se elevaba con cada lenta y pausada respiración
-Ve a la cama si así lo
prefieres, te alcanzaré en un rato – dijo cuando sintió la mano de Candy sobre
su hombro.
-Está dormido, Terry, nada malo
le puede pasar.
-Te equivocas. Si vuelve a
vomitar, si se cae de la cama o si él… -luchó contra el nudo que se formaba en
su garganta - quiere escapar.
-No escapará, no te preocupes.
Terry, sé que la forma en que te habló Alex no fue la correcta – lo interrumpió
adivinando el dolor que su esposo guardaba en su corazón- pero trata de entenderlo, mi amor, está enojado.
-Candy, lo entiendo, a su edad,
yo siempre estaba enojado. No es eso… todo este tiempo creí, que al cambiar de
ciudad, ¡de país!, habíamos dejado toda esa parte terrible de nuestra historia
atrás. Que nada ni nadie nunca más podría volver a lastimarnos. Pero ahora me
doy cuenta de que esos demonios me perseguirán por el resto de mi vida,
volcando su maldad sobre los que más amo.
Me avergüenza haber subestimado a
Alex, pero no puedo tacharme más que de estúpido por no haber aprendido de los
errores de mi pasado. Archie tiene razón, si no digo yo las cosas, alguien más
contará su versión retorcida de la verdad. Eso de ser presidente de la familia
le ha sentado muy bien, ya hasta comienza a hablar igual a Albert.
Me hace falta, ¿sabes? Sus
consejos, su guía. Albert sí sabría qué hacer en esta terrible situación, qué
decir, cómo abordar a Alex. No me extraña que mi hijo desee haberlo tenido a él
como padre, comparado con el que tiene…
-Basta Terry, por favor, no sigas
con eso. Alex no lo dijo en serio, solo fue el alcohol y la rabia hablando por
él, deberías saberlo.
- ¿De verdad? Pregúntale a Alex
cuáles son los mejores recuerdos de su infancia. Te dirá que aquella vez que
ayudó a Albert a entablillar la pata de una jirafa, o las tardes que pasaban en
la casa Andrew, o las historias que le contaba antes de dormir respecto a las
aventuras de todos los países que visitó. Mientras que de mí, solo recuerda
abandonos y mentiras.
Soy un fracaso como padre.
-¿Cómo lo sabes?
-El hecho de que mi propio hijo
me lo haya gritado en la cara puede que me dé una idea de mi pésimo desempeño.
-Me refiero a, ¿cómo sabes qué
hace y qué no un buen padre, Terry? ¿Quién te enseñó?
-No te entiendo, Candy.
-Amor, en todo esto tú y yo
siempre hemos estado solos. Tratando de hacer o decidir lo mejor para nuestros
hijos, aunque en ocasiones dichas decisiones estén muy lejos de ser las
mejores, pero, ¿cómo saberlo? A mí mis padres me abandonaron en un orfanato a
los pocos días de nacida, negándome para siempre el saber cómo debía de ser una
buena paternidad. A ti te arrancaron de los brazos de tu madre siendo muy
pequeño y tú padre no hizo las cosas más sencillas. Lo que quiero decir, Terry,
es que carecemos de parámetros, de experiencias, de un modelo, hemos caminado a
ciegas en este mundo de la paternidad tan solo guiados por el amor que les
tenemos a nuestros hijos. Es lógico que hayamos cometido errores y muy probable
que volvamos a cometerlos, pero está en nuestras manos resarcirlos.
-Solo si conoces la forma de
borrar el pasado, de otra forma, no sé cómo hacerlo, Candy.
-Con la verdad. Alex tiene que
saber, todo y de nuestra propia boca. Incluyendo el hecho de que a diferencia
tuya, yo sí sabía dónde encontrarte, y que por miedo, o por despecho, decidí no
hacerlo.
-¿Y qué entonces vuelque su furia
contra ti? De ninguna manera, Candy.
-Terry, no podemos controlar los
sentimientos de Alex ni su forma de reaccionar, lo único que podemos hacer, es
sacarlo de esta incertidumbre que lo está matando. Debemos decirle la verdad.
Pero mañana, ¿de acuerdo? Por ahora, Alex está en casa, es lo importante,
mañana pensará todo con más calma, por hoy, trata de descansar.
- Dudo poder hacerlo. No cuando
la duda de quién demonios le dijo todo esto me está volviendo loco.
-Es obvio que fue Samantha.
-No, Candy, no es tan
sencillo. Hay cosas que van más allá de
la mentira de que ella y yo fuimos amantes, cosas que no había forma de que
Samantha supiera porque en el tiempo en que se supone que ella y yo
compartimos, yo mismo las ignoraba. Que Alex haya pasado algunos años en el
Hogar de Pony, que tú fuiste enfermera, que Albert se encargaba de cuidarlo y
un sinfín de detalles más. Además, Candy, darle de tomar, fue algo tan cruel, tan
bajo y tan personal.
Desde que yo era un niño caí en
las garras del alcoholismo. Solo Dios sabe cuántas veces libré a la muerte a
manos de desconocidos o de mi propia personalidad destructiva. Todo lo que
sufrí y todo lo que hice sufrir a los que me amaban por culpa del alcohol. Mi
peor pesadilla sería que mi hijo sufriera el mismo infierno que yo viví. ¿Y
ahora alguien viene de la nada, le cuenta todo mi pasado disoluto y lo embriaga?
Eso fue brutal.
-¿Sigues sospechando de Neal?
