Stravaganza - Capítulo 10
-Eliza, ¡por supuesto! Fuiste tú quien vino a envenenarle la cabeza a la directora con tus retorcidas historias.
-¡Aléjate de él! – Aquella mirada demencial Candy la conocía muy bien, Eliza estaba furiosa.
- ¿Alejarme de quién?
-¡No te hagas la idiota! ¡Aléjate de Terry, él es mío!
-¡Ja, ja, ja! – Candy no pudo contener la risa que le causó tan absurda advertencia, ya Archie le había comentado del interés amoroso que Eliza sentía por Terry, pero de eso a considerarlo "suyo", algunas costumbres nunca desaparecen – si tú lo dices. Por mí parte puedes guardarte tu advertencia, ¡a mí Terry Grandchester no me interesa en lo absoluto! No ha hecho más que causarme problemas con todos desde que llegué a este colegio, ahora hasta contigo. Yo amo a Anthony y ningún otro chico me interesa.
Hablando de eso, Eliza. ¿Qué pasó con ese amor que jurabas tenerle a Anthony y por el cuál tanto me fastidiabas? ¿Tan pronto se te olvidó?
-Digamos que estoy en busca de horizontes más amplios. Terry es un excelente partido, guapo, inmensamente rico, y con un título noble; no dejaré que una tipa como tú se interponga en mi camino.
- Un excelente partido e insoportable, igual que tú. ¡Da igual, qué te aproveche! Te lo repito una vez más ¡A MÍ, TERRY GRANDCHESTER NO ME INTERESA!
-¡No te creo!
-Eso me tiene sin cuidado.
-Si Terry no te interesa ¿Por qué es que andas de arrastrada buscando la primera oportunidad de verte a solas con él? ¿Por qué es que Anthony y él se pelan por tu culpa? Y sobre todo, ¿por qué Terry fue a buscarte hasta la sala de descanso de las chicas?
-Pregúntale a tu hermano. Neal tiene las respuestas a cada una de esas preguntas, porque todo este malentendido él lo propició.
-Lo siento – y en el leve roce que Candy sintió en su brazo, justo en el lugar donde conservaba las marcas del ataque de Neal, Candy pudo sentir que Anthony era sincero – no debí. No tengo justificación alguna para mis actos, debí creerte a ti, siempre a ti. Te prometo que de ahora en adelante así será.
-Te creo – le contestó tratando de sonreír, pero de inmediato se soltó de su agarre para seguir caminando con dirección al interior de la capilla donde la misa dominical se llevaría a cabo.
-Candy, entiendo que estés molesta, me porté... los celos me cegaron. Pero por favor, te lo ruego dame una segunda oportunidad.
-No estoy molesta, Anthony, es solo que no quiero agregar más oraciones a mi castigo.
-¿Castigo?
-Prometo contarte después. ¿Irás a casa de los Leagan para que el médico te revise?
-No tengo ganas de ir.
-¡Por favor Antohy, sabes que tu salud es importante! Hablaremos después.
-¿Y todo será como antes?
-Todo será como siempre, puedes estar seguro.
Al terminar la misa, Candy tuvo que soportar las miradas morbosas y risas burlonas de los chicos que abandonaban la capilla gustosos por pasar un domingo fuera de esas horribles paredes, observando que ella debía permanecía ahí. Anthony se despidió desde la entrada esbozando una débil sonrisa. Stear y Archie hicieron lo mismo. Eliza y Neal le dirigieron una idéntica mirada de odio.
Al tercer padre nuestro Candy perdió la concentración. Su fe en Dios nunca se quebrantaría, pero comulgaba con las enseñanzas de su madre y guía espiritual, la señorita Pony, le había inculcado desde muy tierna edad. La oración es un medio para comunicarnos con nuestro creador, para agradecer, para pedir guía, o simplemente para desahogarnos. Ni la señorita Pony ni la hermana María habían recurrido nunca a la oración como un medio de castigo, y Candy no quería asociar una práctica que tanta paz y consuelo le brindaran en épocas difíciles de su vida, como una penitencia impuesta un pecado, y sobre todo si se trataba de un pecado que ella no había cometido.
Nunca había escuchado tanto ruido en la capilla, ruido que no fuera el generado por los estudiantes que rezaban desesperados deseando que la misa acabara rápido y poder salir. Pero ahora que la escuela se había vaciado casi en su totalidad, el ruido de la calle se colaba con claridad dentro de los ahuecados techos de la vieja construcción. Candy dejó a su mente divagar y pudo visualizar con total exactitud el ruido de las ruedas de los automóviles al transitar por las calles, el constante tintinar de los zapatos de tacón que las elegantes damas londinenses utilizaban para pasear, acompañado del ruido un tanto más esporádico que generaban los finos bastones que los caballeros ingleses apoyaban su andar. Podía escuchar la suave música que el cilindrero que seguramente se hallaba en la esquina, producía con cada vuelta que daba a su curioso instrumento, y creyó, seguramente para ese entonces ya estaba divagando, percibir el delicioso olor dulce que emanaba el vendedor de algodones de azúcar que lo acompañaba.
