Stravaganza - Capítulo 11

 –Disculpa si mi visita inesperada alteró tus planes, Albert. – Albert insistió en acompañarla de vuelta al colegio. Caminaban por las hermosas calles de Londres, la noche comenzaba a caer sobre ellos. Candy había entrelazado su brazo con el de él, y aunque sabía que debía darse prisa si no quería que las hermanas encargadas de hacer los rondines vespertinos notaran su ausencia, disfrutaba tanto esa caminata nocturna que el placer luchaba contra su instinto de autoconservación a pesar de estar consciente del riesgo y de que seguramente sería expulsada del colegio por una falta tan grave como esa. En ese momento no le importaba.

–Sabes que me encanta que me visites – acarició su cabello – lo único que me preocupa es que había quedado de verme con un amigo en una taberna cercana al zoológico. Necesitaba charlar y se siente más cómodo haciéndolo después de haber ingerido varias cervezas. Solo espero que no se meta en ningún problema antes de que yo llegue.

-Ojalá se encuentre bien. Y no lo digo solo porque debería evitar problemas en esa taberna, pero entiendo su necesidad de hablar y de contar con un buen amigo que esté dispuesto a escucharte y brindarte un consejo. Lo entiendo porque yo también necesito contarte algo, pero temo que te molestes, o que eso vaya a cambiar la imagen que tienes de mí.

-Puedes contarme lo que sea, pequeña. Y no te preocupes por tu imagen, esa ya ha cambiado, por si no te habías dado cuenta. Mira nada más lo hermosa que estás. Pero lo más importante y lo que siempre debes de tener en cuenta, Candy, es que mi cariño hacia ti nunca cambiará, sin importar nada.

Se detuvieron debajo de una lámpara que alumbraba la calle. La luz amarillenta que emitía daba directamente en el rostro de Albert. – Extraño tu barba – le comentó Candy – me había acostumbrado tanto a ella. Pero debo de reconocer que tu nuevo look te favorece, ahora puedo ver mejor tu bello rostro. Eres muy guapo, Albert, - el comentario lo sonrojó - y mucho más joven de lo que yo creía. No sé por qué tenía esa falsa idea sobre tu edad, pero siempre te vi, tan grande, tan fuerte, que asocié tu persona con la idea de un hombre maduro, eterno tal vez. Aunque ahora que lo pienso, no sé qué es lo que debería creer, no conozco nada de ti. Ni tu nombre completo, tu edad, nunca sé de dónde vienes, y mucho menos hacia dónde vas.

-¿Hace falta? – sonreía.

-Realmente no. Lo único que sé, es que cuando más te necesito, siempre apareces, como lo hiciste hoy.

-¿Qué era lo que querías contarme?

-¿Supiste que Anthony tuvo un accidente durante la cacería de zorros que organiza la familia Andrew?

-Algo escuché respecto a eso, antes de venir aquí.

-Fue muy grave. Estuvo inconsciente por semanas y los médicos no le daban mucho esperanza de vida.

¿Cómo sigue?

-Bien, o al menos eso es lo que nos quiere hacer creer a todos. Debe de ir a revisiones constantemente, no le agrada porque eso implica desperdiciar su único día libre yendo a casa de los Leagan. Pero los médicos todavía temen alguna consecuencia que no se haya manifestado hasta el momento.

-¿Y eso es lo que te preocupa?

-En parte sí. Pero lo que en verdad quería contarte es... cuando Anthony despertó, tenía, una nueva filosofía de vida, si podemos llamarlo de alguna manera. No quería dejar pasar el tiempo para decir o hacer las cosas, ya que sentía que su cercana experiencia con la muerte le estuvo a punto de quitar la oportunidad de vivir y disfrutar montones de cosas. Me confesó su amor.

-Supongo que no te cayó por sorpresa – y en expresión quedaba claro que a él tampoco le había sorprendido dicha confesión - y supongo también que le correspondiste.

-Yo quiero a Anthony, Albert, tú lo sabes. Sufrí tanto esas semanas temiendo que tal vez él nunca despertaría, y concuerdo con él en que esta es una nueva oportunidad que la vida nos dio y debemos desaprovecharla. Pero eso no es todo, no solo se trató de su confesión de amor. Anthony, Anthony quiere que nos casemos cuando acabemos el colegio. Está completamente decidido a que el día en que pongamos un pie fuera del San Pablo, irá directamente a pedirle mi mano al abuelo Williams, cree que para ese entonces él no pondrá objeción alguna sobre nuestra edad o la vida que Anthony pueda ofrecerme ya que para ese entonces Anthony podrá acceder a la herencia que su madre le dejó, aunque siendo honesta el asunto de la herencia a mí no me importa en lo absoluto. Cree también que por el momento, será mejor mantener lo nuestro en secreto.