-Neal podrá ser un maldito, pero
también es un idiota. Su cerebro nunca daría para urgir un plan tan elaborado.
-¿Entonces?
-Siempre supimos quien fue la
mente maestra que lo manipulaba, nada indica que las cosas hayan cambiado en
todo este tiempo.
¿Valía
la pena decírselo? Se preguntaba Candy acurrucada en su cama al lado de
Julieta, quien dormía en una posición que la hacía parecer una especie de
estrella Marina. Terry se había negado tajantemente a abandonar la habitación
de su hijo, y la ausencia de su esposo le quitaba el sueño aquea noche.
La
incertidumbre de Terry de los últimos días rayaba en la paranoia, comentarle de
aquella ¿qué era? ¿Corazonada? ¿Sospecha? ¿Curiosidad? No haría más que
aumentar su estrés, y no dejaría de rondarle por la cabeza, así como no dejaba
de rondar la suya.
A
principios de semana pasada, la casa parecía bullir debido a la cantidad de
personas que atiborraban los patios de castillo.
-¿Por
qué hay tantas personas en la casa, Barry?
-Es
parte del personal temporal que el señor Terrence me pidió contratar para
ayudar a los preparativos de la fiesta de la señorita Julieta. – Le contestó el
mayordomo.
Lo
había olvidado, pero ella y Terry, después de mucho conversar, consideraron que
los preparativos de una fiesta de semejantes dimensiones eran demasiado trabajo
para el mayordomo, el chofer, la cocinera y unos cuantos empleados más del
castillo. No querían abusar más de la buena disposición de sus fieles
ayudantes, y no sería muy difícil encontrar jóvenes del pueblo que quisieran
ganarse un buen dinero por trabajar unos cuantos días.
Su intención
original era encargarse ella misma de la contratación del personal eventual,
pero con la próxima visita de Annie y sus hijos, su única preocupación era
encontrar los obsequios adecuados con los cuales sorprender a sus sobrinos.
¡Qué lejanos parecían aquellos tiempos!
Los
empleados comenzaron a llegar y el mayordomo rápidamente les repartió las
distintas obligaciones. Todas las personas la saludaban con amabilidad cuando
llegaban a encontrarse con ella en cualquier sección de los amplios terrenos del
castillo. Varios rostros estaba segura de haberlos visto en algunos de los
locales de pueblo o simplemente paseando por las pequeñas veredas, pero de
otros desconocía por completo su procedencia.
Cierta
mañana, mientras comenzaban a instalar la estructura de metal que serviría como
soporte del toldo donde se llevaría a cabo la recepción para festejar los tres
años de Julieta, a Candy se preocupó por que la cumpleañera estuviera rondando
cerca de donde los empleados llevaban a cabo las maniobras y pudiera
dificultarles el trabajo o incluso provocar un accidente. Se dispuso a ir por
ella, pero cuando se encontraba a escasos metros se detuvo para observar con
mayor detenimiento el extraño comportamiento de su hija.
Julieta
parecía estar muy entretenida entablando una intensa charla con algún pequeño
objeto que Candy no alcanzaba a distinguir. Se botada sobre el pasto para
hablar cara a cara con él. Luego decidía dejarlo encima de una piedra, gritarle
unos cuantos reclamos, alejarse dándole la espalda con los brazos cruzados
sobre el pecho, para segundos después arrepentirse y regresar corriendo para
tomarlo con las manos y llevarlo hacia su pecho, jurando que nunca lo volvería
a abandonar. Pero cuando se percató de la presencia de su madre, de inmediato
ocultó el objeto con ambas manos detrás de su espalda.
-¿Qué
escondes, Julieta? – una elevación de hombros y una risa traviesa fue la única
respuesta que Candy logró obtener de su hija, después de mucho insistir Julieta
accedió a mostrarle su tesoro a su madre bajo la expresa promesa de
regresárselo de inmediato ya que estaba segura que no podría sobrevivir mucho
tiempo separada de tan valiosa posesión.
¡Aquello
era espantoso! Un horrendo muñequito de rostro arrugado, orejas puntiagudas,
cabello rizado y ojos rojos le sonreía de manera lasciva. Parecía el
protagonista de una de las tantas leyendas Escocesas, aquellos espíritus de
tintes diabólicos encargados de arruinar las cosechas, mover las cosas de la
casa de lugar… y robar niños.
Su
primera reacción fue soltarlo y el horrible muñeco terminó rodando por el
suelo, Julieta de inmediato se apresuró a levantarlo completamente ofendida.
-Julieta,
¿quién te dio esa cosa?
Julieta
había acunado al horrendo muñeco deforme entre sus brazos y lo mecía
completamente embelesada mientras le tarareaba una canción de cuna recién
inventada. – Hija, respóndeme, ¿quién te dio ese muñeco?
Julieta
no volvió a decir palabra alguna.
Al
interrogar al mayordomo este solo pudo recordar haber visto a Julieta jugar con
unas de las empleadas temporales, “aunque no recuerdo su nombre, señora, lo
siento”. “Pero no se preocupe”, continuó aquel cabal hombre, “mañana por la
mañana la chica estará de regreso y le pediré en cuanto llegue que vaya a
hablar con usted y de paso se abstenga de hacerle ese tipo de regalos a la
señorita Julieta”.
Pero
aquella misma tarde Samantha había irrumpido en su casa y en su vida, y aquel
aparentemente casual incidente que eclipsado por el resto de acontecimientos
desagradables que comenzaron a ocurrir desde aquel día.
Completamente
olvidado, hasta esa noche.
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