Suficiente, tenía que salir de ahí o se volvería loca. Desde su llegada a ese colegio se había propuesto firmemente el propósito de acatar las normas establecidas y dedicarse únicamente a estudiar. El estudio no parecía rendirle ningún resultado y el acatar esas absurdas normas le había generado solo castigos, mientras que estudiantes como Terry Grandchester, el solo pensar en su nombre la irritaba, quebrantaban las normas a diestra y sinistrea, sin consecuencia alguna.
Tan solo era subir a lo más alto del atrio, de acuerdo tendría que pisar un par de imágenes y lugares considerados como sagrados pero Dios sabía que su intención no era faltar al respeto, hasta llegar a la ventana más alta, que estaba adornada con el hermoso vitral de San Miguel de Arcángel venciendo a Satanás, y encontraría la calle del otro lado. Fue más difícil pensarlo que hacerlo.
Libertada. Finalmente experimentaba aquella deseada sensación de libertad. Hasta el aire fuera de los altos muros del San Pablo se sentía diferente. Pero la gran incógnita ahora era, ¿a dónde ir? Carecía de efectivo y su atuendo del día, el uniforme negro que utilizaban las alumnas del San Pablo para asistir a misa, no le ofrecían el mejor disfraz para pasar desapercibida. ¿A dónde quería ir? Se preguntó. A dónde haya animales y naturaleza.
–El Zoológico Blue River, hay más animales que en cualquier otro sitio de Londres que se me pueda ocurrir en estos momentos- fue la respuesta que le dio un transeúnte al que tomó por sorpresa su extraña pregunta.
El Zoológico Blue River subsistía bajo la filosofía de "entrada gratuita", lo cual fue un alivio para Candy después de caminar cerca de una hora, que la falta de fondos económicos no fuese un obstáculo para lograr su objetivo, aunque el olor de las golosinas, dulces y saladas por igual, no hacían más que acrecentar el crujir de sus intestinos. Por la temprana llamada de la hermana Gray, Candy ni siquiera había asistido al desayuno y el hambre comenzaba a pasar factura a esas horas del día.
Se acercó a la reja que rodeaba la primera atracción que mostraba el zoológico Blue River después de que atravesabas sus puertas. Los pavorreales, azules y albinos. Candy se encontraba fascinada observando un hermoso pavorreal macho, el cual extendía sus bellas alas en todo su esplendor fascinando a tres hembras pavorreales. Le recordaba un poco a ese chico, Terry. Pavoneándose por los pasillos cautivando a todas las alumnas del colegio. Era guapo, mucho, demasiado. En un estilo que hasta entonces le era desconocido un tanto salvaje, su elegancia natural contrastaba con sus arrebatados arranques desafiantes y hasta criminales; evadiendo las reglas y el sentido común.
–Insisto. Es tan atractivo como insoportable – dijo para sí misma.
–Parece que alguien se ha alejado demasiado del grupo de excursión del San Pablo.
Esa voz. Esa potente y tranquilizadora la sacó bruscamente de su ensoñación. No podía ser, se trataba de...
– ¡Albert! – corrió a abrazarlo. Había caminado hasta ese lugar con la esperanza de encontrar paz, olvidando que la paz siempre la hallaba en medio de ese amplio y poderoso pecho.
-Pequeña, te extrañé tanto – expresó Albert con ternura, hundiendo sus dedos en el espeso cabello de Candy.
-¿Qué haces aquí?- una escueta explicación sobre ampliar sus horizontes, conocer nuevos lugares, y de paso, ganarse la vida haciendo lo que más le gusta, cuidar animales. Albert no era muy afecto a dar explicaciones, pero por su parte, cuando te preguntaba algo lograba descifrar el contenido de tu alma.
– ¿Cómo te va en la escuela? – comenzó su intenso interrogatorio.
–Todo es... extraño y al mismo tiempo se repite la historia de siempre. – Candy mezclaba sus palabras con enormes mordiscos que le propinaba a los diversos bocadillos que Albert le invitara en la pequeña cabaña, en el último rincón del zoológico, que fungía como oficina, consultorio, y hospital para animales al mismo tiempo. - Eliza se encargó de decirle a todo el mundo que yo soy una huérfana criada en el hogar de Pony, que fui mucama en su casa, y que presuntamente le robé a su madre y a ella, por lo cual todos tienen a bien guardar su distancia conmigo como si los fuese a contagiar de orfandad o pobreza, y no dudan en secundar las bromas crueles y comentarios mordaces que me hacen Eliza y Neal. Pero esa es la parte familiar.