-¡Matrimonio! ¿No crees que es una decisión demasiado grande para tomarla a la ligera o motivados por la euforia del momento?

-Solo se trata de una promesa, Albert.

-Promesa que te sentirás obligada a cumplir, pase lo que pase, y en tres años que dura tu educación, podrían cambiar muchas cosas, empezando por ti. Mira Candy, en el amor no tengo mucha experiencia, nunca me he dado el tiempo o sentido lo suficientemente estable o afianzado a un lugar como para iniciar una relación seria con alguien, ya no hablemos de pensar en matrimonio, así que creo que en esta ocasión, yo no sería tu mejor consejero. Solo, procura tomarte las cosas con calma, ¿quieres? El matrimonio significa unir tu vida con la de otra persona para recorrer juntos el mismo camino, pero antes de eso, debes haber recorrido tu propio camino, y eso es algo que apenas empieza. Entiendo que quieras a Anthony, es lógico que desees su bienestar, pero no te olvides de ti misma, por favor, vive tu vida en total libertad, como lo has hecho siempre. Disfruta tu primer amor.

-¡Oh no, Anthony no es mi primer amor!- Volvió a cruzar su brazo con el suyo y reemprendió la caminata. - Ese fue – un suspiro antecedió sus palabras -"mí príncipe".

-¿Tú príncipe? – preguntó divertido.

- Así lo nombré, dijiste que podía contarte lo que sea así que espero que no me juzgues como una enferma mental, y aunque lo hagas igual te lo contaré. Mi príncipe apareció cuando yo más lo necesitaba, -recargó su cabeza en el brazo de Albert - justo como haces tú. Yo estaba muy triste, lloraba. Había rechazado la oportunidad de ser adoptada por la familia Brither porque no quería separarme de mi mejor amiga, y al final, Annie se fue con ellos. Me sentía tan sola, lloraba desconsolada, y entonces lo vi, en lo alto de la colina de Pony. Llevaba una falda, nunca había visto a un chico utilizar falda, pero él me explicó que se trataba del traje de gala escocés. Traía consigo una gaita y tocaba una triste y dulce melodía. Fueron solo un par de minutos, cruzamos apenas unas cuantas palabras, pero te juro que me enamoré.

-"Tú príncipe"- Albert sonreía con dulzura.

-¿Crees que estoy loca por enamorarme de un chico del cual ni siquiera supe su nombre?

-Te repito no tengo mucha experiencia, pero soy testigo de que se presenta de formas inesperadas.

-Atesoro tanto ese recuerdo. –Apretó con fuerza su brazo. -Yo nunca lo voy a olvidar, solo espero que mi "Príncipe" no me haya olvidado.

-Nadie – dijo mientras tomaba con su enorme mano casi la totalidad del lado izquierdo del rostro de Candy – nadie que te conozca aunque solo por un momento, podría olvidarte, jamás. Mi dulce Candy. Vamos, - Candy no se había percatado que ya habían llegado a las afueras del colegio - te ayudaré a trepar el muro.

Cayó sobre sus cuatro extremidades como su fuese un gato escabulléndose en la oscuridad. "¿Todo bien?", preguntó Albert en un susurro desde el otro lado del grueso muro, "todo bien", le respondió, "te veré pronto", "lo espero con ansias", le contestó, y haciendo un ruido sonoro con cada paso que daba con sus pesadas botas, se marchó.

Candy corrió por los jardines del colegio, con la oscuridad que se cernía pesada sobre el lugar creía poder lograr pasar desapercibida. Trepó por los balcones de los demás dormitorios hasta llegar a su habitación, por fortuna siempre acostumbraba a dejar el ventanal que daba hacia el balcón abierto. Pero cuando acababa de poner un pie dentro de su dormitorio escuchó ruidos procedentes del otro lado de la puerta.

-No está ahí hermana Gray, hemos tocado por mucho tiempo. – Decía una de las religiosas.

-No podemos suponer algo de lo cual no tenemos certeza absoluta – dijo quien Candy creyó, era la hermana Margaret.

-En este mismo instante dejaremos de suponer, traigan la llave de su alcoba.

No le dio tiempo de ponerse el pijama, tan solo se despojó del vestido y se quedó vistiendo el camisón que utilizaba bajo de él. Se colocó el salto de cama y rogó porque la hermana Gray se creyera la excusa que acaba de inventar en su mente.

- Lo siento hermana Gray, estaba dormida – se excusó al abrir la puerta, segundos antes de que la directora introdujera la llave en el cerrojo. Trataba de parecer somnolienta.

– ¿Y por eso no escuchaste que las hermanas por poco y derrumban tu puerta?

– Tengo el sueño muy pesado.

-¿Por qué no fuiste a cenar?

-Pensé en acompañar este momento de reflexión practicando el ayuno.

-Me parece una buena opción. –La directora la miraba con suspicacia como tratando de advertir alguna leve falla en su coartada, o un gesto involuntario que la traicionara. - Pero la próxima vez que decidas ayunar, deberás presentarte al comedor y abstenerte de ingerir alimentos. La pereza también es un pecado, Candice.

-Lo tendré en cuenta, hermana Gray.

Eso había estado cerca. No creía que la hermana Gray hubiese aceptado del todo su coartada, pero por lo menos no podía comprobarle lo contrario. En cuanto cerró la puerta se tumbó sobre el suave colchón de su cama, el pijama podía esperar, estaba demasiado agotada por la larga caminata hasta el zoológico y de regreso. Pero lo había visto, Albert estaba ahí, en Londres, tan cerca de ella. Albert, el eterno y sereno Albert. Su voz, su guía, se sentía segura y tranquila. Y con esa paz que la presencia de Albert siempre le proveía, cerró los ojos y comenzó a soñar.

El ruido del florero al estrellarse contra el suelo la despertó. Una figura tambaleante trataba con poco éxito de mantener el equilibrio colocando una mano sobre el escritorio. La ventana de su balcón estaba abierta de par en par, no estaba segura si ella la había dejado así o alguien la había abierto. Un hombre estaba invadiendo su habitación, estaba a punto de gritar, cuando gracias a la luz que apenas y se colaba por la ventana, pudo reconocer un bello rostro manchado de sangre.

-¿Terry?

– ¡Pecas! – Soltó un alarido de dolor mientras se tocaba el costillar izquierdo. - ¡Carajo! Se confundió.

– ¿Quién?

–Mi amigo, él que me trajo hasta aquí. – Terry parecía estar realmente herido, el pómulo hinchado, el labio inferior roto, y la manga derecha de su camisa estaba empapada de sangre. - Tu habitación es exactamente la misma que la mía solo que se equivocó de edificio. – Se dejó caer sobre el piso alfombrado de la habitación de Candy. - Me debes un favor, ¿recuerdas?

-¿Un favor –salió de la cama y se acercó a él -por no asesinar la flor que por derecho era mía? No creo estar en deuda contigo.

– Como sea, me debes un favor. Déjame descansar un par de minutos aquí en tu habitación. ¿Quieres? Juro que en cuanto me recupere lo suficiente me marcharé sin hacer el menor ruido.

-¿Qué fue lo que te ocurrió? – Cuando encendió la vela pudo apreciarlo mejor. Terry estaba terriblemente mal herido, parecía como si un camión lo hubiese atropellado y arrastrado hasta dejarlo en su habitación.

-Nada de qué preocuparte, Pecas, así que quita esa cara de susto.

-¿Nada? – Preguntó tomando la manga ensangrentada de Terry entre sus manos - ¿esto te parece nada?

-Creo que alguno de esos sujetos traía un cuchillo, no estoy seguro.

-¿Qué sujetos? ¿Te asaltaron?

-Tal vez querían hacerlo, no lo recuerdo bien.

-¿Cómo que no lo recuerdas? ¿Acaso te golpearon en la cabeza y por eso no puedes recordar? – Pero cuando se acercó lo suficiente en busca de alguna herida en su cabeza, el fuerte olor a licor que Terry despedía le despejo las dudas sobre el motivo de su repentina amnesia - ¡Santo Dios, Terry!

-¡Ja, ja, ja! – Reía sin dejar de hacer muecas de dolor a causa de sus múltiples heridas. – me embriagué en un bar y terminé involucrado en una pelea, eso es todo.

-Por lo que veo peleaste contra un batallón entero, pudieron haberte matado, Terry.

-No creo tener tanta suerte. ¿Me permites quedarme en mi habitación hasta que me recupere?

-No creo tener otra opción. Ni siquiera puedes sostenerte en pie. Tendría que llevarte en brazos hasta tu habitación.

-Eso también me agradaría, ¿me arroparías después?

-No digas tonterías. Está bien, puedes quedarte con dos condiciones. La primera, compórtate por favor. Y la segunda, deja que por lo menos te limpie las heridas y amarre una venda a tu brazo para que dejes de sangrar.

-Gracias, Candy. 

Capítulo 10 - Capítulo 12

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