Lo extraño es: todo lo demás. –Jugueteaba con un trozo de pan entre sus dedos. - Las clases, las reglas, tanto protocolo y etiqueta hasta para tomar un bocadillo a deshoras. Controlan cada factor de tu vida, incluyendo el tiempo de libre. Ahora que lo pienso, debería regresar a la escuela antes de que sea hora de la ronda nocturna y noten mi ausencia.
– ¿Te escapaste? – Preguntó sorprendido. - ¡Vaya! Llevas un par de semanas ahí y los muros de ese colegio ya te quedaron pequeños.
– ¡No tuve opción, Albert! Extraño la naturaleza, las plantas, los animales, ¡y te extrañaba tanto a ti! No te dejan salir si no es bajo la autorización y control absoluto de algún miembro de la familia. Comprenderás que en mi situación eso es un tanto complicado. Pero ahora que sé dónde estás no dudaré en seguir escapándome para venir a visitarte.
– Cierto, lo olvidé.
– ¿Qué cosa?
– Olvidé que siempre todo es más complicado para personas como tú y como yo. Respóndeme algo, Candy. ¿Tu padre adoptivo no te ha asignado algún tipo de mesada para tus gastos personales?
-No que yo sepa – contestó dándole una mordida al tercer panquecito de la basta variedad que Albert comprara en la cafetería – además, ¿por qué habría de hacerlo? Paga la colegiatura del colegio, que debe de ser bastante elevada, eso es mucho más de lo que yo merezco. Recibir una asignación económica sería un completo abuso de mi parte.
-No creo que él opine lo mismo.
-No hablemos del colegio, ¿quieres? Suficientemente mal he tenido que pasar este par de semanas y nada indica que las que se aproximan serán mejores. Quiero disfrutar este momento.
-¿Te apetece conocer el resto del lugar? – preguntó extendiendo su mano hacia ella. Y al tomársela, Candy quiso decirle, que de su mano recorrería el mundo entero.
-¿Ninguna molestia, seguro? – preguntó el médico que atendía a Anthony en casa de los Legan al realizar su examen semanal.
-Ninguna- La luz de la lámpara se sentía como un cincel entrando por su ojo y atravesando su cerebro para asomar la punta filosa por su nuca, pero Anthony se esforzaba por mostrarse inmutable.
-¡Qué curioso! – Dijo el doctor y dirigió el halo de luz hacia el rostro de Stear quien de inmediato se llevó las manos hacia el rostro haciendo una mueca de dolor – la intensidad de esa luz molestaría a cualquiera. Lo cual solo quiere decir dos cosas, una, -guardó sus instrumentos en el maletín - que todo lo que he aprendido en mis años ejerciendo medicina está errado, o que tú te esfuerzas demasiado en ocultar tus verdaderos síntomas. – Anthony guardaba silencio. – Me inclino más por la segunda opción. De ser así, solo te recuerdo que, en cuestión de salud, entre más tiempo demoremos los médicos en conocer el origen y causa de tus males, más difícil nos será conocer tu enfermedad, y tratar de contrarrestar las consecuencias de esta. Nos vemos, caballeros.
-¿Anthony qué demonios pasa por tu cabeza? – le reclamó Archie.
-¡Nada! – Contestó completamente hastiado - ¡no me pasa nada!
-El doctor acaba de decir que estás ocultando tus síntomas, ¿Anthony, por qué lo haces?
- ¡Ya les dije que no es nada, Stear! El médico exagera.
-¡Eres tú el que exageras! – Lo acusó Archie. – Primo entiendo que estés ansioso por retomar tu vida, que te tenga fastidiado los médicos y sus innumerables pruebas, pero, ¡Anthony, por favor! Un día o dos de estudios no cambiarán las cosas.
-Para mí sí. No quiero irme de aquí, no quiero irme lejos de Candy. La perdería.
-Anthony.
-No pasa nada, Stear, se los juro. Solo es, el estrés generado estas semanas. Cansancio, es todo. Díganme, ¿a ustedes no les duele la cabeza después de todas esas interminables horas de clase? ¿No se han sentido tan cansados que piensan que podrían dormir veinte horas seguidas? Los ronquidos de Neal Leagn no es algo que me ayude a conciliar el sueño, mi cuerpo reacciona como lo haría el de cualquiera de ustedes. Pero en mi situación, el solo mencionar alguno de esos síntomas "normales", todo mundo los exageraría, ¡justo como ustedes están haciendo en estos momentos! Primos, les prometo, que si algún día llego a sentirme realmente mal. Se los informaré, lo juro.
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